
Dionisio el Exiguo, a quien el papa Bonifacio I pidió que encontrara un sistema para calcular la fecha de la Pascua. Alrededor del AÑO 500, ya que por la barbarie de las persecuciones contra los cristianos y a causa de que cada emperador empezaba a contar los años a partir de su reinado, la fecha se hacia dificil. Apoyado en las tablas usadas hasta entonces para el cálculo de la fecha de la Pascua. Como esta fecha depende de los ciclos lunares, se hace necesario calcular el periodo de tiempo en el que un número determinado de meses sinódicos de aproximadamente 29,5 días coinciden con un cierto número de años solares de unos 365,25 días
Dionisio decidió utilizar el nacimiento de Cristo como punto de referencia en vez del sistema que se utilizaba hasta entonces. Calculó que Jesús nació el 25 de diciembre del año 753 AUC (ab urbe condita, desde la fundación de Roma), tomando entonces el año que apenas comenzaba, 754 AUC, como el año 1 d. C. Otros dicen que debió suceder hacia el 746.
Este sistema Anno Domini se volvió dominante en Europa Occidental después de que lo utilizara Beda el Venerable para fechar los sucesos en su Historia eclesiástica de los ingleses, que completó en el 731.
Jua 1:1-14
Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. El estaba al principio en Dios.
Todas las cosas fueron hechas por EL, y sin El no se hizo nada de cuanto ha sido hecho.
En El estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la abrazaron.
ÉL Era la luz verdadera, (luz) que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre.
Estaba en el mundo y por El fue hecho el mundo, pero el mundo no le conoció. vino a los suyos, pero los suyos no le conocieron.
Mas a cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre;»que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios son nacidos.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
San Crisóstomo, in Ioannem, hom. 3
Mientras los demás evangelistas empiezan por la Encarnación, San Juan, yendo más allá de la concepción, del nacimiento, de la educación y del desarrollo de Jesús, nos habla de su eterna generación, diciendo: «En el principio era el Verbo».
San Agustín, Lib 83 quaest., qu 63
La palabra griega logos (λόγος) significa razón y verbo; pero en este caso más bien quiere decir Verbo, para que se entienda no sólo la relación con el Padre, sino la fuerza operativa respecto de todas las cosas que fueron hechas por el Verbo. La razón, aun cuando nada se hace por ella, se llama razón acertadamente.1
Orígenes, in Ioannem, hom. 1
Esta palabra, principio, quiere decir diversas cosas. Quiere decir principio como el comienzo de un viaje o de una longitud: «El principio del buen camino, es la prueba de los justos» (Pro_16:5). Significa también el comienzo de una generación, según aquellas palabras de Job: «Este es el principio de la creatura de Dios» (Job_40:14). Así pues, sin exageración se puede decir que Dios es el principio de todas las cosas.
Se dice en el principio, como si se dijera «antes de todas las cosas».
Actas del Concilio de Efeso
Por esto, pues, tan pronto se le llama Hijo del Padre, como Verbo, como luz en la Sagrada Escritura, para que se comprenda que cada uno de estos nombres con que designa a Cristo, son contra la blasfemia.
Alcuino
Contra aquellos que decían que Jesucristo no ha existido siempre por su nacimiento temporal, empieza el Evangelista diciendo de la eternidad del Verbo: «En el principio era el Verbo».
San Basilio, hom. 1 super haec. verb
Dice también esto por los que blasfeman diciendo que no existía. ¿Pero en dónde estaba el Verbo? No en un lugar, porque no cabe en un lugar que tenga límite. ¿Pero en dónde estaba? Con Dios; ni el Padre puede estar en un lugar, ni el Hijo se contiene en circunscripción ninguna.
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 3
No dijo estaba en Dios, sino con Dios; manifestándonos que poseía la eternidad como persona.
