Roma estaba habitada por una mezcla de cristianos fervorosos, relajados, paganos, ateos, bárbaros y toda clase de gentes de diversas y variadas creencias, el ambiente, especialmente el de la juventud, era espantosamente relajado.
Benito se dio cuenta de que si permanecía allá en medio de esa sociedad tan dañada, iba a llegar a ser un tremendo corrompido. Y sabía muy bien que en la lucha contra el pecado y la corrupción resultan vencedores los que en apariencia son «cobardes», o sea, los que huyen de las ocasiones y se alejan de las personas malvadas. Por eso huyó de la ciudad y se fue a un pueblecito alejado, a rezar, meditar y hacer penitencia.
Otros hombres, cansados de la corrupción de la ciudad, se fueron a estos sitios deshabitados a rezar y a hacer penitencia, y al darse cuenta de la gran santidad de Benito, aunque él era más joven que los otros, le rogaron que se hiciera superior de todos ellos.
San Benito impuso un sistema de vida que buscaba alejarse del mundo y ser útil en el estudio y el trabajo, esta es parte de su filosofía:
La primera virtud que necesita un religioso (después de la caridad) es la humildad.
La casa de Dios es para rezar y no para charlar.
Todo superior debe esforzarse por ser amable como un padre bondadoso.
El ecónomo o el que administra el dinero no debe humillar a nadie.
Nuestro lema debe ser: Trabajar y rezar.
Cada uno debe esforzarse por ser exquisito y agradable en su trato.
Cada comunidad debe ser como una buena familia donde todos se aman.
Evite cada individuo todo lo que sea rústico y vulgar. Recuerde lo que decía San Ambrosio: «Portarse con nobleza es una gran virtud».
Se levantaban a las dos de la madrugada a rezar los salmos. Pasaban horas y horas rezando y meditando. Jamás comían carne. Dedicaban bastantes horas al trabajo manual, para que sus seguidores se convencieran de que el trabajo no es un rebajarse, sino un ser útil para la sociedad y un modo de imitar a Jesucristo que fue un gran trabajador, y hasta un método muy bueno para alejar tentaciones.
Benito era exigente y no permitía «vivir prendiéndole un vela a Dios y otra al diablo», no permitía vivir en esa vida de retiro tan viciosamente como si se viviera en el mundo, estas reglas de austeridad les parecían muy duras, así que decidieron matarlo, echaron un fuerte veneno en la copa de vino que él se iba a tomar, el santo que bendecía siempre los alimentos y a las personas, bendijo la copa, esta se rompió y el veneno salió visiblemente de la copa.
Dedicó su vida al trabajo y al estudio, alejado del mundo y sus vicios, es el patrono de todas las ordenes monasticas, patrono de Europa, patrono de la iglesia, patron de la buena muerte, etc.
El 21 de marzo del año 543, estaba el santo en la Ceremonia del Jueves Santo, cuando se sintió morir. Se apoyó en los brazos de dos de sus discípulos, y elevando sus ojos hacia el cielo dijo: «Hay que tener un deseo inmenso de ir al cielo», y murió.
1.000 años después en un proceso por brujería unas brujas confesaron que nunca habían podido hacer el mal en contra del convento fundado por san Benito, así que los clérigos se dedicaron a buscar y encontraron la medalla grabada en las paredes, como lo único inusual del lugar.
Esta medalla se convirtió de uso obligatorio para los religiosos por ser exorcista.
En 1880 la iglesia permitió que los laicos usaran la medalla debido a lo desatado que esta el mal en el mundo.

