En Junio de 1912 el papa pío x proclamó la encíclica sobre los indígenas Americanos.
Las comunidades amerindias, prácticamente sin excepción, eran sociedades muy conflictivas, muy violentas, donde unos pueblos aniquilaban a otros sin la menor contemplación, donde la esclavitud era una institución absolutamente convencional, donde las mujeres –en términos generales- eran usadas como objeto de cambio y donde los sacrificios humanos formaban parte de la vida cotidiana.
La población total de la América indígena no pasaba de los 13 millones desde el Canadá hasta la Tierra del Fuego en el momento del descubrimiento y hasta 1650 menos de 200.000 españoles habían venido a América, con un espíritu de misión en el sentido religioso.
El animo de evangelizara pueblos paganos queda demostrada por la prohibición de la esclavitud, la protección legal de los indígenas, el mestizaje y la multiplicación de catedrales, universidades y hospitales a lo largo de todo el territorio conquistado. El resultado de todo eso fue este mundo nuevo, de manera similar a como Roma creó en Europa un mundo sobre la base de su lengua, sus legiones y su derecho, así España creó en América un mundo sobre la base de su religión.
La viruela la introdujo en América un esclavo negro de Pánfilo de Narvaéz, en 1520, en Tenochtitlán, donde se desató una epidemia.
Cuando Pizarro llegó al Perú, encontró que la población estaba diezmada por la viruela mucho antes de que ningún español hubiera llegado, mientras que los españoles quedaban aniquilados por enfermedades tropicales –malaria, dengue, leishmaniasis, tripanosomiasis, etc.- que no sabían cómo tratar, en el norte las expediciones de Bobadilla, Ovando y Pedrarias, por ejemplo, contabilizaban hasta un 50 por ciento de bajas mortales apenas dos meses después de haber desembarcado.
En Mexico, el punto más grave de la debacle demográfica se vivió luego de la gran epidemia de cocoliztli y matlazáhuatl en 1576 y 1581, respectivamente, cuando la población indígena se redujo hasta 1 millón de individuos.
El siglo XVII equilibraría la población mediante un mayor entrecruzamiento étnico y una mayor inmigración europea y será a mediados del XVIII cuando la población supere el número de habitantes al que contaba Mesoamérica en 1500, un genocidio requiere que haya voluntad de exterminio. Eso no pasó en la América española. Pasará después en la América protestante.
Francis Drake, en 1577, tomó posesión de California, a nombre de Isabel I.
Otro pirata, Walter Raleigh, fundó, en 1583, una colonia al norte de Florida a la que llamó Virginia (para adular a la reina que pasaba por ser virgen y de quien era su amante de turno).
En 1606, una expedición financiada por la Compañía de Londres al Nuevo Mundo fundó Jamestown, el primer asentamiento permanente de los ingleses en América del Norte.
En 1609, Henry Hudson, tratando de encontrar el paso a China por América del Norte, descubrió el río que lleva su nombre.
En 1637, el capitán John Mason con un grupo armado de puritanos de Nueva Inglaterra, mientras los pequot dormían, cayó sobre ellos, los encerró entre las propias empalizadas de la aldea y les prendió fuego. Quinientos indios murieron esa noche. Después Mason dijo que “gracias a la Divina Providencia” hubo en el pueblo esa noche ciento cincuenta indios más que de costumbre.
Fue la primera guerra emprendida por los puritanos contra los nativos americanos, quienes, para sobrevivir, hasta 1898, libraron contra los blancos 108 guerras… Y las perdieron todas.
Los anglosajones vieron en las de América “tribus degeneradas”, que detentaban una tierra que era de los colonos británicos “en virtud del descubrimiento” y por el “derecho que tienen las naciones civilizadas de establecerse en el territorio ocupado por tribus salvajes”, según el informe de mr. Bell al Comité de Asuntos Indios del Congreso, el 24 de febrero de 1830.
