El concilio del año 50 en Jerusalén, decidió que los gentiles convertidos al cristianismo no estaban obligados a mantener la mayor parte de la Ley de Moisés e hizo, sin embargo, conservar las prohibiciones de comer sangre, la carne que contiene la sangre, la carne de los animales muertos no adecuadamente, y sobre la fornicación y la idolatría.
Urogario sembrando cizaña y desconociendo que Jesucristo declaró, sobre su misión en la tierra, no haber venido a abolir da ley y los profetas, sino a darles pleno cumplimiento, ofreciendo la anhelada paz, pero no la que da el mundo sino “su” paz y prometió la felicidad, pero como recompensa a los justos y los que sufren por su nombre (cf. Mt 5, 3-12).
En Cambio Barjuda manipula la realidad al decir que: “El Concilio de Jerusalén, estableció, tras no pocas fricciones, las pocas y sencillas reglas que los nuevos conversos al Evangelio debían observar. .. Se reúnen, y cada uno da su opinión. Buscan el camino de la oración y del diálogo. Y así, los que estaban en posiciones opuestas, dialogan y se ponen de acuerdo. ¡Eso es obra del Espíritu Santo!
La decisión final se toma en concordia. Y, es fruto de un acuerdo entre diversas maniobras y estratagemas que sembraban cizaña. El Espíritu es el que hace la novedad, mueve la situación para avanzar, crea nuevos espacios… Esto remueve, pero también es lo que, al final, crea la unidad armoniosa entre todos.”, y Poco después añadiría “el propósito del Sínodo, no es producir documentos, sino ‘plantar sueños, sacar profecías y visiones, permitir que florezca la esperanza, inspirar confianza, vendar heridas, tejer relaciones, despertar un amanecer de esperanza, aprender unos de otros y crear un ingenio brillante que iluminará las mentes, calentará los corazones y dará fuerza a nuestras manos”
Suena tan bonito…
Pero veamos de cerquita, lo que dice al respecto Juan Pablo II: Una comunión que traiciona la verdad es injuriosa a Dios. Ese concilio sigue siendo un testimonio luminoso de cómo hay que servir a la verdad sin componendas. 30 de junio de 1996
Pío XII pregona que No es lícito disimular la verdad con el pretexto de promover la concordia
Pío X en la Encíclica Notre charge apostolique, enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos, sino es necesaria la unión de los espíritus en la verdad, la unión de las voluntades en la moral, para el bienestar de la sociedad, porque La fraternidad no puede ser tolerancia del error y no podemos silenciar o usar términos ambiguos al referirse a lo que la verdad enseña. Porque fuera de la verdad nunca podrá haber una unión verdadera. Dice la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Las Sagradas Escrituras, nos advierten sobre “novedades” que NO provienen del Espíritu Santo Una confusión sembrada por los judaizantes en la raíz del Concilio de Jerusalén
El III Sínodo de Valence, advierte sobre las “novedades” que fomentan contiendas, que es lo que Barjuda pretende como buen disociador, para crear caos entre los católicos, debemos Evitar con todo empeño las novedades de las palabras y las presuntuosas charlatanerías por las que puede fomentarse entre los hermanos las contiendas
Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se buscarán una multitud de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas” (2 Tim 4, 1-4).
La novedad sólo es valiosa cuando confirma la verdad, El Catecismo Mayor de San Pío X, nos advierte que En el Concilio, los Apóstoles se opusieron, a los que corrompían la fe, recordemos que figuras como simón el Mago querían infiltrarse para destruir la obra de Dios y San pedro tuvo que hacer un exorcismo que culminó en la muerte del Maniqueo sectario.
San Pablo tampoco admitió concesiones “Di este paso por motivo de esos intrusos, esos falsos hermanos que se infiltraron para esclavizarnos. Pero ni por un momento cedimos a su imposición, a fin de preservar para vosotros la verdad del Evangelio. (Gal 2, 1-5)