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Historia

Jesucristo reconocido por TODOS

1 Hemos visto que en el islam y el judaísmo, a pesar de perseguir al cristianismo, reconocen la verdad histórica de Jesus el Hombre -Dios

No en vano en este planeta se cuentan los años a partir de la encarnación del rey de los Judíos

El libro o Corán, en la Sura 4:157-158  dice:

«Y dijeron [los judíos]: ‘Hemos matado al Mesías, Jesús, hijo de María, el mensajero de Dios’.

2. Judaísmo

En el judaísmo rabínico, Jesús es visto como una figura histórica, pero no como el Mesías.

Algunas fuentes rabínicas tardías (Talmud, Toledot Yeshu) mencionan la ejecución de un hombre llamado Yeshu, pero en términos negativos o polémicos. Igualmente el Talmud (Sanedrín 43a)

3. Hinduismo

En el hinduismo algunos movimientos sincréticos o como los Ramakrishna, Aurobindo, o los Hare Krishna han comparado a Jesús con un avatar (manifestación divina).

“Jesús es el sacrificio supremo, como Krishna se entregó en la batalla, Jesús lo hizo en la cruz.” – interpretación mística moderna.

No se niega la Pasión, pero se le da un sentido kármico o de auto-entrega divina. Algo asi que Jesús fue una reencarnacion de Brahma o Krishna

4. Budismo

El budismo zen, ve en Jesús un bodhisattva, un ser iluminado que sufre por compasión.

“La crucifixión es el acto final de compasión, como el bodhisattva que retrasa su iluminación por los demás.” – lectura budista.

5 Gnosticismo (cristianismo esotérico antiguo) fundado por Simón el Mago que fue confrontado frente a Neron por San Pablo y san pedro, “había allí un hombre llamado Simón, que de tiempo atrás venía practicando la magia en la ciudad y maravillando al pueblo de Samaría, diciendo ser él algo grande.

Hechos 8, 18 narra que Viendo Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se comunicaba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí ese poder de imponer las manos, de modo que se reciba el Espíritu Santo.

Díjole Pedro: Sea ese tu dinero para perdición tuya, pues has creído que con dinero podía comprarse el don de Dios.

El Evangelio apócrifo de los Hechos de Pedro se narra que cuando exhibía sus poderes mágicos en Roma, volando ante el emperador romano Nerón en el Foro Romano, para probar su condición divina, los apóstoles Pedro y Pablo rogaron a Dios que detuviese su vuelo: Simón paró en seco y cayó a tierra. Cirilo de Jerusalén (346 d. C.) también relata que Simón el Mago viajaba por el aire en un carro tirado por demonios, cuando Pedro y Pablo oraron, sus oraciones espantaron a los demonios, cayó al suelo y se mató.

El continuador de estas herejías fue otro judío egipcio que había sido esclavo de una viuda rica y heredó su fortuna y libros de brujeria a la muerte de esta, Mani o manes se presenta a si mismo como el cristo reencarnado.

Los gnósticos del siglo II d.C. sostenían que el Cristo divino no sufrió realmente:

“El Cristo divino abandonó a Jesús antes de la crucifixión. Fue solo el cuerpo quien sufrió.” – Evangelio de Felipe (apócrifo gnóstico)

Varios evangelios apócrifos, que pueden ser de la época o posteriores a la vida de cristo, y que no fueron aceptados como canónicos y por eso no están en la biblia, nos traen también referencias a Jesús, asi como otros textos antiguos ofrecen relatos alternativos o complementarios sobre la Pasión, muerte y resurrección de Jesús.

3. Evangelio de Bartolomé

Aunque fragmentario, este evangelio ofrece una visión del descenso de Jesús al infierno y su confrontación con Satanás, destacando su victoria sobre las fuerzas del mal.​

4 Evangelio de Tomás (c. 50–140 d.C.)

Una colección de 114 dichos atribuidos a Jesús, sin narrativa sobre su pasión o resurrección. Este texto refleja enseñanzas gnósticas y enfatiza el conocimiento espiritual.​

2. Evangelio de Pedro (c. 100–150 d.C.)

Ofrece una descripción detallada de la pasión y resurrección de Jesús, con elementos únicos como una cruz parlante y una tumba vacía vigilada por soldados. Este texto fue excluido del canon por su enfoque docetista.​

3. Evangelio de Nicodemo (Hechos de Pilato) (c. siglo IV)

Relata el juicio de Jesús ante Pilato y su descenso al Hades, donde libera a los justos. Este texto amplía los eventos de la pasión y resurrección desde una perspectiva diferente.​

4. Evangelio de la Verdad (c. 140–180 d.C.)

Un texto gnóstico que interpreta la pasión de Jesús como un acto de revelación divina, enfatizando el conocimiento espiritual sobre el sufrimiento físico.​

5. Evangelio de Felipe (c. siglo III)

Otro texto gnóstico que aborda temas como la unión espiritual y la interpretación simbólica de la crucifixión, sin centrarse en los aspectos históricos de la pasión.​

6. Evangelio de María (c. siglo II)

Aunque no describe la pasión, este texto destaca el papel de María Magdalena como discípula cercana a Jesús y su comprensión de las enseñanzas espirituales.

Herejias modernas han presentado a Magdalena como madre de los hijos bastardos de Jesus, una de las herejías mas sucias, que ha tenido amplia difusión y se han hecho películas y libros para engañar incautos y robar la fé de los tibios.

Los Rollos del Mar Muerto, descubiertos en Qumrán, en el fragmento 4Q285 conocido como (Fragmento del Mesías Sufriente): Describe a un líder que sufre y muere, lo que algunos interpretan como una prefiguración del Mesías sufriente.

En La República de Platón, específicamente en el Libro II (361e–362a), encontramos una referencia impresionante y profética en apariencia: un hombre perfectamente justo que será torturado y ejecutado por su justicia. Este pasaje ha llamado la atención de muchos filósofos y teólogos cristianos por su resonancia con la figura de Cristo siglos antes del cristianismo. Pero Platón no es el único.

una recopilación de citas de textos antiguos (anteriores o contemporáneos al cristianismo)  hablan de un justo perseguido, maltratado o asesinado por su virtud:

🏛️ 1. Platón – La República II, 361e–362a

“El hombre verdaderamente justo… no será estimado así por los hombres… será azotado, torturado, encadenado, le quemarán los ojos, y, después de sufrir todos los males, será colgado o crucificado.”

👉 Se usa como contraste en el argumento de Glaucón, pero su parecido con la Pasión de Cristo es impactante.

📜 2. Libro de la Sabiduría (Sabiduría 2:10-20)

(Deuterocanónico, siglo I a.C., influyó en la mentalidad judía helenística)

“Acechemos al justo… Es incómodo para nosotros… Se gloria de tener a Dios por padre. Veamos si sus palabras son verdaderas; probémoslo con afrenta y tormento… Condenémoslo a muerte ignominiosa…”

👉 Texto citado en la tradición cristiana como descripción del rechazo del Mesías.

⚖️ 3. Esquilo – Prometeo encadenado (ca. siglo V a.C.)

“Yo, que di fuego a los hombres, soy clavado a esta roca… por haber amado a los mortales más de lo que a los dioses les convenía.”

👉 Prometeo, benefactor de la humanidad, es castigado por los dioses por hacer el bien a los hombres. Figura de justo sufriente, precursora del motivo del mártir.

🐢 4. Confucio – Los Anales de Primavera y Otoño (siglo V a.C.)

Aunque Confucio no describe una crucifixión, sí aborda la incomprensión del sabio y justo:

“El hombre virtuoso será incomprendido por la mayoría. Su virtud será su propia condena en tiempos de ignorancia.”

👉 El justo como víctima del mal gobierno o del pueblo ignorante.

🕯️ 5. Libro de Enoc (1 Enoc 38–39; siglo II a.C.)

“¡Ay de vosotros, pecadores, que perseguís al justo! Seréis entregados a la oscuridad eterna…”

👉 Texto judío apocalíptico que contrasta la suerte del justo perseguido con el destino final de los impíos.

🏺 6. Eurípides – Hipólito y otros dramas (siglo V a.C.)

Los héroes trágicos, muchas veces injustamente acusados y condenados, como Hipólito, Edipo, o Antígona, muestran cómo los justos son perseguidos por su pureza o fidelidad a principios superiores.

“Aquel que guarda su lengua y se mantiene puro ante los dioses, muchas veces es quien más sufre.”

En todo caso la iglesia tiene oraciones para el pecador contumaz y busca la reconciliación y conversión de los pecadores de todas las sectas, de hecho la iglesia hace esta oración el viernes santo.

“Oremos también por los pérfidos judíos, para que Dios Nuestro Señor quite el velo de sus corazones, a fin de que ellos también reconozcan a Jesucristo Nuestro Señor”.: “Oh Dios omnipotente y eterno, que no rechazas de tu misericordia a los pérfidos judíos; oye las plegarias que te dirigimos por la ceguedad de aquel pueblo, para que, reconociendo la luz de tu verdad, que es Jesucristo, salgan de sus tinieblas. Por Jesucristo Nuestro Señor”.

