
Un 10 de octubre del año 732, en la llanura de Tours, Carlos Martel detuvo el avance musulmán que se había apoderado de España y amenazaba toda Europa, que marcó un giro decisivo en la historia universal. Aquel triunfo no solo frenó la expansión islámica, sino que permitió la consolidación de la identidad cristiana unificada bajo la guía de la Iglesia. De esa alianza entre el poder espiritual y el político nacería el Sacro Imperio Romano Germánico, la civilización occidental. Desde entonces, Europa consolidó su fe, su cultura y su sentido de unidad, proyectando al mundo un modelo de sociedad estructurado en torno al catolicismo y la idea de cristiandad. La sociedad del amor, que sería emulada en todos los rincones del mundo por su éxito, y que hoy esta siendo derrumbada.
Iconoclastas
La lucha contra el culto de las imágenes tuvo en Oriente dos fases. La primera fue promovida, y con bastante violencia, por el emperador León III el Isáurico, el año 725 con una serie de edictos que proscribían el culto y el uso de las imágenes de los santos y de los ángeles, de Cristo y de la Virgen; acabó esta fase con la muerte del emperador León IV, el año 780. A una fanática destrucción de todo un patrimonio artístico y religioso, expresión viva de la piedad popular, siguió una reacción no menos enérgica por parte de San Germán, patriarca de Constantinopla, depuesto por el emperador el año 730, y de San Juan Damasceno, los cuales, con sus escritos, no sólo refutaron la acusación de idolatría lanzada contra la Iglesia, sino que explicaron además la legitimidad y la naturaleza del culto a las imágenes; otros obispos orientales y el Papa Gregorio III condenaron el iconoclastismo. A la lucha contra las imágenes, siguió bien pronto la persecución que contó con no pocos mártires. Constantino V Coprónimo (741-775) continuó la obra de su padre; lo mismo hizo León IV (775-780), si bien este último estuvo mejor dispuesto a un restablecimiento de la paz, gracias a las instigaciones de su mujer Irene, la cual, una vez que se quedó viuda y emperatriz, convocó de acuerdo con el Papa Adriano I y con el patriarca de Constantinopla, San Tarasio, el II Concilio de Nicea (VII ecuménico), el año 787.
En este Concilio se definió la legitimidad del culto a las imágenes y se condenó el error iconoclasta en estos términos: «Decidimos restablecer, junto a la Cruz preciosa y vivífica de Cristo, las santas y venerables imágenes: o sea, las imágenes de Nuestro Señor Jesucristo, Dios y Salvador, la de Nuestra Señora Inmaculada, la santa Madre de Dios, la de los honorables ángeles y de todos los píos y santos personajes, puesto que más se pensará en ellos a través de las imágenes que los representan y más, aquellos que los contemplan, se sentirán excitados al recuerdo y al deseo de imitarlos; decidimos rendirle un homenaje y adoración de honor, no ese culto de latría que proviene y que compete sólo a Dios, sino de honor, ese honor y veneración que se presta a la Cruz preciosa, a los santos Evangelios y a los objetos sagrados; decidimos también encenderles incienso en su honor y encenderles velas, como era costumbre entre los antiguos cristianos. Puesto que el honor rendido a la imagen se traspasa al prototipo que representa y el que venera la imagen venera la persona que la imagen representa».
La segunda fase iconoclasta duró acerca de 30 años, desde 815 al 842 y fue promovida por León el Armenio (813-820) y continuada por Miguel el Balbuciente (820-821) y por Teófilo (829-842). Puso fin a esta fase la emperatriz Teodora, viuda de Teófilo, y así el primer domingo de cuaresma del año 843 fue solemnemente celebrada en Santa Sofía de Constantinopla la primera fiesta de las imágenes o fiesta de la Ortodoxia, que todavía dura hoy en la Iglesia oriental.
Herejia Iconoclasta, se conoce bajo este nombre a la herejía y consiguiente persecución iniciada por el emperador León el Isáurico (717-741) contra el culto a las imágenes religiosas. Luego de impedir la caída de Constantinopla en manos de los musulmanes (lo que no pudo hacer con el exarcado de Ravena que cayo en poder de los lombardos), León promulgó en el año 726 una notable colección legal conocida con el nombre de ‘Eclega’, que entre sus disposiciones se encontraban aquellas que prohibían el culto a las imágenes y cuya total destrucción ordenó en el año 730. Algunos estudiosos vieron como fundamento de este accionar una clara influencia del carácter marcadamente iconoclasta de los musulmanes y de los judíos, quienes consideraban tal culto como un abominable acto de idolatría.
Cualquiera fuera el origen de la querella iconoclasta, lo cierto es que la misma provocó no sólo la división entre los fieles pertenecientes a la Iglesia de oriente, sino que marcó un hito en el alejamiento entre las dos Iglesias, la de occidente y de oriente, atento que, por un lado, el papado desde un principio se mostró inflexible en su rechazo a las pretensiones iconoclastas, y por el otro, su alianza con la dinastía carolingia en desmedro del emperador residente en Constantinopla, generó una fuerte controversia y desconfianza mutua. Sobre la cuestión del culto a las imágenes, cabe recordar que los primeros cristianos de occidente (excepto los de origen judío que se abstenían de toda veneración de las imágenes atento la prohibición dispuesta por la ley mosaica) no tuvieron mayores inconvenientes en adoptar su culto desde tempranas épocas, reproduciendo un sin fin de imágenes de Cristo, de los apóstoles y de mártires.
