En todas las civilizaciones aparece la figura de la serpiente o del dragón —símbolo de poder, maldad y caos— ya sea en Babilonia, los aztecas, los escandinavos, los pueblos andinos, los Chinos, todos.
Ese símbolo universal, lo reconocemos como el ángel rebelde, al lucero de la mañana que perdió su primacía: «¡Cómo has caído del cielo, lucero, hijo de la aurora!» (Isaías 14:12) aparece la caída de Satanás. Portando todos sus dones, pero convertido en una bestia inmunda.
Las civilizaciones antiguas reconocieron en los fósiles de dinosaurios, dragones y serpientes enormes, fue por la tirania que ejercieron sobre el hombre que se tuvo que dar el diluvio, el paso de la tierra por la constelación del dragón en octubre genera una lluvia de meteoritos (las “Dracónidas”), lo cual recuerda la caída del dragón/serpiente, el lugar que ocupaba en el cielo….
La celebración de Halloween o las brujas, en octubre, no es solo una fiesta de disfraces o de muertos, sino que es un rito simbólico que conmemora el evento de la caída del dragón/serpiente, del lucero de la mañana, es decir de Satanás, de su expulsión del cielo y su aparición como figura del mal. Cada octubre recordamos, sin reconocerlo plenamente, la caída de ese símbolo oscuro descrito por el Profeta Isaías, él mismo se hace celebrar.
En la Biblia, la serpiente representa desde el Génesis al enemigo de Dios, símbolo del engaño y de la caída:
Génesis 3:1–15: la serpiente tienta a Eva; Dios anuncia su derrota final: “Ella te herirá en la cabeza y tú le acecharás el talón.” está vencida, pero le queda el hombre, para tentarlo y hacer sufrir a Dios.
Isaías 27:1: “En aquel día castigará Dios con su espada dura, grande y fuerte al Leviatán, serpiente veloz; y matará al dragón que está en el mar.”
Apocalipsis 12:9 identifica directamente: “Fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás.”
En conjunto, la Escritura muestra a la serpiente/dragón como símbolo del mal, rebelión y caos que Dios derrota.
En casi todas las civilizaciones, la serpiente ha sido objeto de miedo, muchas veces asociada al poder oscuro, al conocimiento prohibido y la muerte:
China: el dragón (龙, lóng) es símbolo de poder y los emperadores. Las fiestas del Año Nuevo chino celebran su danza.
Mesoamérica: Quetzalcóatl, “serpiente emplumada”, es dios del viento, la destrucción del huracán. Su imagen mezcla lo desconocido el poder, y se hace adorar.
Egipto: Apofis (Apep), serpiente gigante del caos, lucha contra Ra cada noche; la victoria del sol al amanecer representa el triunfo del orden divino.
India: los Nagas son espíritus serpiente, custodios del agua y la ciencia, reverenciados en templos y festivales, el Ganges rio con forma de serpiente a donde lanzan los cadáveres que los aghoris consumen y con cuyo polvo de huesos humanos se cubren sus cuerpos.
Grecia: Pitón en Delfos o Tifón, monstruos serpentinos vencidos por Apolo o Zeus; el héroe vence al caos para instaurar el orden. La pitonisa es la bruja que interpreta.
San Jorge y el dragón (siglo IV): el soldado cristiano vence al monstruo que aterroriza una ciudad, símbolo de la victoria de la fe sobre Satanás.
En Oriente, San Miguel Arcángel cumple el mismo papel: “Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón…” (Ap 12:7).
En leyendas europeas, cada héroe que mata un dragón (Perseo, Sigfrido, San Jorge) representa la luz triunfando sobre la oscuridad, la restauración del orden divino frente al caos y la oscuridad.
Podriamos preguntarnos como es posible que Dios permita la accion de esta criatura, contra su obra, de la que dijo al crearlo, «y vio que era muy bueno». La respuesta la encontramos en:
Segunda Carta a los Corintios 12, 7–9, donde San Pablo habla de un “aguijón en la carne” que lo atormenta y que pidió al Señor que se lo quitara. El texto dice:
“Y para que no me engría por la grandeza de las revelaciones, me fue dado un aguijón en la carne, un mensajero de Satanás que me abofetea, para que no me engría.
Tres veces rogué al Señor que se apartara de mí;
pero Él me dijo:
‘Te basta mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.’”
— 2 Corintios 12:7-9
La respuesta de Dios —“Te basta mi gracia”— significa que la gracia divina es suficiente para sostener al creyente aun en medio del sufrimiento o la limitación. Dios no siempre elimina el dolor o la dificultad, sino que transforma la debilidad en ocasión de fortaleza y dependencia de Él.
Pablo concluye este pasaje diciendo:
“Por tanto, me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.”
Y es que la antigua serpiente viene en todos los tamaños y a todos nos ataca en forma de parásitos, unos espirituales y otros físicos, por eso la tenemos alrededor, como león rugiente, pero también adentro pullándonos la carne.
Los romanos distinguían entre:
Dii superi → los dioses del cielo y de la luz (Júpiter, Juno, Apolo, Vesta). Siendo demonios no son tan malos, a pesar de ser viciosos y degenerados
Dii inferi → los dioses del inframundo (Plutón, Proserpina, las Furias, Hécate).
A los Dii superi se ofrecían sacrificios diurnos, sobre altares elevados, con fuego ascendente y vino claro.
A los Dii inferi, en cambio, se les ofrecían sacrificios nocturnos, en hoyos o fosas, con animales oscuros o víctimas enterradas, nunca quemadas, y se usaba vino negro o sangre.
En cualquier caso sacrificios humanos.
Roma conocía también a los Lares y Penates, espíritus familiares, que se asociaban con familias y hogares, y a los Lemures, almas errantes de los muertos que debían ser apaciguadas durante las Lemuralia, una festividad nocturna donde se exorcizaban espectros con habas negras y ritos de purificación.
En Grecia: dioses olímpicos y dioses ctónicos
Los olímpicos (Zeus, Hera, Apolo, Atenea) eran divinidades del cielo, la razón, la justicia y la luz. Aunque siempre tiranizaban al hombre y se disfrazan para violar a las mujeres.
Los ctónicos (Hades, Perséfone, Hécate, las Erinias) residían bajo la tierra y se asociaban a la fertilidad, la noche y los muertos.
