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Que o para qué es la Vida?

Dice el catecismo que el hombre está obligado a saber, y entender ciertas cosas.

El Credo, los Novísimos contenidos en él, y que hay Purgatorio, el Padre nuestro, los mandamientos de la Ley de Dios, y los Sacramentos que ha de recibir.

El Catecismo del Padre Astete enseña Para qué nos ha creado Dios, y responde:

“Para conocerle, amarle y servirle en esta vida, y después gozarle en la otra eternamente.” Es decir que somos seres eternos, haciendo el transito por la vida material, para ganar o perder el derecho al cielo eterno.

Esta respuesta condensa la visión cristiana clásica del ser humano: su dignidad y destino trascienden lo biológico. El hombre no se define sólo por sus funciones vitales (nacer, crecer, reproducirse y morir), como lo plantea el naturalismo materialista, sino por su capacidad de comunión con Dios, su Creador.

El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), n. 1 dice:

“Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, creó libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada.”

El naturalismo materialista, reduce al ser humano a un mero producto de procesos biológicos y evolutivos.

Negando;

La trascendencia del alma espiritual.

La finalidad sobrenatural del hombre.

Su vocación al amor eterno y la comunión con Dios.

Juan Pablo II, en Fides et Ratio, n. 5: Enseña.

“El hombre corre el peligro de perder el sentido profundo de su existencia si olvida que está hecho para la verdad y para Dios.”

Benedicto XVI, Caritas in veritate, n. 75:

“La reducción del ser humano a un solo plano biológico o material… atenta contra su dignidad inviolable.”

Al respecto debemos entender que en el pasado se practicaba algo llamado matrimonios Josefinos, que se orientaban al crecimiento espiritual y a la guía del prójimo, por encima de la procreación.

Concilio de Trento (Sesión 24, Canon 9):

“Si alguno dijere que el estado del matrimonio es preferible al estado de virginidad o de celibato, del consagrado, sea anatema.”

San Pablo, 1 Corintios 7, 32-34:

“El célibe se preocupa de las cosas del Señor… el casado se preocupa de las cosas del mundo.”

San Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 29:

“El celibato por el Reino no es una negación de la sexualidad, sino una afirmación de una forma de amor radicalmente esponsal y fecundo espiritualmente.”

Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q. 152, a. 4:

“La continencia consagrada a Dios tiene más mérito que la procreación corporal.”

El sacerdote no engendra hijos biológicos, pero engendra hijos en la fe (cf. 1 Co 4,15), lo cual está profundamente enraizado en el modelo de Cristo como Esposo de la Iglesia.

En esta línea, la virginidad consagrada anticipa la vida del cielo y tiene una excelencia escatológica (cf. Mateo 19,12).

El naturalismo reduce la dignidad del hombre al ciclo biológico, mientras que la antropología cristiana eleva al ser humano al nivel de hijo de Dios con vocación eterna.

La paternidad biológica es buena y santa (cf. Gén 1,28), pero el consagrado, cuando vive en fidelidad, tiene una superioridad espiritual, de allí que la iglesia reconoce diferentes vocaciones, algunos se dedican al servicio de Dios y de la Iglesia en diversas formas, como la oración, la educación, etc.

1 Corintios 12 dice que “el uno recibe del Espíritu Santo el don de hablar con profunda sabiduría; otro recibe del mismo Espíritu el don de hablar con mucha ciencia; a éste le da, el mismo Espíritu una fe o confianza extraordinaria; al otro la gracia de curar enfermedades por el mismo Espíritu; a alguno el don de hacer milagros, a quién el don de profecía, a quién discreción de espíritus, a quién don de hablar varios idiomas, a quién el de interpretar las palabras, o razonamientos.

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De #bottegadivina

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