En el evangelio según san Juan en el capítulo 53 Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Y luego Lucas 22 en el versículo 19 relata que Jesús, Tomando el pan, dio gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: Este es mi cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en memoria mía.
La transustanciación es aceptada por los apóstoles, está escrita en la biblia y todos los padres de la iglesia, que son santos, la practicaron universalmente hasta la herejía protestante, que, con el nombre de reforma, pretendió suspender la orden dada por cristo, haced esto en conmemoración Mia, que no es una sugerencia sino un verbo imperativo que dicta una orden, recordemos que Cristo es Dios.
1Co 10:16 El cáliz de bendición que bendecimos, o consagramos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo ?; y el pan que partimos, ¿no es la participación del cuerpo del Señor? Esta cita nos lleva a aceptar que san Pablo creía en la transustanciación.
Lutero a pesar de ser hereje, no se atrevió a limitar la presencia real de cristo en la consagración, como lo han hecho herejes más recientes, porque Cristo esta en la hostia y una vez consagrada no se aleja de ella. Si no fuera así, Jesús habría permitido una Idolatría , justamente lo que vino a abolir, por eso es lícito adorar el santísimo sacramento, que contiene el cuerpo la sangre y la Divinidad, de Dios mismo.
San Justino -que murió 60 años después de San Juan, lo mismo que todos los Padres de la Iglesia los 5 primero siglos- Nos enseña en la segunda apología de la religión Cristiana, que se enviaba la eucaristía a aquellos que no habían podido asistir a la celebración por justas Razones, -Como estar presos a puertas del Martirio- San Ireneo que gobernaba la iglesia de Lyon 20 años después de la muerte de san Justino, en su carta al papa Víctor, referida por Eusebio, enseña que por entonces era común, enviar la eucaristía a los Obispos ausentes, en señal de comunión y comunión eclesiástica.
San Dionisio Obispo de Alejandría, testifica que se guardaba el pan sagrado para los enfermos.
San Gregorio Nacianceno testifica que su hermana enferma, postrándose ante el santísimo sacramento quedó curada.
San Ambrosio testimonia que su hermano Sátiro se libró de un naufragio por la santa Eucaristía, que se ató del cuello, tanto por respeto, como confianza.
Por ello los calices son de Oro lo mismo que las custodias, porque como su nombre lo indica, custodian algo que vale mas que el oro y las piedras preciosas, el cuerpo de Dios, que las hizo.
San Cirilo de Jerusalén en el siglo IV decía que si el Propio Jesucristo, mesías encarnado, dijo “Este es mi cuerpo” ¿cómo alguien se atrevió a dudarlo después? Si en Caná de Galilea se convirtió el agua en Vino, por su voluntad, ¿no creeremos que por su misma voluntad se convierta el vino en Sangre?
La palabra de Dios, que pudo hacer de la nada, lo que no era y hacerlo lo que es, ¿no podrá hacer de lo que es, lo que no era? Se pregunta san Ambrosio y añade, este cuerpo que producimos en el sacramento -en la transustanciación- es el mismo que se creó en las entrañas de la virgen, fuera del orden de la naturaleza.
Todas las sociedades cristianas, anteriores a Lutero, cualquiera que sea su denominación, perseveran hasta nuestros días, en la misma doctrina. Incluyendo los coptos egipcios, Nestorianos de Mesopotamia Persia y la India, así mismo los ortodoxos de Constantinopla, Griegos, Moscovitas y Moldavos, Sirios abisinios, etíopes armenios, arrianos y Jacobitas, piensan todos como la iglesia católica, todas las sociedades cismáticas de Oriente siguen hoy la misma creencia en el hecho indiscutible de la presencia de Cristo en las sagradas Formas.
En el siglo xvii Dositeo Patriarca Griego de la ciudad de Jerusalén desmiente a los calvinistas y luteranos ante el embajador del rey de Francia Francisco Olier de Nointel, arguyendo que esperaba se disiparan las dudas sobre su iglesia lanzadas por los herejes protestantes, con un libro escrito y firmado por el, su predecesor y los prelados de su patriarcado y enviado al rey, en el que asegura que no puede ponerse en duda la presencia real.
Esto es lo que han creído, antes de la revolución protestante de Inglaterra y Alemania, todos los cristianos de la historia, desde los primeros tiempos del cristianismo. En la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Dudarlo es burlarse de las palabras de Dios en la escritura y torcer el sentido de las palabras pronunciadas por el Salvador.
.
