En las últimas décadas, la humanidad ha logrado una hazaña sin precedentes: producir alimentos en cantidades suficientes para sostener a miles de millones de personas. Sin embargo, esta abundancia encierra una paradoja oscura: cuanto más comemos, más enfermos nos volvemos, y cuanto más producimos, más destruimos las bases que sustentan la vida.
La revolución biotecnológica trajo consigo los organismos genéticamente modificados (transgénicos), o comida Frankenstein concebidos para resistir plagas, tolerar herbicidas y aumentar el rendimiento agrícola. Maíz, soya, canola, arroz, remolacha etc, son hoy casi imposibles de encontrar en su forma natural. Estas plantas, alteradas para producir sus propias toxinas, para alejar a los insectos o soportar químicos como el glifosato, han reducido su diversidad genética y su valor nutritivo. Convirtiéndose en veneno sin calidad biológica que soporte la vida, Los insectos ya no las consumen, asi de dañinas son.
El ganado alimentado con estos cultivos recibe piensos de alta energía pero pobre calidad biológica. Sus tejidos reflejan este cambio: más grasa, menos proteína. Casos como la enfermedad de las vacas locas revelaron el extremo de esta lógica industrial: animales alimentados con restos de su propia especie desarrollaron priones que, producen enfermedades neurológicas, al pasar al ser humano, causaron males neurodegenerativos, que hoy sufre extensamente la población. Fenómenos similares acechan en la producción aviar y porcina, donde el uso excesivo de antibióticos y la manipulación genética alteran la salud animal y, por extensión, la humana.
El resultado es una cadena alimenticia distorsionada: plantas que ya no nutren, animales que transmiten enfermedades terribles, y seres humanos que, no solamente no se nutren sino que se enferman comiendo. Pero la alternativa —volver a los métodos tradicionales— parece inviable: producir menos significaría escasez y precios inalcanzables. Esta es la gran paradoja contemporánea: la tecnología que prometió erradicar el hambre genera, al mismo tiempo, dependencia, enfermedad y locura, porque además los parásitos se han vuelto resistentes y pasan al hombre inadvertidamente.
El drama se acentúa en el campo. Miles de campesinos, especialmente en la India, han perdido sus tierras y por las deudas adquiridas para comprar estas supersemillas sus vidas ante deudas impagables generadas por semillas patentadas, insumos costosos y mercados controlados por corporaciones, han llevado al suicidio a miles te productores agropecuarios. La biotecnología, en lugar de liberar, se convierte así en instrumento de sometimiento.
Frente a esta realidad, surge la urgencia de un nuevo paradigma alimentario: combinar ciencia y ética, productividad y sostenibilidad, tecnología y respeto a la vida. Solo al reconciliar estos opuestos podremos transformar la abundancia tóxica en verdadera nutrición y devolver sentido a lo que alguna vez llamamos alimento.
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