Ello además posibilitó el alumbramiento de un arte propiamente cristiano, a través del cual, se difundieron las verdades contenidas en las Sagradas Escrituras a los pueblos donde aún reinaba el paganismo y que para la Iglesia naciente, era aún tierra de misión. En el caso de los cristianos orientales, recién a mediados del siglo V su práctica fue adoptada. Sin embargo, al momento de estallar la querella iconoclasta, se encontraba suficientemente arraigada, lo que explica el rechazo popular a la política iconoclasta y el surgimiento de una gran cantidad de apologetas defensores de la veneración de imágenes, a los que se los denominó ‘iconódulos’. Estos fueron acusados de promover la idolatría y la magia por lo que se inició contra ellos una fuerte persecución. Esta situación continuó durante largos años hasta la llegada al trono imperial de Irene, viuda del emperador León IV (775-780), quien restauró el culto en consonancia con lo resuelto en el II Concilio ecuménico de Nicea (787) celebrado durante el pontificado de Adriano I (772-795).
Bien cabe aquí hacer notar, que la acusación recaída contra los iconódulos carecía de todo asidero puesto que en realidad lo que ellos defendían con la veneración de las imágenes, no era sino, resaltar la naturaleza humana de Cristo y el profundo vínculo establecido por Dios entre el tiempo y la eternidad, sin que ello implicara menoscabar el sentido trascendental y único de Aquél, y menos aún, pretender crear un vínculo substancial con la imagen, circunstancia que ha sido remarcada hasta nuestros días por la Iglesia Católica. Una segunda etapa de la querella iconoclasta se inició durante el reinado de León V, el armenio (813-820), que si bien fue menos violenta que la primera, no por ello dejó de producir serios trastornos entre los fieles quienes no menguaron en su reclamo de restitución del culto. Entre estos últimos se destacan los patriarcas Nicéforo y san Germán, san Juan Damasceno y el monje Teodoro Studita. Fue durante el administración del emperador Miguel II (820-829) en el que se produjeron un sinnúmero de revueltas populares contraria a su política iconoclasta, lo que originó la aplicación de una nueva política de persecución.
Toda esta situación de sublevación interna por parte de los súbditos del imperio y la obstinación de las autoridades en querer imponer una doctrina que les era ajena, no hizo sino debilitar su propio poder, lo que se vio prontamente reflejado en la incapacidad demostrada para impedir el arrollador avance musulmán quienes lograron conquistar, entre otros lugares, Sicilia y Creta. El final de los iconoclastas llegó cuando accedió al trono, como regente del emperador Miguel III (842-867), de la viuda de Teófilo (829-842), Teodora, quien al revocar todas las disposiciones legales de carácter iconoclasta (843) restauró definitivamente el culto a las imágenes. Este hecho originó la aún vigente fiesta conmemorativa que cada 11 de marzo celebran las Iglesias orientales.
La relación de Carlomagno con los papas está bien documentada, especialmente por las cartas del Codex Carolinum , la fuente más importante para la alianza entre los papas y los carolingios, así como para las disputas teológicas del siglo VIII.. En la actualidad se conserva un único manuscrito: el Codex Vindobonensis 449, el cual se encuentra en la Biblioteca Nacional de Viena[101]. Junto a esta importantísima fuente está otra: el Liber Pontificalis, el cual nos da noticias muy interesantes entre los siglos VIII y IX. En él encontramos escritas contemporáneamente a los hechos las vidas de aquellos papas, lo cual tiene mucho valor para nosotros.
Carlomagno asciende al trono en el 768, al principio unido a su hermano Carlomán. En ese momento la situación política en Roma es muy peligrosa. En el 767 muere Pablo I. Una de las familias romanas más influyentes eleva al pontificado a un miembro de la misma, Constantino, el cual era laico. Era el comienzo de una larga crisis. Constantino pide apoyo a los carolingios, pero una rebelión en Roma .sostenida por los lombardos. pone en el pontificado a Felipe, un monje que, poco después, será obligado a volverse a su monasterio.
El rey lombardo, Desiderio, influye para que suban al solio pontificio candidatos suyos. Tanto los lombardos como las facciones romanas impedirán actuar con libertad a los pontífices de este momento. Con Esteban III comienza el influjo de los francos en el pontificado, extendiéndose hasta Adriano II, en el siglo IX. Esteban III, que llegó al papado en una situación confusa, renueva el pacto de amistad cn los carolingios y envía una delegación papal a un sínodo celebrado en el 769. En este sínodo se condena la usurpación del laico Constantino, emanando una nueva disposición sobre la elección de los papas, en la cual se prohibe el nombramiento de un laico. También se ocupa de la controversia de las imágenes, condenando a los iconoclastas.
La situación, en torno al año 770 es tensa. Entre los dos hermanos carolingios hay problemas, los cuales concluyen cuando muere Carlomán en el 771. El papa Esteban teme una alianza entre carolingios y lombardos, posible ante la boda de Carlomagno con una hija de Desiderio. Esteban muere en el 772.
Adriano I, su sucesor, se mueve con gran habilidad: aun reconociendo la soberanía de los bizantinos, sin embargo se confía al rey franco. Contra las amenazas de los lombardos sabe buscar refugio en Carlomagno, el cual era, a la sazón, Patricio de los Romanos, es decir, protector de Roma. El biógrafo del papa nos dice que fue forzado por la necesidad, ante la presión de los lombardos. Carlomagno llegará a asediar Pavía en el 774. Antes había celebrado la Pascua en Roma: había sido recibido allí como exarca y como patricio. Renovó con el papa el pacto de amistad. El lunes después de Pascua Adriano hizo cantar los Laudes Regiae en honor de los francos; se trataba de la aclamación más solemne hacia la Iglesia franca: son una exclamación en forma de oración litánica por el rey franco, su familia, su ejército. Aparece por primera vez la frase Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat, referida a Carlomagno, que era el representante de Cristo. Se trata, pues, de un texto con un contenido altamente político-litúrgico.
