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Luminosidad

El fenómeno del Aura o resplandor. Algunos santos irradian cierta claridad resplandeciente durante las horas de la contemplación y éxtasis. Ya en la Sagrada Escritura constan los de Moisés al descender del Sinaí y el de Nuestro Señor Jesucristo en la cumbre del Tabor, si Dios hacía resplandecer Su Rostro sobre Israel, este recibía paz y bendición, Números 6:25.

Entre los santos se produjo el fenómeno—entre otros muchos—en San Luis Beltrán, San Ignacio de Loyola, San Francisco de Paula, San Felipe Neri, San Francisco de Sales, San Carlos Borromeo, el santo Cura de Ars, etc., etcétera.

En la naturaleza Se dan casos de fosforescencia animal. Tales como los de ciertos insectos—luciérnagas o gusanos de luz—; ciertas bacterias, como las que contaminan las carnes o el pescado y los hacen luminosos en la obscuridad; protozoarios (fosforescencia del mar); vegetales (champiñones y algas); los pólipos; ciertos pescados, provistos de órganos luminosos sobre la cabeza, escorpiones del desierto, calamares, etc.

La fotogenesia animal requiere humedad, una temperatura favorable y oxígeno para la vida celular (aunque acaso no para la luminosidad misma). Se ha establecido que la luciferasa y la luciferina, producen luz e incluso se ha inoculado en seres humanos en viales, con el objeto de marcarlos o con fines científicos y en cierto chip que quieren implantar. A base de gra f eno. Bajo la dependencia del sistema nervioso; la excitación a distancia la aumenta; los anestésicos (éter, cloroformo, etc.) la disminuyen; la estricnina la estimula, etc. Nada de esto aparece en los fenómenos de luminosidad mística.

Se han comprobado fenómenos luminosos en las sesiones espiritistas. Consisten generalmente en una especie de fuegos fatuos flotantes en el aire, que parecen verse como velados a través de una cortina. Suben, bajan, van a derecha e izquierda, etc, se dan siempre en el aire, jamás en el rostro o en el cuerpo de los médiums. Una de ellas—miss Burton—presentó una saliva fosforescente, que podría relacionarse con el mucus luminoso de los moluscos. La explicación de estos hechos habrá que buscarla la mayoría de las veces en el fraude y el engaño. Es facilísimo provocar en el aire ciertos fenómenos pirotécnicos, teniendo en cuenta, sobre todo, el ambiente de semiobscuridad y de misterio en que suelen desarrollarse los ritos espiritistas, reiki, constelaciones, canalizaciones y otras formas de invocaciones. Estos fenómenos luminosos pueden ser producidos por influencia diabólica. El demonio tiene, sin duda, infinidad de recursos naturales para proyectar en el rostro o cuerpo de la persona escogida un foco de luz que dé la sensación aparente del fenómeno que venimos estudiando. Incluyendo proyección laser o el uso de inteligencia artificial y hasta drones.

En todo caso, las reglas de discernimiento serán las mismas de siempre. Habrá que examinar en cada caso si la persona de la que salen esos rayos es virtuosa y santa; si se produce durante un acto religioso, un éxtasis, un sermón, una oración o después de comulgar; si es resultado de los efectos de la gracia, de conversiones duraderas, etc.; si es sólo una centella brevísima, a la manera de chispa eléctrica, o si se prolonga el fenómeno por tiempo notable o se repite muchas veces; si en todo el conjunto de circunstancias que rodean al fenómeno y a la persona que lo experimenta nada hay desedificante, nada que trascienda a vanidad, orgullo, superchería, etc., sino que, por el contrario, todo es serio, religioso, edificante, santo, sobrenatural.

Los fenómenos de luminosidad comprobados en la persona de los santos no pueden explicarse naturalmente. Son una especie de irradiación exterior de la intensa sobrenaturalización alcanzada por el alma o una comunicación anticipada de la claridad del cuerpo glorioso. Esta conclusión tiene dos partes y hay que probarlas por separado.

PRIMERA PARTE.—Que el fenómeno no puede explicarse naturalmente, es cosa clara. Ya hemos visto las características de la fosforescencia animal y los «resultados» obtenidos en las sesiones espiritistas. Unas y otros distan infinitamente de los fenómenos observados en los místicos. Luego, suponiendo que no se trata de fenómenos diabólicos, su origen tiene que ser sobrenatural.

SEGUNDA PARTE.—Se les puede considerar como un efecto de la divinización del alma y de su predominio sobre el cuerpo. Es una ley del compuesto humano que el alma proyecte sobre la carne sus propios reflejos. Cuando el alma está sometida al imperio de los sentidos, de la carne, el exterior del hombre refleja claramente esta vergonzosa esclavitud. Si la vida sobrenatural reina esplendorosa en el interior, la expresión externa se vuelve pura, luminosa, resplandeciente, como la hoguera divina de donde dimana, el alma puede por su propia virtud hacer resplandecer sobre sus órganos algo de su pureza, de su serenidad, de sus iluminaciones íntimas; pero no podrá—sin salir del orden actual de la naturaleza humana—derramar sobre ellos verdaderos rayos de luz material visible a los ojos de todos. Es preciso, para explicar el fenómeno en toda su amplitud levantar la mirada más arriba y ver en él, anticipadamente, una irradiación gloriosa de la claridad de los bienaventurados en el cielo.

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De #bottegadivina

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