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Arrio y las sociedades secretas

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«El arrianismo, la gran herejía que desgarró a la Cristiandad durante más de tres siglos y medio, fue la obra de un judío subterráneo, que en público practicaba el cristianismo» M. Pinay

En un interesante documento que dio a la publicidad en Francia el abate Chabauty y que cita el señor Arzobispo de Port-Louis, Monseñor León Meurin, S.J. Se trata de una carta del jefe secreto de los judíos internacionales, radicado a fines del siglo XV en Constantinopla, dirigida a los hebreos de Francia dándoles instrucciones, en respuesta a una carta anterior que Chamor, rabino de Arlés, le había dirigido solicitándolas. Este documento cayó en manos de las autoridades francesas y el abate Chabauty lo dio a la publicidad. la carta dice textualmente:

“Bien amados hermanos en Moisés, hemos recibido vuestra carta, en la que nos hacéis conocer las ansiedades e infortunios que os veis obligados a soportar, y nos hallamos penetrados de un dolor tan grande como el vuestro.

El consejo de los más grandes rabinos y sátrapas de nuestra Ley, es el siguiente:

Decís que el rey de Francia os obliga a haceros cristianos; pues bien, hacedlo, pero guardad la Ley de Moisés en vuestros corazones.

Decís que se quiere arrebatar vuestros bienes: haced a vuestros hijos mercaderes, para que ellos despojen de los suyos a los cristianos por medio del tráfico.

Decís que se atenta contra vuestras vidas: haced a vuestros hijos médicos y boticarios, a fin de que ellos priven de la suya a los cristianos, sin temor al castigo.

Decís que se os hace objeto de otras vejaciones: haced a vuestros hijos abogados, notarios o miembros de otras profesiones que están corrientemente a cargo de los asuntos públicos y, por este medio, dominaréis a los cristianos, os apropiaréis de sus tierra, y os vengaréis de ellos.

Seguid esta orden que os damos, y veréis por experiencia que, por abatidos que estéis, llegaréis a la cúspide del poderío.

V.S.S.U.E.F., Príncipe de los Judíos de Constantinopla. 21 de Casleo de 1489 “ (227)

Las infiltraciones realizadas por los judíos en el clero francés de esa época fueron muy perjudiciales, ya que facilitaron la expansión del movimiento de los hugonotes en el siglo XVI, secta que estaba impulsada por los judíos secretos, cubiertos con la máscara del cristianismo.

“Pero después de 1391, cuando la presión sobre los judíos se hizo más violenta, comunidades enteras abrazaron la fe cristiana. La mayoría de los neófitos se aprovechó ansiosamente de su nueva posición. Se agolparon en cientos y miles en los lugares de los cuales habían estado excluidos anteriormente por su fe. Ingresaron a profesiones vedadas y a los tranquilos claustros de las universidades. Conquistaron puestos importantes en el Estado y hasta penetraron al sanctum sanctorum de la Iglesia. Su poder aumentó con su riqueza, y muchos pudieron aspirar a ser admitidos en las familias más antiguas y más aristocráticas de España…Un italiano casi contemporáneo observó que los conversos judíos gobernaban prácticamente en España, mientras su adhesión secreta al judaísmo, estaba arruinando la fe cristiana.

Una cuña de odio separó inevitablemente las relaciones de los cristianos antiguos y los nuevos. Los neófitos fueron conocidos como marranos (probablemente `los réprobos´ o `los puercos´). Fueron despreciados por sus triunfos, por su orgullo, por su cínica adhesión a las prácticas católicas.

