Gregorio Nacianceno, Nacianzo, Capadocia, + 25 de enero de 389, también conocido como Gregorio el Teólogo, fue un arzobispo cristiano de Constantinopla del siglo IV.
Hacia el 379, Gregorio fue llamado a Constantinopla, la capital, para guiar a la pequeña comunidad católica fiel al Concilio de Nicea y a la fe trinitaria. La mayoría, por el contrario, se había adherido al arrianismo, que era “políticamente correcto” y que los emperadores consideraban políticamente útil.
“¡Hemos dividido a Cristo, nosotros, que tanto amábamos a Dios y a Cristo! ¡Nos hemos mentido los unos a los otros con motivo de la Verdad, hemos alimentado sentimientos de odio a causa del Amor, nos hemos separado el uno del otro!” («Oratio 6»,3: SC 405,128). Sin Dios, el hombre pierde su grandeza, sin Dios no hay humanismo auténtico. Por eso, escuchemos esta voz e intentemos conocer también nosotros el rostro de Dios, dirigiéndose a Dios: “Sé benigno, Tú, más Allá de todo”
«Desde el día que renuncié a las cosas de este mundo para consagrar mi alma a la contemplación brillante y celestial, cuando la inteligencia suprema me secuestró de aquí para hacerme reposar lejos de todo lo que es carnal, desde ese día mis ojos han estado deslumbrados por la luz de la Trinidad… Desde su sublime trono ella extiende su resplandor inefable sobre cada cosa… Desde ese día estoy muerto para el mundo y el mundo ha muerto para mí»
«El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y más obscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos una expresión un poco atrevida … Así por avances y progresos «de gloria en gloria», es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos» (Oratio 31)
Gregorio influyó significativamente en la forma de la teología trinitaria tanto en los padres griegos como latinos, y es recordado como el «teólogo trinitario», junto con Basilio hizo una recolección de textos de Orígenes llamada la Filocalia.
Los cruzados de la Cuarta Cruzada (1204) llevaron parte de las reliquias a Roma. Luego fueron colocadas en una capilla lateral de la Basílica de San Pedro conocida precisamente como Altar gregoriano.
La espalda de Dios
“Yo corrí como el que deseaba alcanzar a Dios y así subí a la montaña y penetré en la nube, metiéndome en su interior, lejos de la materia y de las cosas materiales, y concentrándome en mí mismo cuanto me era posible. Y cuando miré, apenas puede ver las espaldas de Dios, y eso a pesar de que yo estaba todavía protegido por la roca, es decir, por el Logos hecho carne por nosotros.
Inclinándome un poco vi no la naturaleza primera y sin mezcla, tal como ella se conoce a sí misma –me refiero evidentemente a la Trinidad–, y todo lo que queda detrás del primer velo y se encuentra cubierto por los querubines, sino lo que está al final y llega hasta nosotros. Tal es, por cuanto yo conozco, la grandeza de Dios en las criaturas y en las cosas producidas y gobernadas por él o, como dice el mismo David, su magnificencia; pues espalda de Dios es todo lo que se puede conocer de él tras su paso, como las sombras del sol sobre las aguas y las imágenes que representan al sol para los ojos enfermos, puesto que a él mismo no es posible mirarlo, dado que la pureza de su luz sobrepuja nuestros sentidos.
Así debes hacer teología, aunque seas un Moisés y un Dios para el faraón, aunque hayas llegado, como Pablo, hasta el tercer cielo y hayas oído palabras inefables, aunque estés por encima de él, en una situación y rango de ángel o de arcángel. Porque todo ser celeste o supraceleste, aun estando mucho más alto que nosotros por naturaleza y mucho más cerca de Dios, está sin embargo más lejos de Dios y de su comprensión perfecta que de nosotros, que somos mezcla compuesta, humilde e inclinada hacia abajo”.
Virtudes cristianas (Discurso 14, 2-5)
Hermosas son las tres virtudes de fe, esperanza y caridad (cfr. 1 Cor 13, 13). En fe ciertamente es testigo Abraham, que por ella fue alabado como justo (cfr. Gn 15, 6). En la esperanza, Enós, el primero que por la esperanza fue llevado a invocar el nombre del Señor (cfr. Gn 4, 26); y con él, todos los justos que por la esperanza sufren penas. Testigo de la caridad es el bienaventurado Apóstol, que por causa de Israel no dudó en aceptar para sí más graves daños (cfr. Rm 9, 3) (…).
Hermosa es la hospitalidad. Entre los justos lo testifica Lot, cuando habitaba en Sodoma (cfr. Gn 19, 3) ajeno a los vicios de sus moradores; y entre los pecadores, Rahab, la ramera (cfr. Jos 2, 1 ss), que brindó hospedaje a los exploradores sin intención de pecado, y con su diligente protección a los huéspedes se ganó la alabanza y la salvación. Hermoso es el amor fraterno, y de él tenemos por testigo a Jesús mismo, que no sólo consintió ser llamado hermano nuestro, sino que también sobrellevó el suplicio por nuestra eterna salud. Hermosa es la benevolencia hacia los hombres, y de nuevo Jesús lo atestigua, pues no sólo creó al hombre para que practicara buenas obras (cfr. Ef 2, 10), uniendo su imagen a la carne para guiarnos a las más altas virtudes y procurarnos los supremos bienes, sino que por nosotros se hizo hombre.