Y la luz en las tinieblas resplandece; mas las tinieblas no la comprendieron. (v. 5)
San Agustín, in Ioannem, tract.1
Aquella vida es la luz de los hombres, pero no pueden comprenderla los corazones insensatos, porque no se lo permiten sus pecados. Y para que no crean que esta luz no existe, porque no pueden verla, prosigue: «Y la luz resplandece en las tinieblas; mas las tinieblas no la comprendieron». Así como el hombre ciego, puesto delante del sol, aun cuando está en su presencia se considera como ausente de él, así todo insensato está ciego, aun cuando tiene delante la sabiduría. Pero en tanto que ésta se encuentra delante de él, está él ausente por su ceguera y no es que ella está lejos de él, sino él lejos de ella.
Orígenes, in Ioannem, tom. 3
Y si la vida es lo mismo que la luz de los hombres, ninguno que está en las tinieblas tiene vida, ni ninguno de los que viven está en las tinieblas. Y como todo el que vive se encuentra en la luz, todo el que está en la luz vive a la vez. Y bien, teniendo esto en cuenta podemos entender recíprocamente que la muerte es lo contrario de la vida, y las tinieblas de los hombres lo contrario de la luz de los hombres. De aquí que el que existe en las tinieblas está también en la muerte, y que el que hace obras de muerte no puede subsistir más que en las tinieblas. Por el contrario, aquél que hace cosas propias de la luz, o aquél cuyas acciones brillan delante de los demás hombres, y el que se acuerda de Dios, no está en la muerte, según aquello que se dice en el Salmo: «No tiene parte en la muerte aquél que se acuerda de ti» (Sal 6). En cuanto a que las tinieblas de los hombres y la muerte sean de naturaleza semejante, no es asunto de este lugar. Nosotros éramos tinieblas en otro tiempo, pero ahora somos luz en el Señor si somos santos y espirituales en algún modo. Todo aquél que fue alguna vez tinieblas lo ha sido como San Pablo, cuando fue capaz y apto de convertirse en luz en el Señor, etc. Además la luz de los hombres es nuestro Señor Jesucristo, quien se ha dado a conocer por la naturaleza humana a toda criatura racional e intelectual, como también ha manifestado los misterios de su divinidad, por los que es igual al Padre, a los corazones de los fieles, según aquellas palabras del Apóstol: «En otro tiempo fuisteis tinieblas; pero ahora sois luz en el Señor». Di, pues: «La luz luce en las tinieblas», porque todo el género humano, no por su naturaleza sino por causa del pecado original, estaba en las tinieblas de la ignorancia de la verdad. Mas Jesucristo resplandece en los corazones de los que le conocen después de nacer de la Virgen. Y como hay algunos que todavía permanecen en las tinieblas oscurísimas de la impiedad y de la perfidia, el Evangelista añade: «Mas las tinieblas no la comprendieron». Como diciendo: «La luz resplandece en la tinieblas de las almas fieles, partiendo de la fe y llevando a la esperanza». Pero la ignorancia y la perfidia de los corazones inexpertos no han comprendido la luz del Verbo de Dios que resplandece en la carne: éste es el sentido moral. Y la teoría de estas palabras (o sea su examen o su meditación), es de esta manera; la naturaleza humana, aun cuando no pecase, no podría brillar por sus propias fuerzas, porque no es luz por naturaleza sino que participa de la luz; es capaz de sabiduría, pero no es la sabiduría misma. Así como el aire no luce por sí mismo sino que se llama tinieblas, así nuestra naturaleza, mientras se examina por sí misma, no es más que cierta sustancia tenebrosa, capaz de participar de la luz de la sabiduría. Y así como el aire, cuando recibe los rayos del sol, no se dice que brilla por sí mismo, sino que la luz del sol resplandece en él, así la parte de nuestra naturaleza racional, mientras participa de la presencia del Verbo de Dios, no conoce por sí misma a su Dios ni las cosas comprensibles sino por la luz divina que se halla en ella. Y la luz brilla así en las tinieblas, porque el Verbo de Dios, vida y luz de los hombres, no cesa de lucir en nuestra naturaleza, que considerada y estudiada no es más que cierta oscuridad informe. Y como esta misma luz es incomprensible para toda criatura, las tinieblas no la comprendieron.