En una carta que el papa dirige a Carlomagno en mayo del 778[102], hace una referencia expresa al Contitutum Constantini para recordarle la promesa dada a san Pedro, hecho que justifica con la generosidad de Constantino. Carlomagno debía ser el nuevo Constantino, un nuevo cristianísimo emperador. Esta expresión, ciertamente, resulta reveladora para este momento. Adriano implora que se sean dados a san Pedro los patrimoinos del Lacio y Toscana, Benevento y Espoleto, así como Córcega. Y esto lo hace en clara referencia al Constitutum y a la promesa de Quiercy. Sólo años después Carlomagno dará una parte de ese territorio, pero no todo.
Una segunda visita del rey franco a Roma en el 782 pareció iniciar una solución. Allí se confirmó el pacto de amistad entre Carlomagno y el papa. En una carta de agradecimiento por este evento[103], el papa recuerda las peticiones de la carta anterior sobre los territorios regalados a san Pedro. Sin embargo, el papa se fue dando cuenta que debía despedir de su mente el sueño de un estado pontificio independiente.
El papa carecía de libertad de acción en lo político-eclesiástico. Esto se demuestra en los acontecimientos que se produjeron con ocasión del viaje de una embajada bávara a Roma en el 787. Corren los tiempos de Tásilo III, duque de Baviera y hombre muy devoto, deseoso de una cierta independencia en las relaciones con los francos. Para ello busca, junto al papa, una paz con los francos. La ocasión parecía propicia por la amistad de Adriano con Carlos. Sin embargo, los proyectos del rey franco eran muy diversos para Baviera y, al final, el papa tuvo que plegarse a estas pretensiones. Según los Annales Regni Francorum[104] el papa amenazó de excomulgar a Tásilo y sus seguidores si no mantenía la obediencia a los francos. Además, si no ofrecía su homenaje al rey franco, éste quedaría libre de pecado por cuanto ocurriera en Baviera tras la entrada del ejército .sus devastaciones, homicidios, etc… Se trata de un texto oficial franco, no escrito en la Cancillería papal, por lo que debe ofrecernos, a priori, algunas reservas. Pero, de todos, modos, nos sirve para entender el sostenimiento moral de una conquista franca y cómo Adriano, que en un principio estaba cercano a los bávaros, sin embargo, bajo la presión franca se pone contra sus amigos primeros. Se da, pues, una auténtica capitulación del papa ante Carlomagno. Las cartas que entre el 788 y el 790 escribe el papa a Carlomagno demuestran esta dependencia del papado bajo los francos, incluso en lo económico. ¿Cómo contemplaba Carlomagno la situación del papado? Para el rey franco Italia era tan sólo un lugar de acción entre otros muchos.
Otro acontecimiento que se dio en la visita de Carlos a Roma fue el encuentro con una embajada bizantina, la cual pide la mano de Rotrud .hija de Carlomagno. para el hijo de la emperariz Irene, la cual, viuda de León IV, intentaba un cambio de política respecto a las imágenes y a las relaciones con Occidente. Sin embargo, las pretensiones de la embajada albergaban también una intecionalidad diplomática: esperaban el reconocimiento de sus estados en Italia .quizás también el reconocimiento de un estado pontificio más o menos autónomo.; el acuerdo de matrimonio llevaría consigo también el tratado territorial. Adriano es el primer papa que comienza a fechar sus documentos desde los años de su pontificado, añadiendo seguidamente los del emperador bizantino, lo cual muestra también su deseo de permanecer independiente frente a los francos.
Es posible que en este encuentro de Roma del 781 saliera a colación la cuestión de las imágenes. De todos modos, en una carta autógrafa enviada por la emperatriz Irene al papa (agosto del 785), se invita a Adriano I a participar en un sínodo que condenase los decretos de Hieria. El 26 de octubre de ese mismo año responde el papa favorablemente. Sin embargo, no fue él mismo en persona, sino que envió dos legados a Nicea en el 787. Allí se condenó el iconoclasmo. Otro hecho es significativo: no fue tomada en consideración una petición del papa concerniente a los territorios pontificios en la Italia meridional y Sicilia .no se decía nada de los derechos patriarcales sobre Iliria..
Esto último, con ser doloroso, no fue tanto como la reacción de Carlomagno. Éste no fue invitado a Nicea. Bizancio había convocado tan sólo al obispo de Roma, considerado como el patriarca de todo Occidente .es decir, en su jurisdicción entraba también el reino franco.. Esto, que respondía a la antigua tradición eclesiástica, sin embargo no reconocía los cambios notables que se habían producido. Carlos se consideraba desplazado[105]. La primera consecuencia derivó en la ruptura de la promesa de matrimonio de su hija con el heredero bizantino y una apertura de hostilidades en el sur de Italia.
En el terreno eclesiástico Carlos no aceptó las decisiones del concilio II de Nicea. Se trataba de mostrar su supremacía en la Iglesia occidental, incluso en asuntos internos. La reacción de Carlos demuestra la dependencia del papa hacia él. En el 792 Carlos envía un extracto de textos griegos que habían causado escándalo a ls teólogos francos. Este rechazo supone una humillación para un papa que había dado su consenso al concilio. Adriano no acepta la condena de Carlos, es más, la justifica en un escrito detallado de defensa.
Carlos no se deja impresionar por esto y da un segundo paso: en el 794 convoca un sínodo en Francfurt para discutir de nuevo el problema de las imágenes, lo cual venía a suponer otra humillación para el papa. Junto a un leve consuelo por la condena que en el sínodo se hizo del adopcionismo hispano, se mantenía la ofensa hecha al papa. El día de Navidad del 795 muere Adriano I. Eginardo, biógrafo de Carlos, cuenta que el rey lloró como si se tratase de un hermano…
El pontificado de Adriano no fue un momento feliz para la historia del papado por su dependencia de los francos. La única manera que tuvo de explicar su autoridad espiritual fue mediante el concepto de compaternitas, el cual esbozó en una carta a Carlos: venía a ser una parentela espiritual, un vínculo similar al material de la descendencia.
