«Los ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre, que está en los cielos».Mat 18:10
Antes de admitir a los ángeles a la visión plena de Su Gloria (Visión Beatifica), Dios los sometió a una prueba, así como el hombre tuvo su prueba también.
La naturaleza de la prueba no se conoce con certeza, pero muchos teólogos sostienen que el Padre Eterno reveló a los ángeles la futura Encarnación de Su Divino Hijo y les hizo saber que al Dios hecho Hombre debían rendir adoración.
Luzbel, uno de los ángeles más gloriosos, elevados y bellos de la Corte Celestial, deslumbrado y ofuscado por la soberbia, habiéndose atribuido a sí mismo los maravillosos dones con que el Creador lo había dotado, se rebeló contra Dios. No aceptó el supremo dominio del Señor y se constituyó así en «adversario» de su Creador, elevando su gran grito de rebelión y de batalla: «No Serviré «(cf. Jer 2, 20). «Seré igual al Altísimo» (cl Is 14, 14). Muchos otros ángeles le siguieron en su soberbia (se dice que hasta un tercio de ellos). Pero en ese momento, otro gran Arcángel, igual en belleza y gracia que el arrogante Lucifer, se postró ante el Trono de Dios y, en un acto de profunda adoración, opuso al grito de batalla de Lucifer uno de amor y lealtad: «¿Quién como Dios?» (Miguel).
Y es así como San Miguel Arcángel obtuvo su nombre con ese grito de fidelidad y es así como Luzbel se constituyó él mismo en Lucifer, «Satanás» (el adversario), el Enemigo, el Diablo. A él se han aplicado las palabras del profeta Isaías: `¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora!¡Has sido abatido a tierra, dominador de naciones! Tú que habías dicho en tu corazón: «11 cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono.. Subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo. ¡Ya! Al seol has sido precipitado, a lo más hondo del pozo.»(Is 14,12-15). [Según los exégetas, estas palabras son una parábola directamente alusiva al Rey de Babilonia e indirectamente a Satanás, cuyo espíritu y acciones se reflejaban en la conducta del rey).
La conclusión de esta batalla entre los ángeles Buenos y los ángeles Malos se encuentra en el Apocalipsis: «Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón.. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él… » (Ap 12, 7-10).
Dice San Pedro. «Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitados en el tártaro, los entregó alas cavernas tenebrosas, reservándolos para el juicio…» (2 Pe 2, 4). «No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte » (San Juan Damasceno). Y el Nuevo Catecismo nos dice que no fue por un defecto de la Misericordia Divina que el pecado de los ángeles caídos no fuera perdonado, sino debido al carácter irrevocable de su elección (cf. NC #392 y #393).
392 La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 P 2,4). Esta «caída» consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: «Seréis como dioses» (Gn 3,5). El diablo es «pecador desde el principio» (1 Jn 3,8), «padre de la mentira» (Jn 8,44).
393 Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. «No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte» (S. Juan Damasceno, f.o. 2,4: PG 94, 877C).
394 La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama «homicida desde el principio» (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4,1-11). «El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo» (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.

