San Basilio (hacia 330-379), monje y obispo de Cesarea de Capadocia, doctor de la Iglesia Católica.
Homilía 6 contra la riqueza; PG 31, 275-278
+«Dichoso el que se apiada y presta,… reparte limosna a los pobres; su recuerdo será perpetuo» –
¿Qué vas a responder al juez soberano, tú que revistes tus muros y no vistes a tu semejante? ¿Tú que arreglas tus caballos y ni tan sólo tienes una mirada para tu hermano desgraciado… que escondes tu oro y no te dignas ayudar al oprimido?…
Dime ¿qué es lo que te pertenece? ¿De quién has recibido todo lo que usas a lo largo de esta vida?… ¿Es que no has salido desnudo del seno de tu madre? ¿Y no volverás a la tierra también desnudo? (Jb 1,21). Los bienes de ahora ¿de quién te han venido? Si respondes: del azar, eres un impío que rechazas conocer a tu creador y agradecerle todo lo que ha hecho por ti. Si estás de acuerdo en que es de Dios, dime por qué razón los has recibido.
¿Acaso Dios sería injusto repartiendo de manera desigual los bienes necesarios para la vida? ¿Por qué nadas tú en la abundancia y aquel en la miseria? ¿No es para que llegue el día, por tu bondad y tu gestión desinteresada, recibas la recompensa mientras el pobre recibirá la corona prometida a la paciencia?… El pan que tú guardas pertenece al hambriento; al hombre desnudo la capa que tú escondes en tus arcas… Así pues, cometes tantas injusticias cuantas son las gentes a quien tú podrías ayudar.
+ El mandamiento del amor al prójimo
¿Quién no sabe que el hombre fue creado para la comunidad y no para ser un salvaje o solitario? No existe cosa que mejor pueda corresponder a nuestra naturaleza, que la vida en común, y nuestra ayuda y amor a la gente.
Cuando Dios primero nos dio la semilla, entonces juntamente deseó que diera los frutos, diciendo: «Entretanto un nuevo mandamiento os doy, y es: Que os améis unos a otros; y que del modo que yo os he amado a vosotros, así también os améis recíprocamente.» (Jn. 13:34). Deseando exhortarnos al cumplimiento de este mandamiento, como testimonio de sus discípulos, no pidió milagros o señales extraordinarias (aunque y para esto el Espíritu Santo nos da la fuerza), sino la que nos dice: «Por el amor que se tengan los unos con los otros reconocerán todos que son discípulos míos» (Jn. 13:35). Y así todos los renglones de estos mandamientos resumió en aquel que las buenas obras hechas al prójimo, se comunican sobre el mismo, y finalmente agrega: «Les aseguro que cuando dejaron de hacerlo con uno de estos pequeños, dejaron de hacerlo conmigo» (Mt 25:45). Así pues con el primer mandamiento se puede observar el segundo, y por el segundo volver al primero. Con el amor al Señor, amar al prójimo: «El que me ama, se mantendrá fiel a mis Palabra. Mi Padre lo amará y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él» (Jn. 14:23). y otra vez dice el Señor: «Mi mandamiento es este: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn. 15:12). Entonces quien ama al prójimo, cumple con el amor a Dios, cuando El acepta ese amor para sí.
+Proclamar la Palabra de Dios
El signo del amor al Señor es: con gran amor, con toda atención y en todo preocuparse de aquello que El enseña; y si es necesario, perseverar hasta la muerte, pública y privadamente en la predicación. «Yo soy el buen pastor, el buen pastor da la vida por sus ovejas» (Jn. 10:11). La palabra, la enseñanza no tendrá que ser utilizada para gloria personal, ni para su fama, ni para utilidad para complacer a los oyentes y poniendo atención a la satisfacción, sino tendría que ser la palabra como ante Dios, para su gloria. «Pero ciertamente no somos nosotros como muchísimos que adulteran la palabra de Dios, sino que la predicamos con sinceridad, como de parte de Dios, en la presencia de Dios, y según el espíritu de Cristo.» (2 Co. 2:17).
El maestro de la enseñanza tendría que ser misericordioso y benigno sobre todo ante aquellos que están mal intencionados en el alma: Luego, tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a un niño como a éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me ha enviado» (Mc. 9:36-37).
http://www.conocereisdeverdad.org/website/index.php?id=1352
http://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/tesoro_san_basilio.htm

