“No alleguéis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín los corroen y donde los ladrones horadan y roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los corroen y donde los ladrones no horadan ni roban. Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón. Nadie puede servir a dos señores, pues o bien aborreciendo al uno, menospreciará al otro, o bien adhiriéndose al uno menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas – μαμμωνᾶς ( Mammon)- (Mateo 6, 19-21, 24). En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. Es incisiva y perentoria la conclusión del pasaje evangélico. La palabra que usa para decir dinero —»mammona»— es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo con tal de lograr el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de una persona.
En la Biblia, Mammón se personifica como símbolo de las riquezas en Lucas 16,13, y Mateo 6,24, que repite en Lucas 16,13. En algunas traducciones, Lucas 16,9 y Lucas 16,11, también personifica a Mammón; pero en otros, se traduce como «abundancia deshonesta».
Por consiguiente, es necesaria una decisión fundamental para elegir entre Dios y «mammona». En el fondo, se trata de la decisión entre el egoísmo y el amor, entre la justicia y la injusticia; en definitiva, entre Dios y Satanás.
Benedicto XVI