El presidente Jackson, deportó los indios a las reservaciones del oeste del gran río. Los cheroquis se rindieron mientras los seminolas, como se negaron a dejar sus tierras, fueron obligados por la fuerza de las armas a hacerlo.
Un destacamento de soldados los empujó hacia el Oeste a través de una ruta que la historia conoce como “el camino de lágrimas”, donde cuatro mil indios tuvieron que morir en la deportación del presidente Jackson.
En 1781, el Congreso prohibió a los gobiernos de los estados celebrar tratados con los indios.
Benjamín Franklin en su autobiografía: “… si era el designio de la Providencia extirpar a aquellos salvajes y dejar sitio para los cultivadores de la tierra, no parece improbable que el ron haya sido el medio indicado. Ya ha aniquilado a todas las tribus que antiguamente habitaban el litoral”.
MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A MONSEÑOR RUBÉN SALAZAR GÓMEZ,
ARZOBISPO DE BOGOTÁ,
CON OCASIÓN DE LA CONMEMORACIÓN DEL CENTENARIO
DE LA CARTA ENCÍCLICA “LACRIMABILI STATU INDORUM”
DE SAN PÍO X
Al venerado hermano
Monseñor Rubén Salazar Gómez
Arzobispo de Bogotá y
Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia
Me ha alegrado saber que en Colombia se ha programado este año celebrar el centenario de la Carta encíclica Lacrimabili statu indorum firmada, el 7 de junio de 1912, por mi predecesor san Pío X, y me complace en esta fausta circunstancia enviarle a usted y a todas las Iglesias particulares de esa amada Nación mi cordial saludo en el Señor.
El mencionado documento, en continuidad con la Carta encíclica Inmensa pastorum, del Papa Benedicto XIV, había puesto de manifiesto la necesidad de trabajar más diligentemente por la evangelización de los pueblos indígenas y la constante promoción de su dignidad y progreso.
El recuerdo de este magisterio es una ocasión extraordinaria que se nos ofrece para continuar profundizando en la pastoral indígena y no dejar de interpretar toda realidad humana para impregnarla de la fuerza del Evangelio (cf. Pablo VI, Exh. apostólica Evangelii nuntiandi, 20). Así es, la Iglesia no considera ajena ninguna legítima aspiración humana y hace suyas las más nobles metas de estos pueblos, tantas veces marginados o no comprendidos, cuya dignidad no es menor que la de cualquier otra persona, pues todo hombre o mujer ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26-27). Y Jesucristo, que mostró siempre su predilección por los pobres y abandonados, nos dice que todo lo que hagamos o dejemos de hacer «a uno de estos mis hermanos más pequeños», a Él se lo hacemos (cf. Mt 25, 40). Nadie que se precie, pues, del nombre de cristiano puede desentenderse de su prójimo o minusvalorarlo por motivos de lengua, raza o cultura. En este sentido, el mismo apóstol Pablo nos ofrece la oportuna luz al decir: «Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo» (1 Co 12, 13).
Con vivos sentimientos de cercanía a esos pueblos, me uno de buen grado a cuantos, alentados por los mensajes de mis predecesores en la Cátedra de san Pedro, están llevando a cabo una benemérita obra en su favor, ven con gozo las gracias que cada día comparten con ellos y se empeñan con valentía en seguir acompañándolos con miras a la construcción de un futuro luminoso y esperanzador para todos.
En este quehacer nos sirven de modelo el arrojo apostólico de insignes obispos, como Toribio de Mogrovejo o Ezequiel Moreno, la caridad sin fisuras de religiosos como Roque González de Santa Cruz o Laura Montoya, y la sencillez y humildad de laicos tan ejemplares como Ceferino Namuncurá o Juan Diego Cuauhtlatoatzin. No podemos olvidar tampoco las numerosas congregaciones e institutos de vida religiosa que nacieron en el continente americano para afrontar los desafíos de esta misión. Y cómo no recordar en este mismo contexto el testimonio preclaro y las significativas obras apostólicas emprendidas por tantos hombres y mujeres que, con gran espíritu de comunión y colaboración eclesial, se entregaron denodadamente a llevar a estas gentes el nombre de Jesucristo, valorando aquello que les es propio, para que en el Evangelio descubrieran la vida en plenitud a la que siempre habían tendido.
