Cipriano, de sobrenombre Tascio, nació alrededor del año 210 en el norte de África, probablemente en Cartago, ciudad de la cual después fue obispo. Su educación, como hijo de familia pagana y pudiente de la burguesía ciudadana, se desarrolló según el ciclo de los estudios superiores de la época, y después ejerció la función de abogado y se dedicó a la oratoria en Cartago.
Por su recta conciencia y asqueado ante la inmoralidad y la corrupción, hizo que, al contemplar las virtudes de los cristianos, se sintiera atraído al cristianismo y se convirtiera.
Hacia el año 248-249 murió el obispo Donato de Cartago y Cipriano fue elegido.
El problema de la penitencia o el perdón ofrecidos a quienes habían pecado gravemente tras el bautismo era un asunto pendiente en la Iglesia Tertuliano, por ejemplo, abre la posibilidad de una penitencia por pecados graves públicos en su obra De poenitentia.
El papa Calixto I propuso una vía teórica que subrayaba la misericordia y la absolución, tomando en cuenta que solo Dios conoce los motivos y debilidades de las personas y que, por tanto, no se puede condenar sin más y hay que ofrecer siempre el perdón. Durante la persecución de Decio: los romanos debían hacer un sacrificio especial de petición a los dioses y quienes se negasen a hacerlo debían ser encarcelados, torturados y hasta ajusticiados por desobediencia a las autoridades, muchos apostataron o evitaron la muerte sin testimoniar su pertenencia a la Iglesia, la persecución acabó con la temprana muerte del emperador en el año 251. Entonces, numerosos grupos de cristianos apóstatas pidieron su reinserción en la Iglesia.
Ante el problema de los lapsi, el papa Cornelio tomó la misma vía de Calixto ofreciendo el perdón a los apóstatas aunque con condiciones.
En la ciudad de Cartago se dio una situación semejante a la de Roma. Allí, el obispo Cipriano se ocupó de resolver los distintos casos y de tratar, desde el punto de vista teórico, el problema en su obra De lapsis. También su actitud más comprensiva produjo un cisma. Los apóstatas no podían hablar de un derecho a ser reincorporados sino que debían esperar a ser readmitidos tras larga penitencia y el juicio particular de cada caso por parte de la jerarquía.
En el año 251 un sínodo de la ciudad de Cartago adoptó la postura de su obispo y comenzó a fijar las penitencias y procesos que cada uno de los apóstatas debía seguir si quería ser reincorporado en la Iglesia. Idéntica posición tomó la iglesia de Roma tras un sínodo similar.
La llamada controversia de los lapsos, es decir, los cristianos que apostataron de la fe durante las persecuciónes; el cisma de Novato y Felicísimo; y la llamada controversia de los rebautizantes, fueron algunas de las pruebas que tuvo que sufrir, junto con las persecuciones del emperador Decio. Ante la cual Cipriano optó por esconderse durante 15 meses, cosa que el clero de Roma no vio bien.
Organizó durante la peste que afligió al Imperio del 252 al 254, una caridad eficaz que salvo muchas vidas.
En el año 254, después del martirio del papa Lucio, se consideraba válido el bautismo de las comunidades heréticas y a los “conversos” que habían apostatado tan sólo se les imponían las manos en señal de reconciliación.
Sin embargo Cipriano y otros obispos consideraban necesario rebautizarlos. Una nueva persecución y el martirio del papa Esteban suspendieron la controversia.
Durante el imperio de Valeriano, «hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, doncellas y matronas, soldados y civiles, de toda edad y raza, algunos por la flagelación y el fuego, otros por la espada, han conquistado en la lucha y ganado sus coronas» Dionisio
Cipriano fue apresado y sometido a interrogatorio:
“¿Eres tú Tascio Cipriano? —Lo soy—.
¿Eres el líder de la secta sacrílega? —Lo soy—.
Los sacratísimos emperadores te ordenan que sacrifiques. —Yo no lo hago. —
Reflexiona. Haz lo que se te ordena. —En cosa tan justa no hay lugar a reflexionar”.
El procónsul pronunció entonces la sentencia:
“Tascio Cipriano es condenado a morir decapitado”.
El santo replicó con serenidad: “Bendito sea Dios”. Era el 14 de septiembre de 258.
«Valeriano dio un rescripto al Senado, ordenando que los obispos y presbíteros y diáconos fueran ejecutados al instante, que los senadores y hombres de altas funciones y los caballeros romanos deben ser despojados de sus bienes, además de la dignidad, y, si perseveraren en su cristianismo, después de despojados de todo, sean decapitados; las matronas, por su parte, perderán sus bienes y serán relegadas al destierro; a los cesarianos, cualesquiera que hubieren confesado antes o confesaren al presente, les serán confiscados los bienes y serán encarcelados y enviados a las posesiones del emperador, levantando acta de ello. El emperador Valeriano ha añadido a su rescripto una copia a la carta dirigida a los gobernadores de provincias sobre nosotros. Estamos esperando cada día que llegue esta carta, manteniéndonos en pie con la firmeza de la fe dispuestos al martirio, y esperando de la ayuda y misericordia del Senor la corona de la vida eterna. Sabed que Sixto fue degollado en el cementerio el seis de agosto, y con él cuatro diáconos. Y los prefectos de Roma activan cada día esta persecución, ejecutando a los que les son presentados, y destinando al fisco sus bienes.
Os ruego que deis a conocer estos sucesos a nuestros demás colegas, con el fin de que ellos exhorten en todas partes a las comunidades de fieles y las fortalezcan y preparen para el agón espiritual, y todos y cada uno de los nuestros no piensen tanto en la muerte como en la inmortalidad, y entregados con plena confianza y total decisión al Señor, se gocen de esta ocasión de confesarle más que la teman, porque saben que los soldados de Dios y Cristo no son exterminados, sino coronados.
Os deseo, hermano carísimo, siempre perfecta salud.
(Carta 80: Migne 82; BAC 241, 737-738) De Cipriano a Suceso


