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La Condena Eterna: Reflexiones sobre el Infierno

Juicio es el acto de justicia por el que la autoridad competente, una vez conocida la causa absuelve o condena a alguien en razón de los méritos o de los deméritos de éste.

Juicio particular de Dios es el acto de justicia por el que Dios decreta a cada uno de los hombres que salen de esta vida, el premio o el castigo, según los méritos o los deméritos de cada uno. Por tanto, diferente del juicio universal, que se realizará al fin del mundo.

Inmediatamente después de la muerte el alma del condenado va al infierno de modo definitivo, según su modo de comportarse durante el tiempo de la prueba anterior.

Catecismo 1035. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el fuego eterno» (DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). 

«Por esta constitución que ha de valer para siempre por autoridad apostólica definimos que, según la común ordenación de Dios, las almas de los que salen del mundo con pecado mortal actual, inmediatamente después de su muerte bajan al infierno donde son atormentados con penas infernales…» BENEDICTO XII (D 530s):

Lc. 16,19-31 Es la enseñanza de Jesucristo en la parábola del rico epulón este hecho.  Muere Lázaro y es llevado (al instante), al seno de Abraham y por tanto a la bienaventuranza que entonces era posible (ya que ningún hombre disfrutaba antes de la muerte de Jesucristo de la visión de Dios); muere el rico y es sepultado inmediatamente en el fuego del infierno.

Uno de los tormentos que más atormentarán a los desventurados condenados en el Infierno, será el ver que es eterno, que sus tormentos no han de tener fin, no se han de acabar. Por grandes que sean las aflicciones y penas en esta vida, consideremos que no durarán mucho, es ya un alivio. Cuando pecó Adan Dios, por darle algún consuelo, añadió: «Polvo eres, y en polvo te convertiras»; que fue decirle: «Por muchos que sean tus males, consuélate, que con la muerte acabará todo. Sólo en el Infierno el mal no tendrá fin, no habrá remisión para los condenados; por más que lloren ni se lamenten, es ya tarde».

Abner, capitán de Saúl ya muerto, y Joab, capitán de David vivo, en el Segundo Libro de los Reyes, relata la guerra que comenzó al salir el sol. Abner que iba mal, quiso rendirse a Joab, y no que le matase más gente. Pidió la paz y Joab respondió:

-Vive Dios que, si por la mañana hubieras hablado, te perdonara a ti y a los tuyos, más ya tarde es.

Así dirá Dios al pecador que estuviere en el Infierno: «Ya tarde es».

Es sumo lo que allí se padece, y le llaman los teólogos pena de daño, y es imposible definirla, pero en lo que respecta a la parte sensible puede algo entenderse por este ejemplo:

Si viésemos un hombre padecer gravísimos tormentos en todo el cuerpo, por manos de verdugos crueles y sin piedad, al extremo que no quedase,  hueso ni miembro, ni coyuntura ni parte alguna que de contino el verdugo estuviera atormentando, y por lo mismo viniese un torrente de dolores y penas sobre él; a la cabeza, jaqueca, al rostro, cáncer, a los ojos; forúnculos pustulentos, así como a los oídos, a los dientes, al estómago; y a la quijada, rabiosos dolores, a la garganta; esquinencia, al corazón, gota coral, a las coyunturas y artejos, gota artética; y, en suma, a todos los miembros, males y tormentos, los cuales durasen para toda la vida sin alivio ni pausa, ¿cómo estaría este desdichado?

Si el que padece cualquiera de estos males desea acabar con la vida, por acabar con la pena, ¿qué no sentiría y qué no desearía el que los padeciese todos juntos? Pues de esta manera, están en el Infierno las almas de los dañados, y después de la Resurrección universal, estarán los cuerpos tan llenos de males y tormentos, que no quedará esencia ni sentido, ni miembro ni parte, que no tenga su particular verdugo y dolor tan excesivo y cruel, que todos los de este mundo juntos son como pintados, en comparación del menor de los que allí se padecen. Estarán las almas llenas de tristeza y melancolía, y los cuerpos ardiendo en vivas llamas para siempre jamás. Sonará aquel forzoso llanto, aquel temblar y crujir de dientes.

