Huesos áridos, oíd las palabras del Señor:
Esto dice el Señor Dios a esos huesos: He aquí que yo infundiré en vosotros el espíritu, y viviréis; y pondré sobre vosotros nervios, y haré que crezcan carnes sobre vosotros, y las cubriré de piel, y os daré espíritu, y viviréis; y sabréis que yo soy el Señor. Eze 37:4-6
Durante toda la historia humana los cadáveres se han enterrado y es por ello que se encuentran hoy fósiles que son objeto de estudio, aunque algunas culturas paganas en algún momento empezaron a quemar a sus seres queridos.
En 1917 en el Código del Derecho Canónico, prohibió estrictamente la cremación, excepto cuando se requería la rápida disposición de los cadáveres por una grave necesidad pública, como en tiempo de plagas o desastres naturales.
La Iglesia negaba los ritos de sepultura Cristiana a quienes optaran por la cremación. Castigaba negando las exequias —es decir, la recomendación del alma, y la celebración de las Misas de cuerpo presente, de séptimo y trigésimo día— a aquellos que postulasen la cremación de su cadáver.
Pero en el Código Revisado del Derecho Canónico la iglesia aprobó lo siguiente: “La Iglesia encarecidamente recomienda que se conserve la piadosa costumbre del entierro; pero esto no prohíbe la cremación, a menos que ésta se elija por razones que son contrarias a la enseñanza de la Iglesia”. (El Código del Derecho Canónico, 1985, # 1176.3)
Sin embargo las regulaciones litúrgicas católicas requieren que la cremación tenga lugar después de la ceremonia funeraria religiosa, durante la cual debe recibir la bendición y ser sujeto de oración, en cuanto a la disposición reverente de las cenizas, éstas deben ser sepultadas o enterradas en un contenedor apropiado, tal como una urna y No deben mantenerse en la casa de los familiares.
Esparcir las cenizas, responde a un rito pagano, que simboliza la «unión» del muerto con la «madre tierra», y se opone a la obligación cristiana, establecida por el mismo Señor Jesús, de dar sepultura a los difuntos.
Si la Iglesia condena la cremación es antes que nada porque ella se opone a la antiquísima tradición que remonta a los propios orígenes de la humanidad y que radica en los justos sentimientos de reverencia hacia el cuerpo humano, santificado por la intimidad con el alma elevada por la gracia, que lo convierte en templo vivo del Espíritu Santo.
Durante la segunda guerra mundial los alemanes tatuaban a los judíos (algo que esta expresamente prohibido en la biblia) como una forma de tortura espiritual y a los que mataban los cremaban para que no fueran partícipes en la resurrección de los muertos y sus almas se condenaran.
Según el profesor de la universidad de California en Berkeley Stephen Prothero:
«Piensa en los horrores… de las crujientes, chisporroteantes, ardientes, humeantes y llameantes facciones y manos que ayer eran el deleite de tu alma. Piensa en el cadáver explotando. Piensa en el hedor de la carne y el pelo quemándose. Piensa en el humo. Piensa en el cerebro burbujeando. Luego te atrapará un ‘horror paralizador’ ante el más mero pensamiento de ‘someter los restos de tus amados parientes fallecidos a su crepitante proceso’. La cremación [es], en una palabra, repulsiva: ‘No hay nada lindo en ser empujado a un horno y ser científicamente rostizado’
«Para introducir un cuerpo en un horno crematorio, hay que amarrarlo previamente con zuncho metálico, ya que las altas temperaturas hacen que los músculos se contraigan violentamente y los nervios exploten haciendo que el cuerpo se convulsione de manera brusca y golpee salvajemente contra las paredes y puerta de los hornos, como si el muerto hubiera resucitado y estuviera pidiendo socorro, los ojos se salen de sus cuencas y los fluidos hierven haciendo que el cuerpo parezca presa de un ataque epiléptico o una posesión Satánica.
Los golpes son tan violentos que los huesos se parten contra los muros»
La cremación dura entre hora y media y tres horas a temperaturas altísimas de 760 a 1150 °C que consumen enormes cantidades de combustibles fósiles y liberan mercurio en tales cantidades que el departamento de Salud de Canadá recomienda y prohíbe que se ubiquen estos hornos en zonas habitadas.
Todo lo que queda después de que la cremación concluye son fragmentos secos de hueso (en su mayor parte fosfatos de calcio y minerales secundarios) y las cenizas. El cráneo de la persona conserva su forma y parte de su densidad. Después de que la incineración del cadáver ha concluido, los fragmentos de hueso son retirados de la retorta, y el operador utiliza un pulverizador, llamado «cremulador» en donde los procesa hasta que adquieren la consistencia de granos de arena (esto según la eficiencia del cremulador); en cuanto al cráneo, en algunos casos como su dimensión no le permite pasar por el orificio del cremulador, es golpeado y aplastado con un instrumento similar a un rodillo, pero de mayor tamaño, el cual se desliza sobre el cráneo carbonizado hasta pulverizarlo y convertirlo también en polvo