Los griegos temían a los poderes del inframundo, pero también los reverenciaban porque creían que garantizaban el ciclo vital.
Los sacrificios ctónicos eran subterráneos, nocturnos.
Egipto: los dioses (o demonios) del inframundo (Osiris, Anubis, Apofis) gobernaban el paso al más allá. Se les rendía culto con ofrendas de pan y aceite para proteger el alma del caos, es decir que sabían que hay infierno.
Mesopotamia: Ereshkigal y Nergal eran divinidades del inframundo, mientras que Marduk y Shamash representaban el orden celeste. Es decir que reconocían un Dios creador.
América precolombina: los mexicas tenían a Mictlantecuhtli, señor del inframundo, al que se le ofrecían sacrificios humanos para aplacar su ira y asegurar el orden cósmico. Y 18 demonios mas a los que les consgraban cada mes de los 18 del año con sacrificios humanos.
En la teología del antiguo testamento, YHWH se distingue radicalmente de las divinidades naturales de las culturas vecinas (Baal, Moloch, Asherá, etc.).
Mientras estos dioses exigían sacrificios humanos o representaban fuerzas cíclicas de muerte y fertilidad, el Dios de Israel se presenta como Señor de la historia y dador de vida, no como parte de la naturaleza, sino Su creador.
Apartándose de la Pachamama americana.
El libro del Génesis muestra esta diferencia desde el principio: el caos (“tohu-bohu”) no es divino, sino una materia inerte que Dios ordena con su palabra. En la cosmovisión cananea y mesopotámica, en cambio, el mundo surge del combate entre dioses —Tiamat, Marduk, Leviatán—, símbolo del caos y la violencia.
Esto nos demuestra un combate permanente del demonio contra la obra de Dios y es por eso que Dios interviene en la historia del hombre a través de los profetas y videntes, a quienes les dicta la biblia, pero también a través de Abraham, Moisés y después se tiene que encarnar, Jesús es Dios el Mesías que nos ha venido a redimir, porque no podíamos solos.
Lilith aparece en textos mesopotámicos como un espíritu femenino del viento o de la noche. En Isaías 34:14, traducido a veces como “la lechuza”, el término hebreo Lîlît designa una criatura del desierto, impura, asociada al caos, un demonio.
En la tradición rabínica y en el Alfabeto de Ben Sirá (siglo VI–VIII), Lilith es reinterpretada como la primera esposa de Adán, que se rebela contra él y se convierte en símbolo de desobediencia y muerte infantil. Representa la ruptura del orden creador y la rebelión contra la vida.
En el Génesis hay dos narraciones de la creación:
a) Génesis 1:27
“Creó Dios al hombre a su imagen,
a imagen de Dios lo creó;
varón y hembra los creó.”
Aquí, hombre y mujer son creados simultáneamente, a imagen de Dios, y colocados juntos sobre la creación. No se menciona subordinación ni jerarquía.
Este texto dio pie a la idea de una pareja igual original.
b) Génesis 2:21–23
“Entonces YHWH Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán,
y mientras dormía tomó una de sus costillas […]
y de la costilla que YHWH Dios tomó del hombre, hizo una mujer,
y la trajo al hombre.”
Aquí, en cambio, la mujer surge después del varón y de su costado.
Adán la llama ishá (varona) “porque del ish (varón) fue tomada”.
Esto permite entender que hubo un ser que: igual que satanás se sublevó contra Dios, Lilith se sublevó contra el hombre y lo ataca.
- Lilith representa la autonomía absoluta, la libertad sin obediencia, la ruptura del orden.
- Eva encarna la comunión y la maternidad, aunque también la caída por la tentación.
En la brujería judía, la Cábala y el Zohar, Lilith se asocia con la reina de los demonios, la contraparte femenina de Samael, mientras Eva sigue vinculada a la humanidad y la redención.
Algunos Padres de la Iglesia (como San Epifanio o San Agustín) reconocieron que los dos relatos reflejan niveles distintos de simbolismo: el primero más espiritual, el segundo más antropológico.
Esto nos explicaría las brujas, mujeres unidas a satanás, de las cuales nacieron los Gigantes. Sobre los cuales Dios envió el diluvio.
En Levítico 17:7 se prohíbe explícitamente a los israelitas sacrificar “a los śe‘îrîm”, término que literalmente significa “macho cabrío”, pero que en contextos cultuales alude a espíritus demoníacos del desierto. Los hijos de las brujas.
Estos śe‘îrîm son los equivalentes bíblicos de los faunos o sátiros griegos y romanos, asociados a Pan, al vino, la sexualidad desbordada y los ritos orgiásticos. En Roma, las Lupercalia (fiestas de Luperco) celebraban precisamente ese tipo de fertilidad dionisíaca.
El Antiguo Testamento, por tanto, separa tajantemente el culto a YHWH de cualquier manifestación que relacione el poder vital con lo erótico o lo animalizado.
A lo largo de los Salmos y de Job (por ejemplo, Sal 74, Is 27), Dios aparece venciendo a Leviatán, Rahab o el dragón del mar. Estas criaturas no son simples mitos poéticos: representan el mal y la muerte, porque por el pecado entro la muerte al mundo como le habia advertido a los primeros padres Dios en el paraíso, contrapuesto al orden vital que Dios propone.
Así, la Biblia explica la teología moral: el bien y el mal no son dos dioses, sino una lucha del ángel caído, contra la criatura preferida de Dios, porque contra Dios no puede.
Cuando el cristianismo se extiende por el mundo grecorromano, estos demonios son identificados con los antiguos dioses paganos.
San Pablo, en 1 Corintios 10:20, afirma: “Lo que sacrifican los gentiles, a los demonios lo sacrifican y no a Dios”.
Autores cristianos como san Agustín y Tertuliano reinterpretan los faunos, ninfas, Pan y Diana como espíritus caídos.
La brujería antigua (tanto en Babilonia como en Roma o Grecia) no era una práctica “libre”, sino un conjunto de ritos prohibidos o marginales.
Las “hechiceras de Tesalia” o las seguidoras de Hécate practicaban encantamientos con sangre, huesos y animales nocturnos, buscando controlar fuerzas del inframundo.
