En 1 Timoteo 4 San Pablo advierte sobre las seducciones del mundo, “el Espíritu claramente dice que en los últimos tiempos apostatarán algunos de la fe, dando oídos al espíritu del error y a las enseñanzas de los demonios, embaucadores, hipócritas, de cauterizada conciencia”.
La conciencia cauterizada, es aquella que ya es insensible a los mayores pecados y parecen ciegos ante la realidad del pecado; consecuentemente parecen insensibles ante sus faltas y crímenes, suele darse en quienes se han habituado y se aferran pertinazmente a sus pecados. Al pecador impenitente o contumaz.
La conciencia es la voz de Dios, entonces debemos añadir que también el remordimiento es un llamamiento de Dios al pecador, una gracia iluminativa; cuya privación en las conciencias, que se llaman cauterizadas es ya un temible castigo. «En las personas que van de pecado mortal en pecado mortal –enseñaba San Ignacio en el Libro de sus Ejercicios– … el buen espíritu usa… punzándoles y remordiéndoles las conciencias por la sindéresis de la razón». Este llamamiento de Dios tiene algo mucho de misericordioso, como se manifiesta en algunos episodios bíblicos. Caín después de matar a Abel exclama: Grande e insoportable es mi pecado (Gn 4,3-16); Judas grita su pecado diciendo: Pequé entregando sangre inocente (Mt 27,3-10). «No hay cosa que más agobie el alma –predica San Juan de Ávila– que tener un pecado en el álma, agravada la conciencia con remordimiento, y con sentimiento, que te digas tú a ti mismo, viéndote perdido por el pecado: ¡Oh pecador! Malo vas, infierno tienes, perdido te has; justicia tiene Dios. Que te condenará por lo que has hecho contra Él. ¿Cómo te puedes sufrir a ti mismo? ¿Cómo cabes en ti? ¿Cómo no revientas?». Este es el primer paso para el arrepentimiento que concluye en la conversión.
En el antiguo testamento se advierte, a partir de Ezequiel, un recrudecimiento de las fuerzas del mal, en los últimos tiempos, venciendo a las cuales se establecerá por fin el reino de Dios, Pablo afirma que el Espíritu Santo anuncia expresamente, para los últimos tiempos, un levantamiento de las fuerzas del mal.
La conciencia cauterizada. Es aquella que, por la costumbre de pecar, no le concede ya importancia alguna al pecado y se entrega a él con toda tranquilidad y sin remordimiento alguno.
Es el sentimiento de culpabilidad demasiado débil, el que se encuentra en muchos psicópatas criminales que toman una actitud de indiferencia cínica ante sus actos. Esta actitud de las personalidades psicóticas que presentan una frialdad afectiva muy típica. Son insensibles al dolor ajeno y aun al propio, perverso, carece de conmiseración y puede llegar a causar daño sólo para divertirse. Gente dura, sin vibración afectiva social. Dicho déficit afectivo influye, en la esfera moral, con diversas desviaciones éticas como el «amoralismo», que consiste en la carencia de sentimientos morales de culpabilidad, deber y remordimiento; y el «inmoralismo», que añade cierto egocentrismo exacerbado que puede conducir a acciones delictivas e incluso al crimen.
Este sentimiento es hoy «culturalmente masivo», propio de una «cultura de la muerte», que necesita crear una conciencia común que se ajuste a sus principios, y tal es la conciencia «cauterizada». Esta conciencia se manifiesta y se alimenta en la sistemática violación de la ley moral respecto de los valores más fundamentales y sagrados, como, por ejemplo, la vida humana en sus estadios más inocentes y desamparados.
Hay que acostumbrarse a oír la voz de la conciencia, que es el eco de la voz de Dios.
Cuando el estado de cosas llega a su colmo y paroxismo, da origen a la llamada conciencia cauterizada. Es aquella que, por la costumbre inveterada de pecar, no le concede ya importancia alguna al pecado y se entrega a él con toda tranquilidad y sin remordimiento alguno.
El pecador ha descendido hasta el último extremo de la degradación moral. Peca con cínica desenvoltura, alardeando a veces de «despreocupación», «amplitud de criterio» u “Orgullo” y otras sandeces por el estilo. Se ríe de la gente honrada y piadosa. Es del todo insensible a toda reflexión moral, que ni siquiera suele irritarle: se limita a despreciarla cínicamente, lanzando una sonora carcajada.
Sólo un milagro de la divina gracia, que Dios realiza raras veces, podría salvar a este desdichado o a esta sociedad entera, de la espantosa suerte que le espera más allá del sepulcro. La Sagrada Escritura dice que; es un «ser odioso y corrompido que se bebe como agua la impiedad» (Job 15,16) y que, «conforme a la dureza e impenitencia de su corazón, va atesorando ira para el día del justo juicio de Dios» (Rom. 2,5; I Tim. 4,2-3). El impío recibe su merecido en esta vida, por eso se llama a este periodo últimos tiempos, ya que el pecado colectivo obliga a la intervención de Dios.
«¡Oh Dios, de quien procede todo bien!, da a tus siervos suplicantes que pensemos, inspirándolo tú, lo que es recto y obremos bajo tu dirección, nosotros como católicos tenemos el sentido de Cristo» (1 Cor. 2,16), que es la garantía más segura e infalible para la recta formación de la conciencia. Los Santos por la práctica de la virtud heroica, se han dejado dominar enteramente por el Espíritu Santo, que, les posee y gobierna con sus luces divinas, haciéndoles penetrar hasta lo más hondo de Dios (1 Cor. 2,10).
Maranatha
