Virgen de la leche, catacumbas de Priscila, Roma, altorelieve de San Lucas Apóstol
“La Felicidad” Para Platón es la posesión de las cosas buenas.
Feliz era Priscila la esposa de Aquila, muy mencionada junto con su esposo en el Nuevo Testamento. Eran judíos, fabricantes de tiendas, (como San Pablo) que vivían en Roma hasta que el emperador Claudio, por un decreto imperial, intentó expulsar a los judíos de Roma, Priscila y su esposo se fueron a vivir a Corinto.
Desde el año 50 DC estuvieron con Pablo en varios lugares: Roma, Éfeso y Corinto.
El nombre Priscila es el disminutivo de Prisca (del latín: antigua). Pablo la llama Prisca cuando la menciona en las cartas paulinas o epístolas paulinas, mientras que Lucas la menciona como Priscila.
En la Carta de Pablo a los Romanos se lee:
Saludad a Prisca y a Aquila, mis cooperadores en Cristo Jesús, los cuales para salvar mi vida expusieron su cabeza.
Hechos 18:
2) Allí encontró a un judío llamado Aquila, originario del Ponto, recientemente llegado de Italia con Priscila, su mujer, a causa del decreto de Claudio que ordenaba salir de Roma a todos los judíos. Pablo se unió a ellos;»
18) Pablo, después de haber permanecido aún bastantes días, se despidió de los hermanos y navegó hacia Siria, yendo con él Priscila y Aquila, después de haberse rapado la cabeza en Cencreas, porque había hecho voto.
26) pero Priscila y Áquila que le oyeron, le tomaron aparte y le expusieron más completamente el camino de Dios.»
Según las Actas de los Mártires, era una joven que fue llevada al anfiteatro para la diversión de la gente. Un león se lanzó sobre ella pero, en lugar de hacerla pedazos, se echó sus pies. En vistas de esta situación, la devolvieron de nuevo a la cárcel. Algún tiempo después fue ejecutada, y se dice que un águila velaba su cuerpo hasta su entierro en las Catacumbas de Priscila.
Desde muy antiguo se le tributó culto en Roma a esta joven romana. En el siglo IX, mediante las excavaciones arqueológicas, se descubrió e identificó que estaba enterrada en el Aventino con el nombre de Priscila, mujer de Aquila, un judío cristiano.
Existe en Roma la bella iglesia de Santa Prisca, la cual fue construida sobre las ruinas de un santuario del dios pagano Mitra. En el Aventino bajo el altar mayor está ubicada una urna de madera con sus restos, debajo apareció una casa romana.
La leyenda dice que en ella se hospedó San Pedro y se conserva una antigua pila bautismal donde bautizaba –de hecho allá hay una pintura donde aparece bautizando a Santa Priscila, esposa de Aquila.
Baronio la inscribió en el Martirologio Romano el 18 de enero, basándose en el Martirologio Jeronimiano, asi que fue “fundadora” de las catacumbas que llevan su nombre en Roma. Donde esta la pintura mas antigua de la virgen de la leche.
El historiador romano Suetonio nos dice, al hablar de este acontecimiento, que el Emperador, había expulsado a los judíos porque «provocaban tumultos a causa de un cierto Cresto» (Cf. «Vidas de los doce Césares, Claudio», 25). Se ve que no conocía bien el nombre –en vez de Cristo escribe «Cresto»– y tenía una idea muy confusa de lo que había sucedido. De todos modos, se daban discordias dentro de la comunidad judía en torno a la cuestión de si Jesús era el Cristo. Y para el emperador estos problemas eran simplemente motivo de expulsión de todos los judíos de Roma. Se deduce que los esposos habían abrazado la fe cristiana ya en Roma, en los años cuarenta, y que ahora habían encontrado en Pablo a alguien que no sólo compartía con ellos esta fe –que Jesús es el Cristo–, sino que era también apóstol, llamado personalmente por el Señor resucitado. Por tanto, el primer encuentro tiene lugar en Corinto, donde le acogen en la casa y trabajan juntos en la fabricación de tiendas.