Deseo exhortar a todos a considerar esta efeméride como un momento propicio para dar un nuevo impulso a la proclamación del Evangelio entre estos queridos hermanos nuestros, incrementando el espíritu de mutua comprensión, de servicio solidario y de respeto recíproco. Al abrirse a Cristo, ellos no sufren detrimento alguno en sus virtudes y cualidades naturales, antes bien la obra redentora las vigoriza, purifica y consolida. En su divino Corazón, podrán encontrar una fuente viva de esperanza, fuerzas para afrontar con tenacidad los retos que tienen planteados, consuelo en medio de sus dificultades e inspiración para descubrir los caminos de superación y elevación que están llamados a transitar. Al anunciarles el mensaje salvador, la Iglesia sigue el mandato de su Fundador, y en él se fundamenta para secundar los genuinos anhelos de estos pueblos, a menudo truncados por la frecuente falta de respeto hacia sus costumbres, así como por escenarios de migración forzada, violencia inicua o serios obstáculos para defender sus reservas naturales.
Con hondo amor hacia todos, y en consonancia con la doctrina social de la Iglesia, invito a escuchar sin prejuicios la voz de estos hermanos nuestros, a favorecer un verdadero conocimiento de su historia e idiosincrasia, así como a potenciar su participación en todos los ámbitos de la sociedad y la Iglesia. La actual coyuntura es providencial para que, con rectitud de intención y configurados a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida para todo el género humano, crezca entre los pastores y fieles el deseo de salvaguardar la dignidad y los derechos de los pueblos originarios y éstos a su vez estén más dispuestos a cumplir con sus deberes, en armonía con sus tradiciones ancestrales.
Suplico al Omnipotente que, ante todo, sea tutelado el carácter sagrado de su vida. Que por ningún motivo se coarte su existencia, pues Dios no quiere la muerte de nadie y nos ordena amarnos fraternamente. Que sean protegidas debidamente sus tierras. Que nadie, por causa alguna, instrumentalice o manipule a estos pueblos, y que éstos no se dejen arrastrar por ideologías que los atenacen nocivamente.
Como prenda de copiosos dones celestiales, y a la vez que invoco la poderosa intercesión de María Santísima, Madre del Creador y Madre nuestra, sobre todos los que participan en las diferentes iniciativas previstas para conmemorar el centenario de la Carta encíclica Lacrimabili statu indorum, imparto a todos una especial Bendición Apostólica, que ayude a los pueblos indígenas a sentir cada vez más la Iglesia como casa para madurar en todo aquello que los enaltezca moral y religiosamente y como hogar de comunión para vivir auténticamente y unidos a Cristo su condición de hijos de Dios.
Vaticano, 15 de junio de 2012
BENEDICTUS PP.