La visión unitaria del plan de Dios en Cristo, predicada por la Iglesia, es sustituida desde el concilio por «relecturas del Evangelio, resultado de especulaciones teóricas mas bien que de auténtica meditación de la Palabra de Dios y de un verdadero compromiso evangélico. Ellas causan confusión, al apartarse de los criterios centrales de la fe de la Iglesia y se cae en la temeridad de comunicarlas, a manera de catequesis, a las comunidades cristianas» 1.

Es frecuente que nos veamos enredados en cuestiones por el estilo: ¿Quién habrá sido el autor de tal o cual lógion, Jesús o la comunidad primitiva? ¿Provendrá esta perícopa de las formas kerigmáticas tradicionales o del redactor final? ¿No está todo irreversiblemente contaminado por la «fe pascual», de modo que no era ya posible atravesar la barrera que nos separa del Cristo histórico? ¿Los evangelios de la infancia serán otra cosa que theologoúmena de Mateo y de Lucas, sin que interese mayormente su relación con la historia, la cual, por otra parte, es proclamada como el distintivo específico del judeocristianismo?. Siendo la historia tan fundamental y, a la vez, interponiendo tantas cortinas de humo entre ellas y nuestros textos, ¿no estamos serruchándonos la rama en que nos asentamos? Y Juan…¿podrá ser utilizado seriamente como elemento válido de acceso a Jesucristo? ¿No constituye, más bien, el punto de arranque de la futura «helenización» del cristianismo, los pródromos del gnosticismo?.

Por todos lados se levantan sospechas, se practica vivisecciones de obras, sometiéndolas a una colosal electrólisis hermenéutica.

No se deja de reconocer los aportes valiosísimos y luminosos que el trabajo exegético actual ha ido acumulando pacientemente. Pero centrémonos en la realidad histórica.

La crucifixión

Los cuatro evangelistas nos hablan de las horas en las que Jesús sufre y muere en la cruz. Concuerdan en lo esencial del acontecimiento, pero con matices diferentes en los detalles. Lo interesante en estas narraciones es que están llenas de alusiones y citas del Antiguo Testamento: la Palabra de Dios y el acontecimiento se compenetran mutuamente. Los hechos, , están repletos de palabra, de sentido; y también viceversa: lo que hasta ahora había sido sólo palabra —a veces palabra incomprensible— se hace realidad, y sólo así se abre a la comprensión.

Tras este modo particular de narrar hay un proceso de aprendizaje de la Iglesia naciente, y que ha sido determinante para que ésta llegara a formarse. En un primer momento, el que Jesús acabara en la cruz era sencillamente un hecho irracional que ponía en cuestión todo su anuncio y el conjunto de su propia figura. El relato sobre los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35) describe el camino que hicieron juntos, su conversación en la búsqueda común, como un proceso en el que la oscuridad de las almas se va aclarando poco a poco gracias al acompañamiento de Jesús (cf. v. 15). Aparece con claridad que Moisés y los Profetas, que «toda la Escritura», habían hablado de los acontecimientos de esta Pasión (cf. v. 26s): lo «absurdo» manifiesta ahora su más profundo significado. En el acontecimiento aparentemente sin sentido se ha abierto en realidad el verdadero sentido del camino humano; el sentido ha conseguido la victoria sobre el poder de la destrucción y del mal.

Lo que aquí se resume, en un largo coloquio de Jesús con dos discípulos, fue para la Iglesia naciente todo un proceso de búsqueda y maduración. A la luz de la resurrección, a la luz del don de un nuevo caminar en comunión con el Señor, se tuvo que aprender a leer el Antiguo Testamento de modo nuevo: «En efecto, nadie se había esperado un final del Mesías en cruz. O quizás, ¿se habían solamente ignorado hasta aquel momento las correspondientes alusiones en la Sagrada Escritura?. No fueron las palabras de la Escritura lo que suscitó la narración de los hechos, sino que los hechos, en un primer momento incomprensibles, llevaron a una nueva comprensión de la Escritura.

Así, la concordancia que se encuentra entre hecho y palabra no solamente determina la estructura de los relatos del acontecimiento de la Pasión (y de los evangelios en general), sino que es constitutiva para la misma fe cristiana. Sin ella no se puede entender el desarrollo de la Iglesia, cuyo mensaje recibió, y recibe todavía, su credibilidad y su relevancia histórica precisamente de esta trabazón entre sentido e historia: donde este lazo se deshace, se disipa la misma estructura básica de la fe cristiana.

En la narración de la Pasión se encuentran intercaladas múltiples alusiones a textos del antiguo testamento. Dos de ellos son de fundamental importancia, porque abrazan e iluminan teológicamente, por decirlo así, todo el arco del acontecimiento de la Pasión: son el Salmo 22 e Isaías 53. Echemos por tanto una rápida mirada sobre estos dos textos, que son básicos para la unidad entre, palabra de la Escritura (Antiguo Testamento) y acontecimiento de Cristo (Nuevo Testamento).

El Salmo 22 es el gran grito angustiado del Israel que sufre al Dios que aparentemente permanece en silencio. La palabra «gritar», que después tiene una importancia central en el relato sobre Jesús en la cruz, sobre todo en Marcos, caracteriza, por decirlo así, el tono de este Salmo. Comienza inmediatamente diciendo: «A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza». Se deja oír toda la pena de quien sufre ante el Dios aparentemente ausente. Aquí ya no basta un simple llamar o implorar. En la extrema angustia, la oración se convierte necesariamente en un clamor.

Este escarnio se convierte en un desafío a Dios y, así, en una afrenta todavía mayor al desdichado: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo quiere». El sufrimiento indefenso es interpretado como prueba de que Dios no ama verdaderamente al afligido. El versículo 19 habla del echar a suertes sus vestidos, como ocurrió de hecho a los pies de la cruz.

Pero el grito de angustia se transforma después en una profesión de confianza, más aún, en tres versículos se anticipa y se celebra la gran acogida que ha obtenido. Ante todo: «Él es mi alabanza en la gran asamblea, cumpliré mis votos delante de sus fieles» (v. 26). La Iglesia naciente es consciente de ser la gran asamblea en la que se celebra la acogida de quien implora, su salvación: la resurrección. Siguen después otros dos elementos sorprendentes. La salvación no se limita solamente al orante, sino que se convierte en un «saciar a los desvalidos» (v. 27). Y, más aún: «Volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos» (v. 28).

¿Cómo podía la Iglesia naciente dejar de intuir en estos versículos, por un lado, el misterioso banquete nuevo, el «saciar a los desvalidos», que el Señor le había dado en la Eucaristía? Y, por otro, ¿cómo no ver allí el acontecimiento insospechado de la conversión de los pueblos del mundo al Dios de Israel, al Dios de Jesucristo; es decir, que la Iglesia se formaba con gentes de todos los pueblos? La Eucaristía (la alabanza: v. 26; el saciar: v. 27) y el universalismo de la salvación (v. 28) aparecen como la gran acogida de Dios, que responde al grito de Jesús. Es importante tener siempre presente la amplia gama de acontecimientos contenidos en este Salmo para entender por qué tiene un papel tan central en la narración de la cruz.

Del segundo texto fundamental —Isaías 53—se puede percibir de nuevo el asombro del primer cristianismo, y del asombro continuo de todo aquel que lo lee por primeravez, un texto escrito 500 años antes de cristo describe exactamente el viernes santo y al ir comprobando que el camino de Jesucristo ya se había ido anunciando paso a paso. El profeta —leído ahora con todos los medios modernos del análisis crítico del texto—habla como si fuera un evangelista.

La primera palabra de Jesús en la cruz:

«Padre, perdónalos»

La primera palabra de Jesús en la cruz, pronunciada casi mientras lo crucificaban, es la petición de perdón para quienes le tratan así: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

Lo que el Señor había predicado en el Sermón de la Montaña, lo cumple aquí personalmente. Él no conoce odio alguno. No grita venganza. Suplica el perdón para todos los que lo ponen en la cruz y da la razón de esta súplica: «No saben lo que hacen».

Esta palabra sobre la ignorancia vuelve después en el discurso de san Pedro en los Hechos de los Apóstoles. En él se comienza recordándole a la muchedumbre que se había reunido en el pórtico de Salomón tras la curación de un lisiado: «Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida; pero Dios lo resucitó de entre los muertos» (3,14s). Pedro, después de este doloroso recuerdo, que ya había incluido en su discurso de Pentecostés y que traspasó entonces el corazón de la gente (cf. 2,37), prosigue: «Sin embargo, hermanos, yo sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo» (3,17).

El motivo de la ignorancia aparece una vez más en una nota autobiográfica del pasado de san Pablo. Recuerda que él mismo había sido anteriormente «un blasfemo, un perseguidor y un violento»; y añade a continuación: «Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía» (1 Tm 1,13). Si se tiene en cuenta su anterior orgullo de perfecto discípulo de la Ley, que conocía y cumplía la Escritura, ésta es una palabra dura: él, que había estudiado con los mejores maestros y podía considerarse a sí mismo como un verdadero escriba, ahora, mirando hacia atrás, debe reconocer que había sido un ignorante.