En muchas culturas existían ritos de reparación o apaciguamiento, donde se ofrecían víctimas —a veces animales, otras veces humanas— para aplacar la oscuridad.
Las leyendas de ofrecer “vírgenes” o jóvenes al monstruo o al dios infernal reflejan este intento de aplacar la ira satánica que busca la destrucción del hombre, mediante el sacrificio, por eso nuestro combate no es contra la sangre y la carne sino contra las potestades.
El cristianismo prohibió estos cultos como desviaciones de la adoración verdadera, canalizadas en deidades del inframundo, los ángeles caídos, que celebran en Halloween o la noche de walpurgis, o las lupercales, los carnavales o las fiestas precolombinas..
Textos como Deuteronomio 18:10-12 prohíben explícitamente la brujería y los sacrificios humanos:
“No se halle en ti quien haga pasar a su hijo o su hija por el fuego, ni practique adivinación, ni consulte a los muertos.”
Las prácticas públicas en las que autoridades o élites usan rituales, maldiciones, adivinación o símbolos sagrados para legitimar poder, preparar la guerra o desacreditar enemigos. Es una combinación de sacralización del poder, divinización oficial y, en ocasiones, maldiciones o sanciones rituales.
Los reyes mesopotámicos ejercían sacralidad política: rituales, purificaciones y divinización oficiales formaban parte de la gobernanza para asegurar el favor de los dioses. La “magia” pública estaba institucionalizada junto con el culto real. Nimrod construyó un túnel bajo el Éufrates para aparecer de repente al otro lado como si hubiera caminado sobre las aguas o volado, era su forma de hacerse adorar como baal.
El Código de Hammurabi contiene normas sobre acusaciones de hechicería y procedimientos (que muestran cómo el Estado regulaba y penalizaba las prácticas mágicas y los litigios por “hechizos”. Es decir, la ley codificó respuestas oficiales ante acusaciones mágicas. Que en muchas ocasiones eran también engaños, porque el demonio no puede crear, imita o engaña.
La Biblia ofrece ejemplos de rituales políticos y de uso instrumental de lo sobrenatural: Balaam, contratado por Balac para maldecir a Israel, es el ejemplo clásico de un “profeta pagado para maldecir” (Números 22–24); la narración (incluida la asna que habla) subraya cómo la “maldición” puede ser frustrada por la soberanía divina.
La figura de Nimrod en Génesis se ha leído tradicionalmente como arquetipo del tirano fundador de ciudades/imperios que organiza cultos de poder; en la tradición postbíblica se le vincula con la construcción de Babel y la rebelión contra Dios. Encarnando en el hombre el mal angélico.
El corpus bíblico también contiene prohibiciones explícitas contra la magia y la adivinación (p. ej. Deuteronomio 18:10–12) y ofrece la crítica profética a la instrumentalización religiosa.
En Grecia los relatos sobre las Amazonas, brujas que se cortaban los senos y tiranizaban a los hombres, o sobre héroes que vencen a dragones/monstruos trazan una línea entre rituales de guerra, y practicas de legitimación del poder; los pueblos germánicos y celtas mezclaban profecías, augurios y maldiciones en contextos militares (segun: Heródoto y literatura clásica). El arte de la guerra es el arte del engaño. Lo mismo dice Tzun Tsu.
En Roma la religión estatal (dii superi / dii inferi) y el culto imperial incluían augurios y ritos públicos cuya correcta observancia se consideraba vital para la fortuna militar y del Estado. Tacitus y Cassius Dio narran además cómo líderes (como Boudica en Britania) invocaban demonios antes de entrar en batalla y arengas con sentido religioso en vísperas de la guerra —la línea entre magia, religión política y propaganda era clara, eran guerras religiosas. Las élites han practicado o contratado ritos (sacrificios, invocaciones, maldiciones públicas) para neutralizar adversarios, forzar lealtades o consagrar victorias. A veces esos ritos implicaban violencia real (ofrendas humanas en contextos prehistóricos y preclásicos) o sanciones rituales comunitarias. Estudios de religión comparada y antropología muestran cómo el poder se “asegura” mediante rituales públicos.
Podemos hablar de “hechicería estatal” en sentido literal, el uso político del sacrificio, consultas rituales (shamanes, videntes) y cultos de personalidad.
Sobre Putin, hay investigaciones y reportajes que documentan su uso de chamanes y rituales siberianos (reportes periodísticos que indican consultas y brujería pagana en la esfera del poder); sobre Chávez hay pruebas sobre prácticas religiosas afro-sincréticas en la política venezolana y una intensa construcción de culto de personalidad. Igual Fidel Castro y Mao.
Conviene aclarar que son hechos comprobados (visitas, relatos periodísticos) las fuentes periodísticas hablan de fascinación por lo místico o de instrumentalización simbólica, de una “magia estatal” como la del Palo Mayombe o Papa Doc de Haiti.
Semiramis reina asiria del siglo IX a.C., esposa del rey Shamshi-Adad V y madre de Adad-nirari III, con quien luego se casó, practicas que también llevaron a cabo los egipcios y hasta los aborígenes americanos.
En la tradición babilónica y grecorromana posterior (Diodoro, Justino), etc, es arquetipo de reina hechicera y sanguinaria.
Se le atribuían conquistas militares, fundación de Babilonia y prácticas de culto solar-lunar.
Según las leyendas persas, ordenó la muerte de su hijo Ninyas y se vengó de su esposo por traición, mezclando erotismo, magia y poder.
En la tradición judeocristiana posterior se la asoció simbólicamente con la gran ramera de Babilonia (Ap 17), una interpretación alegórica, no histórica, que nos indica que en los últimos tiempos la brujería se esparcirá.
Representa el uso del poder espiritual femenino para dominar y vengar, pero también la “reina madre” idolátrica que sustituye a Dios por el culto político.
La pitonisa de Endor (1 Samuel 28)
El rey Saúl, desesperado porque Dios ya no le respondía por sueños ni profetas, consulta a una mujer con espíritu de adivinación en Endor. Ella invoca al espíritu de Samuel, quien anuncia la muerte de Saúl.
Este episodio muestra el uso de la brujería por parte del poder político cuando ha perdido el favor divino.
Saúl, que antes había perseguido a los médiums, termina cayendo en aquello que prohibió: brujería de Estado, por desesperación.