XVI
Encíclica del Papa Pío X DE LOS INDIOS DE AMÉRICA DEL SUR
. Por tanto, hermanos venerables, hacemos un llamado a usted, antes de que todos los demás, a dar atención especial y se piensa que esta causa, que es en todos los sentidos digno de su oficio pastoral y el deber. Y dejando el resto a su solicitud y diligencia, en particular nos insto a fomentar y promover las buenas obras iniciadas en vuestras diócesis, en beneficio de los indios, y ver que otras obras que puedan contribuir a este fin puede ser instituido. En el siguiente lugar al que diligentemente le amonestan a sus rebaños en su más sagrado deber de ayudar a las misiones religiosas a los indígenas que primero habitaron el suelo americano. Hágales saber que ellos deben ayudar a este trabajo, especialmente de dos maneras, a saber, por sus dones y por sus oraciones, y que no es sólo su religión, sino también a su país, que hace esta una de ellas. ¿Usted, por otra parte, tenga cuidado de que la instrucción moral donde quiera que se le da, en los seminarios, en las universidades, en colegios de monjas, y más especialmente en las iglesias, de la caridad cristiana, que contiene todos los hombres, sin distinción de nación o de color, como verdaderos hermanos deben ser continuamente predicó y elogio. Y esta caridad debe ser manifestado, no tanto con palabras como con hechos. Por otra parte, cada oportunidad debe aprovecharse para mostrar lo que es una gran deshonra se hace al nombre cristiano por estos hechos básicos, los que estamos aquí denunciando. 6. En cuanto a nuestra parte, tener una buena razón para esperar el consentimiento y el apoyo de los poderes públicos, sobre todo, hemos tenido la precaución de extender el campo de trabajo apostólico en estas grandes regiones, designando estaciones más misioneras, donde los indios puedan encontrar seguridad y socorro. Para la Iglesia Católica siempre ha sido una madre fecunda de hombres apostólicos, que, presionado por la caridad de Cristo, se señalan a dar la vida por sus hermanos. Y hoy, cuando tantas personas detestan la fe o se apartan de ella, el celo por la difusión del Evangelio entre las naciones bárbaras sigue siendo fuerte en el clero y en los religiosos y vírgenes santas, y este celo crece más y se ha extendido más ampliamente por el poder del Espíritu Santo, que ayuda a la Iglesia, su cónyuge, de acuerdo a las necesidades de la época. Por tanto, tenemos que pensar bien para hacer un mayor uso de las ayudas que por la bondad de Dios están listos para la mano, con el fin de entregar a los indios, donde la necesidad es mayor. de la esclavitud de Satanás y de los hombres malos. Por lo demás, ya que los predicadores del Evangelio había regado estas regiones, no sólo con su sudor, pero a veces con su sangre, confiamos en que al final de una cosecha razonable de bondad cristiana brotará de sus grandes trabajos y dar fruto abundante. Y ahora, a fin de que lo que has de hacer para el beneficio de los indios, ya sea por decisión propia o en nuestra exhortación, puede ser la más eficaz con la ayuda de nuestra autoridad apostólica, que, consciente del ejemplo de nuestro predecesor mencionado , condenar y declarar culpable de todo aquel delito grave, como él dice, «se atreven o pretender reducir los dichos indios a la esclavitud, para venderlos, comprarlos, para intercambiar o dar ellos, para separarse de sus esposas e hijos, privarles de bienes muebles, para el transporte o enviarlos a otros lugares, o de cualquier forma de robarles la libertad y los mantienen en la esclavitud, o para dar consejos, ayuda, favor, y el trabajo con cualquier pretexto de color a los que hacen estas cosas, o para predicar o enseñar que es legal, o para cooperar con ellos en cualquier cualquier manera. » En consecuencia, vamos a que el poder de absolver a los penitentes en el tribunal sacramental de estos delitos quedarán reservados a los Ordinarios de los lugares. 7. Me ha parecido bien a nosotros, movidos por el afecto paternal y siguiendo los pasos de sus predecesores, entre los que cabe mencionar especialmente León XIII, de feliz memoria, para escribir estas cosas a vosotros, Venerables Hermanos, en el caso de los indios. Pero será para que usted pueda luchar de acuerdo a su fuerza para dar satisfacción abundante a nuestros deseos. Usted seguramente se verá favorecido en esto por los que dirigían en estas Repúblicas, ni se desea que el trabajo y el cuidado del clero, especialmente los dedicados a las misiones sagradas y, por último, todos los hombres de bien estará con ustedes, y los que pueden, con regalos u otras oficinas de la caridad, ayudará a una causa en la que están implicados tanto la religión como la dignidad de la virilidad. Y, lo que es lo principal, la gracia de Dios Todopoderoso estará con vosotros, en señal de lo cual, y como prenda de nuestra buena voluntad, la que más cariño impartir la bendición apostólica nuevo a vosotros, Venerables Hermanos, ya vuestros rebaños. Dado en Roma, junto a San Pedro, el 7 de junio de 1912, en la novena year de nuestro pontificado. PÍO X