Los efectos del pecado mortal son: perder la amistad con Dios, matar la vida sobrenatural del alma, y condenarnos al infierno, si morimos con ese pecado .
Esto limitándose a los bienes espirituales. Pero aun en los bienes naturales, cuántas enfermedades, cuántos encarcelamientos, cuántas ruinas, cuántas desgracias de familia no tienen otro origen que un pecado contra la Ley de Dios!
EL INFIERNO ES EL TORMENTO ETERNO DE LOS QUE MUEREN SIN ARREPENTIRSE DE SUS PECADOS MORTALES.
El infierno es el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. La existencia del infierno eterno es dogma de fe. Está definido en el Concilio IV de Letrán. Siguiendo las enseñanzas de Cristo , la Iglesia advierte a los fieles de la triste y lamentable realidad de la muerte eterna, llamada también infierno .
«Dios quiere que todos los hombres se salven».
Pero el hombre puede decir no al plan salvador de Dios, y elegir el infierno viviendo de espaldas a Él. El pecado es obra del hombre, y el infierno es fruto del pecado.
«Hermanos, por el amor que tengo por ustedes, me gustaría ser capaz de asegurarles a cada uno de ustedes, con la perspectiva de la felicidad eterna diciendo: Es seguro que iras al paraíso, el mayor número de cristianos se salva, por lo que también tú te salvarás. Pero, ¿cómo puedo darles esta dulce garantía si se rebelan contra los decretos de Dios como si fueran sus peores enemigos? Veo en Dios un deseo sincero de salvarlos, pero encuentro en ustedes una inclinación decidida a ser condenados. Entonces, ¿qué voy a hacer hoy si hablo con claridad? Yo seré desagradable para ustedes. Pero si yo no hablo, voy a ser desagradable para Dios.
No es vana curiosidad, pero una precaución saludable proclamar desde lo alto del púlpito ciertas verdades que sirven maravillosamente para contener las indolencias de los libertinos, que siempre están hablando de la misericordia de Dios y de lo fácil que es convertir, que viven sumidos en toda clase de pecados y se quedan profundamente dormidos en el camino al infierno. Para su desilusión y para despertarlos de su letargo, hoy vamos a examinar esta gran pregunta: ¿Es el número de cristianos que se salva mayor que el número de cristianos que se condena?
Almas piadosas, pueden irse; este sermón no es para ustedes.
¡Ay de vosotros que mandan a otros! Si tantos son condenados por vuestra culpa, ¿qué va a pasar con ustedes? Si pocos de los que son primeros en la Iglesia de Dios se salvan, que va a pasar con ustedes? Tomemos todos los estados, ambos sexos, todas las condiciones: maridos, esposas, viudas, mujeres jóvenes, hombres jóvenes, soldados, comerciantes, artesanos, pobres y ricos, nobles y plebeyos. ¿Qué podemos decir acerca de todas estas personas que están viviendo tan mal? El siguiente relato de San Vicente Ferrer les mostrará lo que ustedes pueden pensar de ello. Relata que un archidiácono en Lyon renunció a su cargo y se retiró a un lugar desierto para hacer penitencia, y que murió al mismo día y hora que San Bernardo. Después de su muerte, se apareció a su obispo y le dijo: “Sabe, Monseñor, en el mismo momento que morí, treinta y tres mil personas también murieron. De esta cifra, Bernardo y yo fuimos al cielo sin demora, tres se fueron al purgatorio, y todos los demás cayeron en el infierno”. Nuestras crónicas relatan un suceso aún más terrible. Uno de nuestros hermanos, bien conocido por su doctrina y santidad, estaba predicando en Alemania. Representó a la fealdad del pecado de impureza tan fuertemente que una mujer cayó muerta de tristeza en frente de todos. Entonces, volviendo a la vida, dijo, “Cuando me presente ante el Tribunal de Dios, sesenta mil personas llegaron al mismo tiempo de todas partes del mundo, de este número, tres fueron salvadas al ir al purgatorio, y el resto fueron condenadas”.
San Leonardo de Puerto Mauricio