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 4
Las palabras: «Y la vida era la luz de los hombres», nos han enseñado de qué condición somos nosotros; después dice qué beneficios nos ha concedido el Verbo en su venida, respecto del alma. Por esto dice: «Y la vida era la luz de los hombres». No dice: la luz de los judíos, sino en general de los hombres; porque no sólo los judíos, sino también los gentiles han llegado a este conocimiento. Y no añadió: Y de los ángeles, porque hablaba sólo de la humanidad, a la cual el Verbo ha venido anunciando buenas nuevas.
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 4
La palabra vida en este caso, no se refiere a aquella que hemos recibido por la creación, sino a aquella perpetua e inmortal, que se nos prepara por la providencia de Dios. A la llegada de esta vida queda destruido el imperio de la muerte y, brillando para nosotros una luz esplendorosa, no volveremos a ver las tinieblas. Porque esta vida subsistirá siempre, no pudiendo vencerla la muerte ni obscurecerla las tinieblas. Por lo que sigue: «Y la luz brilla en las tinieblas». Llama tinieblas a la muerte y al error, porque la luz sensible no brilla en las tinieblas, sino sin ellas. Pero la predicación de Jesucristo brilló en medio del error reinante y le hizo desaparecer, y Jesucristo muerto cambió la muerte en vida, venciéndola de modo que redimió a los que eran sus cautivos. Y como ni la muerte ni el error vencieron a esta predicación que brilla por todas partes y con su propia fuerza, añade: «Mas las tinieblas no la comprendieron».
Beda, in Ioannem, in cap. 1
Porque los evangelistas hablan de Jesucristo naciendo en el tiempo, mas San Juan atestigua que en el principio ya era él mismo, diciendo: «En el principio era el Verbo». Los otros dicen que apareció de repente en medio de los hombres; él atestigua que siempre estuvo con Dios cuando dice: «Y el Verbo estaba con Dios». Los primeros dicen que era verdadero hombre; y el último, que era verdadero Dios, diciendo: «Y el Verbo era Dios». Los demás evangelistas le consideran como hombre que vive temporalmente entre los hombres; pero San Juan le considera Dios con Dios, subsistiendo en el principio, diciendo: «Este era en el principio con Dios». Los otros exponen las grandes cosas que hizo después de la Encarnación; pero San Juan enseña que Dios Padre hizo por El toda criatura, diciendo: «Todas las cosas fueron hechas por El y nada de lo que fue hecho se hizo sin El».
Lucas 2:6-7
Y sucedió que, hallándose allí, le llegó la hora del parto, y parió a su hijo primogénito, y envolvióle en pañales, y recostóle en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. (vv. 6-7)
San Ambrosio
San Lucas explicó brevemente el modo, el tiempo, y aun el lugar, en que Jesucristo nació según la carne, diciendo: «Y sucedió que, hallándose allí, le llegó la hora del parto», etc. El modo, en realidad de verdad, porque como desposada había concebido, pero como virgen había engendrado.
San Gregorio Niseno, in diem nat. Christi
Apareciendo como hombre, no se somete en todo a las leyes de la naturaleza humana. El nacer de la mujer demuestra la naturaleza humana. Pero la virginidad, que había servido para aquel nacimiento, manifiesta que es superior al hombre. Su Madre lo lleva con alegría, su origen es inmaculado, fácil el parto, su nacimiento sin mancha y sin dolores. Porque convenía que, así como fue condenada a alumbrar con dolores la que por su culpa introdujo la muerte en nuestra naturaleza, alumbrase por el contrario con alegría la Madre de la vida. Viene a la vida de los mortales por la pureza virginal en el momento en que empiezan a disiparse las tinieblas y aquella oscuridad nocturna e inmensa desaparece por la fuerza del rayo vivificador. Porque la muerte era el fin de la gravedad del pecado y ahora va a ser destruida ante la presencia de la verdadera luz, que habrá de iluminar a todo el mundo por medio de los rayos evangélicos.
Beda
También el Señor se dignó encarnar en un tiempo en que inmediatamente pudo ser inscrito en el censo del César, sometiéndose así a la servidumbre por nuestra libertad. Además nace en Belén no sólo para manifestar su distintivo de rey, sino también por el sentido oculto de este nombre.
