La felicidad es la confianza en lo está por venir y el éxito es el resultado, implica reconocer el bien que tengo, como puede ser el amor, el dinero, el conocimiento, la salud etc, tener un propósito, tener orientación, visión y metas a cumplir.
La felicidad no depende de los que nos rodean. Nadie puede darnos lo que no tenemos: depende de cada uno poder encontrar lo que nos hace plenos y felices, cada día de nuestra vida la alcanzamos con esfuerzo, constancia y dedicación. No es el resultado de grandes momentos de éxito, sino de pequeñas cosas que nos suceden o que superamos día a día, que nos confirman que estamos en el camino correcto hacia Dios, como consecuencia de una vida con sentido, con dirección, con metas y objetivos. La felicidad no se reduce a hacer lo que nos gusta sino en gustar de lo que hacemos.
La acción no siempre trae felicidad, pero no hay felicidad sin acción. Es decir, la felicidad se alcanza con esfuerzo, constancia y dedicación.
Cuando volvemos la mirada a Dios, encontramos la única felicidad verdadera, es feliz quien ama a Dios, quien le busca y espera en Él. La felicidad, en último término, reside en la comunión con Dios y en Dios como persona.
“El temor del Señor regocija el corazón, da prudencia, alegría y longevidad”. Sir 1:12