El Valle de los Caídos o la Abadía Benedictina de la Santa Cruz del Valle de los Caídos esta situado en el municipio de San Lorenzo de El Escorial.
Allí esta ubicada la cruz más grande de la cristiandad (150 metros de altura y 260 metros de longitud).
Francisco Franco, está enterrado allí junto con José Antonio Primo de Rivera, además de 33.872 mártires en la Guerra Civil comunista española, que dejó cientos de ciudades arrasadas y 400.000 muertos, entre sacerdotes obispos, religiosas y laicos.
La Pietá fue gravemente dañada durante el periodo de acoso que sufrieron el monumento y la abadía por la izquierda bajo el Gobierno de José Luis Rodriguez Zapatero.
El Valle, símbolo de reconciliación: «Es el lugar símbolo con que se quiso sellar aquella hora de España y fue una cruz y un altar,…lo que ha unido la sangre de Dios no la separe el hombre,…no se construye una sociedad amputando previamente sus raíces o procediendo a invertir sus fundamentos históricos».
Cada 22 de septiembre la Iglesia recuerda al grupo de 233 mártires de la guerra civil española (1936-1939) que fueron beatificados por el Papa San Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001. Ellos son conocidos como ‘el grupo de los 233 mártires españoles’ o ‘los mártires de Valencia’. A veces se les designa también como el grupo de ‘José Aparicio Sanz y sus 232 compañeros mártires’.
Las matanzas de Paracuellos fueron una serie de ejecuciones masivas durante la Batalla de Madrid, en la Guerra Civil Española, de algo más de dos mil quinientos prisioneros considerados opuestos al bando republicano, es decir católicos…
Entre ellos se encontraban militares que no se habían incorporado a la defensa de la República SOCIALISTA, falangistas, religiosos, ETC.
De las «hazañas» cometidas por los socialistas de entonces, baste recordar lo que hizo la «Cruzada Nacional», la atroz mutilación y posterior martirio del obispo de Barbastro, Monseñor Florentino Asensio Barroso, la salvaje amputación de sus testículos.
«Saltó un chorro de sangre que enrojeció sus piernas y empapó las baldosas descoloridas del pavimento, hasta encharcarlas. En el suelo había un ejemplar de Solidaridad Obrera, donde Alfonso Gaya recogió los despojos. El Obispo palideció pero no se inmutó. Ahogó un grito de dolor y musitó una oración al Señor de las cinco tremendas llagas. Le cosieron la herida, el escroto, con hilo de esparto, como a un pobre caballo destripado. Le apretaron una toalla para frenar la hemorragia».
Posteriormente fue fusilado.