Pero es precisamente la ignorancia lo que le ha salvado, haciéndole capaz de conversión y de perdón. Ciertamente, esta combinación entre docta erudición y profunda ignorancia debe hacer reflexionar. Revela lo problemático de un saber que se cree autosuficiente, y por eso no alcanza la verdad misma que debería transformar al hombre.

Esta relación entre saber e ignorancia aparece también de otra manera en la narración de los Magos de Oriente. Los sumos sacerdotes y los escribas saben exactamente dónde debía nacer el Mesías. Pero no lo reconocen. Siendo sabios, permanecen ciegos (cf. Mt 2,4-6).

Es obvio que esta coexistencia entre saber e ignorancia, de conocimiento material y profunda incomprensión, existe en todos los tiempos. Por eso la palabra de Jesús sobre la ignorancia, con sus aplicaciones en las distintas situaciones de la Escritura, debe sacudir también, precisamente hoy, a los presuntos sabios. ¿Acaso no somos ciegos precisamente en cuanto sabios? ¿No somos quizás, justo por nuestro saber, incapaces de reconocer la verdad misma, que quiere venir a nuestro encuentro en aquello mismo que sabemos? ¿Acaso no esquivamos el dolor provocado por la verdad que traspasa el corazón, esa verdad de la que habló Pedro en su discurso de Pentecostés? La ignorancia atenúa la culpa, deja abierta la vía hacia la conversión. Pero no es simplemente una causa eximente, porque revela al mismo tiempo una dureza de corazón, una torpeza que resiste a la llamada de la verdad. Por eso es más consolador aún para todos los hombres y en todos los tiempos que el Señor, tanto respecto a los que verdaderamente no sabían —los verdugos— como a los que sabían y lo condenaron, haya puesto la ignorancia como motivo para pedir que se les perdone: la ve como una puerta que puede llevarnos a la conversión.

En el Evangelio aparecen tres grupos de gente que se burlan de Jesús. Primero, el de los que pasaban por allí. Repiten al Señor las palabras con las que se refería a la destrucción del templo: «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz» (Mc 15,29s). Quienes se mofan así del Señor expresan con ello su desprecio por el impotente, le hacen sentir una vez más su debilidad. Al mismo tiempo, le quieren hacer caer en tentación, como ya intentó el diablo: «Sálvate a ti mismo. Utiliza tu poder». No saben que justamente en este momento se está cumpliendo la destrucción del templo y que, así, se está formando el nuevo templo.

Al final de la Pasión, con la muerte de Jesús, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, como narran los Sinópticos (cf. Mt 27,51; Mc 15,38; Lc 23,45).

Ahora, en el momento de la muerte de Jesús, este velo se desgarra de arriba abajo. Con eso se alude a dos cosas: por un lado, se pone de relieve que la época del antiguo templo y sus sacrificios se ha acabado; en lugar de los símbolos y los ritos, que apuntaban al futuro, ahora se hace presente la realidad misma, el Jesús crucificado que nos reconcilia a todos con el Padre. Pero, al mismo tiempo, el velo rasgado del templo significa que ahora se ha abierto el acceso a Dios. Hasta aquel momento el rostro de Dios había estado velado. Sólo mediante signos y una vez al año, el sumo sacerdote podía comparecer ante él. Ahora, Dios mismo ha quitado el velo, en el Crucificado se ha manifestado como el que ama hasta la muerte. El acceso a Dios está libre.

El segundo grupo de los que se burlan está formado por los miembros del Sanedrín. Mateo menciona las tres categorías de sus componentes: sacerdotes, escribas y ancianos. Éstos formulan sus palabras de escarnio refiriéndose al Libro de la Sabiduría que, en el capítulo 2, habla del justo que estorba la vida malvada de otros, se llama a sí mismo hijo de Dios y es condenado a la desventura (cf. Sb 2,10-20). Los miembros del Sanedrín, remitiéndose a aquellas palabras, dicen ahora de Jesús, el crucificado: «¿No es el rey de Israel?; que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora.

¿No decía que era Hijo de Dios?» (Mt 27,42s; cf. Sb 2,18). Sin percatarse de ello, quienes se mofan así reconocen con su actitud que Jesús es realmente Aquel del que se habla en el Libro de la Sabiduría. Precisamente en la situación de impotencia exterior, Él se revela como el verdadero Hijo de Dios.

Platón, en su obra sobre el Estado intenta imaginarse cuál hubiera sido el destino del justo perfecto en este mundo, llegando a la conclusión de que habría sido crucificado (cf. Politeia II, 361e-362a). Esta idea apunta directamente a Jesús. Precisamente en el escarnio, el misterio de Jesucristo se demuestra verdadero. Así como no se había dejado seducir por el diablo para que se tirase desde el pináculo del templo (cf. Mt 4,5-7; Lc 4,9-13), tampoco cede ahora a esta tentación. Él lo sabe: Dios mismo le salvará, pero de modo diferente al que esta gente se imagina aquí. La resurrección será el momento en el que Dios lo librará de la muerte y lo confirmará como el Hijo.

El tercer grupo de los que se mofan lo forman quienes fueron crucificados con Él, y que Mateo y Marcos caracterizan con la misma palabra léstés (bandido), con la que Juan describe a Barrabás (cf. Mt 27,38; Mc 15,27; in 18,40). Queda claro así que se les califica como combatientes de la resistencia, a los cuales, para criminalizarlos, los romanos dieron simplemente el apelativo de «bandidos». Son crucificados junto con Jesús porque se les había declarado culpables del mismo crimen: resistencia contra el poder romano.

En Jesús, sin embargo, el tipo de delito es diferente al de los otros dos, que tal vez habían participado con Barrabás en su insurrección. Pilato sabe muy bien que Jesús no había pensado en algo como eso y, por ello, en la inscripción para la cruz define el «delito» de manera singular: «Jesús el Nazareno, el rey de los judíos» (In 19,19). Hasta aquel momento Jesús había evitado el título de Mesías o de rey, o bien lo había puesto inmediatamente en relación con su Pasión (cf. Mc 8,27-31), para impedir interpretaciones erróneas. Ahora, el título de rey puede aparecer delante de todos. En las tres grandes lenguas de entonces, Jesús es proclamado rey públicamente.

Es comprensible que los miembros del Sanedrín se vieran contrariados por este título, con el que Pilato quiere seguramente expresar también su cinismo contra las autoridades judías y, aunque con retraso, vengarse de ellos. Pero esta inscripción, que equivale a una proclamación como rey, está ahora ante la historia del mundo. Jesús ha sido «elevado». La cruz es su trono desde el que atrae el mundo hacia sí. Desde este lugar de la extrema entrega de sí, desde este lugar de un amor verdaderamente divino, Él domina como el verdadero rey, domina a su modo; de una manera que ni Pilato ni los miembros del Sanedrín habían podido entender.

Pero a las burlas no se unen los dos crucificados con Él. Uno de ellos ve el misterio de Jesús. Sabe y ve que el «delito» de Jesús era de un tipo completamente diferente; que Jesús no era un simple ambicioso o ladrón. Y ahora se da cuenta de que este hombre crucificado a su lado hace realmente visible el rostro de Dios, es el Hijo de Dios. Y, entonces, le implora: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23,42). Cómo haya imaginado exactamente el buen ladrón la entrada de Jesús en su reino y, por tanto, en qué sentido haya pedido que Jesús se recordara de él, no lo sabemos. Pero, obviamente, ha entendido precisamente en la cruz que este hombre sin poder alguno es el verdadero rey; Aquel que Israel estaba esperando, y junto al cual no quiere estar solamente ahora en la cruz, sino también en la gloria.

La respuesta de Jesús va más allá de la petición. En lugar de un futuro indeterminado habla de un «hoy»: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (23,43). También estas palabras están llenas de misterio, pero nos enseñan ciertamente una cosa: Jesús sabía que entraba directamente en comunión con el Padre, que podía prometer el paraíso ya para «hoy». Sabía que reconduciría al hombre al paraíso del cual había sido privado: a esa comunión con Dios en la cual reside la verdadera salvación del hombre.

Así, en la historia de la espiritualidad cristiana, el buen ladrón se ha convertido en la imagen de la esperanza, en la certeza consoladora de que la misericordia de Dios puede llegarnos también en el último instante; la certeza de que, incluso después de una vida equivocada, la plegaria que implora su bondad no es vana. «Tú que escuchaste al ladrón, también a mí me diste esperanza», reza, por ejemplo, el Dies irae.

Mateo y Marcos concuerdan en decir que, a la hora nona, Jesús exclamó con voz potente: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46; Mc 15,34). Transmiten el grito de Jesús en una mezcla de hebreo y arameo y lo traducen después al griego.