En un segundo momento, se trasfieren a Asia Menor, a Éfeso. Allí desempeñaron un papel determinante para completar la formación cristiana del judío alejandrino Apolo.
Cuando en Éfeso el apóstol escribe su Primera Carta a los Corintios, junto a sus saludos, envía explícitamente también los de «Áquila y Prisca, junto con la Iglesia que se reúne en su casa» (16,19).
De este modo, sabemos el papel importantísimo que esta pareja desempeñó en el ámbito de la Iglesia primitiva: es decir, el de acoger en su propia casa al grupo de los cristianos del lugar, cuando se reunían para escuchar la Palabra de Dios y para celebrar la Eucaristía. Es precisamente ese tipo de reunión que en griego se llama «ekklesía», la palabra latina es «ecclesia», la italiana «chiesa» [la española «iglesia», ndr.], que quiere decir convocación, asamblea, reunión.
En la casa de Áquila y Priscila, por tanto, se reúne la Iglesia, la convocación de Cristo, que celebra allí los sagrados misterios. De este modo, podemos ver precisamente el nacimiento de la Iglesia en las casas de los creyentes.
Al regresar posteriormente a Roma, Áquila y Priscila siguieron desempeñando esta función preciosísima también en la capital del imperio. De hecho, Pablo, al escribir a los romanos, les envía este saludo particular: «Saludad a Prisca y Áquila, colaboradores míos en Cristo Jesús. Ellos expusieron sus cabezas para salvarme. Y no soy solo en agradecérselo, sino también todas las Iglesias de la gentilidad; saludad también a la Iglesia que se reúne en su casa» (Romanos 16, 3-5). ¡Qué extraordinario elogio de esos dos cónyuges encierran estas palabras! Lo eleva nada más y nada menos que el apóstol Pablo.
La tradición hagiográfica posterior ha dado una importancia sumamente particular a Priscila, aunque queda en pie el problema de una identificación suya con otra Priscila mártir. En todo caso, tenemos tanto una iglesia dedicada a santa Prisca, en el Aventino, como las catacumbas de Priscila, en la Vía Salaria.
De este modo, se perpetúa la memoria de una mujer que ha sido seguramente una persona activa y de gran valor en la historia del cristianismo romano. Hay algo que es seguro: a la gratitud de esas primeras Iglesias, de la que habla san Pablo, se debe unir también la nuestra, pues gracias a la fe y al compromiso apostólico de los fieles laicos, de familias, de esposos como Priscila y Áquila, el cristianismo ha llegado a nuestra generación.
En particular, esta pareja demuestra la importancia de la acción de los esposos cristianos. Cuando están apoyados por la fe y por una intensa espiritualidad, su compromiso valiente por la Iglesia y en la Iglesia se hace natural. La cotidiana comunión de su vida se prolonga y en cierto sentido se sublima al asumir una común responsabilidad a favor del Cuerpo místico de Cristo, aunque sólo sea de una pequeña parte de éste. Así sucedió en la primera generación y así sucederá frecuentemente.
De su ejemplo podemos sacar otra lección que no hay que descuidar: toda casa puede transformarse en una pequeña iglesia. No sólo en el sentido de que en ella tiene que reinar el típico amor cristiano, hecho de altruismo y recíproca atención, sino más aún en el sentido de que toda la vida familiar, en virtud de la fe, está llamada a rotar en torno al único señorío de Jesucristo.
Por eso, en la Carta a los Efesios, Pablo compara la relación matrimonial con la comunión esponsalicia que se da entre Cristo y la Iglesia (Cf. Efesios 5, 25-33). Es más, podríamos considerar que el apóstol conforma la vida de la Iglesia con la de la familia. Y la Iglesia, en realidad, es la familia de Dios.
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 7 febrero 2007 (ZENIT.org).- Audiencia general que pronunció Benedicto XVI.