Comprendan cómo han de obrar quienes desean ser sanados.
«¡Señor, ten compasión de nosotros, Hijo de David!»
La gente les increpó para que se callaran, pero ellos gritaron más fuerte: «¡Señor, ten compasión de nosotros, Hijo de David!»
Entonces Jesús se detuvo, los llamó y dijo: «¿Qué queréis que os haga?»
Dícenle: «¡Señor, que se abran nuestros ojos!»
Movido a compasión Jesús tocó sus ojos, y al instante recobraron la vista; y le siguieron.
También ahora pasa Jesús: los que están al costado del camino, griten.
El peor de los silencios es el que se guarda ante la mentira, pues tiene un enorme poder de disolver la estructura social. Un cristiano no puede callar.
«Hay que empezar purificándose uno mismo antes de purificar a los otros, hay que ser instruidos para poder instruir, hay que convertirse en luz para poder iluminar, acercarse a Dios para acercar los otros a Él, ser santificados para santificar»
El Buen Pastor dejó las noventa y nueve para correr tras la oveja descarriada.
No podría despreciar a ninguna. Incluso si no hubiera más que uno que escucha, siempre sería un ser tan querido por Dios.
DIOS LE DIJO A SANTA CATALINA: -El pecado imperdonable, en este mundo y en el otro, es aquel que despreciando mi misericordia no quiere ser perdonado. Por esto lo tengo por el más grave, porque el desespero de Judas me entristeció más a mí mismo y fue más doloroso para mi Hijo que su misma traición. Los hombres serán condenados por este falso juicio, que les hace creer que su pecado es más grande que mi misericordia… Serán condenados por su injusticia, cuando se lamentan de su suerte más que de la ofensa que me hacen a mí.
Porque esta es su injusticia: no me devuelven lo que me pertenece, ni se conceden a ellos mismos lo que les pertenece. A mí me deben amor, el arrepentimiento de su falta y la contrición; me los han de ofrecer a causa de sus faltas, pero hacen justo lo contrario. No tienen amor y compasión más que por ellos mismos, ya que no saben más que lamentarse sobre los castigos que les esperan. Ya ves, cometen una injusticia y por esto quedan doblemente castigados, por haber menospreciado mi misericordia.
«Nos has redimido, con la sangre preciosa e inmaculada de tu único Hijo, de todo extravío y de la esclavitud. Nos has liberado del demonio y nos has concedido gloria y libertad. Estábamos muertos y nos has hecho renacer, alma y cuerpo, en el Espíritu. Estábamos manchados y nos has purificado. Te pedimos, pues, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo: confírmanos en nuestra vocación, en la adoración y en la fidelidad». ”Oh Señor benévolo, fortalécenos, con tu fuerza. Ilumina nuestra alma con tu consuelo… Concédenos mirar, buscar y contemplar los bienes del cielo y no los de la tierra.