Jezabel Reina fenicia, esposa del rey Acab (1 Reyes 16–21). Introdujo el culto a Baal en Israel, persiguió profetas y enfrentó a Elías en el Monte Carmelo.
Su final —devorada por perros— se vuelve símbolo del juicio divino contra los que usan la religión como manipulación de poder. Con ella caen los 450 brujos que introdujo para confundir la religión al verdadero Dios y que se hacían pasar por sacerdotes, infiltrando el pueblo elegido.
En Apocalipsis 2:20 se menciona a “la mujer Jezabel” como figura de falsa profecía y seducción espiritual.
Atalía (2 Reyes 11)
Hija de Jezabel, usurpó el trono de Judá y mandó matar a la descendencia real.
Gobernó con prácticas idolátricas hasta ser ejecutada por los sacerdotes de Yahvé.
Medea (en la mitología griega): hechicera que ayuda a Jasón, pero luego mata a sus propios hijos en venganza.
Circe: diosa-maga que transforma hombres en bestias (Odisea X).
Boudica: reina celta que invocaba a los dioses y maldecía a Roma antes de la guerra.
La Sibila de Cumas: profetisa romana inspirada por Apolo, intermediaria entre dioses y hombres.
En todas ellas se repite el tema del poder femenino espiritual, que puede ser destructor.
Tomiris fue una reina de los masagetas, un pueblo escita que vivía al este del mar Caspio (actual Asia Central).
Vivió hacia el siglo VI a.C., contemporánea del rey persa Ciro II el Grande, fundador del Imperio aqueménida. Que permitió la reconstrucción del templo de Jerusalén luego de derrotar a Nacubodonosor.
La Biblia se refiere a Ciro como el «ungido del Señor» o Mesías en el libro de Isaías, argumentando que fue elegido y capacitado por Dios para cumplir esta misión de liberar a su pueblo, incluso sin saberlo. Isaías 45:1
El relato más famoso viene del historiador Heródoto (Historias, I, 205-214).
Ciro quiso expandir su imperio hacia el oriente y atacó a los masagetas. Tomiris, viuda y reina, lo advirtió:
“Detente, Ciro; gobierna sobre tu pueblo y no busques dañar a los nuestros, o probarás la sangre que tanto deseas.”
Ciro usó una estratagema: dejó un banquete con vino y alimentos, atrajo a los masagetas y los emboscó.
Entre los muertos estaba el hijo de Tomiris, Spargapises, quien, al ser capturado, se suicidó.
Tomiris, enfurecida, reunió sus tropas y venció a los persas.
Cuando halló el cuerpo de Ciro, mandó decapitarlo y meter su cabeza en un odre lleno de sangre, diciendo:
“Tú que nunca te hartaste de sangre, ahora bébete la tuya.”
Cristo transformó esos antiguos ritos de miedo en símbolos de redención: la muerte, vencida por Cristo, el sacrificio, sustituido por la Eucaristía, la oscuridad, dominada por la luz divina.
En las culturas celtas (Irlanda, Escocia, Gales), el Samhain marcaba el fin del verano y el inicio del invierno: la frontera entre el mundo de los vivos y los muertos.
Se encendían hogueras para alejar los espíritus, se usaban máscaras y se ofrecían alimentos a los antepasados.
Con la cristianización, parte de esos ritos se mezclaron con el Día de Todos los Santos (1 de noviembre), dando origen a All Hallows’ Eve → Halloween.
Celebrado el 1 de mayo (opuesto estacional del Samhain).
Fiesta de fertilidad y fuego dedicada a Belenos, dios solar.
Involucraba danzas, uniones sexuales rituales (orgías sagradas) y encendido de hogueras dobles.
Era vista como complementaria del Samhain: Beltane celebra la vida, Samhain la muerte.
De origen germano: la víspera de Santa Walburga una noche de supersticiones donde las brujas volaban al Monte Brocken a celebrar akelarres con demonios. La santa enseño, a exorcizar los animales y el uso de sacramentales en las casas para protegerse contra las brujas.
Akelarre mismo es una palabra en euskera que significa la cueva del cabro, y era donde las brujas hacían sus ritos en el país vasco y los continúan hasta nuestros días, allá en logroño .
En el siglo XVII, esta “noche de las brujas” simbolizaba la lucha entre la fe cristiana y las supersticiones paganas que aún sobrevivían.
El nazismo tuvo elementos esotéricos, Hitler se suicida “en la noche de las brujas” del verano, buscando “resucitar como dios”, el 30 de abril de 1945, coincidiendo con Walpurgisnacht, nazi significa nacido 2 veces, el esperaba reencarnar un 31 de octubre..
El interés nazi por símbolos nórdicos (runa, sol negro, Thule) fue parte de una apropiación del mito pagano. El 31 de octubre dia de la reforma protestante, fecha, elegida por razones anticatólicas, Lutero era antisemita y quiso acabar con la fiesta a los santos por eso se hizo hereje el 31 de octubre (antes de Todos los Santos, cuando la iglesia estaba llena de peregrinos), se considera el Día de la Reforma Protestante.
Calaveras, hogueras y máscaras nacen del satanismo, la fiesta de la caída de enemigo de Dios, simbolismo de la muerte y la transición.
En el cristianismo barroco, las calaveras se usan como memento mori (“recuerda que morirás”), un recordatorio de la salvación.
En el Día de Muertos mexicano, derivado del sincretismo católico-indígena, la calavera representa un dios alternativo al dios de la Vida.
El ultimo domingo se octubre se celebra en la iglesia católica tradicional la fiesta de Cristo Rey , pero el enemigo siempre imita, de allí que quiera hacerse adorar ese mismo mes.
Las defixiones o “tablas de maldición”
Eran tablillas de plomo o estaño inscritas con maldiciones, nombres de víctimas y fórmulas mágicas.
Se doblaban o perforaban con clavos, se ataban con hilos y se arrojaban a pozos, tumbas o cruces de caminos, donde se creía que los espíritus infernales las ejecutarían.
“Yo te ato, espíritu de N., por el poder de Hécate, Plutón y Perséfone…” Se usaban para vengar injusticias, ganar juicios, triunfar en competencias o destruir rivales amorosos.
Se han hallado miles de tablillas en Pompeya, Atenas, Cartago, Bath (Inglaterra) y Germania.