En tanto que las masas miraban con sombría amargura los triunfos de los nuevos cristianos, el clero denunciaba su deslealtad y su falta de sinceridad. Sospechaban la verdad de que la mayoría de los conversos eran aún judíos de corazón, que la conversión obligada no había extirpado la herencia de siglos. Decenas de miles de los nuevos cristianos se sometían exteriormente, iban mecánicamente a la iglesia, mascullaban oraciones, ejecutaban ritos y observaban las costumbres. Pero el espíritu no había sido convertido”

“Se creía que guardaban secretamente las fiestas judías, que comían alimentos judíos, conservaban amistades judías y estudiaban la antigua ciencia judía. Los informes de numerosos espías tendieron a confirmar las sospechas. ¿Qué hijo piadoso de la Iglesia podía permanecer tranquilo mientras esos hipócritas –que se burlaban íntimamente de las prácticas cristianas- acumulaban riquezas y honores?” “…seguían siendo, en su fuero interno, tan judíos como lo fueron antes. Aparentemente, vivían como cristianos. Hacían bautizar a sus hijos en la iglesia, aunque se apresuraban a lavar las trazas de la ceremonia en cuanto regresaban al hogar. Iban en busca del cura para que los casara, pero no se contentaban con esa ceremonia, y en lo privado realizaban otra, que la completaba. A veces acudían al confesionario; pero sus confesiones eran tan irreales, que un sacerdote, dícese, pidió a uno de ellos una pieza de su vestimenta, como reliquia de un alma tan inmaculada.

Detrás de esta ficción puramente exterior, continuaban siendo lo que fueron siempre. Su falta de fe en los dogmas de la Iglesia era notoria…”.

“Frecuentaban furtivamente las sinagogas, para cuya iluminación enviaban regularmente óbolos de aceite. Constituían también asociaciones religiosas, de aparentes finalidades católicas, bajo el patronato de algún santo cristiano, y las usaban como un biombo, que les permitía observar sus ritos ancestrales. Por su raza y su fe, continuaban siendo lo mismo que habían sido antes de su conversión. Eran judíos en todo, menos en el nombre; cristianos en nada, a no ser en la forma.

Al ser removidos los obstáculos religiosos que les cerraban previamente el paso, el progreso social y económico de los recién convertidos y de sus descendientes hízose fenomenalmente rápido. Por dudosa que fuese su sinceridad, no se podía ya excluirlos de ninguna parte, a causa de su credo. La carrera judicial, la administración, el ejército, las universidades y la misma Iglesia se vieron pronto abarrotados por los recién convertidos, de sinceridad más o menos dudosa, o por sus inmediatos descendientes. Los más ricos se casaron con la más alta nobleza del país, pues muy pocos condes o hidalgos empobrecidos pudieron resistir la atracción de su dinero” (230).

“Jerome Munzer, un viajero alemán que visitó a España en 1494-95, cuenta que hasta pocos años antes había existido en Valencia, en el sitio ocupado luego por el convento de Santa Catalina de Siena, una iglesia dedicada a San Cristóbal. Aquí los marranos (esto es, falsos cristianos, interiormente judíos), tenían sus sepulturas. Cuando uno de ellos moría, fingían conformarse a los ritos de la religión cristiana, y marchaban en procesión, con el ataúd cubierto con un paño de oro, y llevando al frente una imagen de San Cristóbal. Con todo, lavaban en secreto el cuerpo del muerto, y lo enterraban de acuerdo a sus propios ritos… El mismo caso, indica, ocurría en Barcelona, donde, si un marrano decía: “Vamos hoy a la iglesia de la Santa Cruz”, referíase a la sinagoga secreta, llamada de ese modo. El relato clásico de las condiciones y subterfugios de los marranos de ese período puede leerse en Bernáldez, “Historia de los Reyes Católicos”, Cap. XLIII” (231).

Azarías Chinillo al convertirse al cristianismo, adoptó el nombre de Luis de Santángel, pasó a Zaragoza y estudió leyes, obtuvo un alto puesto en la corte y se le confirió un título de nobleza.

“Su sobrino, Pedro de Santángel, fue obispo de Mallorca. Su hijo, Martín, fue `zalmedina´, o magistrado, en la capital. Otros miembros de la familia ocuparon altos puestos en la Iglesia y en la administración del Estado.