Estarán los malaventurados con una rabiosa desesperación, rumiando sus carnes a bocados, y rompiendo sus pechos con suspiros y gemidos, y el gusano de su propia consciencia royendo sus entrañas, blasfemando y renegando del juez que allí los tiene, y maldiciendo y anatematizando el día en que nacieron y su triste suerte, y la malicia y obstinación de su voluntad, que fue la causa del daño.

San Cirilo, obispo de Jerusalén, hizo oración, pidiendo a Dios le mostrase qué había sido del alma de Rufo, sobrino suyo, muerto en la flor de su edad. Y un día sintió grandísimo hedor y vio al sobrino rodeado de cadenas de fuego. Echaba por la boca llamas mezcladas de humo negro; todo su cuerpo centelleaba. Espantado Cirilo de tal vista, y pregunto la causa por que se condenó, respondió, que por averse dado a juegos ilícitos y no haberlos confesado. San Augustín Epístola doscientos seis, capítulo catorce.

Josafat, hijo de Avenir, rey de la India, habiendo recibido la fe por intercesión de Barlaam, santo ermitaño, víose en grande peligro de perder la castidad por medio de una mujer que por orden de su padre fue puesta en su aposento, haciéndole ella caricias y regalos, cuando tuvo una revelación, en que le fueron revelados los tormentos que padecen los miserables condenados en el Infierno y la Gloria de los santos, y con esto se confirmó en su casto y santo propósito. San Juan Damasceno, la Vida de Barlaam, capítulo treinta y seis.

En la ciudad de Nantes, Bretaña, dos clérigos convinieron que el primero que de ellos muriese, dentro de treinta días, aparecería al otro a darle cuenta de su estado. Murió el uno, y al término señalado de los treinta días, estando de noche velando, el otro, apareció con un rostro amarillo y espantoso. Preguntándole si le conocía.

-Sí, te conozco -respondió el vivo-, maravillado de cómo cumples tu juramento.

Vengo -replicó el muerto-, aunque para poco provecho mío. Sabe que soy condenado.

-Yo -dijo el vivo- te favoreceré con oraciones y sufragios.

-De nada vale. Para siempre tengo que ser atormentado -añadió el muerto-. Y si quieres probar algo de mi tormento, extiende la mano.

De la del muerto cayó una gota de sudor sulfúreo que le pasó hasta la otra parte, dejándole con terrible tormento.

Díjole:

-A esto mismo vendrás tú si no enmiendas tu vida. Y seríate muy acertado para escusar las ocasiones que tú sabes, semejantes a las que yo tuve, entrar en religión, donde con tus letras aprovecharías a los próximos.

El otro dijo que no tenía tal propóstito. Replicó el muerto:

-Pues lee esta carta.

Vió el vivo que con letras mal formadas estava escrito en ella, cómo, de parte de Satanás y de todo el Infierno, enviaban a dar gracias a los eclesiásticos, porque por razón de no predicar la Palabra de Dios al pueblo muchos se condenaban. Con esto, el muerto desapareció y el vivo entró en la vida religiosa. Dícelo San Antonio de Florencia en su Segunda Parte Historial, título diez y seis, capítulo catorce, y primero que él, Vincencio en su Espejo Historial, libro veinte y seis; y señala que ocurrió en el año mil noventa.

-Un grupo de ociosos y vagos entraron en una taberna, y después de bien borrachos trataban diversas cosas, y al fin dieron en lo que sucederá después de esta vida a los hombres. Y uno de ellos, más borracho que todos, dijo:

-Yo creo que es invención de clérigos que sólo pretenden su interés, lo que nos quieren dar a entender de que hay otra vida y que las almas viven fuera de sus cuerpos, los demás le apoyaron con risas y burlas, por ser todos herejes borrachos. Llegó luego al mismo sitio un hombre de gran estatura, y musculoso. Se sentó a beber con ellos, y preguntándoles de qué hablaban.

-Acerca de las almas tratamos -dijo el primer borracho-, y si hallase quién me comprase la mía, se la vendería de buena gana, y con el dinero beberíamos todos largamente.

De oír esto los otros daban grandes risotadas, y el que llego de ultimo  dijo:

-Pues yo te la compraré, cuánto queréis por ella.

El borracho muerto de risa, dijo: «Dame tanto».

