El Cristo de San Marcello al Corso, exhibido en la cuarta capilla de la iglesia a la derecha, ha sido objeto de profunda veneración por parte de los fieles de Roma desde 1519, cuando milagrosamente permaneció ileso en el gran incendio. Alrededor de 1600 se desarrolló una grave epidemia de peste en toda la ciudad.
El cardenal para implorar la clemencia divina, promovió una solemne procesión penitencial en la que participó toda Roma: «descalzos y cubiertos de cenizas, interrumpidos solo por sollozos y suspiros, de los que los acompañaban, gritaban» «piedad nuestro Señor Crucificado»
Durante esa rogativa, que duró 16 días, el crucifijo fue llevado al hombro por los diferentes distritos de Roma y llegó a la Basílica de san Pedro. Los cronistas de la época estuvieron de acuerdo en afirmar que, por donde pasaba la procesión, se detenía la peste.