Liberio, originario de Roma, fue elegido papa en un momento en que los partidarios de Arrio eran muy fuertes en Oriente y contaban con el favor del emperador Constancio II (337-361); el emperador trató de que también Occidente lanzara el anatema contra el paladín de la ortodoxia nicena, Atanasio de Alejandría. Al ser cada vez mayor el número de obispos occidentales que accedían a los deseos del emperador, Liberio propuso celebrar un concilio alegando que era la fe de Nicea, y no sólo la deposición de Atanasio, lo que estaba en juego. Después del concilio de Milán (355), en el que todos salvo tres obispos condenaron a Atanasio, Liberio fue desterrado a Tracia, donde fue sometido a fuerte presión para que accediera a excomulgar a Atanasio.
Al final lo hizo y aceptó el ambiguo credo de Sirmio, en el que se omitía el homoousios («de la misma sustancia —que el Padre—») de Nicea; parece claro sin embargo que, más que negar, este credo ignoraba el homoousios niceno.
Liberio se había dado cuenta de que las acusaciones contra Atanasio encubrían, en realidad, la intención de atacar y demoler el Credo de Nicea, y que por tanto era necesario reafirmar con fuerza el principio y confirmarlo con autoridad [2 ] . Pero las cosas no salieron como el pontífice esperaba porque Constancio, mientras tanto, también ejercía una fuerte presión sobre los obispos de Occidente para que condenaran al patriarca de Alejandría.. El consejo se reunió en Arles, donde el emperador había pasado el invierno. La corrupción [3] , los sofismas sutiles de los obispos arrianos y las instigaciones del emperador, que preveía la condena de Atanasio como la única forma de restablecer la paz en la Iglesia, obtuvieron el resultado deseado: el concilio, cuyos moderadores eran los obispos de la corte , que acompañaba al emperador constantemente, se disolvió solo después de que los obispos occidentales también firmaron un documento condenando y deponiendo a Atanasio. Sus más fervientes y acérrimos seguidores, que previamente habían esgrimido varios argumentos en defensa [4]y luego se negaron a firmar el documento, fueron sacados de sus hogares y exiliados con disposiciones del emperador que pretendía ejecutar los decretos de la Iglesia. Se envió un formulario de consentimiento a las decisiones del concilio a los obispos ausentes [5] . Lo único que la Iglesia occidental podía obtener a cambio de rechazar a Atanasio era la promesa de que todos condenarían el arrianismo . La parte cortesana aceptó el pacto, pero no cumplió su parte. Liberio, al llegar tales noticias, escribió a Osio di Cordova su profundo pesar por lo sucedido; él mismo hubiera preferido morir, antes que ser acusado de aceptar la injusticia y la heterodoxia .
Circularon entonces ciertas cartas falsificadas en las que Liberio suplica que le rueguen al emperador por su reinstalación. “Non doceo” parodia la pena de Librerio por la caída de Vicente. En la segunda y tercera cartas hay anatemas dispersos “al prevaricador Liberio”, atribuidos a San Hilario por un falsificador. El falsificador es claramente uno de los seguidores de Lucifer de Cagliari, cuya herejía consistía en negar toda la validez de los actos de los obispos que habían vacilado en el Concilio de Rimini en 359; mientras que el Papa Liberio había emitido un decreto admitiendo su reinstalación luego de su sincero arrepentimiento, y también condenaba la práctica luciferina de rebautizar a aquellos que habían sido bautizados por los obispos flojos.
A su vuelta a Roma tras la muerte del emperador, Liberio volvió a convertirse en vigoroso defensor de la fe de Nicea.
Liberio fué un papa débil, que capituló temporalmente accediendo a firmar una fórmula ambigua, pero que trató de reparar el daño causado en cuanto se vio libre de intimidación. Su caso nunca se consideró como el de un papa, o de la Iglesia de Roma, induciendo a error a la Iglesia universal. Aunque hizo mucho daño con su debilidad.
Ninguna autoridad, ni siquiera la más alta en la jerarquía, puede obligarnos a abandonar o a disminuir nuestra fe católica, tan claramente expresada y profesada por el Magisterio de la Iglesia durante 19 siglos.