Ante todo hay que considerar el hecho de que, según el relato de ambos evangelistas, los que pasaban por allí no comprendieron la exclamación de Jesús, pero la interpretaron como un grito dirigido a Elías. En estudios eruditos se ha tratado de reconstruir precisamente la exclamación de Jesús de modo que, por un lado, pudiera ser malentendida como un grito hacia Elías y, por otro, fuera la exclamación de abandono del Salmo 22 que la comunidad creyente ha comprendido la exclamación de Jesús como el inicio del Salmo 22 y, sobre esta base, la ha podido comprender como un grito verdaderamente mesiánico.

No es un grito cualquiera de abandono. Jesús recita el gran Salmo del Israel afligido y asume de este modo en sí todo el tormento, no sólo de Israel, sino de todos los hombres que sufren en este mundo por el ocultamiento de Dios. Lleva ante el corazón de Dios mismo el grito de angustia del mundo atormentado por la ausencia de Dios. Se identifica con el Israel dolorido, con la humanidad que sufre a causa de la «oscuridad de Dios», asume en sí su clamor, su tormento, todo su desamparo y, con ello, al mismo tiempo los transforma.

Como hemos visto, el Salmo 22 impregna la narración de la Pasión y va más allá. La humillación pública, el escarnio y los golpes en la cabeza de los que se mofan, los dolores, la sed terrible, el traspasarle las manos y los pies, el echar a suertes sus vestidos: la Pasión entera está como narrada anticipadamente en este Salmo. Pero, mientras Jesús pronuncia las primeras palabras del Salmo, se cumple ya en último análisis la totalidad de esta magnífica oración, incluida también la certeza de que será escuchada, y que se manifestará en la resurrección, en la formación de la «gran asamblea» y en el saciar el hambre de los pobres (cf. vv. 25ss). El grito en el extremo tormento es al mismo tiempo certeza de la respuesta divina, certeza de la salvación, no solamente para Jesús mismo, sino para «muchos», los Padres de la Iglesia, con su modo de comprender la oración de Jesús, se han acercado mucho más a la realidad. Ya para los orantes del Antiguo Testamento las palabras de los Salmos no corresponden a un sujeto individual cerrado en sí mismo, palabras asociadas a la vez en la oración todos los justos que sufren, todo Israel, más aún, la humanidad entera en lucha; por eso estos Salmos abrazan siempre el pasado, el presente y el futuro. Están en el presente del dolor y, sin embargo, llevan ya en sí el don de ser escuchados, de la transformación.

Revelaciones místicas

Luisa Piccarreta, mística italiana del siglo XX, 1865–1947 🇮🇹 (Italia, S. XIX–XX) Mística laica y terciaria dominica. Vivió en cama más de 60 años, recibiendo revelaciones sobre el “Reino de la Divina Voluntad”.   El Libro del Cielo (36 volúmenes dictados por Jesús)

Recibió revelaciones sobre la Pasión de Jesucristo, plasmadas en su obra Las  Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Este devocionario guía a los fieles a meditar cada una de las horas de la Pasión, desde la Última Cena hasta la sepultura de Jesús, ofreciendo una experiencia espiritual profunda y transformadora. En la descripción de la pasión, predomina el punto de vista de Jesús, como si Él mismo estuviera narrando y guiando la meditación. Es un dictado, no una visión, Jesús le dicta a luisa lo que ocurría y lo que el iba sintiendo durante la pasión, de allí que sea la obra más cercana al pensamiento del Hombre Dios.

“¡Ah, hijo mío!, ¡qué duro es para mí este abandono! No solamente me lloran los ojos, sino que me sangra el Corazón. ¡Ah!, te suplico que repares mi amargo dolor, prometiéndome que nunca me vas a dejar solo”.

“Hija mía, mira cómo me flagelan sin piedad. Cada golpe es una herida de amor que recibo por ti y por todos.”​ “Con cada espina que penetra mi cabeza, corono a las almas con la gloria celestial.”

Camino al Calvario y crucifixión dijo:

“Abrazo la cruz con amor, pues en ella redimiré a la humanidad entera.”​

“Mientras me clavan en la cruz, extiendo mis brazos para abrazar a todos los pecadores y atraerlos a mi Corazón.”​

Y durante su Agonía y muerte

“Tengo sed, pero no de agua, sino de almas que comprendan y correspondan a mi amor.” “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, ofreciendo mi vida por la salvación de todos.”

« Hijo mío, no he hecho nada malo y al mismo tiempo he hecho todo. Mi delito es el amor; el amor que contiene todos los sacrificios, el amor que tiene un precio inconmensurable. No obstante, estamos todavía al inicio; tú sigue quedándote dentro de mi Corazón, observa todo, ámame, calla y aprende. Haz que tu sangre helada corra entre mis venas para darle un descanso a mi sangre que está totalmente ardiendo en llamas. Haz que tu temblor corra por mis miembros, para que fundido en mí puedas mantenerte firme, calentarte, puedas sentir parte de mis penas, y a la vez adquirir fuerza al verme sufrir tanto. Este será el modo en que podrás defenderme como a mí más me gusta: séme fiel y pon atención ».

« Hijo mío, ¿quieres saber qué es lo que me pasa? Oigo la voz de Pedro que dice que no me conoce, y luego ha llegado a jurarlo y hasta por tercera vez ha maldecido y perjurado que no me conoce… ¡Oh, Pedro!, ¿cómo no me conoces? ¿No recuerdas de cuántos bienes te he colmado? ¡Oh, si los demás me hacen morir de penas, tú me haces morir de dolor! ¡Cuánto mal has hecho siguiéndome desde lejos y exponiéndote después a la ocasión! ».

 ¡Oh Padre, mira su odio, la furia, la rabia que tienen contra de mí y que casi les hace perder la luz de la razón…!, ¡mira la sed que tienen de mi sangre! Por eso, yo quiero reparar por todos los odios, las venganzas, las iras, los homicidios y pedir para todos la luz de la razón ». « Padre mío, mírame de nuevo, ¿puede haber insulto mayor? Me han pospuesto al criminal más grande; quiero por eso repararte por todas las posposiciones que se hacen. ¡Ah, todo el mundo está lleno de posposiciones! Hay quien nos pospone a un vil interés, otro al honor, otros a la vanidad, a los placeres, a los apegos, a las dignidades, a comilonas y embriagueces y hasta al mismo pecado;

« Todo aquél que me ama venga a aprender el heroísmo del verdadero amor; venga a apagar en mi sangre la sed de sus pasiones, la sed de tantas ambiciones, de tantas vanidades y placeres, de tanta sensualidad. En mi sangre hallarán el remedio para todos sus males ».

Padre mío, cada golpe de flagelo repare ante ti, uno por uno, cada clase de pecado, y que al golpearme a mí sea una excusa para quienes los cometen; que estos golpes hieran los corazones de las criaturas y les hablen de mi amor, hasta que las obliguen a rendirse a mí ».

Quiero ser coronado de espinas, para volver a ponerle al hombre sobre la frente su corona, y para devolverle todos los derechos a toda clase de honor y gloria. Y mis espinas serán ante mi Padre reparaciones y voces de disculpa por tantos pecados de pensamiento, especialmente de soberbia, y serán también voces de luz para cada mente creada con las que les suplicaré que no me ofendan. Por eso, únete a mí, ora y repara junto conmigo ».y tú, toma estas espinas y atraviesa con ellas tu corazón y haz que salga de él todo lo que a mí no me pertenece; deja dentro de tu corazón una espina, como señal de que yo soy tu Rey y para impedir que ninguna otra cosa entre en ti; luego recorre todos los corazones de las criaturas y traspasándolos con mis espinas haz que salgan de ellos todos los humos de soberbia, la podredumbre que tienen, y constitúyeme Rey de todos ».

Pon atención a los latidos de mi Corazón y sentirás que reparo las injusticias de los que mandan, la opresión de los pobres, de los inocentes pospuestos a los malhechores, la soberbia de quienes para conservar sus dignidades, cargos o riquezas, no titubean en transgredir cualquier ley y hacerle mal al prójimo, cerrando los ojos a la luz de la verdad. Con estas espinas quiero hacer pedazos el espíritu de soberbia de sus señorías y, con los agujeros que hacen en mi cabeza, quiero abrirme camino en sus mentes, para reordenar en ellas todas las cosas a la luz de la verdad. Y estando así humillado ante este juez injusto, quiero hacerles comprender a todos que solamente la virtud es la que constituye al hombre rey de sí mismo, y les enseño a los que mandan que sólo la virtud, unida al recto saber, es la única digna y capaz de regir y gobernar a los demás, mientras que todas las demás dignidades, sin la virtud, son cosas peligrosas y deplorables ».