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia
Porque Belén quiere decir casa del pan y El mismo es quien dice: «Yo soy el pan vivo que bajé del cielo» (Jua_6:41). El lugar en que nace el Señor se llamaba antes casa del pan, porque había de suceder que aparecería allí, según la carne, aquel que había de robustecer las almas de sus escogidos con una saciedad interior.
Beda
Pero el Señor no dejará de ser concebido en Nazaret, ni de nacer en Belén hasta la consumación de los siglos, porque cada uno de aquellos que recibiere la flor de su palabra será convertido en habitación del pan eterno, siendo concebido cada día por la fe en el seno virginal, esto es, en el corazón de los creyentes y engendrado por el bautismo.
«Y dio a luz -prosigue- a su hijo primogénito», etc.
San Jerónimo, contra Helvidium
Fundado en esto, Helvidio defiende que no puede llamarse primogénito sino aquél que tiene hermanos, así como se llama unigénito aquél que es hijo único. Nosotros lo explicamos así: todo unigénito es primogénito; pero no todo primogénito es unigénito. Decimos que no es primogénito aquél a quien siguen otros, sino el que ha sido engendrado primero. De otro modo, si no es primogénito más que aquel a quien siguen sus hermanos, no hubieran tenido derecho a recibir las primicias los sacerdotes hasta que no hubiesen nacido otros. Porque no teniendo otro hijo, el primero era único hijo y no primogénito.
Beda
También es unigénito, según la divinidad; primogénito, según la acepción humana. Primogénito, según la gracia, y unigénito, según la naturaleza.
San Jerónimo, contra Helvidium
Allí no hubo quien recibiera al Niño, ni intervino la solicitud de las mujeres. La Madre envuelve al Niño en los pañales, y sirve a la vez de madre y de matrona, por lo cual dice: «Y envolvióle en pañales».
Beda
Aquél, que viste a todo el mundo con tanta variedad de adornos, es envuelto en pobres pañales, para que nosotros podamos recibir la primera vestidura. Las manos y los pies de Aquél que ha hecho todas las cosas son ligados para que nuestras manos estén siempre dispuestas a obrar el bien y nuestros pies a marchar por el camino de la paz.
Griego
¡Oh, admirable tortura y extremada penuria, a que se ve sometido el que gobierna al universo! Desde el principio se apropia toda la pobreza y la enriquece, o la honra, en sí mismo.
San Juan Crisóstomo, homilia in diem Christi natal
Además, si hubiera querido, pudo venir estremeciendo al cielo, agitando la tierra y lanzando rayos. Pero no vino así porque no quería perdernos, sino salvarnos, y quería también desde el primer momento de su vida abatir la soberbia humana. Por esto, no solamente se hace hombre, sino hombre pobre, y eligió una Madre pobre, que carecía incluso de cuna en donde poder reclinar al recién nacido. Y continúa: «Y recostóle en un pesebre».
Beda
Y se ve en la estrechez de un pesebre duro Aquel a quien el cielo sirve de asiento, para poder ofrecernos las alegrías del reino de los cielos. Aquél -que es el pan de los ángeles- está recostado en un pesebre para poder fortificarnos como animales santos con el trigo de su carne.
San Cirilo
Encontró al hombre embrutecido en su alma y por esto fue colocado en un pesebre como alimento para que, transformando la vida bestial, podamos ser llevados a una vida conforme con la dignidad humana tomando, no el heno, sino el pan celestial que es el cuerpo de vida.
Beda
El que se sienta a la derecha del Padre se halla en lugar pobre y desabrigado, para prepararnos muchas mansiones en la casa de su Padre (Jn 14). De aquí prosigue: «Porque no hubo lugar para ellos en el mesón». No nace en la casa de sus padres, sino en un mesón, y en el camino, porque por medio del misterio de la encarnación se hizo el camino por el cual nos lleva a la patria, en donde disfrutaremos de la verdad de la vida.
San Gregorio, homilia in Evangelia, 8
Para mostrar que por la humildad de que se había revestido nacía -por decirlo así- en lugar extranjero, no según el poder, sino según la naturaleza.