El nuevo papa, León III (795-816), se apresuró a enviar a Carlos noticias de su elección, acompañando una promesa de obediencia y fidelidad, junto con las llaves de san Pedro y e vexilo romano. Era, pues, un reconocimiento incondicional de la supremación de Carlos sobre Roma y el patrimonio de san Pedro. De todos modos se puede justificar esta actitud por la dura oposición de las distintas facciones romanas.
Y Carlos tomó muy en serio esta supremacía. En el 796 envía al abad Angilberto a Roma para que el papa lleve una vida honesta[106]. Es algo tan sorprendente como la idea que tiene Carlomagno de su papel y el del papa. Su misión la concibe como defender a la Iglesia de los paganos y de los infieles en lo exterior; en lo interior, mantener la pureza de la fe[107]. La misión espiritual del papa quedaba, por tanto, limitada a la oración: orar por el rey y su ejército. La guía de la Cristiandad debía estar en manos del rey, el cual se convertiría en verdadera cabeza de la Iglesia. Así es como Carlos hace guerras con la convicción de tutelar el pueblo cristiano frente a sus múltiples enemigos. También se sentía responsable del bienestar interno de la Iglesia.
León III estaba preparado para una colaboración estrecha con Carlos. No se da ninguna oposición escrita frente a la actitud y papel del rey franco. La Cancillería Pontificia fechará los documentos, a partir de este momento, junto a la datación del Pontífice, la datación de Carlos.
Carlomagno llega no sólo a ser jege polítivo, sino verdadero jefe de la Iglesia franca.. En una carta escrita por Carlos a León III, desarrolla el papel de las relaciones entre el rey franco y el papa; el papa debía ser mero intercesor para la Iglesia; las decisiones debería tomarlas Carlos, no el papa. Es decir, el papa quedaba reducido a una especie de capellán de la realeza.
Contamos con otro testimonio, esta vez del sacerdote irlandés Cathwulf, que no era de la corte de Carlos, sino que vive en Inglaterra y escribe desde allí a Carlomagno. Escribe la carta[108] después de la conquista del reino lombardo, cuando Carlos llega a rey de los lombardos. Escrita en un estilo que recuerda al de los espejos de los príncipes, intenta dar respuesta a cómo debe comportatse un príncipe cristiano. Aprovecha para desarrollar una eclesiología. La carta supone una afirmación muy sorprendente para nosotros: el rey es vicario de Dios Padre, es decir, del Creador; los obispos son vicarios sólo de Cristo. Por tanto, el obispo pasa a un segundo plano, subordinado al poder tegio en cuanto vicariato de Dios Padre. Eclesiología muy distinta a la actual, sin embargo nadie en aquel tiempo la contestó o pensó fuese herética.
Otro testimonio bastante interesante es del mismo León III, el cual manda pintar dos cuadros de mosaico entre los años 796 y 800. Destinados a la gran sala triclinium del antiguo palacio lateranencse[109], presentan a Cristo, el cual entrega por un lado las llaves a san Pedro y una bandera a Constantino; en el otro lado san Pedro da una bandera a Carlomagno y con la mano derecha da el palio a León III. Es, pues, san Pedro quien le da la bandera a Carlos, no el papa. Se trata, pues, de un testimonio acerca de la coexistencia de ambos poderes, expresión de la concepción de León III en estas relaciones. Un programa para la fraterna relación entre los dos plenipotenciarios: ambos recibían el poder de san Pedro. Esto curiosamente no se había concedido nunca a ningún emperador bizantino.
Y es que el papa se encontraba en una situación del todo precaria, siendo cuestionado, sobre todo, en Roma. En el 799 se alzó una rebelión contra el papa, habiendo un atentado contra él en una procesión. El duque de Espoleto .que, a la sazón, era aliado franco. lo acogió. Después lo condujo hacia Carlomagno, el cual estaba en guerra con los sajones. Carlos recibirá a León III con todos los honores en Paderborn .Sajonia.. En un poema escrito para la ocasión .Carolus Magnus et Leo III[110]. se nos describe la acogida calurosa que le prodigó Carlos.
Una carta que escribe Alcuino a Carlos nos da idea de cómo contemplaba este monje anglosajón la relación de Carlomagno con Roma. Hace referencia al atentado sufrido por el papa en Roma en abril del 799. Muestra cómo la primera autoridad es la del papa, la segunda es la autoridad imperial, que reside en la segunda Roma .Constantinopla.[111], y la tercera dignidad es la real, de la cual Cristo ha encargado a Carlos como rector del pueblo cristiano. Es una dignidad superior a las otras dos, a causa de la sabiduría y de la dignidad real en sí. Sólo en él reposa firme la seguridad de la Iglesia.
La condición del papa se complica cuando llegan a Paderborn sus adversarios para acusarle ante Carlos. Éste, pues, tiene la posición de juez del mismo papa. Las opininiones de los consejeros de Carlos eran dispersas a este respecto. Alcuino fue informado por el arzobispo de Salszburgo sobre la vida no impecable del papa. Pero Alcuino recuerda a Carlos el axioma del Peudo-Símaco, del siglo VI: ninguno podía someter a juicio a la Sede Apostólica. El papa fue reconducido a Roma por un séquito franco, pero las acusaciones no parece que estuvieran privadas de fundamento.
En noviembre del año 800 Carlos viaja a Roma con un séquito muy grande. Acogido con honores imperiales, se reúne un sínodo en San Pedro bajo su presidencia, el cual busca una solución al problema del papa. Renuncia a pronunciar una sentencia jurídica, merced al axioma del Pseudo-Símaco. León III se mostrará listo a hacer un juramento de purificación .también previsto por el Derecho Romano., según el cual era inocente de cuanto se le acusaba. El 23 de diciembre el papa, sobre el ambón de San Pedro, jura no haber ordenado los hechos criminales de los que se le acusaba. Con este juramento, para Carlos, quedaba resuelto el caso. Las fuentes no nos dicen de qué acusaciones se trataba[112].