« Hijo mío, estréchate a mi Corazón y toma parte en mis penas y en mis reparaciones. El momento es solemne: se debe decidir entre mi muerte y la muerte de todas las criaturas. En este momento dos corrientes desembocan en mi Corazón: en una están todas las almas que si me quieren muerto, es porque quieren hallar en mí la vida y aceptando yo la muerte por ellas, son absueltas de la condenación eterna y las puertas del cielo se abren para recibirlas; en la otra corriente están las almas que me quieren muerto por odio y para confirmar su condena, por lo que mi Corazón queda destrozado y siente la muerte de cada una de ellas y hasta las mismas penas del infierno ». « Mi Corazón no soporta estos dolores tan amargos; siento la muerte en cada latido, en cada respiro, y me repito una y otra vez: ¿Por qué tanta sangre será derramada en vano? ¿Por qué mis penas serán inútiles para tantos? ».

« ¡Ah, hijo mío, eres tú mismo quien no quiere mantenerse unido a mí!, si tú te hubieras acercado de inmediato a mí, yo mismo te habría ayudado a liberarte de las molestias que el enemigo te ha puesto en la mente y no me habrías hecho anhelar tanto tu regreso a mí. Estuve buscando ayuda de tu parte para que me quitaras estas espinas tan dolorosas, pero he esperado en vano, porque tú te hallabas ocupado con el trabajo que el enemigo te había procurado. ¡Oh, cuánto menos serías tentado si te arrojaras de inmediato a mis brazos! El enemigo, teniendo miedo, no de ti sino de mí, te dejaría »

« Hijo mío, déjame desahogar mi amor, y repara conmigo por quienes haciendo el bien me deshonran. Estos judíos me vuelven a poner mis vestiduras para desacreditarme aún más ante el pueblo y para convencerlo de que soy un malhechor. Aparentemente el acto de vestirme era bueno, pero en sí mismo llevaba mucha malicia. ¡Ah, cuántos hacen obras buenas, administran sacramentos o los frecuentan, pero con fines humanos e incluso hasta malos!; pero el bien mal hecho conduce a la dureza y yo quiero ser coronado por segunda vez con dolores más atroces que la primera, para romper esta dureza y así, con mis espinas, atraer a las criaturas hacia mí ».

¡Oh cruz, cátedra de sabiduría, sólo tú enseñarás la verdadera santidad, tú formarás los héroes, los atletas, los mártires, los santos! Cruz hermosa, tú eres mi trono, y teniendo yo que abandonar la tierra, te quedarás tú en mi lugar; a ti te doy como dote a todas las almas. ¡Cuídamelas, sálvamelas, a ti te las confío! ».

« ¡Hijo mío, cuánto me cuestan las almas! Este es el lugar en donde espero a todos para salvarlos y donde quiero reparar los pecados de quienes llegan a degradarse hasta por debajo de las bestias y que se obstinan tanto en ofenderme, que llegan a no saber vivir sin estar pecando. Su razón queda ciega y pecan frenéticamente; por eso me vuelven a poner la corona de espinas por tercera vez. Y al ser desnudado reparo por quienes se visten lujosamente y con indecencia, por los pecados contra la modestia y por quienes están tan atados a las riquezas, a los honores y a los placeres, que de todo eso se hacen un dios para sus corazones. ¡Ah, sí!, cada una de estas ofensas es una muerte que siento, y si no muero, es porque la Voluntad de mi Eterno Padre aún no ha decretado el momento de mi muerte ».

« Padre Santo, aquí estoy, cargado de todos los pecados del mundo; no hay culpa que no recaiga sobre mí. Por eso, ya no descargues sobre los hombres los flagelos de tu divina justicia, sino sobre mí, tu Hijo. ¡Oh Padre!, permíteme vincular a esta cruz a todas las almas y que implore perdón para todas ellas con las voces de mi sangre y de mis llagas. ¡Oh Padre!, ¿no ves a qué estado me he reducido? Por esta cruz y en virtud de estos dolores, concédeles a todos verdadera conversión, paz, perdón y santidad ».Padre mío, detén tu furor contra la pobre humanidad; están ciegos y no saben lo que hacen. Por eso, obsérvame bien y mira cómo he quedado reducido. Si no te mueves a compasión por la mísera humanidad, que te enternezca al menos mi rostro cubierto de salivazos y sangre, amoratado e hinchado por tantas bofetadas y golpes recibidos. ¡Piedad, Padre mío! Yo era el más bello de los hijos de los hombres, y ahora estoy tan desfigurado que ya no me reconozco, me he convertido en el último de todos los hombres. Por eso, ¡a cualquier precio quiero salvar a la criatura! ».

« Padre mío, mírame, obsérvame bien de la cabeza a los pies: ¡No se encuentra ya alguna parte sana en mí, no tengo en dónde hacerme abrir nuevas llagas y procurarme más sufrimientos! Si no te aplacas ante este espectáculo de amor y de dolor, ¿quién va a poder aplacarte? ».

« ¡Ven a mis brazos, que te perdono; y la prueba de mi perdón es el precio de mi sangre! ».

¿Qué hacías, en qué pensabas Jesús mío?

“En ti pensaba, pecador, por ti sufría con infinita paciencia y alegría; tú habías merecido los oprobios y tormentos más horribles, y Yo para librarte de ellos he querido pasar por este espantoso suplicio. ¿No estás todavía satisfecho? ¿Quieres aún maltratarme con nuevas ofensas?”.

Yo caigo –dice el Señor– por segunda y tercera vez para expiar tus continuas recaídas, caigo para alzarte a tu de la tibieza; caigo para que, temerario, no te expongas de nuevo al peligro de recaer en pecado; caigo, caigo para que no caigas en el infierno”.

¿Y en qué pensabas, purísimo Jesús, al verte desnudo delante de tanta muchedumbre?

– “En ti pensaba, pecador, en los pecados impuros que cometes; en lo que miras, en cómo hablas, en lo que haces; y por todos ellos ofrecía Yo al Eterno Padre esta confusión y suplicio tan atroz”.

Ana catalina Emmerick Beata    1774–1824 🇩🇪 (Alemania, S. XVIII–XIX)   Monja agustina estigmatizada. Padeció muchos sufrimientos físicos. Sus visiones fueron transcritas por el poeta Clemens Brentano. La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

Nuestro Redentor, en el monte de los Olivos, quiso poner a prueba y dominar la violenta repugnancia de la naturaleza humana hacia el dolor y la muerte, que no es más que una porción de todo el padecimiento, asi que le fue permitido al tentador ponerlo a prueba como lo hace con cualquier hombre que quiera sacrificarse por una causa santa.

 La duda y la inquietud que el hombre a punto de hacer un gran sacrificio siempre experimenta, asaltaron el alma del Señor, que se hizo a sí mismo esta terrible pregunta: «¿Qué resultará de este sacrificio?» Y el más espantoso panorama desplegado ante sus ojos vino a llenar de angustia su amante corazón. Nuestro Señor vio los escándalos de todos los siglos hasta nuestros días y hasta el fin de los tiempos; todas las formas del error, del loco fanatismo y de la maldad se desplegaron ante sus ojos; vio todos los apóstatas, todos los herejes, los pretendidos reformadores con apariencia de santidad, los corruptores y los corrompidos de todas las épocas, ultrajándolo y atormentándolo como si a sus ojos no hubiera sido suficientemente crucificado.

vi a Satanás, que le arrebataba con violencia a toda multitud de hombres redimidos con su Sangre y santificados por la unción de su Sacramento. El Salvador vio, con amargo dolor, toda la ingratitud, toda la corrupción de los cristianos de todos los tiempos. Y durante estas visiones, el tentador no cesaba de repetirle «¿Estás decidido a sufrir por estos ingratos?» mientras las imágenes se sucedían a una velocidad tan vertiginosa que una angustia indecible oprimía su alma.

FLAGELACIÓN  DE  JESÚS,  Pilatos, el más voluble e irresoluto de los jueces, había pronunciado varias veces estas palabras ignominiosas: «No encuentro crimen en Él; lo mandaré azotar y lo dejaré libre.» Pero los judíos continuaban gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!» Sin embargo, Pilatos estaba decidido a que su voluntad prevaleciera y no tuviera que condenar a muerte a Jesús, por lo que lo mandó azotar a la manera de los romanos. Eran seis hombres de piel oscura y más bajos que Jesús; llevaban un cinto alrededor del cuerpo y el pecho cubierto de una especie de piel, los brazos desnudos. Eran malhechores de la frontera de Egipto, condenados por sus crímenes a trabajar.

Parecían bestias o demonios y estaban medio borrachos. Golpearon a Nuestro Señor con sus puños, y lo arrastraron con las cuerdas a pesar de que El se dejaba conducir sin resistencia; una vez en la columna, lo ataron brutalmente a ella.