En la Roma tardía, incluso soldados y comerciantes las encargaban a magos profesionales.
En algunas se invoca a demonios egipcios, griegos o babilonios, muestra del sincretismo religioso del imperio.
Estas tablillas son evidencia directa de la “brujería cotidiana” en el mundo romano: una red invisible de maldiciones, plegarias y ritos.
En el año 33 a.C., Augusto ordenó quemar más de 2,000 libros mágicos ilegales.
Bajo Tiberio y Claudio, los magos y astrólogos fueron expulsados de Roma por su influencia política.
Sin embargo, los mismos emperadores practicaban astrología y rituales ocultos:
Domiciano consultaba adivinos antes de batallas.
Juliano el Apóstata (s. IV), judaizante y quien quería reconstruir el templo de salomón y fue castigado con fuego que llovía del cielo o surgía de la tierra, restauró oficialmente los cultos mágicos y teúrgicos neoplatónicos y de la cabala..
Los hallazgos recientes en torno al río Éufrates y sus zonas arqueológicas (particularmente durante los descensos del nivel de agua) El eufrates por primera vez en la historia se está secando, han revelado tablillas de arcilla y plomo con textos mágicos en acadio y arameo.
Estos textos son más antiguos que Roma (siglos VII–IV a.C.) y se relacionan con la tradición babilónica de los “conjuros contra demonios” (šiptu, maqlû).
Maldiciones para “atar” o encarcelar espíritus malignos (los llamados utukku, lilû, lamassu).
Fórmulas apotropaicas (de protección) para casas, templos o tumbas.
Ritos de “amarre” para desviar el mal hacia los enemigos. Brujeria pura y Dura.
Se han hallado en cuevas y templos inundados o sumergidos por siglos.
El descenso del Éufrates, visible en imágenes satelitales recientes, ha dejado al descubierto ruinas y tablillas antes cubiertas de limo, lo que explica el redescubrimiento de estos textos mágicos.
La Biblia menciona el Éufrates repetidamente:
En Apocalipsis 9:14-15, se dice:
“Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates.”
En contexto profético, simboliza el despertar de potencias ocultas en los confines del mundo antiguo.
Jeremías (46–51) también habla del Éufrates como escenario de juicio sobre las potencias de Babilonia.
“No sea hallado entre vosotros quien practique adivinación, ni encantador, ni quien consulte a los muertos.” (Deut. 18:10–12)
Durante siglos, el Imperio Romano había practicado un sincretismo religioso:
Todos los cultos eran tolerados mientras respetaran la autoridad imperial.
La magia, la adivinación y los ritos mistéricos (Isis, Mitra, Cibeles) coexistían con la religión estatal.
Los Juegos Olímpicos y otros festivales eran originalmente celebraciones religiosas en honor a los dioses (Zeus, Apolo, Hermes).
El Edicto de Tesalónica (año 380 d.C.), promulgado por el emperador Teodosio I, marcó un punto de inflexión total en la historia del Imperio Romano:
por primera vez, el cristianismo niceno se convirtió en religión oficial del Estado, y se prohibieron oficialmente las prácticas paganas, incluyendo sacrificios, adivinación y culto a los “espíritus” o “demonios”.
Teodosio complementó el Edicto con una serie de leyes (381–392) que:
Prohibieron sacrificios a los dioses y el culto a imágenes.
Cerraron los templos paganos y eliminaron sus subsidios estatales.
Criminalizaron la adivinación, la astrología y la magia ritual.
Persiguieron a sacerdotes y hechiceros bajo la acusación de “impíos” o “maléficos”.
Suspendieron los Juegos Olímpicos (en el 393 d.C.) porque eran celebraciones religiosas en honor a Zeus.
Los Juegos Olímpicos antiguos se habían celebrado sin interrupción durante más de 1.000 años (desde 776 a.C.) y fueron abolidos por Teodosio como parte de la erradicación del paganismo.
“Destruirás sus altares, quebrarás sus imágenes y derribarás sus símbolos de Asera.”
— Éxodo 34:13
El retorno de los brujos, el regreso del paganismo bajo formas modernas, el renacimiento de antiguos símbolos, y una inversión del orden espiritual cristiano que se había consolidado desde el Edicto de Tesalónica.
El llamado “Trono de Satanás” corresponde al Altar de Pérgamo, una obra monumental del siglo II a.C. dedicada a Zeus.
Fue descubierto entre 1878–1886 en la actual Bergama (Turquía).
Alemania lo trasladó pieza por pieza a Berlín, donde se reconstruyó en el Museo de Pérgamo (inaugurado en 1901).
En Apocalipsis 2:12-13, Cristo dice a la Iglesia de Pérgamo:
“Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás.”
Muchos intérpretes han visto en el altar de Zeus el símbolo físico de ese “trono”.
Su traslado a Berlín, poco antes del auge del nazismo, es considerado por algunos estudiosos simbólicos como un acto profético, ya que Alemania se convertiría en el escenario del mayor culto político y anticristiano del siglo XX.
El Papa León XIII, según testigos cercanos, tuvo en 1884, al mismo tiempo que se desenterraba el trono de Pergamo, una visión en la que oyó a Satanás pedir permiso a Dios para probar a la Iglesia durante un siglo.
Redactó la Oración a San Miguel Arcángel, ordenando que se rezara al final de cada misa baja.
Escribió un exorcismo mayor, incluido en el Rituale Romanum, pidiendo protección contra “las potestades de las tinieblas”.
El contexto histórico coincidía con el auge del materialismo, el espiritismo y los movimientos anticristianos en Europa.
León XIII interpretó esto como el inicio del tiempo de la prueba:
“Satanás ha sido desatado por un tiempo.”
Después de esta experiencia, León XIII compuso la Oración a San Miguel Arcángel y ordenó su recitación al final de cada misa:
“San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla…”
No hay prueba documental de la visión misma (más allá de testimonios indirectos), pero el texto del exorcismo fue publicado oficialmente en 1890.
El tono es inusualmente fuerte: menciona a Satanás “que ronda por el mundo para la perdición de las almas”.
El Mausoleo de Lenin (1924) en la Plaza Roja de Moscú se concibió como un templo laico:
Cuerpo incorrupto del líder expuesto como “reliquia”. En una replica del trono de satanas de Pergamo.
