El martes santo es un día propicio para la reflexión profunda en los que la Iglesia nos invita como en una “última llamada” a acercarnos al sacramento de la confesión con el fin de estar preparados para vivir la Vigilia Pascual y el gran acontecimiento de la Pascua. El cristiano debe estar en gracia de Dios para participar con toda la Iglesia del gran banquete de la Eucaristía en la Misa más importante del año.
En el Evangelio del Martes Santo, Jesús anticipa a sus discípulos la traición de Judas y las Negaciones de San Pedro.
Recordemos que el Lunes Santo los Judíos decidieron no solo matar a Jesús sino a Lázaro porque da testimonio con su vida de la realidad del Mesianismo de Cristo, pues bien el maldito que entregara al maestro se llama Judas.
Todos somos Judas, cada vez que pecamos somos anticristos, lo único que nos limpia esa condición es la confesión.
Todos los enemigos de Dios se juntaron, los Fariseos, quienes se oponían a Roma y a su intromisión en el estilo de vida judío y los herodianos, partidarios de Herodes el Grande, unieron sus fuerzas. Hasta los saduceos, liberales religiosos que negaban la resurrección, los ángeles, o los espíritus, procuraron desacreditar a Jesús. Esta vez Jesús no permaneció en silencio:
Fue cuando pronunció los siete ayes, o condenaciones refiriéndose a la religión falsa que es aborrecible para Dios y concluye con un juicio de condenación “Es el discurso más terrible de todo el Evangelio.”
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! , dice 7 veces nuestro Señor.
Como podemos leer en Mat 23:33
¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo será posible que evitéis el ser condenados al fuego del infierno?