Yo vi jóvenes, monstruos de infamia, casi desnudos, que preparaban
varas frescas cerca del cuerpo de guardia; otros iban a buscar varas de espino.
Algunos alguaciles de los príncipes de los sacerdotes daban dinero a los
verdugos. Les trajeron también un cántaro que contenía una bebida espesa y
colorada, y bebieron hasta embriagarse. Pasado un cuarto de hora, los
sayones que azotaban a Jesús fueron reemplazados por otros dos. El cuerpo
del Salvador estaba cubierto de manchas negras, lívidas y coloradas, y su
sangre corría por el suelo. Por todas partes se oían las injurias y las burlas.
Los segundos verdugos lanzáronse con rabia de hambrientos lobos sobre
Jesús; tenían otra especie de varas; eran de espino con nudos y puntas. Los
golpes rasgaron todo el cuerpo de Jesús; la sangre saltó a distancia, y ellos
tenían los brazos manchados. Jesús gemía, oraba y se estremecía. Muchos
forasteros pasaron por la plaza, montados sobre camellos, y alejáronse
poseídos de horror y de pena cuando el pueblo les explicó lo que ocurría. Eran
caminantes que habían recibido el bautismo de Juan, o que habían oído los
sermones de Jesús sobre la montaña. El tumulto y los gritos no cesaban
alrededor de la casa de Pilatos.
Otros nuevos verdugos pegaron a Jesús con correas, que tenían en las puntas
garfios de hierro, con los cuales le arrancaban la carne a tiras. ¡Ah! ¡Cómo
describir este tremendo y doloroso espectáculo! Sin embargo, su rabia no
estaba todavía satisfecha; desataron a Jesús, y atáronle de nuevo de espaldas
a la columna. No pudiendo sostenerse, le pasaron cuerdas sobre el pecho,
debajo de los brazos y por bajo de las rodillas, anudándole las manos detrás de
aquel potro de martirio. Entonces cayeron sobre Él. Uno de ellos le pegaba en
el rostro con saña indecible, con una vara nueva. El cuerpo del Salvador era
todo una llaga. Miraba a sus verdugos con los ojos llenos de sangre, y parecía
que les pedía misericordia; pero redoblaban su ira, y los gemidos de Jesús
eran cada vez más débiles.
La horrible flagelación había durado tres cuartos de hora,
cuando un extranjero de clase inferior, pariente del ciego Ctesifón, curado por
Jesús, se precipitó sobre la columna con un hierro que tenía la figura de una
cuchilla, gritando, loco de indignación: «¡Basta! No peguéis a ese inocente
hasta hacerle morir». Los verdugos, hartos, se pararon sorprendidos; cortó
rápidamente las cuerdas atadas detrás de la columna, y fue a perderse entre la
multitud. Jesús cayó casi sin sentido al pie de la columna, sobre un charco de
sangre. Los verdugos le dejaron, y fuéronse a beber.

Los soldados volvieron, y le pegaron patadas y palos, diciéndole que se levantara.
Habiéndole puesto en pie, no le dieron tiempo para cubrir sus carnes; echaron
sus ropas sobre los hombros, y con ellas limpióse la sangre que le inundaba el
rostro. Le condujeron al sitio adonde estaban sentados los príncipes de los
sacerdotes, que gritaron: «¡Que muera! ¡Que muera!»

Él hubiera sido perfectamente irreconocible incluso para su Madre, sí ella no hubiera visto al instante el contraste entre su comportamiento y el de aquellos viles atormentadores Él solo en medio de la persecución sufriendo con resignación. Alzando sus manos sólo para suplicar al Padre Eterno el perdón de sus enemigos. Cuando Él se acercaba, ella no pudo contenerse y exclamó: «¡Ay! ¿Es éste mi Hijo? Sí, lo es. Es mi amado Hijo. ¡Oh, Jesús, mi Jesús!» Al pasar delante de ellos, Jesús la miró con una expresión de gran amor y ternura y ella cayó totalmente inconsciente.

Cuando los judíos, habiendo aceptado la maldición sobre ellos y sobre sus hijos, pedían que esta sangre redentora que pide misericordia para nosotros recayera sobre ellos, Pilatos empezó a hacer los preparativos para pronunciar la sentencia.

El Salvador, con su capa roja y su corona de espinas, fue conducido delante del Tribunal y colocado entre los malhechores. Cuando Pilatos se sentó en su asiento, dijo a los judíos: «¡Ved aquí a vuestro rey», y ellos respondieron: «¡Crucifícalo!» «¿Queréis que crucifique a vuestro rey?», volvió a preguntar Pilatos. «No tenemos más rey que el César», Pilatos pronunció la sentencia con estas palabras: «Condeno a Jesús de Nazaret, rey de los judíos, a ser crucificado»; y ordenó a los verdugos que trajeran la cruz.

«Forzado por el Sumo Sacerdote, los miembros del Sanedrín y el pueblo a punto de sublevarse, que pedían la muerte de Jesús de Nazaret como culpable de haber agitado la paz pública, blasfemado y violado su ley, se lo he entregado para ser crucificado, aunque sus inculpaciones no me parecían claras, por no ser acusado delante del Emperador de haber favorecido la insurrección de los judíos.» Después escribió la inscripción de la cruz sobre una tablita de color oscuro. La sentencia se transcribió muchas veces y se envió a diferentes puntos. Los miembros del Sanedrín se quejaron de que la sentencia estaba escrita en términos poco favorables para ellos; se quejaron también de la inscripción y pidieron que no pusiera «rey de los judíos» sino «que se ha llamado a sí mismo rey de los judíos». Pilatos, impaciente, les respondió lleno de cólera: «Lo escrito, escrito está.»

Jesús, bajo la pesada carga de la cruz, inclinada su cabeza coronada de espinas. Echó una mirada de compasión sobre su Madre, tropezó y cayó por segunda vez sobre sus rodillas y manos. María, en medio de la inmensidad de su agonía, no vio ni a soldados ni a verdugos; no vio más que a su querido Hijo. Se precipitó desde la puerta de la casa entre los soldados que maltrataban a Jesús, cayó de rodillas a su lado y se abrazó a él. Yo sólo oí estas palabras: «¡Hijo mío!» y «¡Madre mía!», pero no sé si fueron realmente pronunciadas, o si las oí sólo en mi mente. Siguió una momentánea confusión: Juan y las santas mujeres querían levantar a María. Los verdugos la injuriaban. Uno de ellos le dijo: «Mujer, ¿qué vienes a hacer aquí?, si lo hubieras educado mejor, no estaría ahora en nuestras manos.» Algunos soldados sin embargo tuvieron compasión. Y, aunque se vieron obligados a apartar a la Santísima Virgen, ninguno le puso las manos encima.

los fariseos dijeron a los soldados: «No llegará vivo al lugar de la ejecución; buscad un hombre que le ayude a llevar la cruz.» A poca distancia vieron a un pagano llamado Simón el Cireneo acompañado de sus tres hijos, que llevaba debajo del brazo un haz de ramas menudas, pues era jardinero y venía de trabajar en los jardines situados cerca de la muralla oriental de la ciudad.

Una mujer de elevada estatura y de majestuoso aspecto que llevaba de la mano a una niña, salió de una hermosa casa situada a la izquierda y se puso a caminar delante de la comitiva. Era Serafia, mujer de Sirach, miembro del Consejo del Templo, a quien desde ese día se conoce como Verónica (de vera e icon, verdadero retrato). Serafia había preparado en su casa un excelente vino aromatizado, con la piadosa intención de dárselo a beber al Señor para refrescarlo en su doloroso camino al Calvario. Cuando la vi por primera vez iba envuelta en un largo velo y llevaba de la mano a una niña de nueve años que había adoptado; del otro brazo, llevaba colgando un lienzo, bajo el que la niña escondió una jarrita de vino al ver acercarse la comitiva. Los que iban delante quisieron apartarla, mas la mujer se abrió paso a través de la multitud de soldados y esbirros, y llegó hasta Jesús, se arrodilló a su lado y le ofreció el lienzo, diciéndole: «Permite que limpie la cara de mi Señor.» Jesús cogió el paño con su mano izquierda, enjugó con él su cara ensangrentada y se lo devolvió, dándole las gracias.

. Simón el Cireneo, en su intento de evitar el lodazal, ladeó la cruz, causando la cuarta caída de Jesús, esta vez en el lodo. Entonces, en medio de sus lamentos, dijo con voz inteligible: «¡Ah, Jerusalén, cuánto te he amado!, he querido reunir a tus hijos como la gallina cobija a sus polluelos debajo de sus alas, y tú me echas tan cruelmente fuera de tus puertas.» Al oír estas palabras, los fariseos lo insultaron de nuevo, le pegaron y lo arrastraron para sacarlo del lodo.

Eran las doce menos cuarto cuando Nuestro Señor, llevando su cruz, tuvo la última caída y llegó al preciso lugar donde iba a ser crucificado. Los bárbaros tiraron de Jesús para levantarlo, desataron los diferentes trozos de la cruz y los colocaron en el suelo. ¡Qué doloroso espectáculo representaba el Salvador allí, de pie en el sitio de su suplicio, tan triste, tan pálido, tan destrozado, tan ensangrentado! Los esbirros lo tiraron al suelo para medirlo, y se burlaban de Él diciéndole: «Rey de los judíos, deja que construyamos tu trono.» Pero Él mismo se colocó sobre la cruz donde le tomaron la medida para los soportes de pies y manos.