Hermosa es la longanimidad, como Él mismo testifica, pues no sólo rehusó el auxilio de legiones de ángeles contra sus violentos ofensores (cfr. Mt 26, 53), o reprendió a Pedro por empuñar la espada (cfr. Mt 26, 52), sino que incluso restituyó la oreja al herido (cfr. Lc 22, 51). La misma virtud manifestó después Esteban, imitando como discípulo a Cristo, cuando elevó sus plegarias por quienes le apedreaban (cfr. Hech. 7, 59). Hermosa es la mansedumbre, y son testigos Moisés (cfr. Num 12, 3) y David (cfr. Sal 131, 1), a quienes, por encima de todos en esta virtud, tributa alabanza la Escritura; y especialmente el Maestro de todos ellos, que no disputa ni grita, ni vocifera en las plazas (cfr. Is 42, 2; 53, 7), ni resiste a sus verdugos (.. )
Hermoso es castigar el cuerpo. De ello te persuada Pablo, que sin cesar lucha y se sujeta con violencia (cfr. 1 Cor 9, 27), e inspira santo terror, con el ejemplo de Israel, a cuantos confían en sí mismos y condescienden con su cuerpo. Que te persuada el mismo Jesús, con su ayuno, su sometimiento a la tentación y su victoria sobre el tentador (cfr. Mt 4, 1 ss).
Hermoso es orar y velar. De esta virtud te vuelve a dar fe Jesús, que vela y suplica antes de la Pasión (cfr. Mt 26, 36). Hermosa es la castidad y la virginidad. Da crédito a Pablo, cuando determina normas sobre estas virtudes, solucionando con plena equidad la controversia sobre virginidad y matrimonio (cfr. 1 Cor 7, 25). Cree también a Jesús mismo, que nace de una Virgen, para adornar de honor la generación y anteponer en honra la virginidad. Hermosa es la templanza. Que te mueva la autoridad de David el cual, cuando le consiguieron agua abundante del pozo de Belén, de ningún modo bebió (cfr. 2 Sam 23, 15 ss), sino que la derramó en libación a Dios, no aceptando apagar su sed a costa de la sangre de sus capitanes.
Hermosos son el recogimiento y la paz. Así me lo enseñan el Monte Carmelo, con Elías (cfr. 1 Re 18, 42), el desierto de Juan Bautista (cfr. Lc 1, 80), y por fin aquel monte (cfr. Mt 14, 23) al que frecuentemente Jesús se retiraba, y donde sabemos que prolongaba su recogimiento. Hermosa es la parquedad en los recursos. Me ofrecen ejemplo Elías (cfr. 1 Re 17, 9) sustentado en casa de la viuda; Juan, vestido con pieles de camello (cfr. Mt 3, 4); y Pedro, que se nutría de la comida más pobre.
Hermosa es la humildad, de la que por doquier abundan los ejemplos. Por encima de todos, el Salvador y Señor, que no sólo se abajó hasta la condición de siervo (cfr. Fil 2, 6), y expuso su rostro al escarnio de salivazos e injurias, hasta el extremo de ser contado entre los malhechores (cfr. Is 50, 6; 53, 12) mientras purificaba al mundo de las manchas del pecado, sino que también, con quehacer de esclavo, quiso lavar los pies de sus discípulos (cfr. Jn 13, 5).
Hermosa es la pobreza y el desprendimiento de las riquezas. Testigo es Zaqueo, al regalar casi toda su hacienda cuando en su casa entró Cristo (cfr. Lc 19, 8) (…). Y para resumir aún más mi enseñanza, si hermosa es la contemplación, hermosa igualmente es la acción. Mientras que una se eleva de este mundo para penetrar en el Santo de los Santos, reconduciendo nuestra mente a su genuina vida, la otra acoge a Cristo y, en su servicio, le muestra por las obras la intensidad del amor.
Cada una de estas virtudes constituye la misma vía para la salvación que conduce a alguna de las felices y eternas mansiones: ciertamente cuantos son los modos de vida virtuosa, tantas moradas hay junto a Dios (cfr. Jn 14, 2), las cuales se distinguen unas de otras y se distribuyen a cada uno según el propio mérito y dignidad. Por consiguiente, que éste cultive una virtud, ése otra, aquél varias, y otro, si puede, todas ellas; en cualquier caso, obre de tal modo que progrese, y procure con esfuerzo avanzar más, perseverando en pos de las huellas de Aquél que, al mostrarnos el verdadero camino, dirige nuestros pasos y, haciéndonos pasar por una puerta estrecha, nos lleva a la amplitud de la bienaventuranza celestial.
Por lo que respecta a la caridad, que según Pablo, y también por la autoridad del mismo Cristo, ha de ser tenida como compendio y fin de la Ley y los Profetas, siendo el primero y mayor de los mandamientos (cfr. Mt 22, 36 ss). encuentro que su principal ejercicio radica en acoger a los necesitados con amor benevolente, de modo que nos conmuevan y duelan las desgracias del prójimo. Pues no hay ningún otro culto tan grato a Dios como la misericordia; y por cierto, no hay perfección alguna que convenga mas propiamente a Dios, ya que la misericordia y la verdad le preceden como heraldos (cfr. Sal 88, 15), y prefiere la ofrenda de la misericordia a la de la simple justicia (cfr. Os 12, 6). Por tanto, no hay otra virtud mejor para el hombre que aquella benignidad que será pagada por la benignidad de Quien recompensa con justicia y establece con abundante medida su misericordia (cfr. Is 28, 17).