Arquitectura monumental piramidal, de tono sacro-funerario.
Teológicamente, se ha interpretado como una imitación invertida del culto cristiano:
El cuerpo de un “salvador humano” en el corazón del nuevo “templo del hombre sin Dios”. En el trono de satanas o Zeus
El comunismo marxista-leninista reemplazó la adoración divina por la idolatría del Estado.
En 1896, el barón Pierre de Coubertin restauró los Juegos Olímpicos en Atenas.
El lema “Citius, Altius, Fortius” (más rápido, más alto, más fuerte) expresa la divinización del cuerpo humano.
Se retomaron símbolos de la Grecia pagana, como antorchas, coronas de olivo y juramentos en nombre de los “dioses del deporte”. La llama Olimpica se enciende con un espejo cóncavo con el cual se le roba el poder al sol y mil símbolos paganos.
Desde un punto de vista simbólico, esto se percibe como un retorno del culto pagano al cuerpo y al triunfo
El fútbol moderno inventado en una cantina de la masoneria en Londres entre 1863–1900, se organizó con reglas rituales:
11 jugadores por equipo, 22 en el campo.
90 minutos, mitades de 45, y una esfera perfecta como objeto central.
El número 11 tiene asociaciones simbólicas en varias tradiciones (transgresión del orden perfecto representado por el 10).
En una lectura teológica o cabalística, el 11 se asocia al exceso, rebelión o desafío al orden divino.
Obviamente, el fútbol es una invención “satánica”, algunos autores lo interpretan como parte de una “liturgia secular”
Entre 1870 y 1930, el mundo vivió una serie de transformaciones:
Redescubrimiento de templos paganos (Egipto, Grecia, Mesopotamia).
Aparición del darwinismo, el materialismo y el marxismo, negando lo espiritual.
Renacimiento de sociedades ocultistas (teosofía, masonería, espiritismo).
La “muerte de Dios” proclamada por Nietzsche (1882). Y despues por cientos de teólogos protestantes y aceptada por unos cuantos católicos.
El Edicto de Tesalónica había suprimido esos ritos; la modernidad los revivió sin nombres divinos, pero con los mismos patrones de adoración.
“Y se le dio poder para infundir espíritu a la imagen de la bestia…” (Ap 13:15)
Pero el ataque no se iba a quedar solo ahí, además había que atacar lo santo que seguía existiendo.
Inglaterra, 1647: bajo el gobierno puritano de Oliver Cromwell, el Parlamento prohíbe oficialmente la celebración de la Navidad.
Los puritanos la consideraban una fiesta pagana sin base bíblica, asociada al exceso, las tabernas y los “ídolos” católicos. Es decir la virgen Madre de Dios, los Santos reyes magos y los Angeles de Dios.
Las iglesias reformadas en Escocia y Nueva Inglaterra adoptaron también esta postura: la única fiesta cristiana era el domingo. E incluso el domingo tratasron de hacerlo desaparecer en la revolución francesa cuando se inventaron semanas de 10 dias y le cambiaron el nombre a los meses para evitar cualquier alusión a Dios.
En los países donde los herejes se apoderan del gobierno (Inglaterra, Alemania, Escocia, los Países Bajos, Escandinavia), los monarcas y príncipes confiscaron bienes de la Iglesia católica: abadías, tierras, templos y tesoros.
Esto se justificaba jurídicamente con “actas de supremacía” o “secularizaciones”.
En Inglaterra, el rey Enrique VIII promulgó el Acta de Supremacía (1534): el monarca se declaraba “cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra” y disolvió más de 800 monasterios, quedándose con sus propiedades.
Fue un programa “protestante” pero no en sentido teológico, sino una nacionalización religiosa, un robo a gran escala.
Los bienes pasaron a nobles y aliados políticos,
Oliver Cromwell (1599–1658) lideró la república puritana tras la guerra civil inglesa.
En Irlanda, su ejército reprimió violentamente a los católicos (1649–1653): matanzas en Drogheda y Wexford, confiscación de tierras, deportaciones.
Miles de irlandeses —sobre todo prisioneros de guerra y condenados— fueron enviados como siervos contratados o esclavos temporales a las colonias del Caribe y América del Norte.
Ann “Goody” Glover (Boston, 1688) era una católica irlandesa deportada. Fue acusada de brujería y ahorcada.
Salem, 1692: el episodio más famoso de histeria colectiva puritana.
20 personas ejecutadas (19 ahorcadas, una torturada).
Las acusadas solían ser mujeres marginales o independientes; católicas acusadar de supersticiosas por rezar a la virgen o tener algún santo entre sus posesiones, no se trató de “brujas reales”, sino de un fenómeno social-religioso de miedo y control.
La caza de brujas protestante contra los católicos entre los (siglos XVI–XVII) afectó a territorios en Europa y américa, las acusaciones y torturas fueron un fenómeno protestante generalizado.
Durante el siglo XVI–XVII, en las Provincias Unidas (Holanda), el calvinismo se volvió religión oficial.
Los católicos y otros disidentes podían existir, pero sin culto público. Algo parecido ocurrió en Australia, donde llevaron a los sacerdotes católicos condenados a muerte en las condiciones mas brutales.
Surgieron las “schuilkerken” o iglesias escondidas: capillas privadas en áticos o casas disimuladas.
Ejemplo: la iglesia de Ons’ Lieve Heer op Solder (“Nuestro Señor del Ático”) en Ámsterdam, hoy museo.
Introdujeron en la navidad a personajes satánicos surgidos En los Alpes austríacos y bávaros de las fiestas invernales con figuras demoníacas que acompañaban a san Nicolás (Krampus, Perchten, Knecht Ruprecht). 3 demonios que roban niños
Reviviendo tradiciones paganas del folclore germano precristiano, luego reinterpretado en el nacionalismo luterano e ingles.
El Krampus reemplaza la Navidad, hoy nos lo venden como el grinch.
Halloween (All Hallows’ Eve) deriva de antiguas fiestas celtas (Samhain)
En EE. UU. se populariza en el siglo XIX con los inmigrantes irlandeses.