Después sigue el famoso historiador hebreo mencionando otros encumbramientos eclesiásticos como el de “…Juan de Torquemada, cardenal de San Sixto, era de inmediata ascendencia judía (232), lo mismo que el piadoso Hernando de Talavera, arzobispo de Granada, y Alonso de Oropesa, general de la Orden de los Jerónimos…Don Juan Pacheco, marqués de Villena y Gran Maestre de la Orden de Santiago (virtualmente soberano de Castilla durante el reinado de Enrique el Impotente y aspirante tenaz a la mano de Isabel) y descendía, por ambos lados, del judío Ruy Capón. Su hermano, Pedro Girón, fue Gran Maestre de la Orden (católica militar) de Calatrava y el arzobispo de Toledo era su tío. Siete, por lo menos, de los principales prelados del reino tenían sangre judía. Lo mismo ocurría con el `contador mayor´.

Esos mismos incrédulos encontrábanse ahora, en cambio, en el seno de la Iglesia y se abrían camino en todos los sectores de la vida eclesiástica minando con si influencia la masa total de los fieles. El bautismo no había hecho más que convertir a una considerable porción de los judíos, de infieles fuera de la Iglesia, que lo habían sido antes, en heréticos dentro, que lo eran ahora” (233).

“Indicamos en el capítulo precedente cómo, en fuerza de la libertad que la conversión les conquistaba y por virtud de su ilustración, sus riquezas y su natural osadía, habían los conversos de Aragón y de castilla escalado, no ya sólo todos los cargos de la república, sino también todas las jerarquías sociales, no perdonadas, y antes bien tomadas cual por asalto, las más altas dignidades de la Iglesia” (236).

Esto explica perfectamente el que en diversas ocasiones quienes verdaderamente merecerían por su virtud y su lealtad a la Iglesia las jerarquías eclesiásticas, sean hechos a un lado, discriminados, para dar preferencia a esos clérigos que defienden al judaísmo, favorecen los triunfos de las masonería o del comunismo y atacan con ferocidad a los verdaderos defensores de la Santa Iglesia.

 

“En verdad era contra los cristianos nuevos contra quienes ardía con mayor intensidad y seguía creciendo constantemente la ira general. No era tan sólo que se sospechara que seguían clandestinamente leales a la fe a que habían renunciado, aunque a los ojos del clero ningún crimen podía ser más odioso que tal herejía; los cristianos nuevos suscitaban un resentimiento mucho más enconado aún  por los éxitos que lograban. Un número demasiado elevado de ellos, ahora que la religión había dejado de obstaculizar su camino, se tornó rico y poderoso. Ocupaban altas posiciones en el gobierno, el ejército, las universidades…¡en la misma Iglesia!.

En todos ellos, incluso en los que llevaban los hábitos de la Iglesia, los sacerdotes y los frailes veían herejes, e inflamaban contra ellos las pasiones del pueblo hasta llevarlos a la violencia. En 1440, y nuevamente en 1467, la chusma se desató en Toledo y muchos cristianos nuevos fueron asesinados y sus casas incendiadas. Seis años más tarde volvieron a producirse sangrientos tumultos contra ellos en Córdoba, Jaén y Segovia” (240).

Los conversos del judaísmo, “empezaron a aparecer…en las más altas y exaltadas posiciones de la organización del clero…Los conversos se convirtieron en miembros de la sociedad española, con iguales derechos, pero ello no trajo por consecuencia que perdieran las cualidades que siempre habían tenido. Previamente habían ejercido sus dotes peculiares como comerciantes, industriales, financieros y políticos. Y ahora lo hacían de nuevo, pero con esta diferencia, que estaban ya dentro de la sociedad española y no fuera de ella. Habían sido forzados a entrar en ella, con el fin de eliminar a un peligrosos extranjero. Y ahora éste se encontraba establecido dentro de la casa. El problema había sido sólo trasladado del exterior, al interior mismo de la estructura social” (241).Cuando la Iglesia descubrió lo que estaba ocurriendo:

