
«Saqué una pieza de tela de seis por doce pulgadas y comencé un retrato parcial. En ese momento entré en trance (n.a. “como nunca había ocurrido antes y como nunca volvió a ocurrir”) y Jesús se formó en un lapso de dos horas y quince minutos. ¡Un milagro! Nunca podría yo haber completado la Obra Maestra tan rápido sin error alguno. La mujer me dijo, “esto es un milagro”.Bette Myers
La encarnación es la unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana.
«Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos sanara. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado?» (San Gregorio de Nisa, Oratio catechetica, 15: PG 45, 48B).
459 El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí … «(Mt 11, 29). «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración, ordena: «Escuchadle» (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley nueva: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).
460 El Verbo se encarnó para hacernos «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4): «Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3, 19, 1)
Siglo III, Concilio de Antioquía, Jesucristo es Hijo de Dios por naturaleza y no por adopción. El primer Concilio Ecuménico de Nicea, en el año 325, confesó en su Credo que el Hijo de Dios es «engendrado, no creado, «de la misma substancia» que el Padre» y condenó a Arrio que afirmaba que «el Hijo de Dios salió de la nada» (Concilio de Nicea I: DS 130) y que sería «de una substancia distinta de la del Padre» (Ibíd., 126)
466 La herejía nestoriana veía en Cristo una persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios. Frente a ella san Cirilo de Alejandría y el tercer Concilio Ecuménico reunido en Efeso, en el año 431, confesaron que «el Verbo, al unirse en su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre» (Concilio de Efeso: DS, 250). La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción. Por eso el concilio de Efeso proclamó en el año 431 que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno: «Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional […] unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne» (DS 251).
476 Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado (cf. Concilio de Letrán, año 649: DS, 504). Por eso se puede «pintar» la faz humana de Jesús (Ga 3,2). En el séptimo Concilio ecuménico, la Iglesia reconoció que es legítima su representación en imágenes sagradas (Concilio de Nicea II, año 787: DS, 600-603).
477 Al mismo tiempo, la Iglesia siempre ha admitido que, en el cuerpo de Jesús, Dios «que era invisible en su naturaleza se hace visible» (Misal Romano, Prefacio de Navidad). En efecto, las particularidades individuales del cuerpo de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios. Él ha hecho suyos los rasgos de su propio cuerpo humano hasta el punto de que, pintados en una imagen sagrada, pueden ser venerados porque el creyente que venera su imagen, «venera a la persona representada en ella» (Concilio de Nicea II: DS, 601).
El sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), «es considerado como el principal indicador y símbolo de aquel amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres» (Pio XII)

