
Lucía, cuyo nombre significa luz (latín, lucius/lux), fue una de las once santas reconocidas oficialmente desde el año 600. Ella fue una mártir cristiana que padeció el martirio durante la gran persecución de los cristianos por el emperador romano Diocleciano.
En el siglo VI, Lucía ya era venerada, y el Papa Gregorio Magno (San Gregorio) (c. 540-604) fue quien la incluyó en el canon de la Misa, agregó oraciones y cantos especiales (canto gregoriano sacramental) y también la anexó en el libro litúrgico de los ritos latinos de la Iglesia católica (el antifonario). Asimismo, San Gregorio le puso el nombre de esta santa a dos conventos que él fundó en el año 590. La historia de la vida de Santa Lucía se remonta a una narración del siglo V, relatada en el Acta de los Mártires (Acta Martyrum)
El pretendiente de Lucía se indignó profundamente (ante su Negativa a la Impureza) y delató a la joven como cristiana ante el pro-consul Pascasio. La persecución de Diocleciano estaba entonces en todo su furor.
Era la belleza de los ojos de Lucía, la que no permitía descansar a su pretendiente, por lo que ella se los arrancó y se los envió en un plato. Lleno de remordimiento y sorprendido por la valentía, el pretendiente se convirtió al cristianismo.
Santa Lucía nació en el año 283, en el seno de una familia respetada y próspera, en Siracusa, ciudad situada en la costa sureste de la isla de Sicilia. Su padre, llamado Lucio, murió cuando ella tenía 5 años y su madre, Eutiquia, fue quien la educó en la fe cristiana. Siendo muy joven, Lucía decidió consagrar su vida a Dios y rechazó la propuesta de matrimonio de varios jóvenes. Eutiquia estaba muy enferma, con sangrados constantes, y sabía que los médicos no le habían dado ninguna esperanza para su recuperación. Por esto, las dos peregrinaron 67 kilómetros, de Siracusa hacia la ciudad de Catania, al santuario de Santa Águeda (quien había sido martirizada 52 años antes), para pedirle que sanara su mal. Al llegar a la tumba pasaron toda una noche orando, y cuentan que, mientras dormían, Águeda se apareció rodeada de ángeles y le dijo a Lucía que ella misma poseía dones curativos y que su madre quedaría curada por su fe.
El cónsul, al enterarse de lo sucedido, y convencido de que Lucía era una bruja, ordenó que la quemaran en la hoguera, pero, después de arder y consumirse toda la leña, Lucía estaba íntegra. Este pasaje fue pintado en temple sobre madera por el pintor catalán Bernat Martorell (1400-1452), y se titula Martirio de Santa Lucía en la hoguera (c. 1435). Finalmente fue decapitada, lo que sucedió el día 13 de diciembre del año 304.
Una narración medieval indica que aun sin ojos, Lucía pudo seguir viendo. Otros afirman que, Dios le concedió unos ojos nuevos, aún más hermosos que los que tenía antes.
El juez la presionó cuanto pudo para convencerla a que apostatara de la fe cristiana. Ella le respondió: «Es inútil que insista. Jamás podrá apartarme del amor a mi Señor Jesucristo».
El juez le preguntó: «Y si la sometemos a torturas, ¿será capaz de resistir?».
La jovencita respondió: «Sí, porque los que creemos en Cristo y tratamos de llevar una vida pura tenemos al Espíritu Santo que vive en nosotros y nos da fuerza, inteligencia y valor».
El juez entonces la amenazó con llevarla a una casa de prostitución para someterla a la fuerza a la ignominia. Ella le respondió: «El cuerpo queda contaminado solamente si el alma consciente».
Santo Tomás de Aquino, el mayor teólogo de la Iglesia, admiraba esta respuesta de Santa Lucía. Corresponde con un profundo principio de moral: No hay pecado si no se consiente al mal.
No pudieron llevar a cabo la sentencia pues Dios impidió que los guardias pudiesen mover a la joven del sitio en que se hallaba. Entonces, los guardias trataron de quemarla en la hoguera, pero también fracasaron. Finalmente, la decapitaron. Pero aún con la garganta cortada, la joven siguió exhortando a los fieles para que antepusieran los deberes con Dios a los de las criaturas, hasta cuando los compañeros de fe, que estaban a su alrededor, sellaron su conmovedor testimonio con la palabra «Amén».