“Un nuevo grito de batalla se levantó: `¡La Iglesia está en peligro! ¡Los judíos han forzado su entrada dentro de la Iglesia y dentro de la sociedad, con el fin de minarlas por dentro!´ La inevitable aunque absurda consecuencia de esto fue que la guerra fue declarada contra el `enemigo interno’. Y para poderla realizar, el clero se armó con la maquinaria de la Inquisición; recurrió al pueblo, llevó sus intrigas a la corte e hicieron todo lo posible para influenciar a la alta sociedad. Y los conversos que habían sido con anterioridad el objetivo de la política religiosa nacional, se convirtieron en marranos, una palabra vulgar con el significado de `maldito´, `cerdo´. A partir de esos momentos ya no se hizo distinción entre los verdaderos y falsos conversos, todos eran considerados marranos y la guerra que hizo la Iglesia contra ellos…se inspiraba más en motivos sociales y económicos que en los religiosos…” (242).

“La reina Esther `que no confesó su raza ni su nacimiento´…les parecía su propio prototipo” (243).

Fernando Gregorovius, favorable a los judíos, se refiere a estos hechos históricos en su obra monumental titulada “Historia de la Ciudad de Roma en la Edad Media”, narra como una familia judía se hizo prestamista de los papas y como “la amistad de los pontífices, el esplendor de la parentela, las riquezas y el poder, borraron muy pronto la mancha de su origen judío y en muy poco tiempo los Pierleoni fueron enaltecidos como la más grande de las familias principescas de Roma. León y sus sucesores se ornaron con el título de “cónsules de los romanos” y lo tuvieron, según afirma Gregorovius, “con orgullo y con dignidad magistral, como si fuesen patricios muy antiguos”. Añade el famoso historiador que los Pierleoni fueron güelfos, es decir, tomaron decididamente el partido de los Papas contra los emperadores alemanes, pues no debemos olvidar que ya para estos tiempos eran, al menos en apariencia, devotos cristianos.

“…dejó mucha descendencia y que tan maravillosa como una fábula fue la fortuna de estos vástagos del guetto, que uno de sus hijos llegó a ser Papa, otro fue hecho patricio de Roma y una hija se casó con Rogerio de Sicilia. Este potente señor había destinado a su hijo Pedro a un puesto en la Iglesia. ¿Acaso el vestuario pontificio era un deseo demasiado temerario para el hijo de Pierleoni? El joven Pedro fue  enviado a París, para que completara su erudición y ahí, sin duda, fue de los oyentes de Abelardo; terminados sus estudios tomó en Cluny el hábito monástico que sin duda era la vestimenta más recomendable para los candidatos al pontificado…Condescendiendo a un deseo de su padre, Pascual lo llamó a Roma y lo hizo cardenal de San Cosme y San Damián…Junto con su hermano acompañó después a Gelasio a Francia y volvió con Calixto, llegando a ser Cardenal cura de Santa María en aquel mismo Trastévere del que era originaria su familia. Después fue como legado a Francia donde reunió concilios y a Inglaterra donde fue recibido por el rey Enrique con magnificencia de príncipe” (246).

hubo monarcas como Witiza, Luis el Piadoso o Pedro el Cruel que cayendo bajo la influencia de los israelitas convirtieron en letra muerta los sagrados cánones antihebreos, brindando protección al enemigo capital de la Cristiandad y permitiéndole encumbrarse en la gobernación del estado,

En el fragor de aquella lucha surgida entre Papas y emperadores, los hebreos, y también los judíos conversos, empezaron por tomar resueltamente el partido de los güelfos, es decir, el del Sumo Pontífice que en aquellas circunstancias difícilmente podía rehusar tan inesperado como al parecer valioso apoyo, mayor éste todavía por venir unido al financiamiento económico que en esos tiempos, con frecuencia, necesitaba urgentemente la Santa Sede.

