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Arte Sacro

Inválido espiritual o Sacrílego?

 

Consolacion

Todos los sacramentos se exigen cosas al que los va a recibir, es decir, se discrimina justamente de algún modo a los posibles participantes.

Ningún sacramento se imparte indiscriminadamente a todo el mundo.

Para el Bautismo, por ejemplo, se exige tener la fe de la Iglesia, ya sea al propio catecúmeno o a los padres que piden el bautismo para los niños sin uso de razón. Y, para que no haya ninguna duda, se hace un pequeño examen, preguntando al catecúmeno o a los padres/padrinos:
¿Crees en Dios, Padre todopoderoso…?
¿Crees en Jesucristo…?
¿Creéis en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de los muertos y la Vida eterna?
Y no acaba aquí la cosa.
También deben renunciar públicamente a Satanás, a todas sus obras y engaños.

Lo mismo sucede con la Confirmación. ¿Es esto un elitismo injusto? ¿Acaso esta profesión de fe previa significa, en algún posible sentido de la palabra, convertir el Bautismo en un “premio” para los que tienen fe? Difícilmente podría sostenerse algo así.

Para el Orden sacerdotal, además de ser varón (y célibe), se requieren una serie de condiciones, como una edad mínima (de 23 años para el diaconado, 25 para el presbiterado y 35 para el episcopado), el estado de gracia, la recepción previa del sacramento de la Confirmación, la admisión previa a órdenes decidida por la Iglesia, etc. De hecho, el ritual establece que el obispo, antes de ordenar a los candidatos, pregunte:
¿Sabes si son dignos? Y a los que no son dignos, según los criterios mencionados y otros muchos, no se les ordena.

Para la Confesión, como todos sabemos, se requiere examen de conciencia, dolor de los pecados, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. Si intencionadamente se omiten esos requisitos, simplemente no hay confesión.

Para la Unción de enfermos, hay que estar bautizado y enfermo.

Para el Matrimonio se requiere la capacidad natural y canónica de los contrayentes, un válido consentimiento y la forma canónica de la celebración. Si no se cumple alguna de estas condiciones, el matrimonio es nulo.

¿Estamos discriminando injustamente por eso a los que no se arrepienten de sus pecados, a los que no están enfermos o a los niños de cinco años que quieran casarse? Sería una afirmación absurda.
Los sacramentos no son “para todos” de forma indiscriminada y uniforme. Las condiciones que pone la Iglesia para recibirlos no son absurdas normas que obstaculizan el acceso a los sacramentos de “los que más los necesitan”, sino que cumplen dos misiones fundamentales. En primer lugar, son criterios mediante los cuales la Iglesia discierne quién está llamado a recibir una gracia en particular y a quién Dios le lleva por otros caminos.
Si una persona no cumple los requisitos necesarios para ser sacerdote, por ejemplo por una enfermedad mental que le incapacite para ello, no es que la Iglesia le prive del “premio” de la ordenación, sino que la vocación a la que Dios le llama es otra. Si un muchacho de dieciocho años y fuerte como un roble no recibe la unción de enfermos no es porque esté siendo castigado o discriminado injustamente por la Iglesia en comparación con su abuelo enfermo, sino porque no necesita esa ayuda especial que Dios quiere regalar a los enfermos. En esos casos, la Iglesia discierne que Dios no llama a esas personas en concreto a los sacramentos que querían recibir, sino a otros sacramentos, como la Eucaristía o el Bautismo.
Del mismo modo, cuando la Iglesia dice a una persona divorciada en una nueva unión que no debe comulgar, lo que está haciendo no es “cerrarle la puerta a los sacramentos”, sino abrirle la puerta del sacramento que le conviene en ese momento, que es la confesión, para que pueda convertirse y recibir el perdón de Dios.

Si la Iglesia hiciera otra cosa, estaría fallando en su misión de discernimiento.

“¿Cómo puede ser que una persona que dice estar arrepentida continuaría y perseveraría en la conducta de la cual pretende arrepentirse y por la cual expresa su arrepentimiento?” “es algo inaudito en la historia de la Iglesia, que debiéramos ofrecer la Sagrada Comunión a personas que se encuentran objetivamente en estado de pecado grave.”

“La absolución concedida a una persona que no está dispuesta a cambiar su vida es una absolución invalida”

El que quiere comulgar y a la vez permanecer en pecado grave, está engañándose a sí mismo. En cambio, quien se arrepiente de su pecado y recibe el sacramento de la Confesión, puede participar de la comunión y encontrará en ella, como dice el Papa, “un generoso remedio y un alimento para los débiles”.
Admitir a la comunión a los que no están dispuestos a romper con el pecado grave es, por un lado, destruir el sacramento de la Confesión, que ya no tendría sentido. Y también es destruir la misma Eucaristía, ya que una comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo compatible con la ruptura de esa unión producida por el pecado grave sería una falsa comunión, una comunión meramente aparente, sin sustancia real.

No se puede permitir «La profanación sacrílega» del Cuerpo y Sangre de Cristo, por quienes viven en pecado mortal, en este caso en adulterio. 

http://infocatolica.com/blog/espadadedoblefilo.php/1405140451-polemicas-matrimoniales-i-la

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De #bottegadivina

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