Un gran error que ha producido muchos males es el indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida por los engaños de los impíos, que enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres. Enseñaba el Papa Gregorio XVI. En la Encíclica Mirari vos, n. 9, 15 de agosto de 1832
Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo (Ef 4, 5), entiendan, los que piensan que por cualquier camino se logra la salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo (Lc 11, 23) Son Anticristos.
Es pecado creer que no exista algún absoluto, y por tanto tampoco una verdad absoluta, sino solo ¿una serie de verdades relativas y subjetivas?
Le preguntaron una vez a Urogario.
“No hablaría, ni siquiera para quien cree, de verdad “absoluta”. Barruntó
Estas palabras nos remiten a Pilatos, quien desorientado se preguntaba:
“¿Qué es la verdad?” (Jn 18, 38).
Para esto vine al mundo, dijo Jesús, para dar testimonio de la verdad; todo aquel que pertenece a la verdad, escucha mi voz. Jua 18:37
Jesús ya lo había respondido: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre si no es a través de mí». Juan 14:6
Porque la ley fue dada por Moisés; Pero la gracia y la verdad vino por Jesucristo.» Jua 1:17
En verdad, en verdad os digo que el que escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene la vida eterna y no es juzgado, porque pasó de la muerte a la vida. Jua 5:24 pero el que no cree, ya está condenado.
El relativismo o la negación de lo absoluto, ha llegado hasta el punto de negar la existencia de la divina Revelación: la Palabra de Dios se limitaría a una exhortación, genérica, determinada por una Moral de situación, esto es, la negación de una competencia doctrinal específica sobre normas morales determinadas, y absolutas, que niegan el contenido propio de la Revelación, tesis incompatibles con la doctrina católica. Dirá Juan Pablo II. En la Encíclica Veritatis splendor, n. 37, 6 de agosto de 1993.
Estamos en los tiempos en que se elaboran propuestas teológicas, en las cuales la revelación cristiana, el misterio de Jesucristo y de la Iglesia, -por la acción del tío de Urogario-, pierden su carácter de verdad absoluta y universal, mientras arrojan sobre ellos la sombra de la duda y de la inseguridad, tanto que proponen , sobre todo Barjuda, se eviten términos como “universalidad” o “absolutez”, para minimizar la diferencia absoluta de Jesucristo con relación a las sectas y falsas religiones.
Jesús es, el Verbo de Dios hecho hombre. Recogiendo esta conciencia, el Concilio Vaticano II enseña: “El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, es el fin de la historia humana, ‘punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización’. “Es precisamente esta singularidad única de Cristo la que le confiere un significado absoluto y universal, por lo cual, es el centro y el fin de la historia: ‘Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin’ (Ap 22, 13)”