Dijo San Pablo:
Amigos, si se tratara de nosotros mismos o si fuera un ángel del cielo que os anunciara un evangelio distinto del Evangelio que hemos anunciado, sea anatema. (Gal. 1,8)
El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra – es decir, cuando, en el ejercicio de su cargo de pastor y maestro de todos los cristianos, define en virtud de su suprema autoridad apostólica una doctrina de fe o moral que deba ser sostenida por toda la Iglesia – es, con motivo de la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, sujeto de aquella infalibilidad con que el Divino Redentor quiso dotar a su Iglesia en la definición de las doctrinas de fe y moral; y, en consecuencia, dichas definiciones del Romano Pontífice son irreformables por su propia naturaleza y no por razón del consentimiento de la Iglesia. (Concilio Vaticano I, Denzinger §1839)
Pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación trasmitida por los Apóstoles, es decir el depósito de la fe. (Concilio Vaticano I, Dz 1836)
…Ni tampoco en el decurso de los siglos sustituyó o pudo la Iglesia sustituir con otros sacramentos los instituidos por Cristo Señor, como quiera que, según la doctrina del Concilio de Trento, los siete sacramentos de la nueva Ley han sido todos instituidos por Jesucristo nuestro Señor y ningún poder compete a la Iglesia sobre la ‘sustancia de los sacramentos’, es decir sobre aquellas cosas que, conforme al testimonio de las fuentes de la revelación, Cristo Señor estatuyó debían ser observadas en el signo sacramental… (Pío XII, Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis, Dz 2301)
Es bien conocido a todos los hombres… con qué cuidado y vigilancia pastoral nuestros predecesores los Romanos Pontífices han cumplido el oficio otorgado por Cristo Señor a ellos en la persona del bienaventurado Pedro, Príncipe de los Apóstoles; han cumplido sin cesar el deber de apacentar los corderos y las ovejas; y han nutrido con diligencia el rebaño entero del Señor con las palabras de la fe, lo han imbuido de doctrina saludable y protegido de los pastos envenenados. Y esos nuestros predecesores que eran los asesores y campeones de la augusta religión Católica, de la verdad y de la justicia, siendo como lo eran principalmente solícitos por la salvación de las almas, no consideraron nada más importante que el deber de exponer y condenar, en sus Cartas y Constituciones muy sabias, todas las herejías y los errores que son hostiles a la honestidad moral y a la salvación eterna de la humanidad… (Pío IX, Encíclica Quanta Cura §l)
la historia está repleta de ejemplos de papas que enseñaron o hicieron cosas que no eran apropiadas. A modo de ejemplo, el Papa Liberio firmó una especie de documento semi-arriano y el Papa Juan XXII enseñó temporalmente que las almas de los santos no ven a Dios sino después del Juicio Final. Algunos papas renacentistas llevaron una vida de dudosa moralidad. Pero, en ningún de esos casos estaba comprometida la infalibilidad papal.
San Bruno, obispo de Segni, se opuso al Papa Pascual II, que había cedido ante el emperador Enrique V en la cuestión de las investiduras:
Os estimo –le escribía– como a mi Padre y señor […] Debo amaros; pero debo amar más aún a Aquél que os creó a Vos y a mí […] Yo no alabo el pacto [firmado por el Papa] tan horrendo y violento, hecho con tanta traición, y tan contrario a toda piedad y religión.
En el sínodo provincial de 1112, con la asistencia y aprobación de San Hugo de Grenoble y San Godofredo de Amiens, se envió al mismo papa Pascual II una carta en la que se leía:
Si, como absolutamente no lo creemos, escogierais otra vía, y os negarais a confirmar las decisiones de nuestra paternidad, válganos Dios, pues así nos estaréis apartando de vuestra obediencia.
San Norberto de Magdeburgo, fundador de los monjes canónigos premostratenses, ante el peligro que el Papa Inocencio II cediera ante el emperador Lotario III en el tema de las investiduras, le decía:
Padre ¿qué vais a hacer? ¿A quién entregáis las ovejas que Dios os ha confiado, con riesgo de verlas devorar? Vos habéis recibido una Iglesia libre, ¿vais a reducirla a la esclavitud? La Sede de Pedro exige la conducta de Pedro. He prometido, por Cristo, la obediencia a Pedro y a Vos. Pero si dais derecho a esta petición, yo os hago oposición a la faz de toda la Iglesia.
Vitoria, el gran teólogo dominico del siglo XVI, escribe:
Si el Papa, con sus órdenes y sus actos, destruye la Iglesia, se le puede resistir e impedir la ejecución de sus mandatos.
Suárez afirma:
Si [el Papa] dictara una orden contraria a las buenas costumbres, no se le ha de obedecer; si intentara hacer algo manifiestamente opuesto a la justicia y al bien común, será licito resistirle; si atacara por la fuerza, por la fuerza podrá ser repelido.
Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, enseña:
Habiendo peligro próximo para la fe, los prelados deben ser argüidos por los súbditos, incluso públicamente. Así, San Pablo, que era súbdito de San Pedro, le arguyó públicamente.
San Roberto Belarmino, Doctor de la Iglesia, sostiene:
Así como es lícito resistir al Pontífice que agrede el cuerpo, también es lícito resistir al que agrede las almas, o perturba el orden civil, sobre todo si tratase de destruir a la Iglesia. Es lícito resistirlo no haciendo lo que manda e impidiendo la ejecución de su voluntad.
En vida del mismo Santo, que fue consultor del Papa y gran defensor de la supremacía pontificia, la República de Venecia tuvo problemas con la Santa Sede. Se reunieron entonces los teólogos de dicha República y emitieron varias proposiciones, que fueron sometidas al examen del gran teólogo cardenal Belarmino, a quien Pío XI declaró Doctor de la Iglesia. He aquí la respuesta del Santo:
A la proposición 10: ‘La obediencia al Papa no es absoluta: no se extiende a los actos en que sería pecado obedecerle’, repuso: ‘No hay nada que decir contra la 10ª proposición, pues está expresamente en la Sagrada Escritura’.
A la proposición 15: ‘Cuando el Soberano Pontífice fulmina una sentencia de excomunión que es injusta o nula, no se la debe recibir, sin apartarse, empero, del respeto debido a la Santa Sede’, replicó: ‘Los teólogos de Venecia no tenían por qué cansarse en probar la 15ª proposición, pues nadie la niega’.