Santo Tomás afirma que las cualidades de los cuerpos resucitados de los justos son la impasibilidad, la agilidad, la claridad y sutileza, se encuentran nombradas en este pasaje de San Pablo: «Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres, pero diferente es la gloria de los celestes y diferente la de los terrestres. Una es la claridad del sol, otra la claridad de la luna, otra la claridad de las estrellas. Hay aún diferencia de estrella a estrella en la claridad. Así también en la resurrección de los muertos se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción; lo que es sembrado en vileza, resucitará en gloria: lo que es sembrado en debilidad, resucitará en poder; lo que es sembrado cuerpo animal, resucitará en cuerpo espiritual», estas cualidades se mostraron en el cuerpo resucitado de Cristo. Era impasible, porque ya resucitado era inmune al dolor, ni podía ya morir. Su cuerpo poseía claridad, porque resplandecía como en el monte Tabor, y así deslumbró al resucitar a los guardias del sepulcro. Era ágil, y es prueba que podía trasladarse rápidamente a lugares lejanos. Al presentarse a los apóstoles con las puertas cerradas, revelaba que su cuerpo poseía la sutileza.
Además, el cuerpo resucitado de Cristo será el modelo del nuestro cuerpo glorioso, tal como afirma San Pablo: «Jesucristo reformará nuestro cuerpo miserable para hacerlo conforme a su cuerpo glorioso». Por consiguiente, puede afirmarse que los cuerpos resucitados gloriosos poseerán estas cuatro cualidades.
Consiste este fenómeno de sutileza en el paso de un cuerpo a través de otro.
Este prodigio tiene su prototipo en la persona divina de Nuestro Señor Jesucristo cuando en la tarde del mismo día de su gloriosa resurrección y ocho días después se presentó ante sus discípulos estando las puertas cerradas: Como relata Juan. 20,19-26.
Se citan también varios casos en las vidas de los santos. Es célebre el de San Raimundo de Peñafort entrando en su convento de Barcelona estando las puertas cerradas.
Todos los autores están conformes en que este fenómeno, cuando se da, tiene que ser necesariamente sobrenatural. No puede ser natural ni siquiera preternatural, ya que la compenetración de los cuerpos supone un milagro tan grande, que sólo puede explicarse haciendo entrar en juego la omnipotencia misma de Dios.
Los cuerpos son naturalmente impenetrables, de donde se deduce que el fenómeno de la «sutileza» es naturalmente imposible. La razón es clarísima. Como en el caso de la Eucaristía; según enseña la fe, está en ella el cuerpo adorable de Jesucristo con toda su cantidad dimensiva; sin embargo, no ocupa lugar, por haberse suspendido, en virtud de un milagro estupendo, el efecto formal secundario de la cantidad. De donde: los cuerpos pueden compenetrarse sobrenaturalmente.
Esta compenetración sobrenatural se verifica por un verdadero milagro realizado por Dios, no por una simple participación anticipada y transitoria de la sutileza del cuerpo glorioso. Esta es la explicación que da Santo Tomás incluso para el caso de Nuestro Señor Jesucristo resucitado. Según el Doctor Angélico, la sutileza del cuerpo glorioso no le confiere el poder de penetrar los cuerpos, sino que se requiere para ello un milagro de la omnipotencia divina.
Que tendrán las almas de los resucitados. «los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre (Mt 13, 43). «lo que es sembrado en vileza, resucitará en gloria» (1 Cor 15, 43); «Dios limpiará toda lágrima de sus ojos; ya no habrá más muerte; no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las cosas antiguas pasaron» (Ap 21, 4).: «Resplandecerán los justos y discurrirán como centellas en el cañaveral» (Sab 3, 7). «lo que es sembrado cuerpo animal, resucitará en cuerpo espiritual» (1 Cor 15, 44); lo que no quiere decir que sea por completo espíritu, sino que estará totalmente sometido a éste».