Proponen reemplazar la navidad por el dia de acción de Gracias que habían celebrado los conquistadores españoles con misas por la tierra recién descubierta, pero despojado de toda referencia religiosa se suplanta por el Thanksgiving (1621 → 1863) es una fiesta civil de gratitud nacional, no religiosa; que reemplaza a la Navidad, en la misma temporada otoñal.
UNICEF lanza la campaña mas larga y costosa de la historia para imponer el “Trick or Treat” que surge en 1950 como campaña solidaria infantil para recaudar fondos; su nombre es un juego con la frase tradicional, convertida en promoción de Halloween pagano.
Y llega 1968: con sus protestas estudiantiles, revolución sexual, pacifismo, rechazo a la autoridad religiosa y estatal.
“Paz y amor” sintetiza la búsqueda de trascendencia sin religión institucional.
En teología, autores como John A. T. Robinson (“Honest to God”, 1963) proponen una fe sin teísmo tradicional, interpretando a Dios como símbolo existencial. Hagan el amor y no la guerra, el símbolo del hipismo viene de un pastor protestante que no cree en Dios amor sino en el amor carnal
Desde los años 90, la ideología de género y los nuevos movimientos identitarios prolongan esa tendencia a redefinir la naturaleza humana y la moral al margen de la tradición bíblica. Llega el movimiento woke que ha llevado a la juventud a no saber a que baño debe entrar o si orinar de pie o sentado, el gran cambio de paradigmas, el hombre que no reconoce su mano derecha de la izquierda.
La era del anomos.
Esto explica por que se adora abiertamente al demonio en la era de mayor avance y conocimiento del mesias encarnado.
Durante los siglos XVII al XIX, Europa experimentó un largo proceso de secularización: la razón ilustrada, la ciencia moderna y el progreso técnico parecían haber desplazado para siempre las antiguas supersticiones. Sin embargo, lo que muchos pensadores imaginaron como el triunfo definitivo de la razón desembocó en un vacío espiritual.
Cuando las estructuras católicas dejaron de catequizar, se debilitaron, el anhelo humano de rito, y trascendencia buscó nuevos cauces. En ese contexto se produce lo que algunos historiadores de las religiones llaman el “retorno de los brujos” dentro de la cultura moderna.
A finales del siglo XIX, mientras el cristianismo perdía influencia en las instituciones públicas, crecieron movimientos esotéricos y ocultistas: la Teosofía de Helena Blavatsky, el espiritismo, la masonería simbólica, la astrología moderna y las sociedades rosacruces. Estas corrientes retomaban conceptos del gnosticismo antiguo, el hermetismo y la magia cabalista del Renacimiento. Al mismo tiempo, la arqueología redescubría Egipto, Grecia y Mesopotamia, despertando una fascinación romántica por los “dioses perdidos” y sus misterios.
En el siglo XX, la cultura de masas ofreció nuevos ritos laicos. Los Juegos Olímpicos, restaurados por Coubertin en 1896, se presentaron como celebración universal del cuerpo humano, la disciplina y la gloria, ecos de los certámenes religiosos griegos. El fútbol y otros deportes de estadio crearon un tipo de liturgia secular: templos, himnos, sacrificio físico y comunión colectiva. Las grandes fiestas civiles —carnavales, festivales musicales, competiciones— sustituyeron los calendarios religiosos tradicionales.
Paralelamente, fiestas paganas como Halloween fueron reinterpretadas y comercializadas. Lo que había sido una víspera cristiana de oración por los difuntos se transformó en un espectáculo lúdico de máscaras, miedo y consumo. El mismo impulso de juego simbólico reapareció en modas neopaganas, en la recuperación de cultos de la naturaleza y en los actuales movimientos wiccanos o de “espiritualidad femenina”, que reinterpretan la brujería medieval como camino de empoderamiento.
La segunda mitad del siglo XX añadió una dimensión política y psicológica. Tras la revolución cultural de 1968 y la expansión de la contracultura, se generalizó la idea de que cada individuo podía definir su propia verdad y su identidad espiritual. El marxismo cultural, la crítica de género y el relativismo moral sustituyeron los antiguos dogmas religiosos por valores subjetivos. En este marco, muchas prácticas simbólicas —desde la astrología hasta el ecologismo místico o el arte performativo— funcionan como nuevas religiones del yo.
El escritor G. K. Chesterton advirtió que cuando los hombres dejan de creer en Dios no es que no crean en nada, sino que creen en cualquier cosa. La historia reciente parece confirmar su intuición: el hambre de trascendencia no desaparece con la secularización, sólo cambia de forma. La modernidad, al liberar al ser humano de la religión institucional, lo expuso también a una multiplicidad de cultos nuevos: la idolatría del cuerpo, del poder, de la ideología o del placer. En ese sentido, el llamado retorno de los brujos no es tanto una conspiración esotérica como un síntoma cultural profundo: el eterno deseo humano de encontrar lo sagrado, incluso cuando ha olvidado el nombre de Dios.
La reconfiguración contemporánea de lo sagrado: cuando las formas tradicionales de religiosidad se debilitan, surgen nuevos cultos, liturgias y simbologías que llenan el espacio vacío de sentido. Charles Taylor argumenta que la modernidad no simplemente elimina lo religioso, sino que transforma los marcos de lo posible y produce «edades seculares» en las que nuevas formas de sacralidad compiten por la lealtad humana.
Los teóricos del ritual han mostrado que las prácticas humanas (deporte, festivales, consumo) funcionan como liturgias que modelan afectos y deseos. Catherine Bell y James K. A. Smith han insistido en que los rituales formativos —no sólo las iglesias— inculcan hábitos, identidades y finales últimos: estadios, carnavales o el calendario comercial pueden operar como “cultos” seculares que reemplazan a la liturgia religiosa tradicional. Esto ayuda a explicar por qué el fútbol, los Juegos Olímpicos y los grandes eventos masivos se sienten rituales y convocan devoción colectiva.
René Girard aporta otra clave: la dinámica mimética y la necesidad de chivos expiatorios explican por qué las sociedades, aun modernas, recurren a rituales de violencia simbólica o a estigmatizaciones masivas; cuando las instituciones fallan para canalizar la violencia social, emergen narrativas y prácticas de purificación que a menudo adoptan formas “ocultas” o marginales. En términos contemporáneos, la fascinación por lo oscuro (terror, culto a la transgresión, estéticas extremas) puede verse como una manifestación de estas tensiones sociales.
