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Historia

Consecuencias de las pestes

Feodosia, ciudad mercantil situada al sur de la península de Crimea, en el mar negro hoy Ucrania. Los italianos construyeron plazas fortificadas para asegurar sus mercancías y mantuvieron intercambios con los mongoles durante varias décadas. sufrió una conversión al islam a gran escala que fragmentó el Imperio, y la presencia de cristianos empezó a verse con una creciente hostilidad.

En 1343, Yanibeg, el kan de Kipchak, ordenó expulsar a todos los europeos de la península. Según cuenta el notario italiano Gabriel de Mussis, en medio del asedio, una gran epidemia de peste que se había originado en el interior del continente empezó a mermar las hordas del kan. Los fieros guerreros mongoles, con la piel amoratada, fallecían con rapidez entre fiebres súbitas y pútridos bubones, que crecían deformes en sus ingles y sus axilas. Parecía como si una cólera divina se hubiera desencadenado la epidemia de pronto sobre los infieles.

En vista de ello, los tártaros, agotados por aquella enfermedad pestilencial y derribados por todas partes como golpeados por un rayo, al comprobar que perecían sin remedio, ordenaron colocar los cadáveres sobre las máquinas de asedio y lanzarlos a la ciudad de Caffa. Así pues, los cuerpos de los muertos fueron arrojados por encima de las murallas, por lo que los cristianos, a pesar de haberse llevado el mayor número de muertos posible y haberlos arrojado al mar, no pudieron ocultarse ni protegerse de aquel peligro. Pronto se infectó todo el aire y se envenenó el agua, y se desarrolló tal pestilencia que apenas consiguió escapar uno de cada mil, escribe en su relato de la plaga de 1348.

Algunos se habrían echado a la mar para escapar, pero no sabían que en las bodegas y en los pliegues de sus ropas acarreaban la infección.

Para algunos historiadores, aquel fue el primer caso de guerra bacteriológica de la historia, los cuerpos después de muertos aun son transmisores de virus y son contagiosos.

A finales del siglo XIX el microbiólogo suizo Alexandre Yersin descubrió el bacilo Yersinia pestis, causante de la infección. La peste es una zoonosis transmisible, una enfermedad de las ratas y otros roedores que puede contagiarse eventualmente a los humanos a través de las pulgas. Estas, al picar a las ratas, ingieren sangre con bacilos que se multiplican en su interior. En condiciones normales, las pulgas no buscan huéspedes humanos, pero, cuando merma la población de roedores, los insectos hambrientos atacan a cualquier organismo vivo cercano.

Al expandirse la enfermedad, muchos abandonaron la ciudad, llevando en las bodegas de sus barcos la infección en forma de pulgas y ratas pestíferas, que provocarían una expansión sin precedentes de la primera epidemia global que conoció Occidente.

La peste bubónica se extendió enseguida por Europa siguiendo las rutas comerciales. En julio de 1347 llegó a Constantinopla, y en otoño ya había cubierto toda Asia Menor y se afianzaba en el lado europeo del estrecho del Bósforo. Un temible ejército de bacterias, ratas y pulgas se asomaba a las costas mediterráneas desembarcando en las grandes ciudades portuarias, que actuaban como epicentros, amplificando la infección y dispersándola de nuevo. Génova, Venecia, Marsella, Mallorca…, la peste saltaba de un puerto a otro y, desde ellos, se propagaba hacia el interior, transportada por una muchedumbre que abandonaba despavorida las ciudades. A 40 km por hora en el mar y entre 0,5 y 2 diarios por tierra, la peste tiñó de negro toda la geografía europea en pocos años, desde los territorios rusos hasta la península ibérica, pasando por las islas británicas y los países nórdicos. Solo Islandia, muy aislada del continente, y Finlandia, escasamente poblada y poco activa comercialmente, consiguieron eludirla.

Estimar el número de muertes que causó la peste es tarea difícil, dada la desigualdad de los datos según las regiones. Para sus contemporáneos, aquella fue la mayor calamidad de la historia. El carmelita Jean Venette aseguró: “Por lo que he oído o leído, jamás en los tiempos pasados se produjo un tan alto número de víctimas”. En Florencia , Petrarca le escribía a un amigo: “¡Feliz posteridad, que no experimentará una tribulación tan abismal y contemplará nuestro testimonio como una fábula!”. El historiador tunecino Ibn Jaldún habla de entre un 40% y un 50% de bajas en el mundo islámico, y el papa Clemente VI sitúa la cifra en un tercio de la cristiandad, la población europea era entonces de unos ochenta millones de habitantes. Las cifras consolidadas actuales nos dicen que murió el 60% de la población mundial

La alta mortalidad, hizo que muchas tierras quedasen abandonadas. En Alemania, en las extensas praderas situadas entre los ríos Weser y Elba, desaparecieron el 40% de los pueblos, fenómeno que también se produjo en Inglaterra, Francia, España y Portugal. Una de las consecuencias más interesantes de la despoblación en Castilla fue la apuesta por la ganadería lanar, que necesitaba menos brazos que la agricultura y aprovechaba los amplios terrenos baldíos dejados por la peste. Todavía en el siglo XVIII, el padre Martín Sarmiento subrayaba que la oveja merina fue “hija de la pestilencia” (aunque se sabe que Castilla ya era exportadora de lana más de un decenio antes de la gran epidemia).

