“Bendito eres, Señor,
Dios del Cielo y de la Tierra,
que con tu misericordia y tu justicia
dispersas a los soberbios y enalteces a los humildes;
de este admirable designio de tu providencia
nos has dejado un ejemplo sublime
en el Verbo Encarnado y en Su Virgen Madre:
Tu Hijo, que voluntariamente se rebajó
hasta la muerte de cruz, y ahora
resplandece de gloria eterna y está sentado a tu derecha
como Rey de reyes y Señor de señores;
y la Virgen, que quiso llamarse tu esclava,
fue elegida Madre del Redentor
y verdadera Madre de los que viven,
y ahora, exaltada sobre los coros de los ángeles,
reina gloriosamente con Tu Hijo
intercediendo por todos los hombres
como Abogada de la gracia y Reina de misericordia.
Mira Señor, benignamente, a éstos tus siervos
que al ceñir con una corona visible
la imagen de la Madre de Tu Hijo
reconocen en Tu Hijo al Rey del universo
e invoca como Reina a la Virgen María…”
La corona puesta en las sienes de la Virgen tiene 950 brillantes de 76 quilates, 1400 rosas, 313 perlas, una esmeralda grande y 13 pequeñas, 33 zafiros, 7 rubíes y 26 turquesas. En total 2963 piedras preciosas .
Hoy la Virgen luce en su corona una gema más preciosa: la bala que no pudo matar a Juan Pablo II, y que él quiso ofrecerle, colocándola allí, en acción de gracias.
Obispos y teólogos dicen que el dogma de María Corredentora, Medianera y Abogada, que en estos años se suplica insistentemente, es la “piedra que falta en su corona”