Después de haber clavado la mano derecha de Nuestro Señor, los verdugos vieron que la mano izquierda no llegaba al agujero que habían abierto. Entonces ataron una cuerda al brazo izquierdo de Jesús y tiraron de él con toda la fuerza hasta lograr que la mano coincidiera con el agujero. Esta brutal dislocación de sus brazos lo atormentó horriblemente, su pecho se levantó y sus piernas se contrajeron. Los esbirros se arrodillaron de nuevo sobre su cuerpo y hundieron otro clavo en la mano izquierda: los gemidos se oían en medio de los martillazos, pero no despertaron en los verdugos ninguna piedad.

Las revelaciones de Jesús a Santa Brígida de Suecia sobre su Pasión son parte de una profunda experiencia mística que ella tuvo en el siglo XIV. Estas revelaciones están recogidas en su obra más conocida, las “Revelaciones Celestiales” (Revelationes celestes), y han sido una fuente de devoción y meditación para muchos cristianos a lo largo de los siglos.

Santa Brígida de Suecia   1303–1373  (Suecia, Edad Media)         Noble, madre de ocho hijos, fundadora de la Orden del Santísimo Salvador. Tuvo revelaciones sobre la vida de Cristo y María.      Revelaciones Celestiales (en 15 y 21 oraciones sobre la Pasión)

Yo soy el Creador del Cielo y de la tierra, uno en divinidad con el Padre y el Espíritu Santo. Yo soy el que habló a los profetas y patriarcas, y a quien ellos esperaban. Para cumplir sus deseos y de acuerdo con mi promesa, tomé carne sin pecado ni concupiscencia, entrando en el cuerpo de la Virgen, como el brillo del sol a través de un clarísimo cristal. Igual que el sol no daña al cristal entrando en él, tampoco se perdió la virginidad de mi Madre cuando tomé la humana naturaleza. Tomé carne pero sin abandonar mi divinidad.

Jesús le reveló a Santa Brígida detalles estremecedores sobre su sufrimiento,:

  • Por mucho tiempo, Santa Brígida había deseado saber cuántos latigazos había recibido Nuestro Señor en Su Pasión. Cierto día se le apareció Jesucristo, diciéndole: ―Recibí en Mi Cuerpo cinco mil, cuatrocientos ochenta latigazos; son 5.480 azotes. Si queréis honrarlos en verdad, con alguna veneración, decid 15 veces el Padre Nuestro; también 15 veces el Ave María, con las siguientes oraciones, durante un año completo. Al terminar el año, habréis venerado cada una de Mis Llagas.
  • Cada parte de su cuerpo experimentó dolor extremo. En ciertos momentos, el dolor en las extremidades y fibras de su lacerado cuerpo le subía hasta el corazón, aún vigoroso y entero, y esto le suponía un sufrimiento increíble. En otros momentos, el dolor bajaba desde su corazón hasta sus miembros heridos y, al suceder esto, se prolongaba la amargura de su muerte. Sumergido en la agonía, mi Hijo miró en derredor y vio a sus amigos que lloraban, y que hubieran preferido soportar ellos mismos el dolor con su auxilio, o haber ardido para siempre en el infierno, antes que verlo tan torturado. Su dolor por el dolor de sus amigos excedía toda la amargura y tribulaciones que había soportado en su cuerpo y en su corazón, por el amor que les tenía. Entonces, en la excesiva angustia corporal de su naturaleza humana, clamó a su Padre: ‗Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu‘.
  • El abandono total, incluso por parte de sus discípulos más cercanos. Los altares están abandonados, porque el sacerdote que celebra con las vasijas tiene las manos vacías en cuanto al amor a Dios pero mantiene sus ojos en la colecta; a pesar de tener a Dios en sus manos, su corazón está vacío de Dios, pues está lleno de las cosas vanas del mundo.

🩸 “Desde la planta de los pies hasta la cabeza no hubo parte de mi cuerpo que no estuviera herida y atormentada”, le dijo Jesús.


2. Sufrimientos en el Huerto de Getsemaní

Jesús le mostró su agonía interior, causada por:

  • La visión de todos los pecados de la humanidad. la raza humana, que me ha provocado más indignación que ninguna criatura? La hice superior a las criaturas menores y por ninguna he sufrido tanta indignidad como por la humanidad, ni he redimido a ninguna a tan alto precio. ¿Qué criatura, aparte del ser humano, no se conduce por su orden natural? Me causa más problemas que las demás criaturas. Igual que os creé a vosotros, para alabarme y glorificarme, hice a Adán para que me honrara. Le di un cuerpo para que fuera su templo espiritual, y coloqué en él un alma como la de un bello ángel, porque el alma humana es de virtud y fuerza angélica. También convertí todo lo que el demonio les sugirió en algo para su bien. Después les mostré cómo vivir y cómo hacerse dignos de mí. Les di permiso para tener relaciones lícitas y lo hubiera hecho antes, pero ellos estaban paralizados de miedo y temerosos de unirse sexualmente. Igualmente, cuando Abel fue muerto, y estuvieron condolidos largo tiempo manteniendo abstinencia, fui movido a compasión y los conforté. Cuando se les hizo saber mi voluntad, comenzaron de nuevo a tener relaciones y a procrear hijos. Les prometí que Yo, el Creador, nacería de entre su descendencia
  • El conocimiento de la ingratitud de los hombres a pesar de su sacrificio. Hoy en día, sin embargo, hay muchas personas que me odian y que consideran mis obras y mis palabras como dolor y vanidad. Ellos le dan la bienvenida al adulterador, el demonio, con los brazos abiertos, y le aman. Todo lo que hacen por mí lo hacen quejándose y con resentimiento. Ellos ni siquiera pronunciarían mi nombre si no fuera por que temen la opinión de los demás. Tienen un amor tan sincero hacia el mundo que no se cansan de trabajar por él noche y día, y siempre son fervientes en su amor hacia él. Pero su servicio es para mí tan grato como si alguien pagara dinero a su enemigo para matar a su hijo. Esto es lo que ellos hacen. Me dan alguna limosna y me honran con sus labios para conseguir éxito en el mundo y permanecer en sus privilegios y en su pecado. El buen espíritu está, en ellos, completamente impedido de progresar en la virtud.
  • El peso del juicio que caería sobre muchos a quienes Él amaba. Yo, Dios Creador, estoy siendo blasfemado. La gente dice: ‗No sabemos si existe Dios. Y si existe no nos importa‘. Arrojan al suelo mi bandera y la pisotean diciendo: ‗¿Por qué sufrió? ¿En qué nos beneficia? Si cumple nuestros deseos estaremos satisfechos, ¡que mantenga Él su reino y su Cielo! Cuando quiero entrar en ellos, dicen: ‗¡Antes moriremos que doblegar nuestra voluntad!‘

😔 “Mi alma se estremeció hasta la muerte por el dolor que sentía al ver que mi sangre sería inútil para muchos”.


3. La flagelación y la coronación de espinas

Jesús le reveló:

  • Que fue atado a una columna baja, forzándolo a agacharse y quedar en una posición aún más dolorosa.
  • Que sus verdugos compitieron entre ellos para ver quién podía infligirle más dolor.
  • Que la corona de espinas no era solo un círculo, sino una especie de casco que le cubría toda la cabeza.

4. La Crucifixión

Le contó que:

  • Fue desnudado con violencia, y su pudor fue totalmente ultrajado.
  • Los clavos atravesaron los lugares más sensibles de manos y pies.
  • El peso de su cuerpo desgarró sus miembros al colgar de la cruz.
  • Cada uno de sus últimos suspiros fue un acto de amor hacia el mundo.

La virgen también le reveló que:

Ellos no consideran que hasta el más mínimo pecado, en el que una persona se deleite, es suficiente para entregarle a él o a ella al castigo eterno. Puesto que Dios no deja ni que el más mínimo de los pecados quede sin castigo, ni el mínimo bien sin recompensa, ellos serán castigados siempre que mantengan la intención constante de pecar y mi Hijo, que ve sus corazones, cuenta eso como un acto. Pues si mi Hijo se lo permitiera, ellos obrarían según sus intenciones. Crucifican su mano izquierda convirtiendo la virtud en vicio. Quieren continuar pecando hasta el fin, diciendo: Si, al final, una vez, decimos ¡Dios, ten misericordia de mí!, la misericordia de Dios es tan grande que el nos perdonará‘. El querer pecar sin enmendarse, querer la recompensa sin luchar por ella, no es virtud, a menos que haya algo de contrición en su corazón o a menos que la persona desee realmente enmendar su camino, siempre que no se lo impida una enfermedad o cualquier otra condición. Crucifican sus pies complaciéndose en el pecado, sin pensar ni una sola vez en el amarguísimo castigo de mi Hijo, ni darle las gracias de corazón, diciendo: ¡Señor, qué amargamente has sufrido! ¡Alabado seas por tu muerte!‘ Tales palabras nunca sale de sus labios. Lo coronan con una corona de irrisión al burlarse de sus siervos y considerar inútil su servicio. Le dan hiel a beber cuando se regodean y complacen en pecar. Nunca sienten en el corazón lo serio y múltiple que es el pecado. Le traspasan el costado cuando tienen la intención de perseverar en el pecado. Te digo en verdad, y se lo puedes decir a mis amigos, que para mi Hijo esas personas son más injustas que aquellos que lo sentenciaron, peores enemigos que aquellos que lo crucificaron, más faltos de vergüenza que quienes lo vendieron. A ellos les espera mayor castigo que a los otros.

