«De todas las criaturas visibles sólo el hombre es «capaz de conocer y amar a su Creador» (GS 12, 3); es la «única criatura sobre la tierra que Dios ha querido por sí misma» (GS 24, 3); él sólo es llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad» (CEC 356).
«Es gracias al alma como el cuerpo constituido de materia es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas, sino que su unión forma una única naturaleza» (CEC 365).
«Cada alma espiritual es directamente creada por Dios (cf. Pío XII, enc. Humani Generis, 195: DS 3896; Pablo VI, SPF 8) -no es «producida» por los padres-, y que es inmortal (cf. Cc. de Letrán V, año 1513: Ds 1440): no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final» (CEC 366)
«El cuerpo humano, participa de la dignidad de ser «imagen de Dios», precisamente porque está animado de un alma espiritual, de modo que es la persona, toda entera, la que está destinada a llegar a ser, en el Cuerpo de Cristo, templo del Espíritu Santo (CEC 364).
Para san Pablo el alma es parte de lo que nosotros los seremos humanos somos por naturaleza. El alma alude a lo que todos somos y tenemos: todos «tenemos» alma.
En cambio, según este mismo apóstol, no todos tenemos «espíritu.» Esta palabra alude a la novedad de la acción de Dios en la vida humana, es decir, aquel actuar que ha sido posible por la redención.
Tenemos «espíritu» porque se ha restablecido la amistad entre Dios y nosotros, gracias al sacrificio de Cristo y a la efusión del Espíritu Santo. Tener «espíritu» es ser «espiritual,» o sea, haber sido renovado por el Espíritu Santo, que es el fruto precioso de la pascua de Cristo.
En resumen, el alma alude a lo que somos por creación; el espíritu se refiere a lo que hemos recibido gracias a la fe, en cuanto redimidos por Jesucristo y morada de su Espíritu. Las personas que viven una vida pegada a las cosas de esta tierra son cuerpo y alma solamente; san Pablo las llama «psiquikoi.» Las personas que conocen al Señor y viven en amistad con él por la fe y la caridad son llamadas en cambio «pneumatikoi»: gente con espíritu.
«El alma humana es la forma de un cuerpo, porque es la clase de sustancia que es; el alma humana no es espíritu completamente libre del cuerpo; no es sustancia separada, pero no obstante es una sustancia intelectual que informa al cuerpo. La novedad del enfoque tomista sobre el aristotélico (que en este caso consideraba la sustancia como compuesta de materia y forma), estriba en mantener que el alma humana es una sustancia compuesta de esencia y ser (existencia). En todo lo que existe, salvo en Dios, hay una composición de algo que es potencia con algo que es acto; pero el acto no necesita ser una forma, ni la potencia ser una materia; un alma es una sustancia porque está compuesta de su esencia, que es la de una forma espiritual, y de su acto de ser (esse). Y dado que no incluye materialidad en su estructura, el alma humana es una forma simple, sin composición de elementos tales como materia y forma. De ahí su afirmación de que el alma es físicamente simple, aunque metafísicamente compuesta: «todo lo recibido lo es según el modo de ser del recipiente. Así, cualquier realidad conocida lo es según el modo como su forma está en el que la conoce. Ahora bien, el alma intelectiva conoce la naturaleza de las cosas en absoluto: conoce la piedra en cuanto que es en absoluto piedra. La forma en absoluto de la piedra está, según su propia razón formal, en el alma intelectiva. Por consiguiente, el alma intelectiva es una forma absoluta y no un compuesto de materia y forma» (1 q75 a5c). «Aun en las sustancias espirituales hay composición de acto y potencia, aunque no de materia y forma, sino de forma y ser participado…, pues en efecto, el ser es aquello por lo cual una cosa es» (1 q75 a5 c ad4).Santo Tomás de Aquino
«Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (purgatorio) (cf. conc. de Lyon: DS 857-858; conc. de Florencia: DS 1304-1306; conc. de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Benedicto XII: DS 1000-1001; Juan XXII: DS 990), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Benedicto XII: DS 1002)» (CEC 1022).