Dos días después del juramento del papa viene la coronación de Carlos como emperador. Este hecho tiene una importancia histórica mundial. Las fuentes principales son, por una parte, el relato oficial franco, el cual se encuentra en los Annales Regni Francorum del año 801; por otra parte está el Liber Pontificalis, versión romana de los hechos.
Según el primero, el mismo día de Navidad, en el momento de la misa y ante la Confesión de San Pedro, León III impone la corona imperial sobre la cabeza de Carlos, siendo aclamado por el pueblo como augusto, grande y pacífico emperador Romano. Después del canto de las Laudes fue adorado por el papa según el uso de los antiguos príncipes. Depuesto ya el título de patricio .ya no tenía objeto. fue aclamado emperador y augusto.
La versión pontificia difiere un poco. Todos los fieles romanos exclamaron unánimemente a Carlos como pío coronado por Dios, magno y pacífico emperador… vida y victoria. En seguida el papa unge con el óleo santo al rey.
Contamos con un tercer texto, el cual lo hallamos en la Vida de Carlomagno escrita por Eginardo entre el 830-836, es decir, algunos decenios después del acontecimiento. Como causa de su marcha a Roma pone el autor la devoción del rey franco hacia san Pedro. También menciona cómo el papa se había visto presionado por las circunstancias romanas a acogerse a la protección del rey. La situación de la Iglesia era del todo confusa. Es en estas circunstancias en las que Carlos toma el título de emperador y augusto. Nos dice Eginardo que si Carlos hubiera conocido las intenciones que se tenían de coronarlo emperador, no habría entrado en la Iglesia. Sin embargo, supo vencer la arrogancia de los bizantinos con magnanimidad, llamándoles .hermanos. y enviándoles embajadores.
Un cuarto relato de los hechos[113], frecuentemente olvidado, merece tenerse en cuenta.. El analista de los hechos es el obispo de Tréveris y abad de Lorsch, Richbod, discípulo y amigo de Alcuino. No estuvo presente en la coronación, pero sí tuvo información de primera mano. Señala cómo estaba vacante en Bizancio el título de emperador; aunque estaba en manos de una mujer, esto, sin embargo, no era admisible por los occidentales. Por eso habría parecido justo al papa y a los demás obispos, junto con el pueblo, dar a Carlos la dignidad imperial. De hecho, él tenía en su poder la ciudad de Roma y otras residencias imperiales de Italia, Alemania y Francia .Milán, Tréveris, Lyon, etc… Parecía justo que él, con la ayuda de Dios, tuviera esta dignidad. Carlos, pues, se sometió al querer de Dios y a la petición de los sacerdotes y del pueblo cristiano. Así es como el día de Navidad es consagrado por León III.
Hay otra fuente, Annales Maximiliani, que, en realidad, es una derivación de otros annales, por lo que no merece mucha atención.
Algunos datos son reconocibles de las lecturas de estos textos. El título y la aclamación del puel romano indican que se atiene al rito de la coronación imperial al uso en el Imperio cristiano antiguo. El nuevo Imperio estaba vinculado a Toma, lo cual seguirá por muchos siglos en Occidente: Emperador de los romanos. Este ligamen con Roma no parece referirse a la autoridad de los romanos en general: la dignidad imperial se fundaba, más bien, en la autoridad del papa. Éste le concede la corona y le administra la unción. Dos fuentes importantes francas .los Annales Regni Francorum y la Vida de Carlomagno (de Eginardo). no mencionan la unción; es más, el papa hace homenaje al emperador como si fuera su señor: el papa se postraría en la basílica vaticana. El Liber Pontificalis no nos refiere esta postración del papa. Por eso, debemos construir los hechos valiéndonos de todas las fuentes.
Carlos intentó minimizar el carácter romano de su imperio. Después del 800 utiliza un título bastante complicado: «Carlos, Serenísimo Augusto coronado por Dios, grande, pacífico, gobernando el Imperio Romano, rey de los francos y de los lombardos» .Romanum gubernans Imperium, Rex francorum et longobardorum.. De hecho, no elige Roma como residencia imperial; es más, ya no volverá a Roma nunca más. Cuando nombra emperador a su hijo, Ludovico Pío (813), no lo hace en Roma y no cuenta con la presencia del papa; lo hará ante el altar de Aquisgrán y será el propio Ludovico quien tome la corona del altar y se la ponga.
Otro punto a tener en cuenta es la relación que Carlos tiene con los bizantinos. La existencia de un segundo emperador en la cristiandad estaba en abierta oposición a la teoría imperial bizantina. Mientras Pipino y Carlos tuvieron el título de Patricius romanorum reconocieron la autoridad imperial bizantina. Ahora, Carlos depone el título de patricio. A los ojos de los bizantinos, la toma del título imperial por parte de Carlomagno lo convertía en usurpador .por otra parte, uno de tantos como había ya sufrido el propio Imperio bizantino.. Nos dice Eginardo que Carlos soportó con «grande paciencia y magnanimidad» el desprecio de los bizantinos, lo cual será ya una tónica entre Occidente y Bizancio. Paciente también se muestra a la hora de pedir la mano de una princesa bizantina .porfilogénita, es decir, nacida entre las paredes de un palacio imperial bizantino..
La versión bizantina acerca de la coronación imperial de Carlomagno no deja de ser irónica. Encontramos una referencia en la Cronographía de Teóphanes. Según él, la rehabilitación que Carlos hace del papa, provoca que éste, en agradecimiento, le devuelva el favor con la coronación imperial. Teóphanes menciona la unción .rito desconocido para la coronación de los emperadores orientales. con estas palabras no exentas de ironía: «Fue ungido de la cabeza a los pies».
Según el analista de Lorsch .el cual nos refiere acontecimientos anteriores a la coronación de Carlos., para muchos francos estaba vacante el trono imperial bizantino, debido a que una reina estaba en él. Éste sería, pues, el pretexto político que Carlomagno encontró: la ausencia de un legítimo emperador.