📿 Devociones surgidas de estas revelaciones

🔸 Las 15 Oraciones de Santa Brígida

Recitadas diariamente durante un año, estas oraciones meditan sobre cada momento de la Pasión. Jesús prometió grandes gracias a quienes las rezaran con devoción.

​Las visiones de María Valtorta sobre la Pasión de Cristo, contenidas en su obra El Poema del Hombre-Dios, ofrecen una narrativa detallada y conmovedora de los sufrimientos de Jesús.

María Valtorta       1897–1961 🇮🇹 (Italia, S. XX)      Laica, postrada en cama desde joven. Recibió visiones de la vida de Jesús, dictadas con gran detalle como si fueran una novela evangélica. El Poema del Hombre-Dios (El Evangelio como me ha sido revelado)

En una conversación íntima, Jesús revela a Simón Zelote la inminencia de su Pasión:

* “Simón, es la hora de mi Pasión. Para hacerla mas completa el Padre me retira la luz conforme se aproxima la hora y tendré la contemplación de lo que son las Tinieblas”.- Efectos de las Tinieblas en Jesús y en los demás.- 

■ Simón Zelote se acerca todavía más a Jesús y en voz baja, confidente le dice: “Maestro… yo… y Simón Pedro esperábamos haber hecho alguna cosa buena… Pero… Tú sabes todo, dime, ¿dentro de cuántas horas crees que vas a ser capturado?”. Jesús:“Cuando la luna haya apenas llegado a su centro”. Simón da muestras de dolor y de impaciencia, por no decir de rabia. “Entonces todo ha sido inútil… Maestro.

Durante los momentos previos a su arresto, Jesús consuela a Juan, quien está angustiado por la situación:​

«No me pierdes porque sigues amándome. Se pierde el que se separa de nosotros por el olvido en la Tierra y por el juicio de Dios en el más allá. Pero nosotros nunca estaremos separados. Jamás. Ninguna cosa, ni ésta, ni aquella, nos separará.»

Llevado ante Herodes, Jesús es objeto de burlas y desprecios. Herodes, al no obtener respuesta de Jesús, exclama:​

«Basta. Te he tratado como a Dios y no has actuado como Dios. Te he tratado como hombre y no has actuado como hombre. Estás loco. Una túnica blanca. Ponédsela para que Poncio Pilato sepa que el Tetrarca ha juzgado loco a su súbdito.»

“El amor al Padre y a las criaturas de mi Padre me llevó a abandonar mi cuerpo a los que me golpeaban, a ofrecer mi rostro a los que me abofeteaban y escupían, a los que creían hacer una obra meritoria arrancándome los mechones de cabello y la barba, hincando en mi cabeza espinas, haciendo cómplices incluso a la tierra y a sus frutos de los tormentos que ellos infligían a su propio Salvador, dislocándome los miembros, descubriendo mis huesos, arrancándome las vestiduras y dando así a mi pureza la mayor de las torturas, clavándome en un madero y levantándome como el matarife cuelga de los ganchos a un cordero degollado, y ladrando alrededor de mí agonía como una manada de lobos famélicos, cuya ferocidad aumenta con el olor de la sangre. Acusado, condenado, matado. Traicionado, negado, vendido. Abandonado incluso por Dios, al estar sobre mí los delitos con que Yo me había cargado. En un estado de pobreza mayor que el de un mendigo asaltado por bandoleros, porque no me dejaron ni siquiera el vestido para cubrir mi lívida desnudez de mártir. No eximido, ni siquiera después de la muerte, de la agresión de una herida ni de las calumnias de los enemigos. Sumergido en el fango de todos vuestros pecados, hundido hasta el fondo de las tinieblas del dolor, sin luz del Cielo que respondiera a mi mirada agonizante, ni voz divina que respondiera a mi extrema invocación”.

Judas no quiso pedir perdón, parecía loco e hidrófobo. Lo estaba, de rabia satánica.

Su terror al ver al perro, animal raro especialmente en Jerusalén, le vino de que desde tiempo inmemorial se atribuía a Satanás esa forma de aparecerse a los mortales. En los libros de magia se dice incluso ahora que una de las formas preferidas por Satanás para aparecerse es la de un perro misterioso o la de un gato o de un macho cabrío. Judas, ya a merced del terror nacido por causa de su delito, convencido de ser de Satanás por su delito, vio a Satanás en aquel animal callejero. El culpable ve en todo sombras de miedo. Las crea la conciencia. Y luego Satanás azuza estas sombras que todavía podrían dar el arrepentimiento a un corazón y hace de ellas espectros horrendos que llevan a la desesperación. Y la desesperación lleva al último delito, al suicidio. ¿De qué sirve arrojar el precio de la traición, si este despojo es sólo el fruto de la ira y no está corroborado por una recta voluntad de arrepentimiento? En este último caso, despojarse de los frutos del mal se hace meritorio. Pero así, como lo hizo él, no. Sacrificio inútil. Mi Madre -y era la Gracia la que hablaba y mi Tesorera la que ofrecía perdón en mi Nombre- se lo dijo: “Arrepiéntete, Judas. Él perdona…” ¡Oh, claro que lo habría perdonado! Si se hubiera arrojado a los pies de mi Madre diciendo: «¡Piedad!», Ella, la Compasiva, lo habría recogido como a un herido y en las heridas satánicas de Judas, por las cuales el Enemigo le había inoculado el Delito, habría derramado su llanto salvífico y me lo habría traído, a los pies de la Cruz, de la mano para que Satanás no pudiera aferrarlo ni los discípulos atacarle; me lo habría traído para que mi Sangre cayera antes que sobre otros sobre él, el mayor de los pecadores. Y habría estado Ella –Sacerdotisa admirable ante su altar- entre la Pureza y la Culpa, porque es Madre de los vírgenes y de los santos, pero también es Madre de los pecadores. Pero él no quiso. «Meditad sobre el poder de la voluntad, de la cual sois árbitros absolutos. Por ella podéis recibir el Cielo o el Infierno. Meditad sobre lo que quiere decir persistir en la culpa.

​Las revelaciones de Sor María de Jesús de Ágreda sobre la Pasión de Cristo se encuentran en su obra mística Mística Ciudad de Dios, donde relata visiones detalladas de los sufrimientos de Jesús y el papel de la Virgen María durante estos eventos. Estas visiones ofrecen una perspectiva profunda y espiritual de la Pasión, destacando la compasión y la intercesión de María.

Sor María de Jesús de Ágreda   1602–1665 🇪 (España, Siglo de Oro)       Monja concepcionista, consejera espiritual del rey Felipe IV. Tuvo visiones místicas detalladas de la vida de la Virgen María.     Mística Ciudad de Dios

  • La Virgen María percibió místicamente la agonía de su Hijo desde su retiro en el Cenáculo. Su alma sufrió un “martirio invisible”.
  • Satanás intensificó sus ataques en ese momento, intentando atemorizar a Jesús con la visión de los pecados futuros y la inutilidad de su sacrificio para muchas almas.

“La angustia del Señor fue tal, que su cuerpo sangró por todos sus poros. María lo supo por revelación, y ofrecía a Dios el mismo dolor y súplica de su Hijo.”

  • Le clavaron una corona de espinas en forma de casco, presionándola con varas, lo que produjo heridas profundas en la cabeza de Cristo.
  • María percibió este tormento como si ella misma estuviese coronada de espinas.

“La sangre del Salvador corría por su rostro, mientras los verdugos se burlaban de Él con una furia satánica.”

  • Cuando se encontraron, Jesús le comunicó interiormente su voluntad de que Ella fuese partícipe total de su sacrificio.

“Sus miradas se cruzaron y en ese instante María renovó su sí al Padre: deseó morir con Él, pero vivió para cumplir la voluntad divina.”

  • Jesús entregó su alma con una oración profunda por la humanidad.
  • María permaneció en pie, recogiendo misticamente cada palabra y cada gota de sangre, intercediendo por cada alma.

“Fue la primera en adorar la sangre redentora derramada, ofreciendo el sacrificio de su Hijo por la salvación de todos.”

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De #bottegadivina

Bottega Divina es un Canal dedicado a aplicar la tradición moral Cristiana a situaciones críticas en la política y la sociedad. Abogamos y velamos por la aplicación de los principios fundamentales de la sociedad, como el derecho natural, en los ámbitos políticos y sociales.

One reply on “Jesucristo reconocido por TODOS”

LaPasion de Ntro Señor Jesucristo revelada a Luisa P.x El mismo Jesus es en realidad El Evangelio explicitado y ampliado ad-intra y ad-extra con todo y sus matices.Ven Divina Voluntad,ven a Reinar en Nosotros.

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