Pagó el precio, y se pusieron todos a beber de aquel dinero y a reir, ya tarde, dijo el que compró la alma al borracho hereje:

-Ya es Hora que cada uno vaya a su casa, y antes que nos apartemos, pregunto a los presentes: si compra alguno una bestia que está atada a un cabestro, ¿tendrá derecho también al cabestro, como a la bestia?

Estremeciéndose el que vendió su alma al oír esto, porque se iba descubriendo quién era el comprador. El cual, por ser demonio, en cuerpo y alma levantó al hereje de la tierra viéndolo todos los presentes, y se lo llevó consigo al Infierno. Lo narrado es del libro segundo De Apibus, capítulo cincuenta y cinco.

-Alberto Magno, Maestro General de la Orden de Predicadores, refirió que una mujer le confió una visión que tuvo, de la cual quedó tan espantada y afligida, que en su vida no se volvió a reír, ni cobró color, sino como si estuviera ya muerta.

Era la esposa de un caballero rico, amigo de torneos y justas, deshonesto y mujeriego. Quien Murió, una noche, ella vio cómo era atormentado por demonios. Lo armaron con armas y yelmos que tenían por dentro unas puntas aceradas, que le traspasaban de lado a lado. Uno de los demonios que asistían a su tormento dijo a los demás:

-Éste tuvo por costumbre entrar en torneos donde morían hombres, y después se bañaba y acostaba en su cama, donde le traían una mujer joven y hermosa para sus deleites; pues por el mismo orden se castigue.

Y le dieron un baño en llamas, y luego le acostaron en una cama de hierro hecha brasas, y después le pusieron a su lado una espantosa serpiente, que le rodeó su cuerpo y atormentó, de suerte que mostraba mayor sufrimiento que del fuego. Y luego se repetía eternamente. Esto fue lo que la mujer vio, la cual era muy sierva de Dios, y la visión no se apartó de su memoria en toda su vida. Tomado del Promptuario de exemplos.

*Un señor que tenía vasallos, a quienes oprimía para darse él a deleites ilícitos, cayó enfermo, y estando una noche un camarero suyo velándole, fue arrebatado en espíritu y vio a su amo, que le acusaban en el Juicio de Dios de grandes culpas y pecados, por lo cual fue sentenciado a Infierno Eterno. Llevándole millares de demonios delante de Lucifer, el cual dijo:

-Tráiganmelo aquí, para darle un beso como a fiel servidor mío.

Llegado frente a él, díjole:

-Nunca para siempre tengas paz.

Añadió el príncipe de las tinieblas, y dijo:

-Éste tuvo costumbre para placer suyo bañarse; bañadle.

Y los demonios le bañaron en un lago de fuego, y con las uñas le desgarraban. Otros le derramaban aquel fuego salitrado por la cabeza. Sacándole del baño y le pusieron en el lecho del que habla Isaías: «Debajo de ti esté polilla, y sobre ti, gusanos». Mandó Lucifer que después del baño le diesen a beber del cáliz de la ira de Dios, y bebió fuego sulfúreo, que es parte de este cáliz. Dio voces la miserable alma y dijo: «Basta ya». Pasó adelante Lucifer, y dijo:

-Acostumbrado estaba a oír instrumentos musicales; vengan los músicos.

Llegaron dos demonios con dos trompetas, de las cuales al soplar ellos, salió tanto fuego, que de sus ojos, narices y boca salían arroyos de llamas. Dijo más Lucifer:

-Tráiganlo aquí y le dijo

-Quiero que, como eras músico y cantabas diversas canciones, que me cantes aquí una.

Él dijo:

-¿Qué tengo que cantar sino que sea maldito el día en que fui nacido?

-Canta otra canción mejor -añadió Lucifer.

El condenado dijo:

-¿Qué tengo de cantar sino que sea maldita la madre que me parió?

-Otra mejor quiero que cantes -replicó el príncipe infernal.

El miserable dijo:

-¿Qué tengo de cantar, sino maldecir al que me crio y dio el ser para padecer tanto mal?

-Esso es lo que deseaba oír -dijo Lucifer.

Y con esto mandó que le llevasen a la silla que se le debía por sus obras. echandolo en un pozo de fuego, con tanto ruido que parecía hundirse el mundo. Con todo este ruido el camarero volvió en su sentido, levantándose fue a ver a su amo, y le halló muerto.

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De #bottegadivina

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