En Occidente, a lo largo del Medievo, se habla frecuentemente de una Traslatio Imperii, según la cual, la dignidad imperial habría sido trasladada desde Bizancio a Occidente. En el 800, sin embargo, no está presente esta idea. Se trata, pues, de una teoría olítica desarrollada posteriormente, la cual tomaría sus raíces en Eusebio, que, a su vez, se inspiraría en Daniel .éste muestra cueatro imperios, el último de los cuales, anterior a la venida del anticristo, es el Romano; la existencia del Imperio romano se consideraba en la Edad Mediea como fundamental, para evitar la llegada del anticristo.. El primero que usa conscientemente, en modo teológico, este concepto es Otón de Fruisinga en el siglo XII, con el fin de justificar el Imperio germánico. Sólo después de la decadencia del poder imperial, Inocencio III .en sus enfrentamientos contra Federico II. usa también esta terminología: los papas son los que han trasladado el Imperio a los francos, porque en el papado reside la plenitudo potestatis.
En el acto de la coronación de Carlos no encontramos esta idea de Traslatio. Es más, la idea de Carlos no es la de una traslatio, sino más bien la de una renovatio imperii, como veremos. En esta época carolingia tan sólo encontramos un único texto en el que aparece el término traslatio: se trata de la Vida de Willehad[114], escrita en el siglo IX. En ella se alude a la acusación de los francos hacia la ilegitimidad del imperio bizantino, al reinar una mujer; asimismo se alude al sínodo en San Pedro, presidido por Carlos para rehabilitar a León III; concluye diciendo que el dominio .imperio. se ha trasladado a los francos. Pero es el único testimonio escrito que nos ha llegado de la época acerca de este término.
Las palabras que usa Eginardo para referirse a la falta de conocimiento que Carlos tenía acerca de su coronación, son bastante misteriosas y han provocado muchos años de estudio para no pocos historiadores. Según Eginardo, el título de emperador contrarió notablemente a Carlos, tanto es así, que de haberlo sabido antes, ni siquiera la importancia de la fiesta de Navidad habría sido suficiente para que entrase en la basílica vaticana. ¿Carlos era sorpendido por la iniciativa del papa? Parece que esto se debe excluir, pues todos los detalles que enuncian las fuentes nos hacen concluir que Carlos no es nombrado emperador con sorpresa suya; es más, suponemos que en Paderborn hablaron Carlos y el papa de este asunto.
¿Qué es, entonces, lo que desagrada a Carlomagno? La reacción que tras la coronación tiene Alcuino, nos puede dar algunos indicios al respecto. Alcuino escribía frecuentemente a Carlos, y siempre lo hacía con palabras de adulación. Sin embargo, nos encontramos con un sorprendente silencio después de la coronación. No hay ninguna congratulación. En la primera carta que le escribe a Carlos tras su regreso a los Alpes no usa la palabra .emperador.. Alcuino no estaba de acuerdo con que se le hubiera conferido esta dignidad a Carlos en Roma. Él tenía otra concepción del Imperio: no debía ser la sucesión del Imperio romano, sino la creación de otro nuevo, independiente de Roma, fiel al estilo del Antiguo Testamento. Carlos no era sucesor de un título pagano, como el de César, sino que debía ser sucesor de David.
Buena parte del reino franco tampoco contempló con buenos ojos la coronación de Carlos en Roma. La coronación en San Pedro acentuaba el carácter romano de la dignidad imperial. Además, para Carlomagno no eran los romanos el pueblo más importante que se albergaba bajo su protección, sino el de los francos: éstos eran, en realidad, el pueblo elegido. Debía ser, por tanto, no emperador de los romanos, sino de los francos.
Pocos días después de la coronación Carlos enjuicia a los acusadores del papa y los condena a muerte. León III intercede y consigue que se les conmute la pena por el exilio de por vida. El papa queda, pues, rehabilitado.
La relación de Carlomagno con los papas viene ilustrada en una frase que Eginardo plasma en el capítulo 27 de la Vita Karoli: particular devoción a San Pedro. Que esta iglesia estuviera segura y adornada por las riquezas que él, el emperador, le enviase. La veneración no es hacia el papa, sino hacia san Pedro, el .portero del cielo.. En el capítulo 33 recoge Eginardo el testamento de Carlomagno: en él cita primaramente Carlos las sedes metropolitanas francas, a las que dona gran parte de su propiedad; sólo después viene citada Roma entre otras muchas más. Para Carlos el papa era, tan sólo, el primer metropolita de su reino, un obispo plenamente intregrado en la Iglesia franca, cuyo jefe real y único era Carlos. ¿Cuál es, pues, la diferencia en las relaciones Iglesia-Estado entre los bizantinos y los francos? ¿Cuál es el papel del papa en ambas concepciones? ¿La Iglesia franca es una Iglesia nacional o universal? Intentaremos dar una respuesta según avancemos en nuestro argumento.
[101]MGH Epp III 469-657.
[102]Codex Carolinus 60, MGH Epp III, 586-587.
[103]Ibid. 68, MGH Epp III, 597.
[104]A. 787, edición a cargo de Kurze, p. 76.
[105]No debemos olvidar que los bizantinos lo consideraban como un usurpador.
[106]MGH Epp IV, p. 135.
[107]Ibid., p. 137.
[108]MGH Epp IV, p. 503.
[109]Actualmente se encuentra junto a la Escala Santa.
[110]MGH Petae I, pp. 366 ss.
[111]No alude a la deposición de Constantino VI por parte de Irene en el 796.
[112]Algunos estudiosos han pretendido ver en León III deslices en cuanto a la castidad, pero parece que lo más acertado es que se diera cierta corrupción en la adjudicación de obras para las numerosas construcciones romanas, una especie de tráfico de influencias.
