
En la Iglesia católica, el matrimonio es considerado una íntima comunidad de vida y amor creada por Dios y regida por sus leyes, que se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento irrevocable.
La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados.
Código de Derecho Canónico, can. 1055
Instituido por Dios y elevado a «sacramento» por Cristo es un signo visible de la gracia.
Ignacio de Antioquía (Ep. Polyc. 5 2) y Clemente de Roma (1Clem 38 2) autores cristianos acentúan el bien de la procreación al salir en defensa del matrimonio, que era menospreciado frente al celibato. Y bendecido por la presencia de Cristo en las bodas de Caná.
San Agustín (354-430) sostiene que el matrimonio es una cosa buena y que ha sido instituido por Dios desde «el principio».
Considerado a partir de las consecuencias del pecado original como un “remedio a la concupiscencia” según expresión de Agustín. Así la doctrina cristiana consideraba al matrimonio en relación con la finalidad procreativa y como cauce para equilibrar el desorden por debilidad sexual.
Los conflictos de pareja inician en el noviazgo cuando ambos miembros movidos por la emoción y el sentimiento están maravillados el uno por el otro y son incapaces de mostrarse tal cual son porque lo importante para ellos es conquistar al otro.
Estando ya recién casados se empieza a caer la venda de los ojos y , los malos hábitos no se pueden ocultar más, las tendencias del carácter se dejan ver, la emoción primera se desvanece y la pareja se ve obligada a aceptar la dolorosa realidad.
Hay que erradicar el rencor que se empieza a acumular.
Primero será necesario que ambos miembros estén concientes de que su relación no va bien y deseen encontrar alternativas para mejorarla, sabiendo de antemano que toda relación es perfectible y no perfecta.
Segundo. Es recomendable que se haga una lista de las cosas que le desagradan y molestan a cada uno. Para que la lista sea útil será necesario especificar muy bien lo que se desea que el cónyuge modere.
Tercero. Se sugiere ahora dialogar sobre los puntos que aparecieron en la lista de cada uno. La actitud de la pareja debe ser abierta y humilde porque se corre el riesgo de juzgar y subestimar los sentimientos del otro. Para eso será necesario escuchar con respeto y atención al cónyuge y pensar que aunque parezcan exageraciones lo que pide se modere, porque pensar en cambiar es atentar contra el espíritu que Dios creó, ése es su sentir y habrá que respetarlo.
Cuarto. Llega la hora del compromiso, es el momento de proponerse mejorar las actitudes y hábitos que los separan y los hacen sufrir. Para ello es necesario reconocer que ambos miembros necesitan esforzarse.
Quinto. El diálogo debe ser un hábito en la relación de pareja, por eso se recomienda que se busquen tiempos para hablar de lo que les preocupa, de las cosas que tienen pendientes, que establezcan por lo menos dos horas a la semana para dialogar exclusivamente de ellos, sobre su relación, su avance como pareja, sus deseos, su intimidad, etc. Muy fructífero sería que reflexionaran sobre el por qué y para qué se casaron, por qué siguen juntos, qué esperan alcanzar y que meditaran cómo debe ser el verdadero amor, revisando citas bíblicas como (Mt 19, 3-9; Rm 12, 9-18; 1Co 13, 4-8).
Sexto. Como los hábitos se vuelven virtudes se recomienda que cada miembro de la pareja escoja uno o dos días a la semana y en éstos trate de agradar con todos los detalles posibles a su pareja. Así poco a poco se aprenderá a ser generoso y se irá venciendo el egoísmo.
Existen terminos que designan problemas que surgen en las parejas, o formas que parecen normales pero que son altamente dañinas, como por ejemplo:
Parejas tormentosas, Parejas con relacion enfermiza, Parejas toxicas.
Una relación enfermiza es un patrón de conductas coercitivas, aislamiento social progresivo, privaciones e intimidaciones.
Una familia disfuncional es una familia en la que los conflictos, la mala conducta, y veces el abuso por parte de los miembros se producen continua y regularmente. Como tolerar el tratamiento inadecuado del otro, fallar en expresar lo que es un tratamiento aceptable e inaceptable, tolerancia de abuso o maltrato emocional.
Una «pareja tormentosa» se refiere a una relación amorosa caracterizada por conflictos frecuentes, discusiones intensas y desacuerdos persistentes. Este tipo de relación puede ser emocionalmente agotadora y causar estrés tanto a nivel individual como conjunto. Algunas de las razones comunes que pueden contribuir a una relación tormentosa incluyen la falta de comunicación efectiva, diferencias fundamentales en valores, expectativas no cumplidas, celos, falta de confianza y otros problemas emocionales o personales.
Curar una pareja tormentosa generalmente implica un esfuerzo conjunto por parte de ambos miembros de la pareja. Aquí hay algunas sugerencias para mejorar y curar una relación conflictiva:
Comunicación abierta y honesta: Fomentar un ambiente donde ambos puedan expresar sus pensamientos y sentimientos sin temor al juicio. Escuchar activamente a la pareja es crucial para comprender sus perspectivas.
Empatía: Tratar de entender y ponerse en el lugar del otro puede ayudar a crear conexiones más fuertes. La empatía fomenta la comprensión mutua y reduce la hostilidad.
Compromiso: Ambas partes deben estar dispuestas a comprometerse en ciertos aspectos para encontrar soluciones a los problemas. El compromiso es esencial para construir una relación saludable y duradera.
Establecer límites saludables: Es importante establecer límites claros y respetar las necesidades y deseos de cada persona en la relación. Esto ayuda a prevenir conflictos innecesarios.
Trabajar en el crecimiento personal: A veces, los problemas en la relación pueden reflejar desafíos personales. Trabajar en el crecimiento individual puede tener un impacto positivo en la relación en su conjunto.
Las personas tóxicas disfrutan hacerse las víctimas. Piensan que no se les debe responsabilizar porque no fue su culpa, aunque sí lo haya sido. Les gusta aparecer como mártires e incluso crearán situaciones para que los vean como tales. Los que se relacionan con una persona tóxica suelen acabar pareciendo los malos.
El rey Saúl es un ejemplo de una persona tóxica. Comenzó bien, pero el poder, el orgullo y los celos paralizaron su alma. Sus terribles celos hacia el joven David se manifestaron en una confusa gama de estados de ánimo. En un momento Saúl estaba tranquilo y disfrutaba de la música de David; y al siguiente intentaba matarlo (1 Samuel 19:9-10). Saúl parecía mostrar remordimiento, pero pronto volvía a perseguir a David (1 Samuel 24:16-17; 26:2, 21). Después, Saúl violó una orden estricta del Señor con el fin de que la gente pensara bien de él (1 Samuel 15). Ese pecado le costó a Saúl su reino.
Las personas complacientes son las víctimas más frecuentes de las relaciones tóxicas porque quieren agradar a la persona tóxica. No obstante, hay momentos en los que lo más inteligente es hacer un compás de espera. (Proverbios 22:24-25).
