Para los católicos la exégesis es importantísima, mucho más que para los protestantes, quienes no vacilan en sacrificar libros enteros de la Escritura cuando no se ajustan a sus prejuicios o dogmas teológicos (fue el caso de Calvino y Lutero, quienes suprimieron de la Biblia los dos libros de los Macabeos porque evidenciaban la existencia del Purgatorio). Y se ajustaron al código Jamnia que los Fariseos, -sobrevivientes a la destrucción de Jerusalén- presentaron para negar la encarnación del Mesías luego de Matarle y pedir que su sangre cayera sobre ellos y sus descendientes, haciéndose igualmente culpables a los deicidas. Incluso Lutero y sus secuaces querían eliminar libros como Santiago e incluso el apocalipsis, porque allí se habla de santidad y Obras.
Basta conocer algo, de la literatura patrística (San Justino Mártir, San Cirilo de Alejandría, San Agustín, etc.), para maravillarse del rigor y de la profundidad con que los Padres desarrollaron la exégesis escriturística (a la luz de la Tradición). Cuando terminó el periodo patrístico, la exégesis se continuó desarrollando, alcanzando cotas de perfección insospechada, baste leer a Lagrange para probarlo.
Para un católico, el Papa no es la autoridad última: la autoridad última es Dios. De hecho, la iglesia ha condenado a 35 antipapas y ha declarado anatema a otro,s por no defender la Fe que recibimos de Jesús, el Mesias. Fue Dios mismo el que fundó una Iglesia docente para enseñarnos las verdades reveladas, con San Pedro y sus sucesores a la cabeza, como consta en las Escrituras:
«Cristo hizo a San Pedro fundamento de toda su Iglesia, es decir, garante de la unidad y solidez inquebrantable de la misma, y prometió además a su Iglesia una duración imperecedera (Mt. 16, 18). Y Lucas 22 31 añade, Simón, Simón, Satanás os busca para ahecharos como trigo;’ pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos”. Demostrando que Pedro es papa en la medida que sea depositario de la verdadera Fe transmitida por el Mesías y cuando duda, el Mismo Jesús le dice, Apártate Satanás.
La unidad y solidez de la Iglesia no son posibles si no se conserva la fe verdadera. Luego Pedro, cuando propone oficialmente una verdad de fe, actúa en nombre de Cristo. Así, es verdad que la Iglesia ha de perdurar tal como Cristo la fundara. Cuando se desvíe, llegará lo que dice en apocalipsis, pues se daría la apostasía, necesaria para la segunda venida.
Aparte de esto, Cristo concedió a Pedro (y a sus sucesores) un amplio poder de atar y desatar. Y como en el lenguaje de los rabinos atar y desatar significa interpretar auténticamente la ley, de ahí que, con esta expresión, Cristo le conceda también a la iglesia el poder de interpretar auténticamente la ley de la Nueva Alianza: el Evangelio. Y aplicar sus dogmas.
Cristo instituyó a Pedro (y a sus sucesores) como supremo pastor de toda su grey (Jn. 21, 15-17). Al cargo de supremo pastor pertenece el enseñar la verdad cristiana y preservarla del error. Pero esta misión no podría llevarla a cabo si él mismo estuviese sujeto a error en el desempeño de su supremo ministerio de enseñar. Cristo oró por Pedro para que tuviera firmeza en la fe y le encargó que confirmara en ella a sus hermanos; Lc. 22, 31 y ss.: ‘Simón, Simón, Satanás os busca para zarandearos como trigo; pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos’.
El papel director que Pedro desempeña en la comunidad cristiana primitiva muestra que sabía cumplir el encargo del Maestro. Sin embargo, ello no impide que san Pablo lo haya tenido que reprender en el concilio de Jerusalén, lo que demuestra que Pedro es también humano y se tiene que confesar y sobre todo, que la conversión es un estado de vida permanente.
Pedro como cabeza de la Iglesia, representa esta conversión permanente, pues el peligro en que la fe se halla, en todos los tiempos, hace que sea un deber imperioso del príncipe de la Iglesia el corroborar a los fieles en la fe cristiana. Y para cumplir eficazmente con esta misión es necesario que los Papas gocen de una conversión permanente en materia de fe y costumbres». Ya que el enemigo muda su forma de atacar, Pedro debe estar pendiente de estos ataques para prevenir a sus hermanos, de no hacerlo la iglesia será vencida y como Dios ha prometido que las puertas del infierno no prevalecerán, estaríamos hablando del momento de un castigo apocaliptico.
