Es como si el pecado original tuviera la facultad de hacer olvidar al hombre de su creador o, como ser mezquino, el hombre da la espalda a Dios y no le perdona su expulsión del paraíso, ignorándolo, olvidando que es amado por Dios y persuadido que Dios es malo y lo rechaza.
Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, Dios revela un plan, para que el hombre vuelva en comunión con Él.
El Antiguo Testamento muestra el esfuerzo de Dios por educar a la humanidad en la obediencia y la fe. Allí se revela como Creador, Legislador y Juez, estableciendo pactos con Noé, Abraham y Moisés, y conduciendo a Israel a reconocerlo como el único Dios verdadero, los profetas moldean la conciencia del hombre para que entienda su necesidad de redención. Cada promesa apunta hacia un futuro cumplimiento, hacia la llegada de un Mesías que traerá salvación.
El Nuevo Testamento inaugura esa plenitud, Jesús, no solo enseña, sino que encarna el amor de Dios. Cristo cumple la Ley y los profetas, es el mismo Dios que caminaba con adan en el paraíso, recordandonos el amor como mandamiento supremo. Si en el Antiguo Testamento el eje es la obediencia a la Ley, para que el hombre reconozca y vuelva a creer, en el Nuevo la gracia recibida en Cristo, promete un cielo, que el hombre no se atreve a creer Merecer.
Por Jesús, entendemos que Dios perdona los pecados y abre las puertas de la vida eterna plena. Jesús, el hombre Dios, debe derramar su sangre para que entendamos que el amor de Dios es verdadero y la Alianza definitiva, y que nos jugamos la vida eterna con Él o una alternativa horrorosa.
El factor común de ambos Testamentos es la voluntad inquebrantable de Dios de relacionarse con el hombre, que lo ha rechazado, es un padre amoroso que no quiere ver perder a su criatura, que ya le ha abandonado.
La creación, la liberación de Egipto, las profecías, los milagros de Cristo, la cruz y la resurrección forman un hilo continuo que tiene un solo motor: el amor de Dios por su criatura.
La vida plena consiste en el amor. Los mandamientos son un medio, no un fin.
Cual será el odio que el enemigo ha puesto en el hombre, que el resentimiento que no le permite creer ser amado y le impide amar
Amar es el modo de participar de la vida misma de Dios, porque Él es amor. Amar a Dios, amar al prójimo, amar incluso al enemigo, son expresiones de ese mismo dinamismo que nos diviniza, una invitación viva: entrar en la comunión de amor con Él.
La creación, la Ley, los profetas, Cristo y el Espíritu Santo que nos habla, son etapas de un único plan: que el hombre viva en plenitud, en libertad y en esperanza. Dios nos ofrece la vida, que sabemos que perdimos en el pecado, pero aun podemos recuperar por la Gracia de Jesús, en los sacramentos. Y esa vida, ofrecida en Cristo, es la que nos rescata, nos transforma y nos conduce a la Bienaventuranza.
El castigo ligado a la desobediencia y a la infidelidad a la Alianza. La desesperación en la salvación.
desesperarse y creer que no hay salvación es pecado contra el Espíritu Santo, implica creer que Dios no quiere perdonar, desestimando la infinita misericordia divina y negando el arrepentimiento, posible hasta el último momento de la vida.
El trauma que crea en el Hombre saberse expulsado del paraíso le lleva a creer que no hay redención, y como la polilla hechizada por la luz, quemar sus alas en el fuego del pecado, que le lleva a la condenación eterna.
El enemigo llena la mente de profecías, arrebatamientos, tiempos escatológicos castigos y revelaciones que le mantienen ocupado, esperando la llegada de un evento cataclismico, mientras se dirige inexorablemente hacia la muerte segura, sin percatarse que debe estar en la gracia de Dios para no sufrir los castigos que tanto teme, y que están a solo un paso, el Juicio de Dios y la vida verdadera, la vida espiritual, la vida eterna, donde se cumplirán todos los designios de la de la santa ciudad de Dios que están descritos en la Biblia fuera de la cual solo hay un lago de fuego.
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