Hay padres que por amar a los hijos dissimulan con ellos en sus liviandades y vicios, por donde vienen a parar en mal, con grande quebranto suyo.
Del Amor de hijos a Madres, y de Madres a hijos, trata el presente Discurso.
- Por ley natural y divina están obligados los hijos a reverenciar a sus padres, mandando Dios en la Ley Antigua, y refrescándolo en la Nueva y de Gracia, que se honre el padre y la madre, señalando premio aun en esta vida al que lo hiziere, que /21r/ vivirá largos años. Refiérese en el Éxodo, capítulo veinte; en el Deuteronomio, capítulo quinze, y por San Mateo, quinze, y por San Marcos, siete.
Llegó Betsabé a hablar a Salomón, su hijo, estando en su real silla, y, viéndola descendió della, abraçóla y hízola assentar a su lado, reverenciándola como a madre, aunque era él rey y ella una muger particular. Es del Tercero de los Reyes , capítulo segundo.
- otros consejos que el santo viejo Tobías dio a su hijo, fue uno dezirle: «Cuando Dios sea servido que yo muera, enterrarás mi cuerpo y tendrás cuidado de honrar a tu madre todos los días de su vida». Es de su Libro, capítulo cuarto.
“Muy digno de memoria lo ocurrido a siete hermanos que con su madre fueron presos, y a quienes el rey quería forzar a comer carnes de puerco prohibidas, y por negarse a comerlas fueron azotados con zurriagos y nervios de toro. El mayor de ellos, tomando la palabra, habló así: “¿A qué preguntas? ¿Qué quieres saber de nosotros? Estamos prontos a morir antes que traspasar las patrias leyes.” 2Ma 7:1… Asi uno a uno los fue matando y la madre dio ánimo al menor diciendo…
“Hijo, ten compasión de mí, que por nueve meses te llevé en mi seno, que por tres años te amamanté, que te crié, te eduqué, te alimenté hasta ahora. Ruégote, hijo, que mires al cielo y a la tierra, y veas cuanto hay en ellos, y entiendas que de la nada lo hizo todo Dios, y todo el humano linaje ha venido de igual modo. No temas a este verdugo, antes muéstrate digno de tus hermanos y recibe la muerte, para que en el día de la misericordia me seas devuelto con ellos.”
El séptimo y menor dijo: “Yo, como mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi vida… pidiendo a Dios que pronto se muestre propicio a su pueblo, y que tú, a fuerza de torturas y azotes, confieses que sólo El es Dios.
Furioso el rey, se ensañó contra éste con más crueldad que contra los otros, llevando muy a mal la burla que de él hacía. Así murió limpio de toda contaminación, enteramente confiado en el Señor.
La última en morir fue la madre”. 2Ma 7:37
*Del mismo Hijo de Dios refiere San Lucas, en el capítulo dos, que siendo de doze años iva y bolvía con la Virgen Sacratíssima su Madre y con el Santo Josef de Nazaret, donde estava de ordinario, a Jerusalem, y que les estava obediente. Y cuando se halló colgado de la Cruz no se olvidó de lo que devía al honor de su Sagrada Madre, y assí se la encomendó a su amado discípulo San Juan; en lo cual se echa de ver el cuidado particular que siempre della tuvo, pues ni en la hora de la muerte la puso en olvido. Es de San Juan, capítulo diez y nueve.
* Entre cuarenta mártires que por mandado del emperador Licinio fueron presos en la ciudad de Sebaste y atormentados por la fe de Cristo, teniéndolos toda una noche en un lago frigidíssimo, uno dellos, y el de menor edad, se llamava Melitón; tenía madre y, hallándose presente era grande su contento en ver padeçer a su hijo y que llevava los tormentos con ánimo valeroso. Y, porque salidos del lago mandó el tirano que les fuessen quebrantadas las piernas y sus cuerpos llevados a una hoguera y quemados, murieron todos cuando les quebrantaron las piernas, excepto Melitón, que quedó con vida. Los verdugos, aviendo puesto en carros los cuerpos de los demás mártires para llevarlos al fuego, dexavan a Melitón por estar vivo. Visto por su madre, assió dél y púsole sobre sus hombros, diziendo:
-Hijo mío, acabad vuestra carrera con vuestros hermanos; no os apartéis de tan ilustre coro, porque en la presencia de Dios no seáis inferior a ellos.
Llevándole desta manera dio su alma a Dios. Y ni por esto ella turbada, sino mostrando alegre rostro, le puso en un carro con los otros, y con ellos fue quemado. Dízelo San Basilio en la Homilia veinte.