Históricamente, la arqueología y la historia cultural han documentado la resurreccion neo pagana y esotérias desde finales del XIX: el redescubrimiento de templos, la teosofía y el ocultismo se entrelazaron con el romanticismo y la crítica a la modernidad; en el siglo XX esa recuperación simbólica se masificó y secularizó (cine, música, videojuegos, festivales), dando lugar a una “ritualización estética” que a menudo remite a imágenes infernales o reptilianas sin que exista necesariamente una intención religiosa literal. Estudios recientes sobre paganismos contemporáneos confirman un crecimiento plural (reconstruccionismos, wicca, neopaganismos) que vive tanto en lo privado como en lo comunitario.
En el registro mediático y moral, la convergencia de escándalos (abusos institucionales, redes criminales) y la cultura pop (terror, metal extremo, entretenimientos de lo macabro) ha producido narrativas que interpretan fenómenos sueltos como una “ritualización de la oscuridad”. Publicaciones conservadoras y religiosas —por ejemplo First Things— han publicado reflexiones sobre la pérdida del sentido sagrado y los riesgos de la estética oscura; medios como LifeSiteNews denuncian alianzas percibidas entre activismos culturales y simbologías paganas. Estas piezas contribuyen al debate público.
En suma, la secularización que engendra nuevas liturgias (deporte, consumo, festivales), la revitalización de prácticas esotéricas en contextos identitarios y turísticos, y una sensibilidad contemporánea que convierte lo siniestro en espectáculo.
En el siglo XXI, las ciudades del mundo lucen como catedrales de neón. Las pantallas han reemplazado a los vitrales, los estadios a los templos, y el entretenimiento a la oración. La humanidad, orgullosa de haber desterrado la superstición, descubre demasiado tarde que ha sustituido la fe por el espectáculo. En esta civilización globalizada —tecnificada hasta el éxtasis y saturada de información— los viejos mitos han regresado con otro nombre.
En las noticias, los escándalos de poder y corrupción se suceden como dramas antiguos: sacerdotes, magnates o políticos aparecen envueltos en crímenes que recuerdan los sacrificios rituales de las tragedias griegas. La sociedad, incapaz de distinguir entre realidad y ficción, consume el horror con fascinación. Los algoritmos deciden lo que debe ser adorado y lo que debe ser destruido. En los foros digitales, los rumores sobre élites ocultas y ritos siniestros sustituyen la reflexión política; la conspiración se vuelve el mito moderno, la parábola del mal en una época sin teología.
Mientras tanto, la cultura popular convierte la oscuridad en estética. Las calaveras brillan en los escaparates, los monstruos se vuelven héroes, los dioses antiguos resucitan en el cine, los videojuegos y las redes. No hay adoración, sino fascinación: un politeísmo virtual donde el poder, la juventud y el deseo son los nuevos absolutos. En la música y en la moda, el exceso y la transgresión son lenguajes de identidad; la provocación ha reemplazado a la verdad. Como advirtió Umberto Eco, “la posmodernidad no destruye los mitos, los recicla hasta vaciarlos de sentido”.
En esta distopía simbólica, los cuerpos ya no pertenecen a las personas: son mercancías, experiencias o algoritmos. Los niños se compran, se producen o se alquilan; los adultos negocian su identidad como si fuera una acción en bolsa. El amor se ha vuelto una interfaz y la maternidad, un contrato. La biotecnología promete eternidad, pero el alma —esa palabra prohibida— ha desaparecido de los diccionarios. La ciencia ha vencido a la muerte, pero no ha curado el miedo.
El filósofo Byung-Chul Han describe este mundo como “la sociedad del cansancio”: una cultura que lo ve todo, pero ya no siente; que celebra la diversidad, pero teme al compromiso. Y el teólogo Joseph Ratzinger lo anticipó: cuando el hombre elimina a Dios del horizonte, no se libera, sino que se vacía. Es la era del Ánomos, del sin-ley, donde la libertad se confunde con la anarquía moral y la redención con el entretenimiento.
Sin embargo, incluso en este escenario oscuro, subsiste un signo de esperanza. La misma humanidad que crea monstruos es capaz de mirar al cielo y recordar que no todo se explica por el algoritmo ni por el mercado. En las ruinas de la fe institucional, tal vez surja de nuevo el deseo de un amor que no se compra ni se programa. Porque toda distopía, al final, es sólo un espejo que nos recuerda lo que podríamos evitar.
El ser humano del siglo XXI encarna —sin saberlo— el sueño y la pesadilla de Freud y Nietzsche: un hombre que se emancipa de toda trascendencia y se convierte en su propio creador y verdugo. Ha conquistado los misterios de la vida, pero ya no distingue entre engendrar y fabricar, entre curar y eliminar. En nombre de la libertad decide quién nace y quién muere; en nombre de la compasión, suprime el sufrimiento destruyendo al que sufre.
Es la mayoría de edad del hombre, como la llamó Kant, pero llevada a su extremo biotecnológico y moral: un ser que se cree dios y, al proclamarse absoluto, se vuelve frágil. Freud soñó con un yo liberado del padre; Nietzsche anunció la muerte de Dios. Ambos vislumbraron un futuro en el que el hombre sería “más allá del bien y del mal”, pero no imaginaron que ese superhombre acabaría ahogado en la soledad del placer sin sentido.
La civilización posmoderna ha roto los altares antiguos, pero no ha dejado de adorar. Ha cambiado los dioses por los ídolos del bienestar, la eficiencia y el cuerpo. Ha confundido la autonomía con el aislamiento y la ciencia con la salvación. Y así, entre laboratorios, pantallas y simulacros, la humanidad moderna se encuentra ante su propio espejo: un mundo donde el aborto sustituye al nacimiento y la eutanasia al consuelo, donde la técnica promete inmortalidad y el alma se disuelve en datos.
Sin embargo, como escribió C. S. Lewis, “no hay progreso sin regreso al camino perdido”. Quizás, después de esta larga travesía por la oscuridad, el hombre vuelva a descubrir que su grandeza no está en dominar la vida, sino en reconocer su misterio. Toda distopía —la antigua y la nuestra— termina recordándonos que la libertad sin amor no salva, y que la ciencia sin conciencia no redime.