San Ambrosio
Por nosotros, pues, está en la debilidad; por El en el poder. Por nosotros en la pobreza, por El en la opulencia. No nos detengamos, pues, en lo que vemos, sino en que hemos sido redimidos. Señor, más te debo por haber sido redimido en virtud de tus injurias, que por haber sido criado entre tus obras. De nada me aprovecharía el haber nacido, si a la vez no hubiera sido redimido.
Mateo 1:24-25
Y despertando José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había mandado y recibió a su mujer. Y no la conoció hasta que parió a su hijo primogénito y llamó su nombre Jesús. (v. 24-25)
Remigio
Por la puerta misma que entró la muerte, ha vuelto la vida. Por la desobediencia de Adán nos perdimos todos, por la obediencia de José empezamos a volver a nuestro estado primigenio. Por eso se nos recomienda la gran virtud de la obediencia por estas palabras: «Y despertando José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había mandado».
La glosa
No sólo hizo lo que le mandó el ángel, sino también como se lo mandó. Así también todo el que se sienta movido por Dios, sacuda toda pereza, despierte y haga lo que se le manda.
«Y recibió a su mujer»
Remigio
La recibió después de celebrados los desposorios para llamarla su mujer, mas no para cohabitar con Ella, pues sigue: «Y no la conoció».
San Jerónimo, contra Helvidium
Helvidio hace vanos esfuerzos para demostrarnos que el verbo conocer debe referirse a la cópula más bien que a un conocimiento cualquiera, como si alguien lo negara o las necedades que se entretiene en refutar las hubiera podido descubrir cualquier persona entendida. Pretende después enseñarnos que los adverbios donec y usque significan tiempo determinado, cumplido el cual se realiza aquello que hasta entonces no se realizaba, como sucede en este pasaje: «Y no la conoció hasta que parió a su Hijo». Aquí se ve, dice Helvidio,1 que la conoció después del parto, y que ese conocimiento lo retardaba solamente el nacimiento del hijo. Y para probarnos tal afirmación, acumula multitud de ejemplos de las Escrituras. La respuesta es fácil: en las Escrituras la frase: «Y no la conoció», lo mismo que los adverbios donec y usque, tienen doble sentido, según el contexto. En el lugar citado, las palabras: «Y no la conoció», se refieren, como el mismo Helvidio observó, a la unión conyugal, sin que nadie dude que pueden referirse muchas veces a un simple conocimiento del objeto, como en el capítulo 2 de San Lucas: «Y se quedó el Niño Jesús en Jerusalén, sin que sus padres lo advirtiesen» (Luc_2:43). Asimismo el adverbio donec o usque significan con frecuencia tiempo determinado, como Helvidio hace notar, pero muchas veces también tiempo indefinido, de cuya significación hay numerosos ejemplos: «Hasta vuestra vejez, yo mismo» (Isa_46:4). ¿Puede inferirse de aquí que después que hayan envejecido dejará Dios de ser el que era? El Salvador dice en el Evangelio: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del siglo» (Mat_28:20). Luego, ¿después que el mundo se acabe no estará más con sus discípulos? El Apóstol dice: «Es necesario que El reine hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies» (1Co_15:25). ¿Es que acaso después que estén bajo sus pies dejará de reinar? Comprenda, pues, Helvidio, que siempre se procura fijar el sentido de lo que pudiera ofrecer duda, si no se hubiese escrito, pero lo demás se deja siempre a nuestra inteligencia, y según este criterio el evangelista indica claramente la circunstancia sobre la que podía sospecharse -que su esposo no la conoció antes del parto2- para que entendiésemos que mucho menos podría ser conocida después de dar a luz.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 1
Si alguno dijera: «Mientras vivió, no habló esto» ¿querría acaso darnos a entender que habló después de morir? Imposible, así como es lo más creíble que José no conociese a su esposa antes de dar a luz, porque ignoraba todavía la dignidad del misterio. Pero después que tuvo conocimiento de que su esposa se había hecho templo del unigénito de Dios, ¿cómo podía cometer tal profanación? Los secuaces de Eunomio creen, sin embargo, a la manera del loco que cree que ninguno está en su juicio, que porque se han atrevido a verter tal especie, José también se atrevería a cometer lo que ellos le atribuyen.