El abandono de las tierras repercutió negativamente en la situación de la nobleza rural rentista, que perdió poder adquisitivo. En cambio, elevó por primera vez en la historia a una clase de jornalero libre, asalariado, cuya escasez le llevó a pasar de peón reemplazable a mano de obra cualificada, revalorizada y poco menos que imprescindible. La caída repentina de la población obligó a los empleadores urbanos a competir para conseguir trabajadores, y los campesinos ricos y señores tuvieron que hacer lo mismo por los labradores o los tenentes (campesinos que arrendasen sus tierras para trabajarlas). Como consecuencia, hubo una caída significativa de las rentas y un aumento considerable de los sueldos. Para el economista alemán Wilhelm Abel, aquella “fue la edad de oro del trabajador asalariado”. El desequilibrio entre personas y recursos no utilizados, ya fueran tierras, equipamiento o talleres productivos, convirtió la demanda de mano de obra en constante y elevada en los años siguientes, lo que mejoró la calidad de vida de la gente corriente.

La nobleza rural y los propietarios empobrecidos a raíz de la peste buscaron otra ocupación; algunos la encontraron en el negocio de la guerra.

La subida de salarios hizo que las clases en otro tiempo menesterosas contasen con un excedente de dinero. En líneas generales, la gente corriente comenzó a consumir mas.

La nobleza rural y los propietarios empobrecidos a raíz de la peste vieron en las propiedades de la iglesia su salida a la crisis. Empezaron a ambicionar estas propiedades y muy pronto Lutero les dio la excusa para robarlas lo que desencadeno, “La guerra de los Cien Años”, los botines les permitieron el mantenimiento de su prestigio y su rango social”, indica Benedictow.

*El hombre medieval entendía la peste como un castigo de Dios por sus pecados; y desde un punto de vista humano, culpaba a un grupo social marginal de conspiración… La interpretación medica ayudó a crear una literatura médica de tratados breves y de utilidad práctica, con consejos para médicos y pacientes sobre cómo tratar la peste. La purga, la sangría y los compuestos farmacéuticos eran los más recomendados, junto a otros más prácticos, como llevar ropa perfumada, y usar perfumes, así como quemar maderas olorosas. De allí viene esta costumbre de los jabones aromatizados los perfumes y aguas de olor a rosas

El hombre medieval pensaba, como san Isidoro de Sevilla, que “no ocurre nada, sin embargo, sin la voluntad de Dios omnipotente”. El hombre de finales del siglo XIV asumía la brevedad y vulnerabilidad de la vida. La religiosidad de la época giró en torno al tránsito de este al otro mundo, era una sociedad sacral donde lo que importaba era la salvación de las almas.

La muerte se presenta como el acontecimiento esencial de la vida del cristiano, como el momento decisivo de su salvación, y, por tanto, como la gran inspiradora de su conducta.

La certeza de la muerte inspiró también un movimiento de signo contrario, que se inclinaba hacia los placeres terrenales y el erotismo. Esta relajación de costumbres se observa en obras como el Decamerón de Boccaccio, donde el autor florentino dice que “el gozar y el beber mucho y el andar solazándose, y el satisfacer todos los apetitos que se pudiese, y el reírse y burlarse, era medicina infalible contra el mal”. El cronista Matteo Villani dice que en Florencia los hombres, en vez de hacerse más humildes, virtuosos y católicos, llevaban “una vida más escandalosa y más desordenada que antes”. La peste elevó a una clase social marginada, empobreció a los rentistas y agudizó la despoblación y el éxodo rural, pero su impacto sobre la población del siglo XIV superó con creces las lógicas consecuencias demográficas y económicas. Cambio todo, desde el arte hasta el pensamiento, pasando por las costumbres, la religión sufrió el desastroso robo de las propiedades y lo más grave, la herejía protestante surge a partir de las consecuencias de la peste.

La culpa y la penitencia ocuparán el espectro religioso de la época, lo que explica el surgimiento de cofradías como los flagelantes, cuyos miembros ejercían sobre sí mismos un severo ejercicio de mortificación para alcanzar el perdón de los pecados y ahorrarse un sufrimiento mayor en el más allá. Aparecieron en Italia en el siglo XIII, pero resurgirían en Hungría y Alemania a mediados del XIV, en plena expansión de la peste.

La presencia constante del final se dejó sentir también en las expresiones artísticas, donde la corrupción de la carne y la danza de la muerte aparecían como temas recurrentes.

La danza de la muerte más famosa del Medievo estaba grabada en el cementerio de los Inocentes de París, encargada por el duque de Berry. También son conocidos los grabados de Holbein el Viejo y los del impresor parisino Guyot Marchant. También a esta época debemos el Dies Irae, himno latino atribuido al franciscano Tomás de Celano que fue introducido en las misas de réquiem por estas fechas. El Dies Irae describe el día del Juicio Final, y forma parte de la tradición musical europea, elevada posteriormente por compositores como Mozart o Verdi.

En Francia, en los años posteriores a la peste negra, el aumento de la prostitución llevó a muchos pueblos y ciudades a crear burdeles de propiedad municipal, para que la actividad estuviera más controlada. No es casualidad que el Concilio de Palencia de 1388, convocado por el cardenal Pedro de Luna, legado del papa de Aviñón, Clemente VII, condenó expresamente el adulterio. Numerosos concilios y sínodos del siglo XIV condenaron el concubinato público de los clérigos, e incluso las Cortes de Valladolid de 1351 hablaron expresamente de lo “sueltamente” que andaban las barraganas de los clérigos.

Por #bottegadivina

Bottega Divina es un Canal dedicado a aplicar la tradición moral Cristiana a situaciones críticas en la política y la sociedad. Abogamos y velamos por la aplicación de los principios fundamentales de la sociedad, como el derecho natural, en los ámbitos políticos y sociales.

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