Existe una rara condición o enfermedad, en la cual el paciente ve las cosas, pero no puede definir qué es. Mira un objeto y lo describe: “es una porción de cuero rectangular, con cinco apéndices irregulares de un lado”. Pero, cuando toca y palpa el objeto, de inmediato le reconoce “¡es un guante!”, aun cuando el tacto reconoce el objeto, la vista permanece ajena a ese conocimiento.
Se llegó a la conclusión de que es una alteración mecánica de la conexión del aparato óptico con alguna parte del cerebro y se la llamó: “agnosia visual”.
No se puede conocer mirando, sino sólo cuando el objeto se hace sensible al tacto – que sí está conectado – se lo reconoce, pero al soltarlo sigue siendo aún indefinible para la vista.
La causa del corte en la conexión es un asunto ajeno al conocimiento de la ciencia, ¿quizá un virus, una bacteria, un susto, una gran emoción, un condicionamiento social…? Lo importante es descubrir esa conexión y ver si es posible reconectarla.
Hay otro mal que se está haciendo viral, que es algo así como “agnosia moral”.
De un tiempo para aca, muchas buenas personas aun viendo las conductas de quienes los rodean no alcanzan a emitir un juicio moral sobre sus actos, sólo podemos afirmar que se trata de una especie de corte mecánico, entre la facultad de la visión de los hechos y aquella parte del cerebro que produce un juicio moral, ya que, al igual que el caso médico, estos pacientes comienzan a reconocer el carácter moral, de aquello que simplemente ven con indiferencia, cuando llega el “tacto moral”; es decir – en este caso – cuando llega el dolor, cuando “duele”.
Incluso se predica desde los púlpitos la tolerancia, por lo que se cree que la agnosia moral podría ser inducida. Quien soy yo para juzgar.
¿Cuántas veces vemos padres y madres que ven las vidas y acciones impías de sus hijos sin lograr hacer un juicio moral?: la nena se viste y comporta como una gata en celo, haciendo rituales mágicos y el nene juega con muñecas, ambos responden a los mimos, son adolescentes hasta los 50 con el síndrome de Peter Pan, pero impermeables a todo intento de autoridad. Sus padres lo ven, pero no aciertan a saber qué significa, hasta que “tocan”, es decir, hasta cuando les “duele”; cuando la nena preñada los llama desde la clínica de abortos, por enésima vez o el nene les trae a casa un fulano y lo presenta como novio. O cuando aparecen videos del niño en una fiesta drag Queen o en ritos ocultistas.
Recién allí parecieran reaccionar – Pero siguen sin encontrar nexo con lo anteriormente visto- y solo aciertan a exclamar “¿¡Qué nos ha pasado!? ¡¿Qué hicimos para merecer esto?!”. Pero pasado el dolor – el tacto- vuelven a ver sin reconocer el engendro.
Esta condición se introdujo en la iglesia, los sermones y las prédicas completamente vacuos y babosos. O abiertamente herejes, “los pecados de la cintura para abajo ya no son pecado”, Cristo desciende de paganos, la virgen es una santita que hace milagros baratos, las católicas se reproducen como conejos o parecen pepinillos en vinagre o simplemente comentan alegremente las confesiones de los fieles, lo que produce risas en la comunidad. Esto hemos visto, y se puede describir, como se describe aquel pedazo de cuero con cinco apéndices, pero no se alcanza a concebir su significado; No hay criterio, no hay juicio que pueda emitir algún justo. Con la conciencia cauterizada se quedan indiferentes y siguen concurriendo todos los domingos comulgando primero de pié, luego en la mano. Convierten las iglesias en estridentes ceremonias. De hecho todavía hay gentes buenas que lo ven todo, ven la misa celebrada por un drag queen, un fantoche o un agnósico moral, casando animales en los altares, bendiciendo uniones nefandas, o celebrando el Halloween en las parroquias, burlándose de Dios y no logran emitir un juicio.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, mientras los agnosicos morales exigen tolerancia a pecados terribles que su conciencia cauterizada no quiere reconocer, pero que Dios ya condenó.