[113]Cod. Vindob. 515, ed. Facsímil a cargo de F. Unterkircher ..Códices Selecti.., Graz 1967.
[114]Acta Sanctorum III, noviembre, p. 844.
El Renacimiento carolingio es la denominación acuñada por el filólogo e historiador Jean-Jacques Ampère en 18321 para designar, por comparación con el Renacimiento italiano de los siglos xv y xvi, al periodo de resurgimiento cultural que se dio en el ámbito del Imperio carolingio a fines del siglo viii y comienzos del siglo ix, coincidiendo con los primeros carolingios (Carlomagno y Ludovico Pío).
Durante este período hubo un aumento de los estudios artísticos, literarios, jurídicos y litúrgicos (se reformaron los ritos sacramentales).2 También se desarrolló el empleo del latín medieval y la minúscula carolingia, proveyendo un lenguaje común y un estilo de escritura que permitieron una mejora de la comunicación entre la minoría culta de la mayor parte de Europa. Se utiliza incluso la expresión humanismo carolingio para designar la labor de recuperación de la cultura clásica latina que se dio esencialmente en los monasterios carolingios y en la Escuela Palatina de Aquisgrán, bajo la dirección de Alcuino de York.3 La actividad política y legislativa de la corte carolingia (incluso en cuestiones como la reforma monetaria, la demarcación territorial civil —condados, ducados, marcas— y la reordenación de las provincias eclesiásticas —se restauró la autoridad de los arzobispos sobre los obispos sufragáneos—) estuvo tan vinculada a estos aspectos, que se denominan conjuntamente con la expresión reformas carolingias,4 y se explicitó en textos que pueden considerarse manifiestos del programa reformador de Carlomagno, como la Admonitio Generalis5 (789) o la Epistula de litteris colendis.6
La conveniencia del uso del término renacimiento para describir este período es objeto de debate, entre otras razones porque la mayoría de los cambios en este período se limitaron casi completamente al ámbito del clero y fueron dirigidos desde el poder como un programa consciente, careciendo del dinamismo social que caracterizó al Renacimiento de la Edad Moderna.7 Más que un renacimiento de nuevos movimientos culturales, consistió en un intento de recrear el Imperio romano, y unificar la diversidad cultural europea bajo el cristianismo romano.8
El Imperio carolingio marcó el inicio de una nueva concepción de las relaciones entre Iglesia y Estado. Carlomagno se veía a sí mismo como un defensor del cristianismo, identificado con la (Iglesia católica). Además, como la mayoría de los clérigos sabían leer y escribir, su ayuda era imprescindible para su administración, así como para crear un sistema educativo. La fuerte alianza entre Estado e Iglesia que caracterizó al renacimiento carolingio y le permitió llevar a cabo sus reformas, determinó su naturaleza teocéntrica, a diferencia del antropocentrismo humanista del Renacimiento propiamente dicho.


A finales del siglo vi, en la Galia, el monje e historiador Gregorio de Tours escribía: «desdichado de nuestro tiempo, que ha visto perecer entre nosotros el estudio de las letras». Contrariamente, Irlanda, que ni había pertenecido al Imperio ni sufrió las invasiones, se había incorporado a la cristiandad en ese momento, desarrollando una pujante cultura en sus monasterios (como los de Clonard9 y Clonmacnoise), que no solamente preservaron la herencia cultural grecorromana y cristiana, sino que la propagaron por Britannia e incluso por el continente europeo. En los siglos vii y viii, los monjes irlandeses y británicos eran la vanguardia de la civilización occidental, tanto en la conservación de la cultura (Beda el Venerable, erudito anglosajón) como en su difusión (San Columba —irlandés, fundador del monasterio de Iona en Escocia—, San Aidan —irlandés, fundador del monasterio de Lindisfarne en Inglaterra—, San Columbano —irlandés, fundador los monasterios de de Luxeuil10 en Francia y de Bobbio en Italia—, San Bonifacio —anglosajón, el apóstol de los germanos, fundador del monasterio de Fulda11 en Alemania—, etc.) Junto al anglosajón Alcuino de York, los monjes irlandeses constituyeron la mayor parte de la élite intelectual carolingia (José Escoto,12 Clemente de Irlanda,13 Cruindmelo,14 Donato de Fiesole15 y Dungal16).
Aun así, el nivel cultural de la época era anémico: mientras que en la antigua Biblioteca de Alejandría los pergaminos podían contarse por decenas de miles, la biblioteca17 del monasterio de Saint Gall, una de las mayores del siglo viii (reunida en más de un siglo tras la fundación del monasterio por el monje irlandés San Galo, en 613) tenía solamente 36 volúmenes,18 de modo que cuando Waldo de Reichenau ocupó el cargo de abad (en 782) se vio en la necesidad de crearla prácticamente de nuevo, con un planteamiento más ambicioso. En el siglo ix la situación había cambiado radicalmente: el monasterio de Fulda tenía más de un millar de volúmenes, el de Murbach cuatrocientos, el de Saint Riquier19 doscientos seis (catalogados en el año 831) y el de Reichenau20 unos quinientos (catalogados en 822).21
Un plano del monasterio de Saint Gall de comienzos del siglo ix refleja que la biblioteca ocupaba un local propio, situado al norte del presbiterio, de forma simétrica a la sacristía situada al sur. En la planta inferior se situaba el scriptorium (infra sedes scribentium), con una mesa central y siete puestos de copista dispuestos contra los muros. La biblioteca propiamente dicha ocuparía la planta superior.22
Entre los centros monásticos más poderosos estaba la abadía de Saint-Denis, cerca de París, que gozaba desde mediados del siglo vii de independencia jurisdiccional frente al obispado local, dependiendo directamente del Papa. Fue allí donde Esteban II legitimó el acceso al poder de la dinastía carolingia y confirmó su especial relación con ella, consagrando a Pipino el Breve (754).23
En el siglo viii, como consecuencia de varios procesos políticos, se produjo una alianza entre el reino franco y el Papado. Carlomagno llevó a cabo una serie de intensas campañas militares, que le permitieron por primera vez en siglos pacificar Francia, Italia y Alemania, restaurando la práctica totalidad del Imperio de Occidente (excepto Britania, Hispania y África romana). Para controlar tan vasto imperio necesitaba un bien entrenado servicio civil que pudiera sostener una ahora necesaria burocracia estatal, por lo que se decidió a llevar a cabo una profunda reforma educacional, aparejada a su reforma administrativa, que le permitiera sostener por medios pacíficos en el tiempo lo ganado por la conquista militar. El mismo Carlomagno, por las noches, se preocupó de aprender a leer y escribir. El grado de instrucción del emperador como alumno de su propia escuela no está claro. Algunas fuentes lo presentan como un completo iletrado, y otras señalan que sus dificultades se restringían a escribir latín, debido a heridas de guerra en sus manos.24


Las dimensiones del imperio de Carlomagno precisaban de un aparato burocrático que lo sostuviera. Para ello era necesario servidores públicos alfabetizados, es decir, que supieran leer y escribir (en ese momento: el latín). La falta de personas letradas significaba una gran dificultad, su origen se encontraba en el hecho de que el latín vulgar estaba divergiendo en dialectos regionales (los precursores de las lenguas romances modernas) mutuamente ininteligibles; de modo que ni siquiera los eruditos que empleaban el latín literario podían comunicarse sin dificultad con sus colegas de otros lugares de Europa.