- En el tiempo que predicava en Padua el bienaventurado San Antonio con grande aprovechamiento de los oyentes, solía assentarse a confessar algunas vezes después del sermón, y entre otros llegó a confessarse un moço, y acusóse que avía dado a su madre una coz. El santo, después | de averle oído, reprehendióle ásperamente aquel pecado y díxole que el pie que avía herido a su madre merecía ser cortado. El penitente estava con tanto dolor y pena que fue a su casa y él mismo se cortó el pie. Divulgóse el caso, contándolo el mismo penitente. Súpolo San Antonio; hízole traer ante sí y con la señal de la cruz le restituyó el pie. Refiérese en su Vida, escrita por un fraile del Orden del Seráfico Padre San Francisco.
En una ciudad de Normandía vivía cierto hombre rico aunque de baxo linaje. Tenía un hijo, y para él su hazienda que era amplíssima. Sucedió que otro hombre de claro linaje y falto de bienes de fortuna tenía una hija muy hermosa. Éste, acompañado de otros parientes suyos, habló al rico y díxole:
-Vós tenéis un hijo, yo una hija. A vos os sobra hazienda, a mí me falta, aunque por la parte que me hazéis ventaja en riquezas os la hago yo en nobleza. Si lo tenéis por bien, yo os daré mi hija para vuestro hijo, mas ha de ser con condición que les deis luego vuestra hazienda, que ellos os regalarán y darán como son obligados lo necessario para la vida.
El padre estuvo suspenso algún tanto, y por ser importunado de los que estavan presentes, que le davan a entender estarle muy bien, vino en ello. Celebráronse las bodas; entregó el viejo su hazienda, quedando él y su muger, madre que era del novio, en su propia casa, donde por tres años el hijo y nuera los regalaron, aunque el regalo iva siempre en diminución. Passados los tres años, y harto el hijo de padres, por quererlo assí la muger los hizo mudar a otra casa cerca donde ellos vivían, y allí padezían grande lazeria. El vestido era pobre y la comida miserable. Estavan ya en edad decrépita; sobrávales vida y faltávales comida. Embiavan a casa del hijo por lo que les era necessario para no morir y dávaseles con grande escaseza. Un día vido la madre que estavan assando un | ganso en casa del hijo; dixo al marido:
-Passad allá, y pues tiene oy buena comida, siquiera un día matad vuestra hambre.
El viejo, afirmado en su báculo, passó a casa del hijo. El cual, como sintió que venía, hizo esconder el assador con el ganso y, reprehendiéndole por aquella venida ásperamente, le hizo bolver a su casa vergonçoso y triste. Quisieron tornar el assador al fuego, y vídose pegado a él un bufón o sapo grande y ponçoñoso. Dieron vozes los criados; llegó a verle el señor y saltóle el sapo al rostro, aferrándose en él de suerte que con ningún remedio humano se le pudieron desasir. Dávale grande pena, y si tocavan al sapo y querían desaferrársele y matarle, era tan grande su tormento que no avía sino dexarle. Vídose ser castigo de Dios, por la inhumanidad que tuvo con su padre aquel mal hijo. El cual fue al obispo diocesano y confessó su culpa. Diole por penitencia que anduviesse por todas las ciudades y villas de Normandía publicando su pecado, para que por su exemplo los hijos aprendiessen a honrar a sus padres y entendiessen que era muy ofensivo a Dios Nuestro Señor ser crueles con ellos. Después desto, por oraciones de siervos de Dios fue libre de aquel tormento y el sapo desapareció. Lo dicho es de Tomás de Cantiprado, en el libro segundo, capítulo séptimo, De apibus misticis.
- Estava sentenciada a muerte una muger romana en tiempo del Triunvirato, cuando sólo bastava para morir el aver tenido este o aquel apellido. Avíala puesto el carcelero en un aposento para que muriesse allí de hambre. Visitávala una hija suya parida de pocos meses, y durándole más la vida a la madre de lo que le pareció al carcelero que bastava para morir, púsose de secreto a mirar lo que hazía la hija cuando entrava a visitar a la madre, y vídola que le dava el pecho y que con su leche la sustentava que no muriesse. Fue con este cuento el carcelero al Triunvirato; tuvo dello noticia el pretor, y al cabo vino a oídos del cónsul, los cuales todos dieron parecer que la madre fuesse libre y se le entregasse a su hija por el afeto y piedad que avía tenido con ella. Refiérelo Sabélico, libro quinto.
Agripina, madre de Nerón, preguntó a algunos sabios caldeos acerca de su hijo, si sería emperador de Roma. Dixéronle que lo sería, aunque, siéndolo, mataría a su madre. «Sea él emperador -replicó ella- y máteme»; y assí sucedió. Refiérelo Fulgoso, libro quinto.
Alonso de Villegas