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Conocimiento y Ciencia

“Tomó, pues, Yahvé Dios al hombre y lo llevó al jardín de Edén, para que lo labrara y lo cuidase. Y mandó Yahvé Dios al hombre, diciendo: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol del conocimiento del bien y del mal, no comerás; porque el día en que comieres de él, morirás sin remedio”. Genesis 2 15,17

Aún antes de su caída, Adán tenía que cultivar la tierra. Le era preciso trabajar, no para procurarse alimento con el sudor de su frente, como después del pecado, sino para ejercitar su inteligencia y sus fuerzas, de tal manera que no se cansase, pero que no estuviese tampoco sin hacer nada (San Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Génesis).

Adán era señor de toda la tierra (1, 28), vivía en el jardín de delicias” y gozaba del privilegio de estar exento de enfermedades y de la muerte y vivía en íntima amistad con su Creador, que le había elegido para fundar y difundir el Reino de Dios sobre la tierra; pues todas las obras de Dios respecto del hombre, desde el primer día de la existencia del género humano hasta el fin de los tiempos, tienen por objeto el establecimiento y desarrollo de Su Reino. II Pedro 1, 4; I Juan 3, 1.

Adan poseía el don de la ciencia infusa, un don que no se transmite por generación a los descendientes. Prueba de la ciencia inefable de Adán fue que conocía todos los géneros de los animales y plantas.

No hay que culpar a Dios, por haber creado al hombre, inocente, de la ignorancia del pecado que ciega, puesto que el mal no es una substancia, sino una privación.

a causa de la desobediencia de los primeros padres, y, “Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo” (Sabiduría 2, 24).

El conocimiento de la creación está en todas las culturas. En la literatura cuneiforme se habla del árbol de la vida y del árbol de la verdad que están a la puerta del cielo. El héroe sumerio Guilgamés andaba buscando la planta de la juventud, que le preservase de la muerte. En la literatura griega se habla de las manzanas de oro del jardín de las Hespérides, guardadas por un dragón, que también daban la vida.

Un sello cilíndrico, conocido como el sello de la Tentación, del período postacadio de Mesopotamia del siglo 23 a.C., cuenta la historia de Adán y Eva.

George Smith (1840-1876); describe el sello como dos figuras enfrentadas (hombre y mujer) sentadas a cada lado de un árbol, extendiendo las manos hacia la fruta, mientras que entre sus espaldas hay una serpiente, dando evidencia de que se conocía el relato del pecado original en los primeros tiempos de Babilonia.

Agustín de Hipona enseñó que el «árbol» debe entenderse simbólicamente y como un árbol real, de manera similar a que Jerusalén es una ciudad real y una figura de la Jerusalén celestial, los frutos de ese árbol no eran malos en sí mismos, porque todo lo que Dios creó «era bueno» .

 Fue la desobediencia de Adán y Eva , a quienes Dios les había dicho que no comieran del árbol , lo que causó desorden en la creación, por lo que la humanidad heredó el pecado y la culpa del pecado de Adán y Eva.

La naturaleza humana fue herida por esta falta original y desde entonces todo ser humano ha conocido una tendencia a cometer el mal. El Salmo 51 (50) es un reconocimiento por parte de David, Rey de Israel, del pecado original: “He aquí, nací en iniquidad, y mi madre me concibió en pecado”.

Jesucristo permitió la reconciliación entre Dios y Su creación  : “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado, la muerte, y así la muerte ha llegado a todos los hombres porque todos pecaron … ” “De hecho, así como todos los hombres mueren a causa de su unión con Adán, todos serán traídos a la vida debido a su unión con Cristo”

Esto nos aclara como la apostasía que vemos en el mundo atrae la muerte o castigo.

Por el pecado, la humanidad ha perdido su semejanza con Dios, y teniendo solo una inteligencia infantil, es más tentada por el Diablo.

El amor al mundo sensibiliza a los hombres a la concupiscencia y los atrae al amor por el mundo, fruto de la soberbia que quiere que el hombre sea igual a Dios, que sea tan creador como Dios, de modo que ‘distorsiona o pervierte’ el sentido original de su ser. El hábito, que une al pecado, impide la conversión, es «la ley del pecado”, que resulta de una voluntad insuficiente, que estableció el hábito, para olvidar el conocimiento de la muerte inminente.

Por #bottegadivina

Bottega Divina es un Canal dedicado a aplicar la tradición moral Cristiana a situaciones críticas en la política y la sociedad. Abogamos y velamos por la aplicación de los principios fundamentales de la sociedad, como el derecho natural, en los ámbitos políticos y sociales.

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