Para tratar de solucionar ambos problemas, Carlomagno ordenó la creación de escuelas y atrajo a muchos de los más importantes eruditos de la época a su corte, destacadamente al monje anglosajón Alcuino de York. Alcuino y Carlomagno se encontraron en Italia en el 781; al año siguiente, Carlomagno lo llamó para que le asistiera en una reforma educativa que, iniciada en la Escuela de la corte de Aquisgrán (cuyas funciones podían considerarse precedentes de la universidad medieval), se difundiera por una red de escuelas episcopales que habrían de crearse en cada una de las diócesis de cada parte del Imperio.
Se estableció un currículo estandarizado (Trivium et Quadrivium) para su uso en esas escuelas. Alcuino se encargó de la recopilación y de la propia redacción de todo tipo de libros de texto, a veces tan rudimentarios como listas de palabras.26 La minúscula carolingia proporcionó un modelo de escritura claro y sencillo para los manuales, usado en primer lugar en los monasterios de Corbie y Marmoutier (San Martín de Tours).2728 Se fijó una versión estandarizada del latín que permitió acuñar nuevas palabras mientras se conservaban las reglas gramaticales del latín clásico. Ese latín medieval se convirtió en la koiné de la élite culta europea, permitiendo a clérigos, funcionarios y viajeros hacerse entender por toda Europa Occidental.29
Hay que destacar que es con la promulgación de Admonitio generalis (Exhortación general) —y luego en De litteris colendis—, donde Carlomagno manifiesta su esfuerzo de cristianización y toma algunas decisiones importantes, como la restauración de las escuelas y en particular en el c72 recomendaba a los obispos «atraer no sólo a los niños de condición servil, sino incluso a los hijos de los hombres libres, y organizar en las iglesias catedrales y monasterios escuelas para enseñar a los niños a leer, a cantar, a contar, y finalmente, asegurar que los salterios, los libros de música, la aritmética y la gramática fuesen de una corrección perfecta».30
Dentro del prerrománico, el arte carolingio fue un período influencial: el norte de Europa asumió las formas del arte romano mediterráneo, lo que terminó por conformar el posterior arte románico (en el ámbito alemán, el arte otoniano del siglo x). Las principales construcciones de la arquitectura carolingia se destruyeron o transformaron profundamente en los siglos posteriores, como el palacio de Aquisgrán (de Eudes de Metz) y otros palacios carolingios, que pretendían conscientemente emular los palacios del Imperio romano y su arquitectura, asimilando influencias bizantinos y paleocristianos junto con rasgos originales, o la planificación de monasterios (la llamada utopía de Saint Gall),31 que influyó decisivamente en el de Cluny. Entre las muestras conservadas de otros artes del periodo carolingio periodo destacan los manuscritos ilustrados (miniatura carolingia),32 la metalurgia, la esculturas en pequeña escala, mosaicos y pinturas al fresco.33
- Evangelario de Lorsch, folio 67v: los cuatro evangelistas (escuela del Palacio de Aquisgrán, ca. 820).34 Véase también Evangeliario de Aquisgrán.35
- Cúpula de la Capilla palatina de Aquisgrán. El mosaico sufrió una restauración muy intervencionista en el siglo xix.
- Trono de Carlomagno en la misma Capilla.
- Fíbula esmaltada.
- Cubiertas del Psalterio de Dagulfo, ca. 783-795.36
La tradición occidental de práctica37 y teoría musical comenzó en el renacimiento carolingio. La Alta Edad Media había supuesto una ruptura de la tradición musical de la Antigüedad. Acceder a los textos escritos en griego se había convertido en imposible incluso para la minoría culta, lo que empujó a Boecio a traducir algunos tratados musicales al latín. La música fue una de las partes del Quadrivium. Con las reformas de alfabetización de Carlomagno, quien estaba particularmente interesado en música,38 comenzó en los monasterios un período de intensa actividad de copiado y escritura de tratados de teoría musical; Musica enchiriadis es uno de los más antiguos e interesantes. Se intentó unificar la práctica de música de iglesia mediante la eliminación de las múltiples variedades estilísticas regionales. Hay evidencia de que la antigua notación musical occidental, en la forma de neumas in camp aperto (sin pentagrama), fue creada en Metz alrededor del año 800, como resultado del deseo del propio emperador de que los músicos de la iglesia franca conservaran los matices usados por los romanos, particularmente en el canto.39