San Jerónimo, contra Helvidium, 8
En suma, yo pregunto a Helvidio: ¿por qué José se abstuvo hasta el día del parto? Me responderá: porque había oído al ángel: «Lo que en ella ha nacido, de Espíritu Santo es». Luego el que tuvo fe tan grande en el sueño que no se atrevió a tocar a su mujer, ¿es creíble que después de haber oído a los pastores, y visto a los magos, y presenciando tantos milagros se atreviese a acercarse siquiera a la que era templo de Dios, morada del Espíritu Santo y Madre de su Señor?
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 1
Puede también decirse que el verbo conocer se toma aquí por el acto de reconocer a uno, porque realmente José no conoció la dignidad de María antes del parto. Mas después que dio a luz reconoció entonces cuánta era su hermosura y dignidad, porque Ella sola recibió en el estrecho aposento de su seno al que el mundo entero no podía contener.
San Hilario
La gloria de la Santísima María impedía que José pudiera conocerla hasta que dio a luz, porque, ¿cómo podía ser conocida teniendo en su seno al Señor de la gloria? Si el rostro de Moisés al estar hablando con Dios adquirió tal resplandor de gloria que los hijos de Israel no podían fijar en El su mirada, ¿cuánto más inaccesible estaría a las miradas y al conocimiento de los hombres María, que llevaba en su seno al Dios de todo poder? Después del parto hallamos ya que la reconoció por la hermosura de su rostro, no por contacto sensual.
San Jerónimo, in Matthaeum, 1
Porque el evangelista dice «a su Hijo primogénito» sospechan algunos malignamente que María tuvo otros hijos, porque dicen que no se llama primogénito sino el que tiene hermanos, siendo así que es costumbre de las Escrituras no llamar primogénito al que le siguen otros hermanos, sino al primeramente nacido.
San Jerónimo, contra Helvidium, 10
De forma que si por primogénito se entendiese aquel al que le siguen otros hermanos, los primogénitos no se deben a los sacerdotes hasta que otros hijos hayan sido procreados.3
La glosa
O se dice primogénito entre todos los hijos de adopción por la gracia, pero con toda propiedad se dice unigénito de Dios Padre o de María.
Y sigue: «Y llamó su nombre Jesús» a los ocho días, en que se verificaba la circuncisión y se ponía el nombre al circuncidado.
Remigio
Es evidente que este nombre fue muy conocido de los Santos Padres y de los profetas de Dios, especialmente de aquél que decía: «Desfalleció mi alma por tu salud» (Sal_118:81) y: «Se regocijará mi corazón en tu salud» (Sal_12:5) y de aquel que decía: «Me regocijaré en Dios mi Jesús» (Hab_3:18).
Notas
- Helvidio, autor herético arriano del siglo cuarto. S. Jerónimo escribió contra sus teorías.
- El griego de εως ου ετεκεν υιον (literal: hasta que ella dio a luz un hijo) se traduce al castellano (Huerault): «Y sin que tuvieran relaciones, dio a luz un hijo». «El autor está sólo interesado en destacar la concepción virginal» (Zerwick-Grosvenor.).
- Esto iría en contra de lo mandado por Dios a Moisés: «Conságrame todo primogénito. Todo lo que abre el seno materno entre los israelitas» (Éxo_13:1, Éxo_13:11).
Mar 1:1 Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Como está escrito en el profeta Isaías: “He aquí que envío delante de ti mi ángel, que preparará tu camino.Voz de quien grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos.”
San Jerónimo, en el prólogo
Marcos evangelista, levita según su linaje, siendo sacerdote en Israel, convertido al Señor, escribió el Evangelio en Italia. En él mostraba lo que Cristo debía a su linaje. Señalaba el principio del orden de la elección levítica, al decir: «Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios». Y comenzaba el Evangelio con una exclamación profética sobre Juan, hijo de Zacarías.
