Como Padres apologistas, se les conoce a aquellos Padres de la Iglesia que surgieron a partir de finales del siglo ii d. C., cuando con la muerte de los discípulos de los apóstoles se extinguían las referencias más directas a la vida de Jesús y de los orígenes de la época apostólica. En esta etapa, los cristianos solo tenían como referencia las Escrituras y la Tradición Apostólica, y por ello lucharon para hacer frente a los peligros que amenazaban la existencia misma de la Iglesia naciente. Los Padres Apologistas se encargaron de defender el cristianismo en un momento en que, además de las persecuciones de las autoridades civiles, surgieron nuevos ataques teológicos por parte de paganos, y miembros de la propia Iglesia, o Herejes.
Estas primeras generaciones de escritores cristianos aún vivieron en la persecución y se les conoce como Apologistas por la defensa que hacían del cristianismo frente a los paganos o gentiles y otras doctrinas de la época. Entre ellos destacan Justino Mártir, Ireneo de Lyon, Hipólito de Roma, Novaciano, Tertuliano; formando la Escuela de Alejandría, Orígenes —el padre de la Teología—, Panteno, Cipriano de Cartago y Clemente de Alejandría; y, de la Escuela de Antioquía, Luciano de Antioquía. A diferencia de los escritos de los Padres apostólicos, que iban dirigidos a las comunidades cristianas para su instrucción y edificación, las apologías iban dirigidas generalmente a un público no cristiano, a las autoridades o representantes del Estado.
Estos autores se suelen agrupar bajo el nombre de «Apologetas», aunque no siempre su intención se limitaba a la simple apologética o defensa del cristianismo: en muchos de estos escritos hay además una verdadera intención misionera y catequética, La apología se presenta en dos formas: en escrito defensivo, dirigido directamente a las autoridades políticas y al mismo emperador, e indirectamente a la opinión pública, sobre todo a los paganos cultos; y también en forma de diálogo, para resaltar las diferencias entre el judaísmo y el cristianismo, y la superioridad de este último. Era el dialogo que la iglesia establecía con el mundo, para levantar el velo del engaño que se había tendido sobre la iglesia con las calumnias surgidas desde la sinagoga, ateísmo, ser enemigos del género humano, y otras de más baja ralea como el canibalismo al expresar como antropofagia el consumo del cuerpo y sangre de Cristo en las formas sagradas y en los institutos de pensamiento pagano mal influenciados, que atribuían a la magia la transustanciación y la resurrección de Jesús.
Las corrientes gnósticas constituyen el primer intento de dar una explicación racional de la fe, adaptándola a la cultura de su tiempo y acogiendo los mitos de las religiones orientales. Reduciendo el milagro de la encarnación y resurrección a mitos y leyendas como se sigue haciendo.
El Espíritu Santo suscitó hombres de inteligencia privilegiada que, empuñando las armas de la razón, hicieron frente a estos errores y mostraron el carácter racional y verdadero de la doctrina cristiana.
Los apologistas, al expresar el mensaje cristiano de una manera clara, para los no cristianos, lo hacen según las características mentales del mundo. La apologética representa así, el explicar el cristianismo de manera lógica, método que primaba en la cultura griega.
En este intento de impetrar el cristianismo en la mentalidad grecorromana, se les da prioridad a aquellos aspectos que podrían ser comprendidos con mayor facilidad dentro de esa mentalidad, como por ejemplo, la bondad de Dios manifestada en el orden del universo, su unicidad, la excelencia moral de la vida cristiana y la esperanza a la inmortalidad. Por esta razón, los misterios de la salvación por Cristo crucificado y resucitado, o la transustanciación que los paganos más difícilmente podían comprender, quedan como en un segundo plano. De ahí que la aportación más importante de la apologética cristiana primitiva es la de que Dios, es el Dios universal y salvador de todos los pueblos, sin que ante Él exista la distinción entre judíos y griegos. Los apologetas, al recoger la doctrina del Dios único y salvador de todos los hombres, aseguraron la comprensión definitiva del cristianismo, frente al politeísmo pagano.
Pablo frente al areópago:
Atenienses, en todo veo que sois más religiosos que nadie, porque al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados he encontrado también un altar en el que estaba escrito: «Al Dios desconocido». Pues bien, yo vengo a anunciaros lo que veneráis sin conocer.
El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos fabricados por hombres, ni es servido por manos humanas como si necesitara de algo el que da a todos la vida, el aliento y todas las cosas.
Él hizo, de un solo hombre, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra. Y fijó las edades de su historia y los límites de los lugares en que los hombres habían de vivir, para que buscasen a Dios, a ver si al menos a tientas lo encontraban, aunque no está lejos de cada uno de nosotros, ya que en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vuestros poetas: «Porque somos también de su linaje».
Si somos linaje de Dios no debemos pensar, por tanto, que la divinidad es semejante al oro, a la plata o a la piedra, escultura del arte y del ingenio humanos.
Dios ha permitido los tiempos de la ignorancia y anuncia ahora a los hombres que todos en todas partes deben convertirse, puesto que ha fijado el día en que va a juzgar la tierra con justicia, por mediación del hombre que ha designado, presentando a todos un argumento digno de fe al resucitarlo de entre los muertos.
Cuando oyeron lo de «resurrección de los muertos», se echaron a reír. Hch 17:22,32
