Todo lo que Dios ha querido, revelado o dispuesto es absolutamente verdadero, la “raíz del dogma” está en la voluntad de Dios mismo, no en una decisión humana.
“La fe es respuesta a Dios que se revela.”
— Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 142)
Dios es la fuente y la cabeza de toda verdad revelada;
la Virgen, como creatura redimida y llena de gracia, participa perfectamente de esa verdad.
Lo que la Iglesia llama “dogma” es una verdad revelada por Dios que la Iglesia propone solemnemente como tal para ser creída por todos los fieles.
“Los dogmas son luces en el camino de la fe; los artículos de fe que la Iglesia propone como revelados por Dios.”
— CIC 88–89
Hay verdades divinas no definidas aún (por ejemplo, ciertas realidades marianas o escatológicas).
El Magisterio ha definido solemnemente algunas, pero no «todas» (por ejemplo: la Inmaculada Concepción, la Asunción, la Maternidad divina, etc.).
De allí que el enemigo de Dios, en un hipotético dialogo con sus secuaces les felicite por haber logrado que ahora los laicos puedan participar de la elección de los obispos y prohíban a los niños ser educados por quienes los llevan a la santidad.
Aquí un informe ejecutivo del conciliábulo reciente entre los cachudos.
Me regocijan tus avances en la gran campaña espiritual contra los rezanderos marianos. Veo que has logrado infiltrar con gran habilidad a ese Pueblo tradicionalista, tan devoto de la vigilancia, donde los obispos pronto serán elegidos por laicos mal formados y donde los niños —esas criaturas insoportablemente cercanas al Enemigo— ya no puedan entrar en sus templos a recitar ese rosario que nos hace tanto daño. ¡Ah, qué jugada maestra! No sabes cuán difícil fue para nosotros, en los días de Atanasio y Cirilo, defensores de la ortodoxia y los dogmas corredentores de la Theotokos madre de Dios, alcanzar siquiera una sombra de esta victoria.
Quisiera que analizaras con detenimiento lo que ocurrió en aquellos tiempos. Nuestros antecesores casi destruyeron la Iglesia cuando convencieron a Arrio de hacer del Mesías, Jesús de Nazaret, un ser diminuto, indigno de adorar. Luego incitamos a Nestorio a dividir en dos personas lo que el Enemigo había unido en una. Ambas fueron iniciativas admirables: nada desfigura mejor la Encarnación que oscurecer el papel de esa Mujer que tanto nos enloquece. Porque si ella es verdaderamente Madre de Dios, corredentora, inmaculada y asunta a los cielos, todo el edificio de la herejía se derrumba; si es solo madre de un hombre, podemos volver a presentar al Enemigo como mito, símbolo o genio moral. Eso es lo que Atanasio y Cirilo entendieron demasiado bien, para nuestra desgracia.
Ahora, mi querido aprendiz, observa la belleza diabólica de tu época: no necesitas un Nestorio elocuente ni un emperador confundido. Solo necesitas ruido, cansancio y un pueblo que ame más la seguridad que la verdad. El WhatsApp que la misa y la televisión que el confesionario. Lograste que el Pueblo Mariano ordenara a los príncipes del poder sacerdotal: un Estado donde la liturgia se practica solo por funcionarios registrados, donde los niños quedan fuera “por su propio bienestar”, para que no se traumen viendo ese hombre colgado del madero y donde los ministros del culto participan en congresos del Partido para aprender “obediencia espiritual”. Pero sobre todo las frases del camarada líder. ¡Qué logro tan eficaz!
Debo advertirte, sin embargo, de un peligro creciente. Aunque hayas conseguido que muchos callen cuando se trata de los dogmas marianos —porque los consideran “divisivos”, “anticuados” o “poco eficaces para la unidad global”— algunos empiezan a murmurar, como antaño Atanasio murmuraba contra el mundo entero. Y ya sabes lo que pasó: Athanasius contra mundum, y ganó.
Por allí se mueven unos tales Heraldos del evangelio defendiendo a la Cooperadora en la redención, algunos los llaman caballeros de la Virgen, y predican las virtudes de la Colaboradora en la obra salvífica de Cristo, ten mucho cuidado con ellos, atácalos y levantales falso testimonio, busca la manera de que los intervengan, para que dejen de servir a esa mujer Asociada al Redentor, si puedes denuncialos sin pruebas, para que no sepan que somos nosotros quienes los atacamos, que sean sancionados impunemente, comisariados sin posibilidad de defensa, acusados sin dialogo, siléncialos porque me están volviendo loco a punta de Rosarios y eucaristías que no soporto.
El Enemigo se complace en lo pequeño, lo escondido, lo frágil. Los defensores de la verdad mariana —este puñado de obstinados— repiten que si la Madre es negada, pronto el Hijo será reducido a un código moral y la Redención a un programa de bienestar social. Y aunque detesto admitirlo, tienen razón. Por eso los perseguimos, como sus antiguos hermanos los santos y padres de la iglesia deben ser: expulsados, silenciados, ridiculizados. Nada nos aterra tanto como un alma que comprenda que en esa Mujer se juega la integridad misma del misterio de la Encarnación.
No bajen la guardia. Una sola verdad bien proclamada por labios fieles puede deshacer milenios de sutil trabajo infernal.