 

Ante el apremio de las circunstancias olvidáronse de momento las leyes canónicas que habían sido fruto de la experiencia de siglos; y los hebreos, con su interesada adhesión al partido de los Papas, pudieron infiltrarse en un terreno que les había sido antes vedado. Las luchas fratricidas entre los cristianos han sido siempre el mejor aliado de la Sinagoga de Satanás para lograr que sus planes imperialistas hagan gigantescos avances.

 

Y así como ahora lo lograban apoyando al poder eclesiástico contra el civil, después, en el siglo XVI, o sea cuatrocientos cincuenta años más tarde, desgarrarían definitivamente a la Cristiandad apoyando entonces a los reyes contra el papado.

El célebre rabino, poeta e historiador Louis Israel Newman, en su interesantísima obra titulada “Influencia judía en los movimientos de reforma del cristianismo”, refiriéndose al cisma provocado en la Santa Iglesia por el Cardenal Pedro Pierleoni, da a éste (Pierleoni) una importancia decisiva en el desarrollo de la llamada herejía judaica en la edad Media, que con toda razón fue llamada por Papas, concilios e inquisidores “la madre de todas las herejías”, ya que el Santo Oficio llegó a comprobar que eran los judíos clandestinos, es decir, los herejes judaizantes, los organizadores y propagadores de los demás movimientos heréticos. Asevera el mencionado rabino que:

 

“El principal factor para la preparación del estallido de la herejía judaizante durante el siglo doce, fue la elección de Anacleto II, un miembro de la casa judía de los Pierleoni, a la silla pontifical en el año de 1130” (247).

Pruebas adicionales en relación con el profundo impacto hecho por la carrera de Anacleto sobre las mentes judías, pueden encontrarse en la copiosa literatura del mítico Papa judío, que en la leyenda hebrea es llamado Andreas o Elchanan. Es por completo digno de aplauso, que la elevación al poder de un miembro de una antigua familia judía, haya dado ímpetu a la actividad de las comunidades judías italianas locales y a una vigorosa reafirmación de sus propias tradiciones y opiniones” (248).

Pierleoni practicaba el judaísmo en secreto, disimulándolo con el velo de elocuentes y piadosos sermones, ya que fue él uno de los mejores oradores sagrados de su época. Disimulaba su judaísmo con buenas obras y con una labor impresionante como administrador y organizador de las cosas de la Iglesia, demostrada en el puesto de Nuncio de Su Santidad, como organizador de concilios en Francia y como cardenal.

Que al margen de su riqueza particular estaba acumulando otra, mediante el despojo de iglesias, que había realizado con la colaboración de otros judíos, dinero que luego empleaba para intentar la corrupción del cuerpo cardenalicio y lograr el encumbramiento de los suyos a los obispados y al cardenalato por medio de intrigas e influencias, comprando incluso, a precio de oro, el voto de algunos cardenales para la siguiente elección papal.

Cuando Pierleoni, que ya se consideraba casi Papa electo, vio que Papareschi, uno de sus rivales, había sido ya electo pontífice, no se dio por vencido, sino que, según dice Gregorovius,

 

“…asistido por sus hermanos León, Giordano, Rogerio, Uguccione y de numerosos clientes, marchó hacia San Pedro, abrió sus puertas con violencia y se hizo consagrar Papa por Pietro di Porto, tomó por asalto el Laterano, y se sentó sobre los tronos papales que estaban en aquella Iglesia y fue a santa maría Mayor y secuestró el tesoro de la Iglesia. Toda Roma resonó con el estruendo de la guerra civil, ahí mismo donde millares de manos se extendían ávidamente para recoger el oro que Anacleto derrochaba”

El craso judío se adueñó fácilmente de la situación y le llovieron adhesiones de todos lados, mientras Inocencio II tenía que huir con sus fieles cardenales, refugiándose en el palacio, amparado por la defensa de la fortaleza de los Frangipani. Las tropas de Pierleoni asaltaron el palacio sin éxito, pero como, según dice Gregorovius,

