
En la Casa Provincial de los Sacerdotes de la Misión, en Via dei Vergini 51, Nápoles, se encuentra una reliquia impactante: una imagen de papel de Cristo Crucificado, montada sobre lienzo y enmarcada en madera. Lo que la hace extraordinaria son las huellas de dos manos, grabadas en su parte inferior como si fueran abrasadas por el fuego. ¿De dónde provienen estas marcas de fuego?
En Florencia, un joven inició una relación pecaminosa con una mujer casada. Su padre, un católico devoto, estaba profundamente afligido. Reprochó a su hijo muchas veces e incluso suplicó a los Padres Lazaristas de Florencia que lo guiaran de nuevo a sus deberes como cristiano, pero sin éxito. Poco después, la mujer enfermó repentinamente y, a los pocos días, murió y fue enterrada. El joven, conmocionado por el dolor y la desesperación, casi perdió la razón. Su padre lo instó a asistir a un retiro en la Casa de los Misioneros en San Jacopo Soprano, con la esperanza de que pudiera entregar su dolor a Dios. El joven accedió y los sacerdotes lo recibieron con cariño.
La noche del primer día de ejercicios, mientras los demás participantes cenaban, el joven no estaba por ningún lado. Pensando que quizá se había quedado dormido, el director fue a su habitación y llamó una y dos veces, pero no hubo respuesta. Al abrir la puerta, una nube de humo lo fulminó. Alarmado, gritó pidiendo ayuda. Otros sacerdotes entraron corriendo y encontraron al joven inconsciente en el suelo. Lo llevaron a la cama y lograron reanimarlo. Buscando la causa del humo, el director descubrió que el reclinatorio estaba quemado donde habían descansado las rodillas y los codos, y que la imagen del Crucifijo ahora tenía la marca de manos ardientes, como si la hubieran presionado con hierro al rojo vivo.
Solo más tarde se reveló el horror en su totalidad. Tras recobrar el sentido, el joven relató lo sucedido: antes de cenar, la mujer, su difunta amante, se le apareció envuelta en llamas y llena de ira. Con una voz terrible, gritó: «¡Y por tu culpa estoy en el infierno!
Ten cuidado. Dios me permite aparecer para que te arrepientas. Y para disipar cualquier duda sobre mi presencia, te dejo esta huella». Luego, arrodillándose ante el reclinatorio y colocando sus manos ardientes sobre el Crucifijo, dejó las huellas que perduran hasta el día de hoy.
Conmocionado profundamente, el joven se arrepintió y se convirtió. Por respeto al honor de la familia, ambos eran muy conocidos en Florencia, el Superior procuró mantener el asunto en secreto. El Padre Scaramelli, entonces Superior de la Casa, conservó el Crucifijo y el reclinatorio.
La historia está recogida en el Petit Pré spirituel de la Congrégation de la Mission (París, 1880) y también, de forma abreviada, por Tannoia en su Vida de San Alfonso María de Ligorio. El Crucifijo permanece en Nápoles, aunque el reclinatorio ha desaparecido desde entonces. En 1962, el padre Mario Sorrentino publicó un estudio crítico en los Annali della Missione, concluyendo: «Creemos poder afirmar la verdad del hecho tal como se narra comúnmente».
