El Papa, Pio X, quien luego fue canonizado, estableció el Juramento antimodernista, mandando a que «todo el clero, los pastores, confesores, predicadores, superiores religiosos y profesores de filosofía y teología en seminarios» debían dar juramento, con objeto de neutralizar la herejía modernista. El juramento se mantuvo vigente desde 1910 hasta 1967 cuando el vaticano lo suprimió, junto con el Índice de los Libros Prohibidos, que advertía sobre los libros que contenían herejías y era como un faro para los católicos que así, evitaban el veneno de libros que tenían errores contra Dios, al tiempo que se cambiaba la Liturgia, el Derecho Canónico, el Ritual de los Sacramentos, etc.
El cambio ha sido una amarga decepción. La duda, la autocrítica y la inestabilidad se han establecido en todas partes, conduciendo a una auto demolición, como lo definiera pablo VI y aún más, poco después, diría que el humo de satanás penetró en la iglesia.
Los sacerdotes y los religiosos de ambos sexos han colgado sus hábitos con una frecuencia inusitada. El 35% de ellos en los años subsiguientes a la abolición del Juramento antimodernista. Los obispos, custodios de la fe y de los tesoros de la Iglesia, en vez del Evangelio del Crucificado, están predicando una doctrina edulcorada sobre el amor fraterno, una misericordia que a todos salva; y algo muy importante, un discurso social insulso, planteando propuestas por el diálogo interreligioso con cristianos y paganos, abandonado la enseñanza sobre el Reino Social de Jesucristo, y ahora predican, una teología de la liberación comunista.
El Reinado Social de Jesucristo fue sustituido por algo llamado “la civilización del amor”. Una expresión forjada por el Papa Pablo VI para describir la utópica idea de que el “diálogo con el Mundo” llevaría a una fraternidad universal de religiones, al extremo que Juan pablo II diría poco después
“… Las diversas religiones también pueden y deben contribuir decisivamente a este proceso. Mis numerosos encuentros con representantes de otras religiones me han confirmado la esperanza común de la familia humana”.
Olvidándose de la Realeza de Jesucristo y que el pecado es la causa del mal.
La pretensión de considerar “eclesiología obsoleta” por parte de los Modernistas, la Doctrina del Magisterio sobre el retorno de los disidentes (herejes, sectarios y cismáticos) a la única Iglesia verdadera, como el único medio de alcanzar la unidad cristiana; nos recuerda el dogma infalible de que fuera de la Iglesia Católica no hay salvación.
Analicemos cada uno de los puntos del Juramento:
Juramento antimodernista
Yo N. N. abrazo y recibo firmemente todas y cada una de las verdades que la Iglesia por su magisterio, que no puede errar, ha definido, afirmado y declarado, principalmente los textos de doctrina que van directamente dirigidos contra los errores de estos tiempos.
1* En primer lugar, profeso que Dios, principio y fin de todas las cosas puede ser conocido y por tanto también demostrado de una manera cierta por la luz de la razón, por medio de las cosas que han sido hechas, es decir por las obras visibles de la creación, como la causa por su efecto.
De aquí dimana que los modernistas y teólogos protestantes sostienen que Dios No puede ser conocido.
Entendida en toda su amplitud de factores, la cuestión sobre Dios es la cuestión más vital y más radical de toda la teología. En el quehacer teológico, cualquier otra pregunta encuentra su razón de ser precisamente es su relación con Dios, que es el centro de toda pregunta teológica. El caminar filosófico del hombre hacia Dios encuentra su luz y su fundamento en la huella que Dios ha dejado de Sí en la creación y, en especial en el mismo hombre, creado a su imagen y semejanza. Este caminar tiene como punto de partida la contemplación del ser creado, es decir, la contemplación de la huella de Dios -Causa Primera- que existe en toda la creación, y se realiza guiado por la luz de la razón natural. En consecuencia, tiene como meta Dios en cuanto Primera Causa.
Al final de esta búsqueda intelectual, Dios no es alcanzado por la razón humana en sí mismo -en la intimidad de su ser- , sino que es alcanzado exclusivamente en cuanto término de la relación de total dependencia del Universo -que es contingente- hacia el Ser Supremo, que es su creador y el único ser necesario. Se trata de un conocimiento que, aunque no alcanzar a conocer lo que Dios es, es suficiente para saber que existe.
La cuestión de Dios es también la cuestión más radical de la existencia humana. En efecto, en el Dios vivo se encuentra la razón de nuestra existencia; en Él se encuentra la razón de nuestro caminar y en Él se encuentra nuestro término.
Catecismo #36 dice «La Santa Madre Iglesia, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas». Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado «a imagen de Dios» (cf. Gn 1,27).
37 Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón:
«A pesar de que la razón humana, sencillamente hablando, pueda verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia, así como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas, sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles, y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que en semejantes materias los hombres se persuadan de que son falsas, o al menos dudosas, las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas (Pío XII, enc. Humani generis: DS 3875).
38 Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre «las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error» (ibid., DS 3876; cf. Concilio Vaticano I: DS 3005; DV 6; santo Tomás de Aquino, S.Th. 1, q. 1 a. 1, c.).