San Jerónimo, en el principio del comentario
Se llama Evangelio (εὐαγγέλιον), en griego, lo que en latín significa buena nueva. Porque se refiere propiamente al reino de Dios y a la remisión de los pecados, y porque es por el Evangelio por donde viene la redención de los fieles y la bienaventuranza de los santos. Los cuatro Evangelios, en realidad, no forman más que uno, ya que en cada uno se contienen los cuatro. En hebreo se dice Jesús, en griego Soter (σωτήρ), y en latín Salvador. Cristo se dice en griego χριστός, que en hebreo es Mesías y en latín Ungido, esto es, Rey Sacerdote.
Beda
Se ha de comparar, pues, el principio de este Evangelio con el principio del de San Mateo, que dice: «Libro de la generación de Jesucristo, Hijo de David, Hijo de Abraham». El es llamado en San Marcos: «Hijo de Dios». Pero debemos entender que Nuestro Señor Jesucristo es llamado indistintamente Hijo de Dios e Hijo del hombre. Y con razón lo llama Hijo del hombre el primer evangelista, y el segundo Hijo de Dios, a fin de que nuestro pensamiento se eleve poco a poco de lo menor a lo mayor y llegue por la fe y los sacramentos de la humanidad al conocimiento de la eternidad divina. Con razón también el que había de describir la generación humana empezó por el Hijo del hombre, esto es, David o Abraham. Igualmente, el que empezaba su libro desde el principio de la predicación evangélica quiso mejor llamar Hijo de Dios a Jesucristo, porque era de naturaleza humana el tomar verdaderamente la carne de la descendencia de los patriarcas, y fue de potencia divina predicar el Evangelio al mundo.
Hilario, De la Trin., lib. 2 ante medium.
No confirmó, pues, a Cristo Hijo de Dios sólo en el nombre, sino también en su naturaleza. Nosotros somos hijos de Dios, pero no lo somos como El, ya que El lo era por principio, en sentido propio y verdadero, y no por adopción. Lo era por verdad, no por promesa; por origen, no por creación.
Marcos 1:9-11 nos quiere hablar del milagro que sucedió en su bautismo
Y sucedió en aquellos días que vino Jesús de Nazaret a Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y subiendo luego del agua, se le abrieron los cielos y vio bajar al Espíritu de Dios en forma de paloma y posar sobre El. Y se oyó una voz del cielo que dijo: «Tú eres mi Hijo querido, en quien tengo puesta mi complacencia». (vv. 9-11)
San Jerónimo
Marcos evangelista, así como el ciervo que deseoso de las fuentes de agua salta por las llanuras y por las empinadas cuestas, y así como la abeja que destila miel gusta de paso las flores, relata la venida de Jesús de Nazaret diciendo: «Y sucedió en aquellos días», etc.
San Crisóstomo
Puesto que preparaba otro bautismo, viene al bautismo de San Juan, que era incompleto respecto al suyo. Y sin embargo era también distinto del de los judíos, como si fuera un término medio entre ambos. Así, pues, por la naturaleza del bautismo, manifiesta que no se bautiza para obtener el perdón del pecado ni por la necesidad de recibir al Espíritu Santo. De ambas cosas carecía el bautismo de San Juan. Fue bautizado para que se hiciera manifiesto a todos, para que creyeran en El, y para que toda justicia hallase su plenitud por la observancia de los mandamientos, ya que se había mandado a los hombres que recibiesen el bautismo del profeta.
Beda
Fue bautizado para que se confirmase con su bautismo el de San Juan y para que, santificando el agua del Jordán, se mostrase por la bajada de la paloma la venida del Espíritu Santo en el baño de los creyentes. Y continúa: «Y luego que salió del agua se le abrieron los cielos, y vio bajar al Espíritu de Dios en forma de paloma y posar sobre El». Se abren los cielos no porque se abran los elementos naturales, sino porque se abren a los ojos espirituales. De este modo estaban abiertos también para Ezequiel, como lo recuerda en el principio de su libro. Fue para nuestro beneficio que viese abiertos los cielos después del bautismo, dando a entender que por el baño de la regeneración se nos abre la puerta del reino celestial.
San Crisóstomo, In Matth. hom., 12
Se abren para que de los cielos se conceda la santificación a los hombres, y para que lo terreno se una a lo celestial. Se dice también que el Espíritu Santo bajó sobre El, no como si viniese a El por primera vez ya que jamás lo abandonó, sino para manifestar que éste era el Cristo que predicaba San Juan, señalado a todos como con el dedo de la fe.
