El bienaventurado San Bernardo, exponiendo aquel testimonio del capítulo treinta y uno del Eclesiástico que dize: «Bienaventurado el varón a quien no llevó tras sí el oro», escrive estas razones: «Verdaderamente es género de martirio la pobreza voluntaria, porque no parece que pueda alguno ser más grave que tener hambre entre muchos y muy preciosos manjares; ver a sus ojos ricos vestidos, y padecer frío estando desnudo; hallarse rodeado de riquezas, oro, plata y joyas preciosas que ofrece el mundo, de que haze ostentación el demonio y dessea nuestro apetito, y verse pobre.
¿No será razón -dize este santo doctor- que sea coronado | el que assí peleó, desechando al mundo con sus promesas, menospreciando al demonio con sus tentaciones, y, lo que es más glorioso, triumfar de sí mismo, poniendo en la Cruz de Cristo, y crucificándole con Él, todo desseo de valer y tener?». Lo dicho es de San Bernardo. A lo cual se puede añadir, en loor de la voluntaria pobreza, que es madre de muchas virtudes, como, al contrario, la abundancia de bienes temporales es ocasión de muchos vicios y pecados. Y assí como la pobreza es carga muy pesada a los que contra su voluntad la padecen, assí es muy agradable y ligera de llevar a los que de su gana la admiten y abraçan.
Ni pudiera entenderse el bien que tiene consigo la pobreza voluntaria si Jesucristo, Redemptor Nuestro, que es verdadera sabiduría del Padre Eterno, no lo declarara. Y, escogiéndola, nos enseñó ser camino para la Vida Eterna, porque no es possible que con ella aya ambición y sobervia, ni vicio deshonesto, ni aun avaricia, que son pestilencia e inficionan las almas. Y de que Cristo amasse la pobreza, significólo cuando dixo: «Las zorras tienen cuevas, y las aves del Cielo, nidos en que recogerse, y el Hijo del Hombre no tiene donde recline la cabeça». Siempre que se aposentava era en casas agenas; si comía, era en mesa agena; y en su muerte fue su cuerpo embuelto en sábana agena, y sepultado en sepulcro ageno.
Esta doctrina dexó a sus Apóstoles, y aunque les fuessen ofrecidos grandes tesoros de algunos que recibían el Cristianismo, y riquezas para el uso común, ellos, siguiendo la pobreza, quisieron ser dispensadores, y no posseedores dellas. Y a un moço rico, que preguntó al mismo Hijo de Dios qué haría para salvarse, díxole que guardasse los Mandamientos, y replicando él que los avía guardado toda su vida, el Salvador le dixo que si quería ser perfeto vendiesse su hazienda, y, haziéndose pobre, le siguiesse.
Alonso de Villegas 1594

