Uno de los grandes forjadores de la renovación del catolicismo inglés contemporáneo. Hijo de una familia de comerciantes y banqueros, su padre había sido miembro del Parlamento. Nacido en Totteridge, Bertfordshire (15 jun. 1807), realizó sus estudios universitarios en Oxford, donde se ordenó como pastor anglicano (1832). En estrecho contacto, tras la muerte de su esposa, con los dirigentes del Movimiento de Oxford (v.) y consagrado con vivo celo y desprendimiento a la cura de almas como arcediano de Chichester, M. se sintió atraído por la «vía media» ideada por Newman (v.). Encargado por las altas jerarquías anglicanas de refutar el famoso Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, la profundización en algunos puntos expuestos por Newman y el convencimiento de que en la comunidad anglicana las consideraciones temporales y políticas prevalecían sobre los intereses de la religión, le impelieron a abandonar el anglicanismo (6 abr. 1851). Convertido al catolicismo y ordenado sacerdote, sus grandes dotes de organizador y su indomable voluntad fueron aprovechadas por Wiseman (v.), con cuyo pensamiento y actuación se mostraría plenamente identificado, para crear el Instituto Misionero de los Oblatos de San Carlos, fundado con el fin de cubrir el vacío existente en el campo de la enseñanza católica. El éxito alcanzado y su esforzada defensa del poder temporal del Papa, entonces muy amenazado, fueron recompensados por Pío IX con el nombrámiento de protonotario apostólico (1860). Dos meses después del fallecimiento del card. Wiseman, Pío IX designó a M. para sucederle como arzobispo de Westminster (feb. 1865). En la sede de Westminster, su actividad pastoral tendió con especial interés a la asistencia espiritual de los millares de obreros irlandeses residentes en Inglaterra. En 1866 estableció el Westminster Diocesan Education Fund, que sentó sobre firmes bases el progreso de la educación católica. Sus relaciones con Newman nunca fueron fáciles, debido a diferencias de temperamento y a sus divergentes puntos de vista acerca de la actitud de la Iglesia ante el liberalismo científico, entonces dominante. En el Conc. Vaticano I, M. tuvo una actuación destacada y fue de los principales promotores dela definición del dogma de la Infalibilidad Pontificia. En 1875, M. fue creado cardenal por Pío IX.
Las palabras proféticas de Su Eminencia Cardenal Henry Edward en la Cuarta Conferencia, 1861
“Los escritores de la Iglesia nos dicen que en los últimos días la ciudad de Roma probablemente se volverá apóstata de la Iglesia y Vicaria de Jesucristo; y que Roma volverá a ser castigada, porque se apartará de ella; y el juicio de Dios caerá sobre el lugar desde donde una vez reinó sobre las naciones del mundo. Porque ¿qué es lo que hace sagrada a Roma sino la presencia del Vicario de Jesucristo? ¿Qué tiene que sea querido a los ojos de Dios, salvo sólo la presencia del Vicario de su Hijo? Dejemos que la Iglesia de Cristo se aparte de Roma, y Roma no será más a los ojos de Dios que la antigua Jerusalén. Jerusalén, la Ciudad Santa, escogida por Dios, fue derribada y consumida por el fuego, porque crucificó al Señor de la Gloria; y la ciudad de Roma, que ha sido la sede del Vicario de Jesucristo durante mil ochocientos años, si se vuelve apóstata, como la antigua Jerusalén, sufrirá una condena similar. Y, por lo tanto, los escritores de la Iglesia nos dicen que la ciudad de Roma no tiene ninguna prerrogativa excepto que el Vicario de Cristo esté allí; y si se vuelve infiel, los mismos juicios que cayeron sobre Jerusalén, aunque santificada por la presencia del Hijo de Dios, del Maestro, y no sólo del discípulo, caerán igualmente sobre Roma «.
«La apostasía de la ciudad de Roma por parte del Vicario de Cristo, y su destrucción por el Anticristo, pueden ser pensamientos tan nuevos para muchos católicos, que creo que es bueno recitar el texto de teólogos de la mayor reputación. Primero, Malvenda, quien escribe expresamente sobre el tema, afirma como opinión de Ribera, Gaspar Melus, Viegas, Suárez, Belarmino y Bosio, que Roma apostatará de la fe, ahuyentará al Vicario de Cristo y volverá a su antiguo paganismo. Las palabras de Malvenda son. : “Pero la propia Roma en los últimos tiempos del mundo volverá a su antigua idolatría, poder y grandeza imperial. Expulsará a su Pontífice, apostatará por completo de la fe cristiana, perseguirá terriblemente a la Iglesia, derramará más la sangre de los mártires. cruelmente que nunca, y recuperará su antiguo estado de riqueza abundante, o incluso mayor que la que tenía bajo sus primeros gobernantes”. – Cardenal Henry Edward Manning, “La crisis actual de la Santa Sede”, 1861, p. 87-88.
Los Santos Padres que han escrito sobre el tema del Anticristo, y de las profecías de Daniel, sin una sola excepción, por lo que yo sé, padres tanto de Oriente como de Occidente, griegos y latinos -todos ellos por unanimidad– dicen que los últimos tiempos del mundo, durante el reinado del Anticristo, el santo sacrificio del altar cesará. En la obra sobre el fin del mundo, atribuida a San Hipólito, después de una larga descripción de las aflicciones de los últimos días, leemos lo siguiente: “Las Iglesias lo llorarán con un gran llanto, pues no habrá más oblación para ser ofrecida, ni incienso, ni el culto agradable a Dios. Los edificios sagrados de las iglesias serán las chozas; y el precioso cuerpo y sangre de Cristo no será ya expuesto [para la adoración] en aquellos días; la Liturgia será extinguida; el canto de los salmos cesará; la lectura de la Sagrada Escritura no se oirá ya. No habrá para los hombres más que oscuridad, y duelo sobre duelo y aflicción sobre aflicción.” Entonces, la Iglesia se dispersará, será empujada al desierto, y será por un tiempo como lo fue a los comienzos, invisible, escondida en catacumbas, en las casas, en las montañas, en escondrijos; durante un tiempo será barrida, por así decirlo, de la faz de la tierra. Tal es el testimonio universal de los Padres de los primeros siglos…
La Palabra de Dios nos dice que hacia el final de los tiempos el poder de este mundo será tan irresistible y triunfante que la Iglesia de Dios se hundirá debajo de su mano, que la Iglesia de Dios no recibirá más ayuda de los emperadores o reyes o príncipes, o legislaturas, o naciones, o de los pueblos, para poder resistir contra el poder y la fuerza de su antagonista. Se verá privada de protección. Estará debilitada, desconcertada, y postrada, tirada sangrando a los pies de los poderes de este mundo.

