«Para recibir la gracia de Dios es preciso vivir algún tiempo en el desierto:
aquí es donde uno se vacía, se desembaraza de todo aquello que no es Dios,
se libera completamente la habitación de nuestra alma para dejar el sitio
sólo a Dios. Los hebreos pasaron por el desierto; Moisés vivió en él antes de
ser encargado de su misión; San Pablo, San Juan Crisóstomo, también
fueron preparados en el desierto… Es un tiempo de gracia, una condición
por la cual el alma que quiera dar fruto debe pasar necesariamente.
Es preciso este silencio, este olvido de todo lo creado, pues en él Dios edifica su eremitorio y crea el espíritu interior… Subid todavía más arriba: mirad a San Juan Bautista, a nuestro Señor mismo. El no tenía necesidad; sin embargo quiso darnos ejemplo…»
«Padre mío. Me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más Dios mío. En tus manos entrego mi vida. Te la doy Dios mío con todo el amor de mi corazón, porque te amo, y porque para mí es una necesidad de amor darme, entregarme en tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre». (Carlos de Foucauld)
</p
«Para recibir la gracia de Dios es preciso vivir algún tiempo en el desierto:
aquí es donde uno se vacía, se desembaraza de todo aquello que no es Dios,
se libera completamente la habitación de nuestra alma para dejar el sitio
sólo a Dios. Los hebreos pasaron por el desierto; Moisés vivió en él antes de
ser encargado de su misión; San Pablo, San Juan Crisóstomo, también
fueron preparados en el desierto… Es un tiempo de gracia, una condición
por la cual el alma que quiera dar fruto debe pasar necesariamente.
Es preciso este silencio, este olvido de todo lo creado, pues en él Dios edifica su eremitorio y crea el espíritu interior… Subid todavía más arriba: mirad a San Juan Bautista, a nuestro Señor mismo. El no tenía necesidad; sin embargo quiso darnos ejemplo…»
«Padre mío. Me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más Dios mío. En tus manos entrego mi vida. Te la doy Dios mío con todo el amor de mi corazón, porque te amo, y porque para mí es una necesidad de amor darme, entregarme en tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre». (Carlos de Foucauld)