De las anteriores enseñanzas bíblicas se deduce que el católico obedece al Papa cuando éste propone infaliblemente verdades relativas a la fe y las costumbres (Magisterio extraordinario o ex-cathedra), y cuando, en el ejercicio de su Magisterio ordinario, repite el Papa lo que ha sido creído por la Iglesia siempre y en todas partes, desde los Apóstoles hasta nuestros días, pero si el Papa propone, solo, o en Concilio, una doctrina contraria a las Escrituras o a la Tradición (asemejándose así a Calvino, a Lutero y a otros herejes de triste memoria), el católico desobedece y resiste, en lo cual se evidencia que el Papa no es la autoridad última, pues, como dijo San Pedro, «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres».
El Papa Honorio I, elegido Papa el año 625, guardó silencio ante la herejía monofisita en lugar de combatirla y, por ello fue excomulgado, tras su muerte, por el sexto Concilio ecuménico (III Concilio Constantinopolitano).
El Papa Vigilio sufrió la misma suerte y Anacleto II otro papa de nombre Pierleoni, un judío que usurpó el papado también murió Hereje.
Esto demuestra que en la Iglesia la Papolatria es un Mito y si alguna ves surgiera otro papa Hereje, seria condenado y anatemizado, luego de darle la oportunidad de convertirse, pero si sus errores fueran tan graves que arrastraran a toda la iglesia, sería el tiempo del castigo Divino.
«Anatematizamos y declaramos maldito al Papa Honorio, quien no esclareció a esta Iglesia Apostólica con la doctrina de la Tradición Apostólica, sino que permitió por una traición sacrílega que fuera deshonrada la fe inmaculada. No apagó, como correspondía a su autoridad apostólica, la naciente llama de la herejía, sino que la mantuvo por su negligencia y consintió que fuera profanada la fe sin mancha de la Tradición apostólica, recibida de sus predecesores».
El Papa Adriano II escribió en la segunda mitad del siglo IX: «El Papa Honorio I fue anatematizado después de su muerte, Es menester recordar que fue acusado de herejía, único crimen que legitima la resistencia de los inferiores a los superiores, y el rechazo de sus doctrinas perniciosas». Esta condena del Papa Honorio I fue confirmada por varios Sínodos hasta nuestros días.
Durante el Pontificado de Pascual II (1099-1118). El emperador Enrique V, secuestró al Papa, le obligó a unas concesiones y promesas irreconciliables con la doctrina católica. Una vez obtenida su libertad, el Papa Pascual II titubeó largo tiempo, antes de retractarse de los actos cometidos bajo secuestro.
Entonces se levantó la desaprobación en toda la Iglesia en contra del Papa, pues era sospechoso de herejía.
San Bruno de Segni escribió al Papa: «Yo os estimo como a mi padre y señor. Debo amaros; no obstante, he de amar más a Aquel que nos creó a Vos y a mí. No apruebo el pacto que firmasteis, tan horrible, tan violento, hecho con tanta traición y tan contrario a la piedad y a la religión. Tenemos los cánones y las constituciones de los Padres, desde el tiempo de los Apóstoles hasta Vos; los Apóstoles condenaban y expulsaban de la comunión de los fieles a todos los que se infiltraban. Esta determinación de los Apóstoles es santa y católica, y el que la contradijere no sería católico, porque sólo son católicos los que no se oponen a la fe y a la doctrina de la Iglesia Católica, y los que se oponen obstinadamente a la fe y a la doctrina de la Iglesia Católica son herejes».
El arzobispo Guy de Viena, futuro Papa Calixto II, convocó un sínodo en el que participaron, entre otros obispos, San Hugo de Grenoble y San Godofredo de Amiens, el Sínodo anuló los decretos que el emperador había arrancado del Papa y el Papa se retractó frente a un Sínodo reunido en Roma.
El Papa Inocencio III dijo: «La fe me es hasta tal punto necesaria, que teniendo a Dios como único juez de todos mis otros pecados, yo podría, sin embargo, ser juzgado por la Iglesia a causa del pecado que pudiera llegar a cometer en cuestiones de fe».
Lo anterior, relativo a Honorio I y otros Papas herejes, como Liberio, puede completarse con cualquier manual de Historia de la Iglesia, esto es suficiente para probar que, según la doctrina católica, la autoridad última no es el Papa, sino Dios.