Pero entonces el espíritu santo hizo que surgieran defensores, como surgió San Ireneo, cuando el gnosticismo judaico amenazó desintegrar  a la cristiandad; de igual manera apareció san Atanasio, el gran caudillo antijudío, cuando la herejía del hebreo Arrio estuvo a punto de desquiciar a la Iglesia y así surgieron después, en situaciones parecidas, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio de Milán, San Cirilo de Alejandría, San Isidoro de Sevilla, San Félix, San Agobardo, el arzobispo Amolón y muchos otros, todos luchando implacables, iluminados por la gracia divina, tanto en contra de los judíos enemigos seculares de la Santa iglesia, como de su quinta columna, de sus herejías y de sus movimientos subversivos.

Cuando San bernardo tuvo noticia de los infaustos acontecimientos ocurridos en Roma, tomó una resolución que muchos se resisten a tomar, o sea, la de dejar la vida apacible y tranquila del convento para lanzarse a una lucha dura, llena de incomodidades, sufrimientos y peligros, que además a todos se antojaba perdida, ya que el supuesto Papa –el criptojudío Pierleoni- dominaba por completo la situación con su oro y con el apoyo que seguía recibiendo. Mientras, Inocencio II, abandonado y fugitivo, excomulgado por Anacleto, parecía tenerlo todo perdido,

En carta dirigida al emperador Lotario de Alemania, decía entre otras cosas: “…Que era `una afrenta para Cristo que un vástago judío ocupara el trono de San Pedro´”. Con ello ponía el santo Doctor de la Iglesia el dedo en llaga y diagnosticaba la situación en toda su gravedad, pues en realidad, era imposible que un judío, enemigo de la santa iglesia, fuera Papa. También, en dicha carta al emperador decía que: “…la reputación de Anacleto era baja incluso entre sus amigos, mientras que Inocencio II estaba al abrigo de toda sospecha”.

 

El Abad Ernald, biógrafo contemporáneo de San Bernardo, informa que Pierleoni, como legado y como cardenal había amasado inmensas riquezas y “…que después había robado a las iglesias despojándolas de sus valores….Y que cuando incluso los malos cristianos que lo seguían se habían negado a destruir cálices y crucifijos de oro para fundirlos, Anacleto utilizó judíos con este propósito y ellos celosamente destrozaron los vasos sagrados y los grabados, y con el dinero obtenido de la venta de estos objetos, Anacleto según se tenían informes, estaba en posibilidad de perseguir a los partidarios de Inocencio II, su rival”.

Inocencio II, que había llegado a Francia recientemente, fugitivo de Italia, con el apoyo del santo Concilio de Etampes vio resurgir su causa, al parecer ya perdida. El reconocimiento y respaldo conciliar fue seguido por el muy valioso, en el orden temporal, del rey de Francia, que a partir de ese momento se constituyó en uno de los principales sostenes de Inocencio en contra de su rival, declarado entonces antipapa por el citado sínodo. Siguiendo el monarca francés la pauta observada por San Bernardo, no discutió ya cuál de los papas electos era el legítimo, sino cuál de ellos era más digno, según lo dejó consignado el célebre Sugerio, Abad de Saint Denis. Fracasó pues, ante la arrolladora actividad de san bernardo, la habilísima diplomacia de Anacleto, que hacía alardes de piadoso cristianismo, empleando todos los medios a su alcance para ganarse el apoyo del rey de Francia. Fingía aparatosa piedad y disfrazaba sus proyectos reformistas con la idea de pugnar por devolver a la iglesia la pureza de sus primeros tiempos, bandera siempre muy popular, por ser loable y noble. Había empezado por adoptar el nombre del segundo sucesor de San Pedro, es decir, del Papa Anacleto I.

