Milagros del rosario
“pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”.
Leon XIII fue llamado el papa del Rosario, en su pontificado proclamo 22 enciclicas, cartas apostólicas o documentos pontificios sobre el rosario.
El papa llama la atención sobre los errores que ha traído el igualitarismo.
Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas; vemos la caridad enfriarse; la joven generación diariamente con costumbres y puntos de vista más depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una implacable guerra contra la iglesia y los fundamentos mismos de la religión socavados con una osadía que crece diariamente en intensidad.
En la enciclica sobre la santa alegría el papa león xiii describe los tiempos que vivimos asi:
“deploramos que la sociedad humana padezca de una espantosa llaga, y es que se menosprecian los deberes y las virtudes que deben ser ornato de una vida oscura y ordinaria. De donde nace que en el hogar doméstico los hijos se desentiendan de la obediencia que deben a sus padres, no soportando ninguna disciplina, a menos que sea fácil y se preste a sus diversiones. De ahí viene también que los obreros abandonen su oficio, huyan del trabajo y, descontentos de su suerte, aspiren a más alto, deseando una quimérica igualdad de fortunas; movidos de idénticas aspiraciones, los habitantes de los campos dejan en tropel su tierra natal para venir en pos del tumulto y de los fáciles placeres de las ciudades. A esta causa debe atribuirse también la falta de equilibrio entre las diversas clases de la sociedad; todo está desquiciado; los ánimos están comidos del odio y la envidia: engañados por falsas esperanzas, turban muchos la paz pública, ocasionando sediciones, y resisten a los que tienen la misión de conservar el orden”.
Contra este mal hay que pedir remedio al Rosario de María, que comprende a la vez un orden.
Póngase delante de los ojos la casa de Nazaret, asilo a la vez terrestre y divino de la santidad. ¡Qué modelo tan hermoso para la vida diaria! ¡Qué espectáculo tan perfecto de la unión hogareña! Reinan ahí la sencillez y la pureza de las costumbres; un perpetuo acuerdo en los pareceres; un orden que nada perturba; la mutua indulgencia; el amor, en fin, no un amor fugitivo y mentiroso, sino un amor fundado en el cumplimiento asiduo de los deberes recíprocos donde se ocupan en disponer lo necesario para el sustento y el vestido; pero es con el sudor de la frente, y como quienes, contentándose con poco, trabajan más bien para no sufrir el hambre que para procurarse lo superfluo. Sobre todo esto, adviértase una soberana tranquilidad de espíritu y una alegría igual del alma; dos bienes que acompañan siempre a la conciencia de las buenas acciones cumplidas.
Los ejemplos de estas virtudes, de la modestia y de la sumisión, de la resignación al trabajo y de la benevolencia hacia el prójimo, del celo en cumplir los pequeños deberes de la vida ordinaria, todas esas enseñanzas, en fin, que, a medida que el hombre las comprende mejor, más profundamente penetran en su alma, traerán un cambio notable en sus ideas y en su conducta. Entonces cada uno, lejos de encontrar despreciables y penosos sus deberes particulares, los tendrá más bien por muy gratos y llenos de encanto; y gracias a esta especie de placer que sentirá con ellos.




