Beda
El ver bajar al Espíritu Santo en el bautismo, era señal de la gracia espiritual que en el bautismo se nos confiere.
San Jerónimo
Esta es la unción de Cristo según la carne (a saber, la unción con el Espíritu Santo), de la cual se dice (Sal_44:8): «Te ungió, oh Dios, el Dios tuyo con óleo de alegría, con preferencia a tus compañeros».
Beda
Con mucha razón desciende el Espíritu Santo en forma de paloma, porque es animal de gran sencillez y no tiene la malicia de la hiel. De este modo nos insinúa figuradamente que busca los corazones sencillos y que no se digna habitar en la mente de los impíos.
San Jerónimo
Desciende el Espíritu Santo en forma de paloma, porque en el Cántico se dice de la Iglesia (Cnt_2:10; Cnt_5:2): «Esposa mía, amiga mía, prójimo o compañero mío, amada mía, paloma mía». Esposa de los patriarcas, amiga de los profetas, prójimo en José y María, amada en Juan Bautista, paloma en Cristo y los apóstoles, a quienes se dice (Mat_10:16): «Sed prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas».
Beda
Se posó la paloma sobre la cabeza de Jesús, para que ninguno juzgase que la voz del Padre se dirigía a San Juan y no al Señor. Con razón, pues, añadió: «Y se posó sobre El», esto es en Cristo particularmente, que llenándolo una vez el Espíritu Santo, nunca lo abandonó. De otro modo es con sus fieles, a quienes la gracia del Espíritu se confiere a veces para hacer muestras de virtudes y milagros, aunque otras veces se les quita. No obstante, nunca les falta esta gracia para obrar la piedad y la justicia, y para conservar el amor a Dios y al prójimo. Al mismo que vino a San Juan para ser bautizado con otros, señaló la voz del Padre como verdadero Hijo de Dios, para bautizar al que quisiera en el Espíritu Santo. Y continúa: «Y se oyó una voz del cielo que dijo: Tú eres mi querido Hijo, en quien tengo puesta toda mi complacencia». Con esto no se enseña al Hijo de Dios lo que no sabía, sino que se nos muestra a nosotros lo que debemos creer.
San Agustín, De Cons. Evang., lib.2, cap. 14
San Mateo refiere que dijo: «Mi Hijo querido» (Mat_3:17), porque quiso mostrar que tales palabras equivalían a estas otras: «Este es mi Hijo querido». Con ello se indicaba a los que las oían que era el mismo Hijo de Dios. El que vacile entre estas dos frases puede aceptar cualquiera de ellas, con tal que entienda que los que no usaron la misma expresión admitieron el mismo sentido. La complacencia que parecía tener Dios en su Hijo se nos indica con estas palabras: «En quien tengo puesta toda mi complacencia».
Beda
La misma voz enseña también que podemos hacernos hijos de Dios por el agua de ablución y el Espíritu de santificación. El misterio de la Trinidad se demuestra del mismo modo en el bautismo: el Hijo es bautizado, el Espíritu baja en figura de paloma, la voz del Padre al Hijo se oye como testimonio de confirmación.
San Jerónimo
En sentido místico, huyendo nosotros de la veleidad del mundo y atraídos por la fragancia y pureza de las virtudes, corremos con los santos detrás del esposo. Por la gracia del perdón somos purificados con el sacramento del bautismo en las fuentes del amor a Dios y al prójimo. Ascendiendo por la esperanza contemplamos los secretos celestiales con los ojos de un corazón puro. Recibimos después al Espíritu Santo, que baja hasta aquéllos en quienes reina la mansedumbre, la contrición, la humildad y la sencillez de corazón, y permanece en ellos con la caridad que nunca se debilita. Y la voz del Señor desde los cielos se dirige a nosotros, amados por Dios (Mat_5:9): «Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios», y entonces se complace en nosotros el Padre con el Hijo y el Espíritu Santo, esto es, cuando formamos un espíritu con Dios.