La actitud que asumiera Lotario, emperador de Alemania, iba a ser decisiva en esta fecha. Con gran acierto indicó que este asunto era de la competencia de la misma Iglesia y al efecto fue convocado otro concilio en Wurzburgo, en el que intervino San Norberto en forma decisiva, inclinando al episcopado alemán a brindar todo su respaldo a Inocencio. Sin embargo, una batalla casi decisiva iba a realizarse en el santo Concilio de Reims, celebrado a fines del año 1131, que fue una derrota completa para Pedro Pierleoni, ya que en tal sínodo los obispos de Inglaterra, Castilla y Aragón reconocieron a Inocencio como Papa legítimo, uniéndose en tal sentido a los episcopados francés y alemán que ya lo habían reconocido. En dicho sínodo fue también excomulgado Pierleoni. Justo es reconocer que en esta lucha fueron también un elemento vital las Ordenes religiosas, que conscientes, en esos tiempos, del peligro que representaba el judaísmo para la iglesia, veían en Anacleto el mayor mal que había enfrentado hasta ese momento la Cristiandad; y con dinamismo y pasión volcaron la actividad de sus conventos, empeñados en salvar a la Santa Iglesia de la amenaza mortal.

Para lograr el triunfo definitivo contra el judío que usurpaba en Roma el trono de San Pedro, era preciso una invasión militar, una especie de cruzada; y fueron San Bernardo y San Norberto los que convencieron a Lotario, emperador de Alemania, para que la realizara. Este, con un modesto ejército, se reunió con Inocencio en el norte de Italia y avanzó desde ahí hasta tomar Roma sin resistencia, ya que muchos nobles italianos traicionaron a Anacleto a última hora. Lotario instaló a Inocencio II en Letrán, mientras que Pedro Pierleoni se refugiaba en Sant´Angelo, La alarma en la Cristiandad fue cada vez mayor, ya que surgía de nuevo amenazadora la potencia del antipapa, a quien Arnulfo, obispo de Liseaux, Manfredo, obispo de Mantua y otros distinguidos prelados, llamaban a secas “judío”. El arzobispo Walter de Rávena denunciaba el cisma de Anacleto como “herejía de la perfidia judía” y el rabino Louis Israel Newman afirma que el partido de Inocencio decía que Anacleto era el “Anticristo”, opiniones que fueron confirmadas al emperador Lotario por los cardenales que apoyaron al Papa ortodoxo. El propio Inocencio II, convirtió en grito de batalla la afirmación de que la usurpación de Anacleto era “una insensata perfidia judía”. El estudioso rabino citado termina su narración de esta lucha con el siguiente comentario:

 

“El `Pontífice judío´ mantuvo con éxito su posición, hasta su muerte el 25 de enero de 1138…”.

Tanto Giordano como los demás hermanos de Pedro Pierleoni fingieron arrepentimiento, pidieron perdón, abjuraron de toda herejía y se reconciliaron con la legítima autoridad pontificia; con sus actitudes hipócritas conmovieron al papa Inocencio II y a San bernardo, quienes generosamente les perdonaron. En vez de destruir su fuerza. Su Santidad les conservó sus grados y su posición en la corte pontificia; y después, hasta los honró con homenajes y cargos, con el ánimo de lograr la unificación firme y duradera de la Santa Iglesia, tratando de conquistar con bondad extrema a esos criptojudíos que quizá conmovidos por tanta generosidad, tendrían al fin un sincero arrepentimiento.

San Bernardo, al mismo tiempo que combatía las actividades cismáticas y heréticas de los judíos, usaba con ellos de extrema indulgencia, oponiéndose a que se les persiguiera y a que se les causara perjuicio alguno. Quiso, en otras palabras, amansar lobos a base de bondad, pensando quitarles así su ferocidad.

 

Como siempre, los israelitas abusaron de la bondad de San Bernardo y demostraron con hechos muy elocuentes que es imposible convertir a los lobos en dóciles ovejas.

 

Por #bottegadivina

Bottega Divina es un Canal dedicado a aplicar la tradición moral Cristiana a situaciones críticas en la política y la sociedad. Abogamos y velamos por la aplicación de los principios fundamentales de la sociedad, como el derecho natural, en los ámbitos políticos y sociales.

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